El centro y la izquierda en Israel han fracasado en ofrecer una estrategia progre lúcida capaz de contrarrestar la agenda kahanista de la extrema derecha, dejando al público israelí sin más opción política que la derecha.
Este es un fenómeno prácticamente desconocido en el resto del mundo. En Israel, la izquierda tiene un espíritu conservador: calcificado, vacilante, engañoso y cobarde. Y la derecha es el movimiento revolucionario, sin restricciones, un movimiento que dice exactamente lo que piensa.

Normalmente, la radicalización de la derecha provoca la radicalización de la izquierda. Pero en Israel ha sucedido lo contrario. A medida que la derecha se volvió más extrema, la izquierda se desplazó hacia el centro. Cubrió sus posiciones con niebla, corrió detrás de la derecha, intentó imitarla y terminó con lo peor de todos los mundos.
Cuando Donald Trump llegó a la presidencia de USA, la reacción de la izquierda no tardó en llegar. El bloque liberal se radicalizó y se volvió más progresista. Pero cuando el kahanismo llegó al poder en Israel, la izquierda no solo no se radicalizó, sino que intentó acercarse a las posiciones del gobierno.
Cuando el gobierno de Netanyahu presentó un proyecto de ley rechazando el establecimiento de un Estado palestino, el otro bloque lo apoyó en gran medida. Cuando la Knéset votó a favor de instaurar la pena de muerte para terroristas –uno de los proyectos de ley más racistas y fascistas jamás presentados aquí–, el bloque opositor se ausentó del voto. La respuesta al espíritu kahanista ha sido lamentable.
El kahanismo –que, como escribió acertadamente Ravit Hecht el 14 de noviembre en la edición hebrea de Haaretz, se ha convertido en el mayor movimiento popular en Israel desde el 7 de octubre de 2023– está jugando frente a una portería vacía. En lugar de que la izquierda respondiera agudizando sus posiciones, respondió volviéndolas más vagas. La izquierda conservadora se congeló.
Ya no existen posiciones de extrema derecha consideradas ilegítimas. Y ya no existen posiciones de izquierda consideradas legítimas. Cualquier murmullo semizquierdista es traición. Basta escuchar los canales de televisión: no se oye allí ninguna voz subversiva.
Esta situación fue creada conjuntamente por la izquierda y los medios. Proponga cualquier crimen de guerra –desde limpieza étnica hasta aniquilación– y será considerado legítimo. Proponga algo moral, democrático, humano o conforme al derecho internacional, y será silenciado. La izquierda y el centro, que deberían haberse radicalizado como ocurrió en USA, tartamudean de miedo.
La derecha está a favor del genocidio y de la transferencia de población. Pero ¿qué propone la izquierda?
Las atrocidades cometidas por Hamás en el sur de Israel y la guerra en la Franja de Gaza dieron alas a todos los caprichos fascistas más delirantes: colonizar Gaza, expulsar a los palestinos al Sudán, ejecutarlos, torturarlos, golpearlos, arrasar y destruir. Se podría haber esperado que la izquierda ofreciera contrapropuestas igual de radicales. Pero no en Israel. Reinó el silencio ante todo lo que hizo la derecha.

Durante dos años, no ha estado claro si el bloque no derechista estaba a favor o en contra de la guerra, si reconocía que se había cometido un genocidio en Gaza o pensaba que se trataba de legítima defensa, si tenía una solución para el problema de Gaza y, en tal caso, cuál era. ¿Está a favor de hablar con Hamás? ¿De introducir una fuerza multinacional en Gaza? ¿De liberar a Marwan Barghouti? ¿De proporcionar condiciones humanas a los prisioneros palestinos y a los rehenes? ¿De permanecer en Gaza? ¿De retirarse? ¿De mantener tropas en una zona perimetral dentro de Gaza?
No dijo absolutamente nada. Un gran silencio se extendió sobre el abismo. Su mensaje fue: «Netanyahu, vete a casa», y nada más.
Con una izquierda así, no se necesita a la derecha. Y ni siquiera importa que la izquierda gane. Con una izquierda como esta, sus posibilidades de ganar son mínimas, porque ¿quién la necesita?
En el momento en que el kahanismo se adueñó del debate público, se volvió necesario ofrecer una conversación alternativa, centrada en propuestas tan radicales como las de la derecha. La izquierda debería haber cultivado su propio kahanismo ideológico: ideas claras y tajantes, sin los crímenes del original.

Una guerra como la que acaba de terminar debería haber generado una conversación que abordara los grandes temas en lugar de centrarse en trivialidades. Debería haber generado un bloque que dijera: «Hemos probado el camino de la derecha y nos ha llevado al borde del abismo. Aquí está la alternativa: abandonar Gaza inmediatamente. Ayudar a reconstruirla. Detener los pogromos en Cisjordania, conceder libertad de movimiento a sus habitantes y permitirles trabajar en Israel. Abrir también Gaza. Proponemos un plan para poner fin a la ocupación y hablaremos con cualquiera dispuesto a hablar, empezando por Barghouti. Proponemos un camino distinto al kahanismo y lucharemos por él.»
Pero volver a legitimar posiciones morales y proponer una verdadera alternativa, al parecer, solo ocurrirá cuando llegue el Mesías.
Y sin duda, él también será de derechas.


