Clara Ramas [CR][1] -autora de Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx- trata de pensar lo político desde un hermoso verso de Juan Ramón Jiménez: «Raíces y alas. Pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen». El pasado 14 de septiembre publicó en CTXT un artículo con el título […]
Clara Ramas [CR][1] -autora de Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx- trata de pensar lo político desde un hermoso verso de Juan Ramón Jiménez: «Raíces y alas. Pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen». El pasado 14 de septiembre publicó en CTXT un artículo con el título «8 claves para el patriotismo democrático que viene»[2]. Un resumen de sus tesis, conjeturas y argumentaciones.
Aunque no solemos tener mucho tiempo para pensar estos asuntos, señala, nos acercamos ya al año 2020. El siglo «empezó queriendo ser el «Nuevo Siglo Americano» (Arrighi), en el que EE.UU. controlaría económica y geopolíticamente el globo». Pero la brutal crisis en 2008 evidenció «los fracasos del proyecto neoliberal de globalización económica y cultural». Alejandro Nadal se ha expresado en términos muy similares [3].
Diez años desde entonces que han cambiado el paisaje. Cómo se traduce este cambio políticamente, se pregunta la autora. Se ha señalado que vivimos -especialmente en Europa del Sur-, un «momento populista», resultado de un creciente sentimiento de abandono y desprotección de las clases trabajadoras frente a las élites cosmopolitas. La forma específica del capitalismo en la que estamos (mal)viviendo se sustenta en un bloque político que Nancy Fraser denomina «neoliberalismo progresista»: una combinación de «políticas económicas regresivas -desreguladoras, liberalizadoras- con políticas de reconocimiento aparentemente progresistas y que usa como coartada -«comprensión liberal del multiculturalismo, el ecologismo y los derechos de mujeres y LGBTQ». De este modo, mientras desposee a los trabajadores, campesinos o precariado urbano, esta forma de dominación capitalista «logra presentarse como un neoliberalismo cosmopolita, emancipatorio y progresista frente a unas supuestamente provincianas y retrógradas clases populares». De tal modo que, prosigue CR, construcciones políticas recientes de signo muy diverso -muy diverso, vale la pena remarcarlo con la cursiva- tienen algo en común: «frente a ese bloque neoliberal, tratan de refundar el lazo social y (re)construir un pueblo». Redefinir un sentido de patria, que, por supuesto, no implica, en ningún caso añado yo, coincidencia en estas redefiniciones. Ni, mucho menos aún, identidad o semejanza de finalidades.
El historiador José Luis Martín Ramos lo ha expresado, ajustadamente en mi opinión, en estos términos:
[…] que la extrema derecha avance entre sectores populares no la legitima ni un pelo; ni ha de hacernos olvidar cuáles son o pueden ser los objetivos de esa extrema derecha. Con todo el respeto por Walter Benjamin, ya dije que la interpretación del fascismo como la respuesta a una revolución frustrada es una interpretación inexacta. Es una interpretación que solo contempla la dimensión reactiva del fascismo, pero que no tiene en cuenta su dimensión propositiva. El fascismo no sólo es una reacción, es un proyecto. La extrema derecha de hoy no es solo una reacción, es también un proyecto y hemos de ver los mimbres que conocemos ya de ese proyecto.
Por lo demás, y transitando por el mismo sendero, la crítica de la izquierda, de un sector cada vez más amplio de la izquierda, a la actual UE no tiene nada en común ni ningún aire de familia con el rechazo nacionalista que ha hecho y sigue haciendo la extrema derecha.
Se apoya a continuación CR en dos autores. W. Streeck, por una parte, «detalla cómo el capitalismo actual va progresivamente agotando los factores potencialmente estabilizadores de los que se nutría para sobrevivir». Su colapso desembocará en un período de desorden prolongado donde la pregunta será si y cómo una sociedad puede perdurar un tiempo significativo como «algo menos que una sociedad, o sucedáneo de sociedad». Se abriría un escenario de desequilibrio global, «donde emergería un estado de ánimo: un desencanto generalizado como temple existencial de la época«.
Ninguna sociedad, nos recuerda CR, se da sin construir algún tipo de lazo social. El «individuo» como punto de partida no existe. Cómo construir entonces «ese lazo en una sociedad «de» mercado, esto es, una sociedad basada propiamente, decía Polanyi, en la negación de lo social como tal». O desorden social capitalista, un desorden que incluye la peligrosa y creciente destrucción del equilibrio de la especie humana y la naturaleza y la política (atómico-nuclear) del abismo, o fundación de un Ordine Nuovo. Este es el punto, esta es la única disyuntiva en opinión de la discípula de Michael Heinrich.
Gramsci, nos recuerda CR, afirmó que Italia necesitaba una «reforma intelectual y moral», una reforma que penetrara «hasta lo más profundo de las convicciones, hábitos y modos de vida de las clases populares, configurando un nuevo ethos o forma de encarar el mundo y relacionarse con él». En épocas convulsas, como la de Gramsci y como la nuestra «despuntan las fuerzas que logran articular ese nuevo ethos, conformando un nuevo sentido común y logrando rearticular el lazo social».
A qué retos deberían dar respuesta las fuerzas democráticas que pretendan hoy reconstruir una patria (que entiende como un nuevo consenso social ) , se pregunta CR. Éste es el gran reto para la política que viene. No habrá cambio «sin un horizonte capaz de articular una mayoría nueva, una nueva voluntad general: pero para ello se requiere un «liderazgo intelectual y moral» capaz de integrar las razones del otro». Una nueva centralidad que habría que pensar «como un nuevo centro de gravedad que desplaza y reagrupa el campo entero en torno a sí, en posiciones definidas desde ese centro». Esto es re-fundar la totalidad: al contrario que un partido, nos recuerda CR, «una nación siempre es un todo, decía Gramsci».
Los viejos ejes, en su opinión, se quedan demasiado estrechos para un patriotismo democrático a la altura de las dificultades del presente. «Patriotismo no es derecha etnocentrista; Democracia no es izquierda cosmopolita». El nuevo patriotismo que se nos propone es soberano: «construye un pueblo donde lo nacional y lo popular coinciden. Construye una democracia soberana que da voz a una voluntad general constituida como sujeto político y que no quiere plegarse a la globocracia de la gobernanza neoliberal». Construye, en definitiva, «una comunidad de pertenencia frente a los poderes salvajes del libre mercado. Esta comunidad es cuidado de lo común, y ello significa: feminista, ecologista y no xenófoba». Desde un feminismo hegemónico, «replantea la totalidad del vínculo social, reconstruyendo también la masculinidad y buscando relaciones más libres, iguales y plenas». Ofrece, además, «sentido colectivo frente a las angustias y miedos del desierto neoliberal, pero se posiciona firmemente contra la xenofobia y la cobarde victimización del débil», recordando, por supuesto, «que Occidente es una trituradora de identidades colectivas a lo largo y ancho del globo, y que parte de los conflictos contemporáneos emergen de que pueblos tratan de recomponer sus cualidades cómo y dónde pueden».
Como el término-concepto nacional-popular se usa con frecuencia (la autora lo acaba de hacer), no estará de más recordar esta caracterización , también de José Luis Martín Ramos, que marca una excelente línea de demarcación con tra usos y lecturas nacionalistas: «Izquierda nacional-popular (fórmula gramsciana), nacional y de clase (fórmula de definición del PSUC), e internacionalista en ambos casos (el internacionalismo supone la identidad nacional y es la antítesis del nacionalismo como expresión política «suprema» de la nación)».
El patriotismo democrático que postula CR «defiende la soberanía cultural de los pueblos y la reconstrucción ecologista del vínculo con el medio ambiente, frente a un universalismo abstracto que no se ha realizado como Bien universal, sino como espacio descualificado, hipnótico, glacial, uniforme cuyo sujeto es un ser narcisista y desarraigado: el consumidor contemporáneo» [4]. De hecho, «estas últimas décadas nos enseñan que una sociedad que ofrece individualidades puras, separadas de todo mito o pulsión comunitaria, es una fábrica de consumidores de antidepresivos, de adictos a una sexualidad auto-referencial y cosificadora, de buscadores frenéticos de pertenencia sólida que son carne de cañón para formas políticas extremistas y ultras, como agudamente retratan las novelas de Houellebecq». La única salida al nihilismo neoliberal, sostiene la autora, «será suscitar un nuevo interés por una empresa colectiva, por una nueva totalidad: refundar el lazo comunitario y cobrar conciencia de unidad de destino en una patria común frente al desarraigo global».
Desde esta coyuntura, concluye CR, «cabe pensar un nuevo patriotismo democrático que articule el orden en clave no reaccionaria, que ofrezca seguridad, bienestar, pertenencia y protección». Propone finalmente ocho claves para discutir y pensar este patriotismo democrático, que piensa desarrollar en próximos artículos: «1. Democracia. 2. Soberanía. 3. Pueblo(s). 4. Feminismo. 5. Inmigración. 6. Ecologismo. 7. Identidad. 8. Conservación, progreso, reacción».
Hasta aquí Clara Ramas.
En las reflexiones que su artículo ha suscitado en la misma página de CTXT pueden verse diferentes tipo de comentarios. Este, por ejemplo, no tiene la cortesía y la duda metódica como virtudes destacadas:
Republicanismo democrático (en toda su extensión), eso es simplemente lo que bastaría.. Y que estaba muy vivo en el manifiesto «Mover Ficha». El populismo «democratico» que hay detrás de tu música, por mucho que intentéis secuestrar a Polanyi, a Gramsci o incluso a W. Stretcht suena en el fondo a la cháchara vacía pero llena de ese vómito de eurocomunismo mal digerido y peronismo de la dirección de Podemos. Confronta con el plebiscitarismo, el tacticismo y el bonapartismo de la dirección de Podemos y el rojopardismo vergonzante que el reciente blanqueo del postfascismo de Salvini por Monereo y Anguita van apuntando. Mientras tanto, sólo parece una versión 2.0 de lo de estos, revestida de palabras chachis. El blanqueo del blanqueo. También podrías confrontar con el rechazo en bloque a todo sentido republicano y socialista de la democracia rondando el nihilismo que hay hasta en los críticos más lucidos de Podemos pero para eso haría falta que pudierais [las cursivas son mías]
Lo firma «MIG». Tampoco este breve comentario Marta Casares se sale: «Patriotismo democrático, el lema de la Falange Auténtica????». Este, en cambio, firmado por «Cayetano», tiene otro tono, otro alcance:
Mig ya había leído el artículo que enlazaste y que ahora has pegado literalmente, antes de hacer los comentarios, siento decirte que calificar a Podemos o su dirigencia de tal o cual, no afecta para nada la sustantividad de la propuesta que realiza Clara Ramas. Que tu réplica no llega a ser alternativa por quedarse en una retaila de epítetos sin proposición sustantiva alguna. Y una vez más, recordarte que el avance de la ultraderecha no es más que un síntoma del vacío que ocupan, por incomparecencia de respuesta alguna por las izquierdas, hasta ahora de ninguna de ellas, viejas, nuevas, reconocidas o nóveles. Por ello, te rogaría etiquetar menos y avanzar sin miedos al analizar y dar alternativas al cambio de paradigma socio-económico al que asistimos, centrarte en lo sustantivo y proponer razones, argumentos, vías de respuesta. Todo ello, sin denostar pese a discrepar, sin atrincherar pese a diferenciarse, con el ánimo de no buscar enemigos o adversarios, donde existen compañeros de viaje antiracistas y antifascistas, con independencia de que seamos más o menos uniformes. Un cordial saludo.
Me detengo ahora, éste es la finalidad básica de esta nota, en la respuesta que Juan Domingo Sánchez Estop [JDSE] [5] publicó en CTXT también el pasado 17 de septiembre. «Comentarios a un artículo de Clara Ramas. Sobre patrias democráticas y otros peligrosos oxímoron» [6] es el título
El artículo de CR se integra, asegura JDSE, «dentro del esfuerzo de la dirección de grupos políticos populistas como Podemos por dar nueva legitimidad y lustre al término «patria»». Puede ser… o puede no serlo, en todo caso JDSE se limita a afirmarlo, y no parece que la dirección de Podemos, incluso la de Unidos Podemos, insistan mucho en el uso de este término que, de entrada, no es de uso exclusivo de la derecha. De hecho, en .Cat, el término Patria (y términos afines: nación, países catalanes) es usado con frecuencia por un grupo que se considera, nada más y nada menos, que la izquierda revolucionaria comunista de los Países Catalanes (sea lo que sea lo que esta denominación incluya o delimite).
Para ello, prosigue JDSE, para dar lustre al término «patria», «se ha venido proponiendo que ese término adquiera, además de la tonalidad afectiva que ya añade a la idea de nación, contenidos progresistas, sociales y emancipatorios siguiendo el ejemplo de los populismos de izquierda de América Latina».
«Populismos de izquierda» parece incluir aquí fuerzas que, de entrada, no parecen populistas en el sentido usual de la palabra. Por ejemplo, el Partido Comunista de Cuba no es, según todos los indicios disponibles, una formación populista y ha usado y usa con frecuencia el término-concepto Patria.
El problema que se plantea con este término en España, sostiene JDSE, es triple: 1) a diferencia de los países de América Latina, «España no es un país ex-colonial sino un antiguo imperio, por lo cual la apelación a la patria tiene más una tonalidad de dominación que de emancipación»; 2) a diferencia de Francia, «en España no triunfó revolución alguna, sino una de las más sanguinarias contrarrevoluciones, la dirigida por el general Franco, por lo cual las apelaciones a la patria son indisociables [el énfasis es mío] del Estado y de los lemas de sus aparatos represivos como la Guardia Civil, la Legión u otros cuerpos e institutos armados»; 3) por último, señala JDSE, el término patria es de «difícil manejo en un contexto como el español en el que la pluralidad de nacionalidades y lenguas hace imposible una identificación sentimental universal y exclusiva como la que reclama para sí el significante patria» [la cursiva es mía]
Conviene detenerse un momento. La pluralidad española de nacionalidades y lenguas no es un caso tan singular. Ni el catalán, ni el vasco, ni el gallego, ni la fabla, ni el bable ni el castellano, impiden de entrada identificaciones generales. Tampoco vivir en Cataluña, Euskadi o Galicia, a no ser que se mantengan posiciones nacionalistas excluyentes. O Cat o Es pero no Cat y Es.
En España triunfó ciertamente una contrarrevolución sanguinaria (triunfo que también sucedió en otros países hermanos) pero no toda la historia de España en estos dos últimos siglos de puede reducir a ese triunfo. Que las apelaciones a la patria hayan estado vinculados durante unas cuatro décadas a cuerpos represivos como la Guardia Civil no significa que ello haya sido así siempre ni que siempre que tenga que ser así. De historiadores como José Luis Martín Ramos y de filólogos-filósofos como Joaquín Miras hemos aprendido cosas como las siguientes:
1. Decir o insinuar que España solo es o sólo ha sido un imperio es tan o más falso que decir que es solo un estado, tesis muy extendida por cierto en ámbitos nacional-secesonistas .Cat
2. Negar que pueda haber como una identificación sentimental universal con el «término» es negar/ rechazar la identidades de la mayoría del pueblo.
3. Reducir toda la historia contemporánea de los doscientos años últimos a la dictadura de Franco una afirmación rara, muy rara. Sería como reducir toda la historia de Francia a los tiempos de la Restauración
4. Sostener que el término de patria corresponde al franquismo es, pido disculpas anticipadas, la menos inteligente y verdadera subordinación cultural al fascismo español precisamente.
5. La concepción de patria, como patria soberana, se formula en España durante la ocupación francesa y en reacción a ella y no excluye -por supuesto que no y esto es un nudo muy importante- conciliarla con una visión plural de esa patria (Antoni de Capmany).
6. Olvida JDSE también algo que conoce muy bien: el republicanismo federal y la Segunda República.
7. No sólo eso, se olvida el carácter de lucha patriótica-democrática que también tiene (en síntesis con sus características de clase) la lucha de 1936/1939 contra el fascismo y la intervención extranjera.
8. Por lo demás, también la cultura antifranquista, a pesar de las dificultades que representaba su manipulación por la ideología hegemónica del franquismo, uso el término «Patria» en bastantes ocasiones. Lo hizo el PCE y lo hicieron grupos como el FRAP, el Frente Revolucionario antifascista y patriótico.
9. Por lo demás, juzgar la historia de España como específica es válido, es historiográfico, a condición de que se afirme que… toda historia es específica y singular. Es un primer paso para salir de esa leyenda negra que está no tanto en la explicación de la conquista de América, sino en esa singularización de la historia de España frente a todos los demás países europeo-occidentales.
Prosigue JDSE. Ante un ascenso de los populismos de derechas que banalizan hoy el fascismo y su discurso, «parece que según Clara Ramas va siendo hora de que la izquierda recupere al menos en parte ese lenguaje para poder adquirir una posición hegemónica». No es parte de ese lenguaje, porque los términos de un lenguaje no están vacíos de significado, no son meros significantes, y la propuesta de la autora se sitúa en otras coordenadas que nada tienen que ver con esos populismos de derecha. De la misma forma que masa no significa lo mismo en la física newtoniana y einsteiniana, tampoco significa «Patria» lo mismo en cosmovisiones antagónicas que pueden coincidir, muy parcialmente y mucho aparentemente, en su oposición al individualismo antropológico desalmado (en las heladas aguas del cálculo egoísta) del neoliberalismo. La izquierda debe criticar, al mismo tiempo y con la misma contundencia, a la UE neoliberal realmente existente y a las políticas de Salvini y sus amigos [7].
CR señala JDSE «lo hace mediante un texto sorprendente, que rompe las barreras antes existentes en la izquierda y realiza un extraordinario ejercicio de reapropiación de la retórica falangista para recuperar y resignificar el término «patria» como patria democrática, feminista, ecologista y centrada en los cuidados».
¿Patria es un término falangista en exclusiva? ¿Nadie había hablado de Patria antes de la Falange? ¿Nadie más puede usar la palabra Patria, dotándola de otro contenido, después del uso falangista? Ya hemos hablado de ello. No se me entenderá mal si digo que JDSE ha caído en un recurso fácil: simplificar en exceso, hasta la desfiguración, la posición criticada.
Esta patria, de nuevo es JDSE quien habla, «busca contraponerse al caos generado por el neoliberalismo, que es visto por la autora como fuente de desorden y no como un modo de regulación de las economías y sociedades capitalistas en el que vivimos desde hace más de cuatro décadas». El desorden que señala CR es precisamente ese no-orden, el irracional, destructivo e incluso criminal «modo» de regulación de las sociedades capitalistas. Frente al caos y la inseguridad provocados por la crisis, prosigue FDSE, «es necesario recrear «comunidad»; la autora percibe en este empeño una cierta identidad entre sectores políticos abiertamente xenófobos y racistas y movimientos populares de resistencia a los efectos sociales del neoliberalismo». La identidad no es tal, ya se han comentado las diferencias. La comunidad que propone la autora (me apoyo aquí en reflexiones de Joaquín Miras) es una comunidad autoelegida entre todos, contra y frente de lo que subyace al mito liberal, que es una pseudocomunidad de personas mediadas por cosas, una realidad efectiva que opera a nuestras espaldas y que nos es ajena y nos domina,
Por otro lado, ya concluyendo JDSE, «la autora hace gala de un idealismo radical en su método, coincidiendo en ello con otros escritores políticos españoles actuales». No se citan esos otros escritores españoles actuales, pero es evidente que no hay en el artículo de CR ningún método propiamente. Por lo demás, en sus artículos y ensayos, como también los de Michael Heinrich, hay páginas luminosas sobre los conceptos, nada unívocos ni fáciles de delimitar, de idealismo y materialismo.
Este método, prosigue JDSE, «abandona sistemáticamente toda perspectiva que tenga en cuenta la base material (al menos en este artículo, ya veremos en los siguientes) y se limita a una crítica moralizante de la realidad». ¿Dónde está esa crítica moralizante en lugar de la perspectiva materialista que, más allá del fácil uso del término «moralizante», no está reñida con las críticas morales? El lugar de entender la realidad, añade JDSE, «prefiere ridiculizarla, lamentarla o maldecirla». ¿Dónde, cuándo, cómo? ¿Ha leído JDSE el artículo que comenta sin preconcepciones previas? ¿Cómo puede afirmar, tal como afirma, que la autora intenta maldecir o lamentar la realidad sin comprenderla previamente?
Sin embargo, de nuevo es JDSE quien habla, «lo que se presenta como un caos y una «disolución» del vínculo social, como la desaparición de las identidades en la globalización, etcétera no dejan de ser unas relaciones sociales de producción bastante precisas que corresponden a la fase actual del capitalismo». Nada de eso es ignorado por Clara Ramas al poner el acento en la arista socialmente destructiva de esas relaciones sociales de producción. A estas relaciones, prosigue JDSE, «a las que corresponden modalidades específicas de la lucha de clases y formas específicas de configuración o recombinación de las identidades». Unas relaciones, prosigue el autor, «que solo existen ya dentro de una nueva geografía de la producción (nos lo están enseñando hoy mismo las luchas a escala europea de los trabajadores de Ryanair, pero antes las de los trabajadores de Uber, de los Sioux de Dakota, etc.), que la autora prefiere ignorar en lugar de pensar el modo de resistir a la explotación y la dominación en el marco material y geográfico existente».
Desde luego que CR no prefiere ignorar nada, como cualquiera de nosotros, y pretende hablar con la máxima documentación. Ninguna de las luchas populares que cita JDSE, estoy seguro de ello, son ignoradas por ella. Aunque así fuera: ¿y qué? ¿Cree que JDSE que CR no tiene ni idea de las nuevas formas de luchas de las clases trabajadoras en España, en Europa o donde sea? ¿Cree JDSE que CR ignora en qué consiste esa «nueva geografía de la producción»? ¿No está creando de nuevo un muñeco de trapo para golpear mejor?
A ello, de nuevo es JDSE quien habla, «prefiere la autora un auténtico planteamiento hobbesiano en variante progre, en el cual la respuesta al caos y la inseguridad no es la organización de las resistencias sociales partiendo de la diversidad realmente existente, sino la creación de una auténtica palabra de mando, «patria», por la que un mando político enérgico enderece a cada uno de los países hacia su destino nacional, haciéndoles recuperar su identidad, más allá del «caos» y de la lucha de clases realmente existente». Lo escrito, simplemente, es una descalificación. Sin ton ni son. Y por cierto, muy poco materialista. La coletilla -«se trata de regresar a una supuesta soberanía de los Estados como única base posible de la democracia, en un tiempo en el que esa soberanía solo existe en su aspecto represivo y ha perdido toda posibilidad efectiva de intervención sobre una base material que ya no está sometida al dominio territorial de ningún Estado»- no es un buen análisis, muy lejos de ello, de los poderes reales de los Estados, que, por supuesto, no son aléficos, no son infinitos ni omnipotentes, y sin ignorar, claro que no, el poder creciente de las corporaciones. ¿El gobierno japonés, el estado japonés, por poner un ejemplo lejano de una potencia capitalista, no ha intervenido, de manera subordinada, en la hecatombe de Fukushima? ¿No ha intervenido el gobierno alemán en un sentido muy distinto por ejemplo? ¿Los Estados, a día de hoy, son solo mecanismos represivos? ¿Han perdido toda posibilidad efectiva de intervención?
Althusser, concluye JDSE, «hablaba con ironía de cierto marxismo que ve en la lucha de clases un enfrentamiento entre dos grupos humanos perfectamente identificados, equipados y hasta uniformados, como si fuera un partido de rugby o de fútbol». Esta ilusión «se basa en el prejuicio sociológico que hace preceder las clases a su lucha, cuando las clases solo son el resultado de unas relaciones sociales concretas basadas en la expropiación y la explotación». No creo que CR tuviera muchas objeciones a lo apuntado. Sí tal vez a esta formulación: «La lucha de clases precede a las clases, lo cual abre naturalmente un gran margen para que estas tengan una composición harto compleja y contradictoria, como la que hoy conocemos», en la que el término «preceder» no parece ser el más ajustado. ¿Lucha de clases antes de que existen esas clases que probablemente se formen en esa misma lucha?
Muchos son, apunta de nuevo JDSE, «quienes frente a la complejidad de las nuevas formas de explotación y resistencia prefieren afirmar que la lucha de clases ha desaparecido por incomparecencia de las clases». Le puedo asegurar a JDSE que esa no es una creencia de CR. Hay quien intenta hacer revivir, golpea JDSE de nuevo, «a la clase obrera mediante una nueva versión del espiritismo, como la que propugna Daniel Bernabé en su panfleto contra la «diversidad», pero Clara Ramas prefiere sencillamente ignorarla». ¿Qué prefiere ignorar Clara Ramas? ¿La diversidad, la lucha de clases, las clases en lucha,..?
La «argumentación» prosigue por ese sendero: «1. El antagonismo de clases es sustituido por una oposición abstracta y binaria entre soberanía y «globocracia», pueblos y finanzas que recuerda mucho a la dicotomía mussoliniana entre las «naciones proletarias» como Italia y las «naciones plutocráticas» de orientación cosmopolita. La solución propuesta va por el mismo camino: recuperar la patria, la soberanía, el sentido del Estado, eso sí en sentido ‘democrático»». 2. «Sin embargo, nada de eso habría chocado al pensamiento fascista, pues este se mueve, como nos enseñaba Jean-Pierre Faye en sus Lenguajes totalitarios, por unión de términos con sentidos contradictorios: «nacional-socialismo», «revolución conservadora», «nacionales de todos los países uníos» y -por qué no- «patriotismo democrático» puesto que, como sostiene Carl Schmitt, la democracia es la identidad entre gobernantes y gobernados y esta nunca es más pura que cuando existe una plena identificación con el mando, como la que el significante patria reclama». 3. «Sabemos desde Maquiavelo, Spinoza y Marx que la democracia se compadece mal con la estructura de mando separada que se llama Estado, aunque este se presente como una «comunidad de trascendencia» (Errejón) o como «unidad de destino en una patria común frente al desarraigo global». La democracia tiende a eliminar la separación entre gobernantes y gobernados, pero no a través de la trascendencia y de la identificación con un representante o un mando, sino mediante la integración efectiva de la multitud en las instituciones políticas».
Sin entrar en la noción de multitud que aparece en el último enunciado, sólo cabe decir que descalificar no es comprender ni criticar por muchos autores que se usen para impresionar al lector.
Pero quedaba algo más, la estocada final: «Podrá decirse que se trata sólo de ideas, pero esas ideas existen socialmente bajo la forma de palabras con una historia. Puede resultar ingenuo el idealismo de Bernabé, para quien el 11 de septiembre fue un choque de ideas y la historia reciente una lucha de ideas en la que destaca la oposición entre la idea de la diversidad y la, no menos idea, de la lucha de clases (pues tampoco este autor parece preocuparse mínimamente por lo que Marx llamaba «la base material»), pero Clara Ramos da un paso más y nos introduce deliberadamente en gigantomaquias de ideas que serían hoy ridículas si su cercanía al discurso abiertamente fascista no espantara».
¡CR da un paso más y nos introduce deliberadamente en gigantomaquias de ideas que serían hoy ridículas si su cercanía al discurso abiertamente fascista no espantara! Una cosa es la crítica y la otra la dura e injustificada descalificación. El autor, muy puesto en temas psicoanalíticos, lo tiene fácil las razones para entender el cultivo de esta tradición tan poco marxista y tan poco filosófica, a la que parece alimentar una concepción de la discusión teórica en ámbitos de izquierda muy próxima a la idea de la lucha de clases como un partido de rugby, una idea que, como él mismo ha comentado, ridiculizaba, con razón y razones, Louis Althusser.
Notas
1) Clara Ramas es doctora Europea en Filosofía (UCM) e investigadora post-doc en UCM y UC. El Viejo Topo ha anunciado una entrevista con la autora en el número del mes de octubre.
3) Véase Alejandro Nadal, presentación de Elmar Altvater, El fin del capitalismo tal y como lo conocemos, El Viejo Topo, Barcelona, 2012, pp. 7-10.
4) Véase Miguel Candel, El Ser y el no Ser. Crítica la razón narcisista, El Viejo Topo, Barcelona, 2018.
5) Juan Domingo Sánchez Estop, así lo presenta CTXT, es «escritor y filósofo independiente». Colabora con el Centre de philosophie de la ULB en Bruselas. Traductor de la correspondencia de Spinoza al castellano (Hiperión, 1986) y autor de numerosas publicaciones sobre Spinoza, Althusser y el materialismo. Es miembro del consejo de redacción de las revistas Décalages y Demarcaciones . Autor de La dominación liberal-Ensayo sobre el liberalismo como dispositivo de poder (Ciempozuelos, Tierradenadie, 2013, La Habana, Ciencias Sociales, 2015). Finalmente es «e x-miembro del círculo Podemos-Bélgica».
7) Tomado de Carlos Valmaseda. Un reciente llamamiento de académicos de toda Europa se puede resumir en cuatro puntos: 1. Constituir una comisión especial sobre el Futuro en Post-Crecimiento en el Parlamento de la UE. Esta comisión debería debatir activamente sobre el futuro del crecimiento, concebir políticas alternativas para unos futuros de post-crecimiento, y reconsiderar la persecución del crecimiento como un objetivo general de todas las políticas. 2. Incorporar indicadores alternativos en los marcos macroeconómicos de la UE y sus estados miembros. Las políticas económicas deberían ser evaluadas en relación con su impacto sobre el bienestar humano, el uso de recursos, la desigualdad, y la generación de trabajo decente. Estos indicadores deberían tener mayor importancia en los procesos de decisión que el PIB. 3. Transformar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) en Pacto de Estabilidad y Bienestar (PEB). El PEC es un conjunto de normas orientadas para limitar los déficits públicos y la deuda pública. El pacto debería ser revisado para garantizar que los estados miembros puedan satisfacer las necesidades básicas de la ciudadanía, al mismo tiempo que se reduce el uso de recursos y las emisiones contaminantes a unos niveles sostenibles. 4. Crear un Ministerio para la Transición Económica en cada uno de los estados miembros. Una nueva economía que se centre directamente en el bienestar humano y ecológico podría ofrecer un futuro mucho mejor que aquel que estructuralmente depende del crecimiento económico (el enlace con el texto completo: https://www.eldiario.es/ultima-llamada/Europa-llegado-terminar-dependencia-crecimiento_6_814428550.html)
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