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Comentarios a dos ideas de «Carta a un joven musulmán» de Tariq Ali

Fuentes: Rebelión

Esta carta de Tariq Ali, publicada originalmente en Counterpunch el 25 de abril de 2002, ha sido traducida para La Jornada y ha aparecido en Rebelión el 27 de junio de 2005 (1), además de encontrarse desde entonces entre los textos más destacados. Por esto último merece la pena entretenerse en unas ideas que se […]

Esta carta de Tariq Ali, publicada originalmente en Counterpunch el 25 de abril de 2002, ha sido traducida para La Jornada y ha aparecido en Rebelión el 27 de junio de 2005 (1), además de encontrarse desde entonces entre los textos más destacados. Por esto último merece la pena entretenerse en unas ideas que se expresan en los tres párrafos siguientes:

«Hoy la gente se siente sin posibilidades. Entonces, cuando alguien golpea a Estados Unidos ellos celebran. No se preguntan qué se logra con un acto así ni cuáles son las consecuencias ni quién se beneficia. Su respuesta, como el suceso mismo, es puramente simbólica.»

«Pienso que Osama y su grupo llegaron a un callejón sin salida político.

Fue un gran espectáculo, pero nada más. Al responder con una guerra, Estados Unidos magnificó la importancia de la acción, pero dudo que esto lo salve de pasar a la oscuridad en el futuro. Será una nota a pie de página en la historia del siglo. En términos políticos, económicos o militares fue apenas un alfilerazo.»

«¿Qué ofrecen los islamistas? La ruta a un pasado que, por fortuna para la gente del siglo séptimo, nunca existió. Si el «Emirato de Afganistán» fuera el modelo de lo que quieren imponer al mundo, entonces el grueso de los musu lmanes se levantaría en armas contra ellos. No crean que Osama o el mullah Omar representan el futuro del Islam. Sería un desastre mayúsculo para la cultura que compartimos, si ese fuera el caso. ¿Quisieran vivir bajo tales condiciones? ¿Tolerarían que su hermana, madre o mujer que aman tuvieran que esconderse de la vista pública y que únicamente puedan salir envueltas como cadáveres?»

Llaman la atención sobre otras porque al contrario de lo que sucede con éstas, que uno se siente inmediatamente inclinado a compartir, por ejemplo cuando afirma que «hoy el fundamentalismo del imperio estadounidense no tiene parangón. Puede pasar por alto todas las convenciones y leyes a su entera voluntad», levantan dudas que no se resuelven posteriormente y además parecen no casar bien con el resto de su discurso.

Si se admite que la gente se siente sin posibilidades, es sencillamente lógico que celebren que alguien golpee a Estados Unidos, ya que es lo único que le queda al que no tiene otra capacidad de acción. Es igualmente lógico que no se pregunten por lo que se consigue, las consecuencias y quién se beneficia, ya que entonces serían Tariq Ali y no gente sin posibilidades.

Parece olvidar que el preferir ser un cobarde vivo a un héroe muerto es una posición tan extendida como pobre y a la vez humana. Es muy probable que el hecho de que la gente sin posibilidades se alegre al ver al chulo del barrio recibir una lección dolorosa sea una respuesta simbólica, pero al tiempo es una reacción, por más que insuficiente y primaria, de clara oposición ante la injusticia. ¿Acaso no se duele esa mayoría, entre pasiva y cobarde, pero aún con alma, cuando el chulo impone su ley al débil? Sería bastante peor que no se alegrara cuando sufre el que habitualmente y sin castigo inflige dolor al desamparado.

Parece que Tariq Ali quiere que la gente se pregunte por los hechos en lugar de alegrarse por ellos. Es más humano lo primero, a no ser que se piense que la inteligencia es lo más humano que tiene la persona. En todo caso cada uno hace en la vida el papel que le corresponde y aunque yo celebro que Tariq Ali abra los ojos a muchos, entiendo y comparto las alegrías de éstos cuando su alma en primer lugar y no su mente les impulsa a reaccionar ante la injusticia, aunque sea de forma tan insuficiente, incluso tan cómoda y aparentemente irracional como la que se ha expuesto.

Por otro lado, estamos acostumbrados a que Tariq Ali, junto con un buen número de intelectuales, se refiera a los golpes contra Estados Unidos (y cualquiera de sus secuaces) como actos simbólicos, de escaso beneficio, alfilerazos y espectaculares. Sus autores, en consecuencia, no son tan terroristas como resultan a ojos de los partidarios decididos del imperio, pero no están nada bien vistos. ¿Por qué no pensar que es justamente al revés de lo que se hace ver, que es precisamente la escasez de golpes lo que reporta escasos beneficios a la causa anti-imperialista? La caída de un par de edificios no puede llevar consigo la caída de todo un imperio. Esto lo ve Tariq Ali, Osama bin Laden y un ciudadano cualquiera. Lo que el primero parece no ver -y quizás por ello lo critica- es que el segundo es la punta de lanza del grupo de atacantes, que es el tercero, aunque éste prefiere vivir como cobarde o cómodamente antes que morir como héroe o perder su plato de lentejas. Piensen por un momento los Tariq Ali: si en vez de dos un día aislado cayeran dos

todos los días, ¿beneficiaría al imperio? ¿serían acciones simbólicas?

Que bin Laden se encuentra en un callejón sin salida es de nuevo algo probable, pero no parece que Tariq Ali esté mucho más cerca con su obra de conseguir el fin del imperio que aquel. En cuanto a ser una nota en la historia, no parece que figurar en primera página del New York Times haya sido el primer objetivo del multimillonario de vida austera, además ¿a quién le importa el destino de un autor cuando lo que permanece es su obra? ¿Está ya terminada la suya o está por verse?

Finalmente, otra de las líneas rojas que no han de traspasar los progresistas y anti-imperialistas es la que hace referencia Tariq Ali en su tercer párrafo aquí citado, algo como «no vamos a cambiar el imperio estadounidense por la teocracia islamista». En primer lugar ni un grupo de musulmanes ha de pedir la aprobación de nadie para elegir su forma de organización política, ni Tariq Ali ha de comulgar con ella o con ninguna otra. Hace bien en estar en contra del futuro que dice que encierra el modelo afgano, desde luego no resulta tentador para todos. Pero una cosa es no aprobarlo y otra es negar a sus autores su derecho y además socavar su papel de primer orden en la lucha anti-imperialista porque no se comparta su pensamiento. Una vez más: ¿sirve el discurso de Tariq Ali para proteger las vidas de los niños afganos, palestinos e iraquíes? No.

En Londres las cosas se ven diferente que en Kandahar, incluso si alguna vez se ha viajado a este lugar. Es extraño que Tariq Ali no reflexione sobre el hecho de que el fervor musulmán es hijo de la época que toca (mal)vivir a millones de musulmanes. Es asunto suyo cómo responden a los ataques cristianos (Estados Unidos), liberales (Reino Unido), occidentales (el resto de potencias colaboradoras) y derechohumanistas (Naciones Unidas). Es derecho de las víctimas responder como mejor crean que se defienden ante el horror sin medida que se les ha impuesto.

Cuando llegue el momento, que no llegará, de que a Tariq Ali le impongan a sangre y fuego un modelo político, entonces que hable de desastres. De momento parece que el desastre supremo es el que provoca Estados Unidos y sus aliados, aunque eso sí, es un desastre culturalmente cercano a él. Es razonable pensar que cuando las víctimas obtengan justicia y la esperanza de un porvenir en libertad y paz, su religión pase a ocupar el lugar que ocupa en la vida de los que disfrutan de lo anterior. Mientras tanto, eso es lo que hay.

(1) Carta a un joven musulmán

27-06-2005