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Cómo una ley antisemita estadounidense ayudó a crear el Estado de Israel y una gran cantidad de problemas

Fuentes: Counterpunch

Traducido del inglés para Rebelión por J. M.

 

Foto de Emmanuel DYAN CC BY 2.0

Shlomo Sand, un notable erudito que estudia cómo los «pueblos», incluido el pueblo judío, se han inventado a través de mitos propagados por historiadores judiciales y políticos, hace una conexión sorprendente pero obvia en su libro The Invention of the Land of Israel (2014).

De hecho fue la negativa de los Estados Unidos -entre la legislación antiinmigratoria de 1924 y el año 1948- de aceptar a las víctimas de la persecución europea de los judíos lo que permitió a los tomadores de decisiones canalizar cantidades algo más significativas de judíos hacia el Medio Oriente. En ausencia de esta estricta política antiinmigratoria, es dudoso que el Estado de Israel hubiera podido establecerse. 

En el mismo libro Sand escribe:

Es justo decir que la legislación [británica] a favor de la Declaración Balfour de 1905 con respecto a los extranjeros, junto con una ley similar promulgada dos décadas después en los Estados Unidos que endureció aún más los términos de la inmigración (la Ley de Inmigración de 1924, también conocida como la Johnson- Reed Act.), contribuyó al establecimiento del Estado de Israel no menos que la Declaración Balfour de 1917, y tal vez incluso más. Estas dos leyes antiinmigrantes, junto con la carta de Balfour a Rothschild sobre la voluntad del Reino Unido de ver favorablemente «el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío»… establecen las condiciones históricas bajo las cuales los judíos serían canalizados al Medio Oriente. 

Según la Oficina de Historiografía de los Estados Unidos, «La Ley de Inmigración de 1924 [Johnson-Reed] limitó el número de ingreso de inmigrantes a una cuota de procedencia nacional. La cuota proporcionó visas de inmigración en los Estados Unidos al dos por ciento del número total de personas de cada nacionalidad a partir del censo nacional de 1890. Excluyó completamente a los inmigrantes de Asia… En todas sus partes, el objetivo más básico de la Ley de Inmigración de 1924 era preservar el ideal de la homogeneidad de EE.UU.» (La ley se revisó en 1952).

En su intención y efecto, la ley, aprobada por las cámaras del Congreso con abrumadoras mayorías, bloqueó a personas de sur y el este de Europa católicas, árabes y judías. A. James Rudin escribe:

El copatrocinador del proyecto de ley -el representante federal Albert Johnson- republicano de Washington, dijo que la ley impediría que «una corriente de sangre foránea, con todas sus ideas erróneas heredadas…» ingrese a Estados Unidos. El senador David Reed, republicano por Pennsylvania, el otro copatrocinador, representó a «aquellos de nosotros que estamos interesados ​​en mantener la existencia estadounidense al más alto nivel, es decir, las personas que nacieron aquí». Pensaba que los europeos del sur y del este (muchos de ellos, católicos y judíos) «llegan enfermos y mueren de hambre. Por lo tanto son menos capaces de contribuir a la economía estadounidense y no pueden adaptarse a la cultura de Estados Unidos».

Como era de esperar, Hitler elogió el acto como una legislación modelo para mantener una población racialmente pura.

Para material de apoyo, véase  Foundations of Holocaust: 1924, Congress Decides No More Jews  -Fundamentos del Holocausto: 1924, el Congreso decide no más judíos- y Trump’s Move to End DACA and Echoes of the Immigration Act of 1924 -Trump acciona para poner fin al DACA y Ecos de la Ley de Inmigración de 1924″-. De este último: «La política era tan desafiante y arrogantemente racista que como escribe James Q. Whitman, profesor de la Facultad de Derecho de Yale, en «Modelo estadounidense de Hitler«, recibió el elogio de Adolf Hitler. «La Unión Americana rechaza categóricamente la inmigración de elementos insalubres y simplemente excluye la inmigración de ciertas razas», escribió Hitler en «Mein Kampf [1925]». Esto, dijo, hizo del país un líder en la preservación de la pureza racial por medio de la política de inmigración».

Bien, de acuerdo, ¿pero cómo la ley de 1924 -que es tan relevante hoy- crea o ayuda a crear el Estado de Israel? Para responder a esta pregunta, debe recordarse (si no, se aprende) que en 1924 muy pocos judíos tenían interés en Palestina. Los judíos ortodoxos, creyendo que Dios había expulsado a los judíos de Tierra Santa (el exilio babilónico), pensaron que era el colmo de la impertinencia de cualquier simple mortal decidir cuándo deberían regresar los judíos. Eso dependía de Dios. Ciertamente no iban a responder a la iniciativa de los llamados judíos ateos del este de Europa, como David Ben-Gurion. Es cierto que algunos ancianos ortodoxos fueron a Tierra Santa a morir (planeando la resurrección más tarde) o a esperar al mashiach (Mesías). Pero no buscaron la creación de una entidad política, un Estado judío. Eso era lo más alejado de sus mentes. En palabras de Sand era una Tierra Santa, no una patria. «El próximo año en Jerusalén» no era una declaración de un programa político. Era una esperanza mesiánica.

Por otro lado el judaísmo reformista se organizó en oposición al entonces pequeño movimiento sionista, que en su visión era falso «judaísmo» idólatra en el que (supuestamente) la sangre y el suelo reemplazaban a Dios, la Torá y el universalismo de los grandes profetas. Los judíos reformistas rechazaron explícitamente que fueran parte de una diáspora. Creían que el judaísmo de hecho representaba una comunidad religiosa mundial que comprendía muchos ciudadanos de muchos países diferentes, de muchas culturas diferentes, no una entidad racial o étnica distinta. (La «sangre judía» era de interés solamente para los antisemitas). De hecho los primeros judíos reformistas se habrían opuesto a la formación del Estado de Israel, incluso si Palestina hubiera sido una «tierra sin pueblo», lo que por supuesto no era.

Como los fundadores de la Reforma pusieron en la Plataforma de Pittsburgh (1885):

Nos consideramos no más una nación, sino una comunidad religiosa, y por lo tanto no esperamos un regreso a Palestina ni un culto sacrificial bajo los hijos de Aarón ni la restauración de ninguna de las leyes concernientes al Estado judío.

A pesar de esta profunda oposición, el movimiento sionista tomó fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, aparentemente como un proyecto humanitario para reasentar a los judíos desplazados de Europa. Pero esto no era más que un movimiento de relaciones públicas, aunque el más efectivo incluso para muchos judíos reformistas. Uno debe saber de que el sionismo nunca fue un proyecto de refugiados. Su intención era «juntar» a toda la diáspora, especialmente para los judíos [que en otras tierras] donde están absortos en la autosatisfacción pecaminosa, en Palestina, el único lugar (así predicaban los sionistas) donde los judíos podían ser «gente normal».»(Al retratar al judío como un extraterrestre en cualquier otro lugar y como un auténtico judío solamente en Israel, el sionismo repetía las opiniones más viles de los antisemitas. De hecho sus líderes temían -¿irónicamente?- que sin el antisemitismo y el antiasimilacionismo no habría ser judío después de un corto periodo de tiempo).

El argumento de Sand es que los judíos del este de Europa y otros estratos de la cristiandad -a diferencia de la mayoría de sus correligionarios más afortunados en países islámicos como Irak- deseaban mudarse a Estados Unidos o a otras partes de Occidente. Al igual que su creador -el escritor Sholom Aleichem- Tevye el lechero de El violinista sobre el tejado, no lleva a su familia a Palestina, sino a «Nueva York, Estados Unidos», cuando el terrible zar expulsa a los judíos de Anatevka, su shtetl en la zona de asentamiento en el imperio ruso (El hermano de Tevye se había mudado anteriormente a los Estados Unidos). Su vecino y cuñado, el carnicero Lazar Wolf, está entusiasmado de que sean vecinos, porque irá a «Chicago, Estados Unidos».

Esta actitud fue y se mantuvo típica. Para la mayoría de los judíos que abandonaron sus hogares (por la razón que fuese) Israel fue la última «opción» y solo cuando todas las demás rutas fueron bloqueadas (incluso, por ejemplo, con los judíos soviéticos, por Israel mismo) se ofrecieron subsidios fiscales a los pobres. Después de la crisis de Suez de 1956, la mayoría de los judíos que salieron de Egipto se mudaron a los Estados Unidos, Argentina, Francia o Suiza. ¿Por qué es así? Sabemos por qué.

Si entre las guerras mundiales, dice Sand, los judíos de los países cristianos hubieran sido libres para ir a Estados Unidos, el movimiento sionista habría tenido muy pocas personas con las cuales cumplir su dudoso sueño.

Pero podemos ir aún más lejos. ¿Podría haber ocurrido el Holocausto si los judíos hubieran tenido la libertad de mudarse a Estados Unidos en el período de entreguerras? Recordemos que la Administración de Roosevelt rechazó el barco alemán St. Louis, lleno de casi mil judíos alemanes que huían de los nazis, desde Miami en 1939 bajo las estrictas cuotas de inmigración promulgadas 15 años antes por el presidente republicano Calvin Coolidge, amado por unos pocos libertarios por su supuesta devoción al Gobierno limitante. «Estados Unidos debe seguir siendo estadounidense», dijo Coolidge al firmar el proyecto de ley.

Si los nazis no hubieran desplazado a los judíos supervivientes de Europa central y oriental porque vivían a salvo en Estados Unidos desde la década de 1920, la campaña por un Estado judío en Palestina ciertamente habría fracasado. Piénsenlo: ninguna recomendación de la Asamblea General de la ONU para la partición. Tampoco Nakba ni refugiados palestinos. Inexistencia de un lobby de Israel que distorsiona la política y los recursos. Quizás no hubiera existido el 11 de septiembre. ¡Es alucinante!

Para no poner un punto demasiado fino, podríamos culpar a alguien más aparte de Coolidge: Woodrow Wilson. Fue él quien llevó a los Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial, preparando el escenario para el punitivo tratado de «paz» que declara a Alemania única culpable de la guerra, la aparición de Hitler y su régimen empeñado en la venganza por la indignidad arrojada sobre la orgullosa nación alemana, La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.

No es un mal día de trabajo en la Oficina Oval. Deja que descienda aún más: sin la guerra de Wilson, no habría Tratado de Versalles, sin el Tratado de Versalles no habría Hitler, sin Hitler no habría Holocausto, sin el Holocausto no habría Estado de Israel, sin el Estado de Israel, bueno, entiendes la idea. Por supuesto no digo que todo sería hoy dulzura y luz en el Medio Oriente. Las grandes potencias aún querrían controlar el petróleo, pero la principal fuente de conflictos y guerras en esa región, sin mencionar la inconmensurable corrupción política interna, no se habría materializado.

Dejando a un lado la culpa, podemos decir con confianza que el siglo XX y más lejos aún, se habría visto muy diferente si los Estados Unidos hubiesen acogido -en lugar de despreciar- con beneplácito a los inmigrantes. ¿Qué dices tú, Donald Trump?

 Sheldon Richman , autor de America’s Counter-Revolution: The Constitution Revisited, mantiene el blog Free Association, es miembro senior y presidente de los fideicomisarios del Center for a Stateless Society y editor colaborador en Antiwar.com. También el editor ejecutivo de The Libertarian Institute.

Fuente:  https://www.counterpunch.org/2018/06/05/how-an-anti-semitic-american-law-helped-to-create-the-state-of-israel-and-a-whole-lot-of-trouble/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.