Por décimo cuarta ocasión consecutiva se impuso el sentido común y el apego a la razón de los miembros de Naciones Unidas, al aprobarse por aplastante mayoría de 182 votos contra cuatro, el proyecto de resolución presentado por Cuba condenando el bloqueo impuesto a la isla por Estados Unidos. El rechazo de la comunidad internacional […]
Por décimo cuarta ocasión consecutiva se impuso el sentido común y el apego a la razón de los miembros de Naciones Unidas, al aprobarse por aplastante mayoría de 182 votos contra cuatro, el proyecto de resolución presentado por Cuba condenando el bloqueo impuesto a la isla por Estados Unidos.
El rechazo de la comunidad internacional ha crecido de manera sostenida desde que en 1992, por primera vez Cuba llevara el tema al seno de la Asamblea General del máximo organismo mundial.
En aquella oportunidad inicial el voto favorable a la propuesta cubana fue de 59 países, mientras 71 y 46 fueron las abstenciones y las ausencias, respectivamente. Desde entonces, el número de quienes se oponen a la genocida política del imperio ha marchado en sentido directamente proporcional a la aplicación de una legislación extraterritorial, marcadamente injerencista que perdió los limites de la cordura y las más elementales normas de las relaciones entre las naciones.
No son pocos en Europa y otras latitudes (incluso aliados tradicionales de la Casa Blanca) e intereses norteamericanos los que han sido alcanzados y afectados por el mecanismo policíaco creado y que ha llegado al extremo de perseguir por todo el orbe los flujos financieros cubanos.
Difícil resulta comprender la obstinación estadounidense de mantener a toda costa posiciones anacrónicas, insostenibles por su absoluta falta de argumentos. Tal empecinamiento es típicamente imperial y ha sido históricamente recurrente en la política exterior de Washington: imponerse frente al criterio prácticamente unánime de la comunidad de naciones.
Durante décadas, es válido recordarlo, EE.UU. hizo caso omiso de la mayoría para mantener su respaldo al régimen del apartheid y al colonialismo portugués o en su negativa a reconocer los legítimos derechos de la República Popular China.
A la postre, los racistas sudafricanos fueron derrotados y volaron en pedazos, las colonias portuguesas alcanzaron la independencia y China emergió como un poderoso estado socialista, cuya existencia resulta hoy decisiva en el curso mundial de los acontecimientos.
Aunque la votación alcanzada el pasado año, como las obtenidas a partir del 2000, parecían insuperables, la de ahora establece un récord.
En estas 14 oportunidades los votos en contra, incluidos el de los propios Estados Unidos y su obediente subordinado israelita, han sumado solo en tres ocasiones la exigua cifra máxima de cuatro.
La soberbia y prepotencia del emperador Bush mantendrá el bloqueo, pero lo hará, como hasta ahora, desafiando la voluntad del planeta y en franca acometida contra el curso inexorable de la historia.
Expresión de la orfandad ética y moral en que se encuentra, fue la negativa de sus representantes a participar en el debate de un tema en el cual deviene el principal encausado.
Se trata de una inequívoca demostración de que muy poco puede hacer el poderío económico y militar frente al valor de quien está armado con razones y sólidas ideas. Cuba no desmayará en reclamar su derecho al libre ejercicio del comercio y continuará librando esa batalla persuadida, como todos los hombres y mujeres sensatos del orbe, que más temprano que tarde su justo reclamo vencerá. El bloqueo estadounidense contra el pequeño territorio antillano quedará, a no dudarlo, relegado como una de las tantas aberraciones imperiales destinadas al baúl de los tristes recuerdos.