Traducido para Rebelión por Germán Leyens.
Por lo menos desde hace doce años el Gobierno de EE.UU. ha tratado agresivamente de lograr el control de la dirigencia de las agencias clave de las Naciones Unidas, incluida la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW) que es central en la disputa respecto al supuesto uso de gas sarín por parte del Gobierno sirio el 21 de agosto.
Sin embargo, a pesar de la evidencia de que esta manipulación estadounidense puede distorsionar los resultados de esos organismos de la ONU de maneras favorecidas por el Washington oficial, la prensa dominante estadounidense usualmente omite este contexto y considera los resultados de la ONU -por lo menos los que coinciden con el gobierno de EE.UU.- independientes y por sobre toda crítica, incluyendo las recientes informaciones de la OPCW sobre la disputa siria.
Por ejemplo los antecedentes del actual director general de la OPCW, Ahmed Uzumcu, raramente se mencionan en las noticias estadounidenses sobre el trabajo de la OPCW en Siria. Sin embargo su biografía suscita preguntas sobre si él, y por lo tanto su organización, pueden ser verdaderamente objetivos con respecto a la guerra civil siria.
Uzumcu, elegido para hacerse cargo del máximo puesto de la OPCW en 2010, es un diplomático de carrera turco que previamente fue cónsul de Turquía en Alepo, Siria, actualmente un bastión rebelde de la guerra por derrocar al presidente sirio Bacher el-Asad; embajador de Turquía en Israel que se ha pronunciado públicamente a favor de los rebeldes y representante permanente de Turquía en la OTAN, dominada por EE.UU. y otras potencias occidentales hostiles a Asad. Turquía, el país de origen de Uzumcu, también ha sido un apoyo principal de la causa rebelde.
Aunque la historia de Uzumcu no significa necesariamente que presione a su personal para que sesgue los resultados de la OPCW contra el gobierno sirio, es probable que su objetividad se pudiera poner en duda a la vista de sus pasados puestos diplomáticos y los intereses de su Gobierno. Además, incluso si Uzumcu estuviera inclinado a desafiar a Turquía y a sus aliados de la OTAN -e insistiera en ser objetivo en su enfoque respecto a Siria- seguramente recordaría lo que sucedió a uno de sus predecesores cuando afectó los intereses geopolíticos de EE.UU.
Esa historia de la forma en que la única superpotencia mundial puede influenciar supuestos organismos intermediarios imparciales de la ONU se recordó el lunes en un artículo de Marlise Simons en el New York Times, en el que describe cómo el gobierno de George W. Bush hizo caer al director general de la OPCW, Jose Mauricio Bustani, en 2002 porque se le consideraba un obstáculo para la invasión de Irak.
Bustani, reelegido en su puerto de forma unánime menos de un año antes, describió en una entrevista en el Times que el emisario de Bush, el subsecretario de Estado John Bolton, entró a su oficina y le anunció que le iban a despedir.
«La historia tras la destitución [de Bustani] ha sido tema de interpretación y especulación durante años y el señor Bustani, diplomático brasileño, ha mantenido un bajo perfil desde entonces», escribió Simons, «pero ante el hecho de que el organismo se convirtió en el centro de la atención con la noticia del Premio Nobel [de la Paz] la semana pasada, Bustani aceptó discutir lo que según él fue la verdadera razón: el temor del Gobierno de Bush de que las inspecciones de armas químicas en Irak podrían interferir con la justificación de Washington para invadir ese país. Varios funcionarios involucrados en los eventos, entre ellos algunos que se pronunciaron públicamente al respecto por primera vez, confirmaron su opinión».
Bolton, un neoconservador de habla muy directa que posteriormente se convirtió en embajador de Bush en las Naciones Unidas, insistió en una reciente entrevista en el New York Times en que Bustani fue despedido por incompetencia. Pero Bustani y otros diplomáticos cercanos al caso informaron de que la verdadera ofensa de Bustani fue que llevó a Irak a aceptar las convenciones de la OPCW de eliminar las armas químicas, precisamente cuando el Gobierno de Bush planificaba centrar su campaña de propaganda para invadir el país en el supuesto arsenal secreto de armas de destrucción masiva.
La destitución de Bustani ofreció a Bush un camino más despejado para la invasión al permitir que atemorizara al pueblo estadounidense con las perspectivas de que Irak compartiera sus armas químicas y posiblemente una bomba nuclear con los terroristas de al Qaida.
Restando importancia a la insistencia de Irak de que había destruido sus armas químicas y de que no tenía un proyecto de armas nucleares, Bush lanzó la invasión en marzo de 2003, solo para que el mundo descubriera posteriormente que el gobierno iraquí decía la verdad. Como resultado de la guerra de Irak han muerto cientos de miles de iraquíes, así como casi 4.500 soldados estadounidenses, y un coste para los contribuyentes de EE.UU. que asciende a billones [millones de millones] de dólares.
La intimidación de Bush
Pero la intimidación de las agencias de las Naciones Unidas por parte de EE.UU. no comenzó ni se detuvo con Bustani de OPCW. Antes de la destitución de Bustani, el Gobierno de Bush empleó tácticas semejantes contra la Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU, Mary C. Robinson, quien se había atrevido a criticar los abusos de los derechos humanos cometidos por Israel y la «guerra contra el terror» de Bush. El gobierno de Bush cabildeó fuertemente contra su nuevo nombramiento. Oficialmente ella anunció que se retiraba por su propia decisión.
El Gobierno de Bush también impuso la salida de Robert Watson, presidente del Panel Intergubernamental del Cambio Climático [IPCC] patrocinado por las Naciones Unidas. Bajo su dirección, el panel había llegado a un consenso de que las actividades humanas, como la quema de combustibles fósiles, contribuía al calentamiento global. ExxonMobil envió un memorando a la Casa Blanca de Bush preguntando: «¿Se puede reemplazar a Watson ahora a pedido de EE.UU.?»
El memorando de ExxonMobil, obtenido por el Consejo de Defensa de los Recursos Naturales mediante la Ley de Libertad de la Información, instó a la Casa Blanca a «reestructurar la participación de EE.UU. en las reuniones del IPCC para asegurar que ningún partidario de Clinton y Gore estuviera involucrado en actividades decisivas». El 19 de abril de 2002, el gobierno de Bush logró reemplazar a Watson por Rajendra Pachauri, un economista indio.
Hablando de su remoción, Watson dijo: «El apoyo de EE.UU. fue, por supuesto, un factor importante. Ellos [el IPCC] recibieron fuertes presiones de ExxonMobil que pidió que la Casa Blanca tratara de removerme». [Para detalles vea «Bush’s Grim Vision» de Consortiumnews.com.»]
Este modelo de presión continuó hasta el Gobierno de Obama que utilizó su propio peso diplomático y económico para colocar a un maleable diplomático japonés, Yukiya Amano, en la dirección del Organismo Internacional de Energía Atómica de la ONU [OIEA], que jugaba un papel crucial en la disputa por el programa nuclear de Irán.
Antes de su nombramiento, Amano se había presentado como un sujeto independiente que resistía la propaganda estadounidense-israelí sobre el programa nuclear iraní. Pero entre bastidores se reunía con funcionarios estadounidenses e israelíes para coordinar la forma de servir sus intereses. Su expresión de dudas sobre un proyecto de bomba nuclear iraní fue solo un truco teatral para intensificar el impacto posterior si declaraba que Irán ciertamente estaba construyendo un arma nuclear.
Pero esa estratagema fue arruinada por la filtración del soldado Bradley Manning de cientos de miles de páginas de cables diplomáticos estadounidenses. Entre ellos había informes de la colaboración secreta de Amano con los funcionarios estadounidenses e israelíes.
Los cables de las embajadas de EE.UU. que revelaban la verdad sobre Amano fueron publicados por el Guardian británico en 2011 (aunque fueron ignorados por el New York Times, el Washington Post y otros medios noticiosos dominantes de EE.UU.). A pesar del silencio de los principales medios noticiosos de EE.UU., los medios de internet como Consortiumnews.com, destacaron los cables de Amano, con la intención de que los estadounidenses conocieran los hechos para que no los vuelvan a engañar. [Para detalles vea «Did Manning Help Avert War with Iran?» de Consortiumnews.com.]
Los expedientes sirios
Esta historia es relevante ahora porque la credibilidad de la oficina de armas químicas de la ONU ha sido central en las conclusiones extraídas por los medios noticiosos dominantes de EE.UU. de que el informe de la OPCW sobre el supuesto ataque de armas químicas en las afueras de Damasco del 21 de agosto señalaba al Gobierno sirio como responsable.
Aunque el informe del OPCW no evaluaba formalmente la culpa del ataque, que supuestamente mató a cientos de civiles sirios, el informe incluía detalles que la prensa de EE.UU. y algunas organizaciones no gubernamentales, como Human Rights Watch, utilizaron para extrapolar la culpa del Gobierno de Asad.
Sin embargo algunos, elementos del informe oficial de la OPCW aparecieron adulterados para crear la impresión pública de que el Gobierno sirio realizó el ataque, a pesar de las aparentes dudas de los investigadores del OPCW en el terreno cuyas preocupaciones se minimizaron o se enterraron en cuadros y notas.
Por ejemplo, los inspectores de la ONU encontraron poca evidencia de gas sarín en el primer vecindario que visitaron el 26 de agosto, Moadamiyah, al sur de Damasco. De las 13 muestras medioambientales recogidas ese día, ninguna dio resultados positivos en sarín u otros agentes de guerra química. Los dos laboratorios utilizados por los inspectores también obtuvieron resultados conflictivos respecto a las trazas de residuos químicos del sarín después de su degradación por el intenso calor.
Al contrario, los ensayos en busca de sarín fueron más claramente positivos en muestras tomadas dos y tres días después -el 28-29 de agosto- en el área suburbana oriental de Zamalka/Ein Tarma. Allí, el Laboratorio Uno encontró sarín en 11 de 17 muestras y el Laboratorio Dos en las 17 muestras.
Aunque el informe de la ONU concluye que hubo sarín en Moadamiyah -a pesar de que no pudo identificar efectivamente agentes de guerra química- el informe no explica por qué las muestras del 26 de agosto en Moadamiyah dieron resultados tan negativos mientras las muestras del 28-29 de agosto en Zamalka/Ein Tarma dieron resultados mucho más positivos.
Se podía pensar que las primeras muestras darían resultados mucho más positivos que las muestras posteriores después de dos o tres días de exposición al sol y otros elementos. Una explicación obvia sería que la liberación de sarín se concentró en el suburbio oriental y que los residuos aislados detectados en el sur provenían de otros factores, como falsos positivos de productos químicos secundarios, especialmente en el Laboratorio Dos.
Si el ataque del 21 de agosto se concentró en Zamalka/Ein Tarma como sugieren los resultados de la ONU, eso indicaría un uso mucho menos amplio de armas químicas de lo que sugería un estudio del gobierno de EE.UU. La supuesta amplitud del ataque sirvió de argumento primordial para culpar al Gobierno sirio a la vista de su capacidad militar mayor que la de los rebeldes.
Afirmaciones de Obama
Ese punto fue recalcado por el presidente Barack Obama en su discurso televisado a toda la nación el 10 de septiembre cuando afirmó que 11 vecindarios habían sufrido bombardeos químicos el 21 de agosto. [Vea «Obama Still Withholds Syria Evidence.» de Consortiumnews.com.]
Sin embargo, incluso la «evaluación gubernamental» estadounidense del ataque, emitida el 30 de agosto, que culpaba explícitamente al Gobierno sirio, sugirió que los informes iniciales con respecto a casi una docena de objetivos alrededor de Damasco podrían haberse exagerado. Una nota al pie contenida en un mapa publicado por la Casa Blanca de los supuestos sitios del ataque dice:
«Los informes de ataques químicos originados de algunos sitios pueden reflejar el movimiento de pacientes expuestos en un vecindario a hospitales de campo e instalaciones médicas en el área circundante. También pueden reflejar confusión y pánico provocado por la continua descarga de artillería y de cohetes e informes de uso de agentes químicos en otros vecindarios».
En otras palabras, las víctimas de un lugar podrían haber ido a clínicas de otros vecindarios, creando la impresión de un ataque más generalizado que el que realmente ocurrió. Esa posibilidad podría parecer subrayada por los resultados divergentes de los inspectores de la ONU cuando tomaron muestras de suelos y otras ambientales de las áreas sureñas y orientales y obtuvieron resultados sorprendentemente diferentes.
Los inspectores de la ONU también revelaron hasta qué punto dependían de los rebeldes sirios para acceder a las áreas de los supuestos ataques químicos y a los testigos y que un comandante rebelde incluso pidió hacerse cargo de la «custodia» de la inspección de la ONU.
En los sospechosos sitios de los ataques, los inspectores también detectaron señales de que la evidencia se había «movido» y «posiblemente manipulado». Respecto al área Moadamiyah, el informe de la ONU señaló: «Fragmentos [de cohetes] y otras posibles evidencias evidentemente han sido manipuladas o movidas antes de la llegada del equipo de investigación».
En el vecindario Zamalka/Ein Tarma, donde aparentemente unos misiles artesanales transportaron el gas tóxico, los inspectores declararon que «los lugares pueden haber sido recorridos por otros individuos antes de la llegada de la Misión… Durante el tiempo pasado en esos lugares, llegaron individuos portando otras municiones sospechosas indicando que semejante evidencia potencial es movida y posiblemente manipulada».
La sabiduría convencional de los medios
Los inspectores de la ONU no llegaron a ninguna conclusión específica en su investigación en cuanto a si las fuerzas del Gobierno sirio o los rebeldes fueron responsables de los cientos de muertos civiles causados por la presunta utilización de gas sarín. Sin embargo importantes medios noticiosos de EE.UU., incluyendo el New York Times y el Washington Post, concluyeron que los resultados implicaban al Gobierno sirio.
Esos informes citaron a «expertos» en armas que afirmaban que el tipo de misiles utilizado y la supuesta sofisticación del sarín estaban más allá de las capacidades conocidas de los rebeldes. Los artículos también decían que los cálculos aproximados de los inspectores de la ONU de las probables trayectorias de los misiles sugerían que los lanzamientos ocurrieron en áreas controladas por el Gobierno y que los misiles caían en áreas dominadas por los rebeldes.
Esos informes de los medios dominantes de EE.UU. no citan los comentarios admonitorios contenidos en el informe de la ONU sobre posible manipulación de la evidencia, ni tomaron en cuenta los conflictivos resultados de laboratorio en Moadamiyah en comparación con Zamalka/Ein Tarma, ni del hecho de que el director general de OPCW es un diplomático de carrera turco. [Para más sobre capacidades rebeldes, vea «Do Syrian Rebels Have Sarin? de Consortiumnews.com.]
Reforzando la sabiduría convencional de que el culpable fue Asad, el secretario de Estado John Kerry y el presidente Obama actuaron para enviar a cualesquiera incrédulos restantes al tacho lunático de los teóricos conspirativos. «Realmente no tenemos tiempo hoy para pretender que cualquiera puede tener su propio conjunto de hechos», dijo desdeñosamente Kerry como respuesta ante las continuas dudas del Gobierno ruso.
El presidente Obama recalcó el mismo punto en su discurso anual ante la Asamblea General de la ONU: «Es un insulto a la razón humana y a la legitimidad de esta institución que se sugiera que cualquiera que no sea el régimen haya realizado este ataque».
No obstante se informa de que los escépticos incluyen a analistas de la inteligencia de EE.UU., que se me dice que han informado personalmente a Obama de la inseguridad de la evidencia. Evidentemente, si el gobierno de Obama hubiera tenido a toda la comunidad de la inteligencia de su parte, no habría sido necesario un dudoso expediente como la «evaluación gubernamental» publicado por la oficina de prensa de la Casa Blanca el 30 de agosto, en lugar de una estimación nacional de Inteligencia que habría reflejado los puntos de vista de las 16 agencias de inteligencia y habría sido publicada por el director de Inteligencia Nacional.
Dudas en el terreno
Y Robert Fisk, un veterano periodista del periódico Independent de Londres, encontró una falta de consenso entre los funcionarios de la ONU y otros observadores internacionales en Damasco, a pesar de los riesgos para sus carreras que enfrentaban al desviarse de la idea convencional de la culpa de Asad.
Fisk escribió: «En un país -por cierto un mundo- en el cual la propaganda es más influyente que la verdad, descubrir el origen de los productos químicos que asfixiaron a tantos sirios hace un mes es una investigación cargada de peligros periodísticos». «No obstante también hay que decir que se han expresado graves dudas por parte de la ONU y otras organizaciones internacionales en Damasco de que los misiles con gas sarín fueron disparados por el ejército de Asad».
«Aunque esos empleados internacionales no pueden ser identificados, algunos de ellos estuvieron en Damasco el 21 de agosto y formularon una serie de preguntas a las cuales nadie ha respondido hasta ahora. ¿Por qué, por ejemplo, iba a esperar Siria hasta que los inspectores de la ONU estuvieran establecidos en Damasco el 18 de agosto antes de usar gas sarín poco más de dos días después y a solo 6 kilómetros del hotel al cual acababa de llegar la ONU?
«Al haber presentado de esta manera a la ONU la evidencia del uso de sarín -que los inspectores obtuvieron rápidamente en la escena- el régimen de Asad, si fuera culpable, seguramente se habría dado cuenta de que las naciones occidentales realizarían un ataque militar.
«Tal como están las cosas, ahora Siria perderá todas sus defensas químicas estratégicas a largo plazo contra un Israel con armas nucleares, porque, si hemos de creer a los dirigentes occidentales, quería disparar solo siete misiles de casi medio siglo de antigüedad contra un suburbio rebelde en el cual solo 300 de las 1.400 víctimas (si hemos de creer a los propios rebeldes) eran combatientes.
«Como dijo una ONG occidental… ‘si Asad realmente quería utilizar gas sarín, ¿por qué, por amor de Dios, esperó dos años y lo hizo cuando la ONU estaba en el terreno para investigar?'»
A estas dudas sobre la historia oficial del ataque con gas tóxico del 21 de agosto se suman la historia de hace 11 años de que el Gobierno de EE.UU. organizó un cambio en la dirigencia de la OPCW de la ONU porque el director general cometió el pecado imperdonable de ser un obstáculo de la prioridad de propaganda geopolítica estadounidense y la pregunta sobre la imparcialidad del diplomático turco que ahora dirige la agencia.
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Fuente original: consortiumnews.com
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