Traducción al español: Atenea Acevedo
¿Estamos asistiendo al retorno del conservadurismo presuntamente compasivo?
La élite dirigente estadounidense nuevamente pretende reformular su convencional plan de recuperación empresarial, diseñado dentro del marco de los fallidos conceptos de la teoría económica estándar que llevaron a la economía nacional al borde del colapso en 2001 y en 2007-2008. Después de las teorías dominantes convencionales de estímulo de la demanda y/o la oferta propias de la ideología neoliberal en los últimos treinta años, la élite en el poder propone la continuidad de su mando corporativo y sus calculadas prácticas financieras centradas en un proyecto imperialista a fin de preservar un imperio económico basado en el control de la población nacional. En cada período histórico de crisis económica interna y/o internacional desde la Larga Depresión que marcó el tercer cuarto del siglo XIX la clase dominante estadounidense ha discutido distintos métodos de conquista y, en este momento crucial, su meta sigue siendo la misma: preservar y, si es posible, expandir el imperio.
¿Qué está en juego para las familias trabajadoras estadounidenses en este consenso de conservadores? En síntesis, las familias trabajadoras pueden esperar la caída de su calidad de vida en términos económicos; en lo que respecta a la cultura política, podemos anticipar una continua dilución de la democracia con el auge de un control social autoritario y administrativo desde el Estado corporativo.
Familias trabajadoras, tomen nota: la élite dirigente está a punto de echar más leña al fuego de la guerra de clases que hasta hoy se empeña en negar.
En esta temporada electoral, al igual que durante la historia reciente de Estados Unidos, el espectáculo público del debate nacional sobre problemáticas internas maquilla el indiscutible consenso entre conservadores en torno a la manera más eficaz que encontrará la élite en el poder para dominar al pueblo-nación sin sacrificar ganancias ni poder. Analicemos cómo pretenden lograrlo.
El tufo del acuerdo entre republicanos y demócratas para la consolidación del Estado nacionalista y corporativo en Estados Unidos: el poder de las corporaciones comparado con la democracia popular o el poder del pueblo-nación
Como consecuencia de las aparentes maniobras políticas de la clase dirigente estadounidense podríamos ser testigos indirectos de esfuerzos crecientemente intensos para orquestar una enorme realineación política de fuerzas partidistas nacionales que no se ha visto desde la época de Roosevelt. La élite en el poder parece inmersa en un desesperado y trasnochado proceso que tiene por objetivo presionar a los líderes partidistas hasta lograr un acuerdo entre bambalinas entre los dos partidos del capital corporativo y así preparar el escenario político de un acuerdo postelectoral en los temas económicos. En vista de que las relaciones políticas de los poderes partidistas se encuentran en punto muerto en lo que respecta a la agenda social conservadora que ahora obstaculiza un acuerdo bipartidista en lo relativo a la planeación de la economía en un grave momento de profundo estancamiento económico en Estados Unidos y todas las esferas capitalistas, la élite dominante se encuentra en una coyuntura de enorme precariedad: la agenda social de la derecha sectaria podría estar inhibiendo la formación de un consenso de unidad popular nacional, necesario para consolidar un acuerdo bipartidista hacia un plan de recuperación económica diseñado por las fuerzas corporativas. El poder tiene que encontrar la manera de salir de este aparente callejón sin salida.
En esta intensa coyuntura de profundo impasse de la política interna en un entorno internacional de tenaz crisis económica que se extiende rápidamente en las principales potencias capitalistas del mundo, la élite en el poder parece afirmar su fuerte influencia de clase en la dirigencia de la política partidista en el país. A medida que su influencia política internacional se marchita por constantes cuestionamientos e incluso distanciamientos de antiguos aliados, los dueños del capital corporativo estadounidense se empeñan en reforzar su presencia dentro de las fronteras y consolidar su poderío nacional como palanca para reafirmarse más allá de las fronteras.
A medida que se aproximan los comicios en Estados Unidos vemos que los candidatos de los dos principales partidos son conscientes de que deben negociar alegremente el delicado terreno político y cultural que se extiende entre las problemáticas sociales y las problemáticas económicas del país de tal manera que el vencedor obtenga una mayoría electoral convincentemente sólida a fin de maximizar la influencia necesaria para generar un amplio acuerdo popular capaz de mantener el consenso corporativo previamente aprobado por ambos partidos con miras a un plan de recuperación económica que habría de ponerse en marcha después de las elecciones. Mientras tanto, el espectáculo público de la política no cesa en las televisoras y el resto de los medios.
La política estadounidense ya no es un drama nacional privado: los ojos del mundo están puestos en nosotros
Prácticamente todos los días la prensa internacional dominante nos recuerda, a través de una amplia gama de analistas, que se necesita de la concertada acció n multinacional para diseñar un plan coordinado orientado a la preservación del capital trasnacional entre los principales países de la tríada imperialista: Europa, Japón y Estados Unidos. En lo que ya parece un coro de ansiedades, las principales voces de la tríada, como Ben Bernanke al frente del banco central de Estados Unidos, la Reserva Federal, y Christine Lagarde, directora general del Fondo Monetario Internacional, han enfatizado la necesidad de tomar medidas rápidas y decisivas para poner fin al deterioro de la economía antes de que el mundo del capital empiece a hacer aguas.
Ahora que el drama político estadounidense se manifiesta en todo su esplendor en medio de una intricada esfera internacional de integración económica entre potencias europeas, asiáticas y latinoamericanas, la oligarquía del capital corporativo estadounidense parece insistir en que los dos partidos del capital nacional preparen el escenario desde ya para una rápida solución de los profundos problemas económicos que aquejan al país en cuanto pasen las elecciones de manera que la élite en el poder pueda preservar su papel internacional con otros líderes del capitalismo. No obstante, a medida que cada nueva fase de la creciente crisis política y económica mundial extiende su destrucción, la élite gobernante del capital corporativo en el país empieza a advertir que su simulación política provinciana, hoy manifiesta ante la azorada mirada de sus contrapartes en el resto de los países del centro y la periferia mundial, está profundizando divisiones que obstaculizarán la cooperación que exige un plan económico y financiero capaz de salvar sus propios traseros.
Mientras el candidato republicano Mitt Romney llevó directamente la atención del pueblo a las claras divisiones dentro del electorado, sus comentarios sobre el «47%» que arrojaron las encuestas también llevó indirectamente la atención, dentro y fuera de Estados Unidos, a las numerosas y profundas cuestiones que dividen al pueblo conforme a popularizadas líneas ideológicas que han sido trazadas por múltiples y desestabilizadoras problemáticas sociales, económicas y políticas que podrían causar más problemas al partido que intente afianzar el consentimiento popular requerido para un plan económico nacional que cuente con el consenso de la oligarquía. Al tiempo que intentan arreglárselas para sortear el tema de la precariedad económica y social de los votantes en un cargado entorno nacional, los candidatos a la presidencia tienen que pensar en las reacciones del mundo a cada una de sus palabras.
Ahora que han sufrido la inoportuna vergüenza pública de revelar tan solo una de las muchas fisuras políticas y económicas que afectan a la sociedad política estadounidense, la élite de ambos partidos repentinamente parece comprender las peligrosas implicaciones económicas de los dichos de Romney, dentro y fuera del país, y da muestras de conjugar esfuerzos para minimizar sus efectos postelectorales mediante un rápido intento por restablecer el sentido de unidad nacional en torno a supuesto «valores comunes» y «sacrificios compartidos» necesarios y suficientes para el ejercicio de sus relaciones políticas y económicas en el entorno internacional.
M ás que nunca desde la Segunda Guerra Mundial y el final de una Guerra Fría por demás candente, la amplia y creciente gama de políticas públicas, sociales y económicas, profundamente conflictivas en Estados Unidos hoy incide en el abanico de opciones para atender los problemas de la economía nacional y en la capacidad de diseñar una estrategia postelectoral eficaz, capaz de reafirmar una menguante influencia y poderío en el exterior. En el marco de la interacción entre la debilitada economía nacional y la decadente influencia política y económica allende las fronteras, la oligarquía estadounidense encuentra un limitado margen de acción para su política basada en el «divide y vencerás», su ideología neoliberal y sus prácticas militarizadas y depredadoras de economías ajenas. En tanto posibles mandatarios de un Estado globalizador e imperialista, su incapacidad de asumir un mando convincente en el país socava su credibilidad en el escenario internacional.
Cada vez más limitada por el vaivén autodestructivo entre una política social generadora de discordia y una política económica devastadora dentro y fuera del pa ís, la oligarquía estadounidense se ve empujada por los costos acumulados del imperio a un arriesgado período de repliegue en el ámbito internacional, tanto en lo político como en lo económico. La élite en el poder pide paciencia al resto del mundo mientras se repliega y sangra a las familias trabajadoras estadounidenses. El vertiginosamente cambiante espectáculo de la farsa política nacional es un tardío intento por maniobrar en medio de tres puntos cruciales e interrelacionados de política socioeconómica nacional e internacional que podrían determinar la pendiente del declive de Estados Unidos en el futuro cercano.
Conforme el electorado endurece su postura política y la comunida d internacional se muestra cada vez más impaciente ante las absurdas afirmaciones de un «excepcionalismo estadounidense» que pretende llegar tan lejos como para eximirse de su propia ideología neoliberal en temas como la disciplina monetaria y el control financiero, el llamado urgente del FMI a Europa y Estados Unidos a repensar sus destructivas políticas económicas no solo hace sonar la alarma antes de que la tríada imperialista conformada por Estados Unidos, Europa y Japón se dirija estrepitosamente al caos político; además, coloca a toda la ideología neoliberal del clásico lema del capitalismo «divide y vencerás» bajo la lente crítica de la opinión pública internacional y del escrutinio profesional.
Crisis ideológica y crisis de legitimidad
En tanto principales defensores del neoliberalismo, los ideólogos estadounidenses del clásico capitalismo depredador corren un inminente riesgo de descrédito dentro y fuera del país. Tras haber conseguido erigir una serie de mitos hoy popularmente aceptados en torno al mercado capitalista como supuesto mediador central e imparcial de las decisiones económicas personales y después de haber presentado el arbitraje del mercado como el único rasero aceptable del comportamiento individual e institucional, moral y cultural, ahora enfrentan la políticamente peligrosa tarea de perpetuar el mito en la mentalidad del pueblo mientras el mito mismo se cae a pedazos y sus defensores se empeñan metódicamente en subvertirlo en la práctica. Aunque en público los candidatos hablan en términos de los mitos del mercado, la oligarquía está obligada a maniobrar entre bambalinas para diseñar y poner en marcha un plan nacional de estabilización económica basado en prácticas de estilo corporativo y profundamente antidemocrático. Conforme se evidencia que los métodos corporativos autoritarios han violado los mitos del «libre mercado», la élite en el poder enfrenta dificultades para reemplazar la narrativa del mercado todopoderoso en la mente de la opinión pública con la realidad de la gestión corporativa antidemocrática para controlar la economía.
Además, al haber vinculado una y otra vez los tres pilares (social, político y económico-cultural) de los mitos neoliberales al evangelio social neocalvinista de la derecha, los principales defensores de un plan de gestión tecnócrata de la economía bien podrían haber fabricado los obstáculos sociopolíticos a la expansión de una gestión estatal corporativa. En toda escala social, a medida que las realidades del poder corporativo contrastan con los difundidos mitos de la independencia del mercado, el siguiente intento de administración estatal corporativa tendrá que evadir la gravedad de los mitos populares del individualismo extremo y enfrentar las propuestas de la oposición. en este entorno, para lograr asegurarse una flexibilidad política hasta ahora incontestada, la oligarquía tendrá que reducir la influencia política de la derecha sectaria y religiosa al tiempo que continúa destruyendo los sindicatos que quedan, particularmente los de maestros.
Sin duda la principal prioridad de los corporativistas neoliberales representados por l os demócratas es reducir la influencia de la derecha sectaria y religiosa y, sin abandonar la farsa de presentarse como «el partido de las familias trabajadoras», esforzarse en diluir el de por sí menguante poder de los trabajadores organizados. Si bien estos siguen apoyando de mala gana al Partido Demócrata, las políticas de la derecha sectaria y religiosa son vistas como un obstáculo para la reformulación de una agenda social corporativista que ha de rediseñarse si quiere satisfacer la necesidad de incrementar ganancias y margen de control.
Aflojar la mordaza política de la agenda social de los conservadores
Más allá del deslumbramiento causado por el creciente escrutinio internacional de los cada vez más graves problemas económicos que enfrenta Estados Unidos, la élite en el poder debe aminorar el impacto de la agenda de la derecha sectaria y favorecer su urgente plan económico nacional para consolidar su poder dentro y fuera del país. Un rápido bosquejo de las consecuencias de un consenso postelectoral bipartidista «conservador», neoliberal y socioeconómico que contará con la venia de las corporaciones puede sintetizarse en una propuesta para reconciliar las diferencias en importantes problemáticas de política social a fin de reorientar la atención del pueblo hacia una agenda económica basada en un renovado sentido popular de sentido de economía nacional capaz de permitir a la oligarquía trabajar en pos de una política exterior acordada. Escapar de la mordaza que impone la agenda social de los conservadores no es sino el primer paso hacia el fomento de la aceptación popular de un plan de recuperación económica dirigido por las grandes corporaciones. El segundo paso consiste en atender las cuestiones sociales de atención a la salud y bienestar general de la población. El punto en el que se encuentra la política nacional revela que las prioridades de las grandes corporaciones estadounidenses ocupan el proscenio.
Sin embargo, si el actual plan corporativo neoliberal sigue proponiendo fuertes recortes al gasto so cial, aunados al incremento de diversas modalidades de cuotas por uso y los inevitables impuestos al ingreso, lo más seguro es que despierte la resistencia de las mayorías. Además, a medida que las soluciones a los problemas de la economía nacional se vean cada vez más acotadas por las adversas condiciones del comercio debido a la caída del dólar y el aumento de la inflación, dos factores que agravan el estancamiento de la economía doméstica y avivan las manifestaciones de descontento popular, las opciones políticas tradicionales se ven limitadas y la situación empeora. Es así que la siguiente maniobra necesaria en el drama político nacional será la generación de las máximas condiciones posibles para lograr un consenso popular postelectoral a favor de la convergencia neoliberal corporativista, ¿qué estrategia seguirán?
Generar un nuevo acuerdo y una nueva postura política pública
Si bien la élite republicana lanzó casi de inmediato una movida frenética para limitar el daño político causado por los desafortuna dos comentarios de su candidato respecto del 47%, comentarios que acabaron con una disculpa pública de Mitt Romney, para todos debería estar claro que la suma de la influencia de las élites al frente de ambos partidos, republicanos y demócratas, actualmente busca evitar una profundización de la discordia en el ámbito político. Calculando sin duda el punto de quiebre de la tolerancia de la gente, la élite dominante recurre al llamado de la unidad popular.
Con la meta inmediata de contener el posiblemente inc ontrolable daño que implicaría un electorado cada vez más dividió, tres son las maniobras públicas de los supuestos rivales en la contienda presidencial que evidencian sus tácticas para limitar las consecuencias políticas postelectorales de la creciente desconfianza de los votantes, una desconfianza que se está transformando en frustración e incluso ira. Después de la disculpa pública de Romney, Obama modificó su tradicional estilo agresivo en los debates y, casi al mismo tiempo, hizo un llamado al apoyo popular de un plan nacional de «patriotismo económico», imprimiendo tal vez en la mente de la ciudadanía una nueva versión de proteccionismo, entiéndase el famoso lema «compra lo hecho en Estados Unidos», refiriéndose al consumo de la producción nacional. En los mismos días vimos que ambos candidatos, casi de inmediato, empezaron a promover propuestas más alineadas con los temas convencionales de siempre, propugnando la popular noción de unidad nacional, a saber, los ideales culturales de una igualdad fundada en los derechos y los principios democráticos garantizados por la constitución. Sin embargo, en el actual momento histórico, cuando las profundas brechas sociales en términos de riqueza e ingresos son tan profundas como lo fueron al inicio de la Gran Depresión en la década de 1930, la verdadera amenaza de una recesión en toda regla concreta sus posibilidades en un entorno de deuda como el que sufre Estados Unidos y los votantes de la clase trabajadora difícilmente se mostrarán satisfechos con la retórica de la igualdad sociopolítica cuando el día a día consiste en buscar alternativas para poder cubrir los crecientes costos de la vida.
Así, la siguiente intimidante tarea política de la oligarquía es encontrar la manera de convencer a las familias trabajadora s de aceptar menos; sí, hacer mayores sacrificios al tiempo que dichos sacrificios se ven compensados con beneficios tangibles baratos o premios sociales intangibles sin costo que podrían definirse brevemente como beneficios intrínsecos/personales o sociales que al mismo tiempo favorecen a los propietarios del capital. Ejemplo de ello serían la resolución de la problemática de la atención a la salud y la problemática de la migración, dos temas que pueden incrementar las ganancias de las corporaciones y, simultáneamente, satisfacer el sentido básico de bienestar emocional o seguridad material de la clase trabajadora. El matrimonio entre personas del mismo sexo también podría estar entre los temas capaces de brindar, a bajo costo, tranquilidad social e individual.
¿Igualdad y justicia para todos ?
Mientras la mixta élite en el poder enfrenta el gran reto de recrear para el pueblo alguna noción de medida intangible de igualdad que haga de paño caliente entre la sociedad en un país cada vez más atravesado por las diferencias raciales, étnicas y de clase, además de las numerosas brechas culturales que podrían de hecho dar lugar al menos a dos naciones distintas, desde un punto de vista analítico debemos preguntarnos si la oligarquía es capaz de resolver las problemáticas sociales y económicas de modo tal que se genere un nuevo sentido de acuerdo nacional centrado en lemas cada vez más vacuos que claman «igualdad y justicia para todos», cuando en realidad esa retórica es constantemente contradicha por la descarnada realidad de una política centrada en la clase alta, una política que busca consolidar la concentración de la riqueza y el poder en las pocas manos que conforman la élite dominante. ¿Conservarán las corporaciones el grueso del poder del Estado en un país dividido o el pueblo-nación se unirá para confrontar al Estado corporativo?
En las actuales condiciones económicas, agravadas por las divisiones políticas en torno a la agenda social de los conservadores, condiciones que socavan a toda velocidad toda noción de los principios de igualdad de oportunidades en lo político o lo económico, por no hablar de la importante idea social de equidad en las consecuencias, la oligarquía está cayendo en una intensa farsa política previa a los comicios basada en promesas ambiguas pero plausibles a un electorado cada vez más incrédulo, una farsa que ahora plantea nociones sesgadas de la supuesta compasión de los conservadores. En consecuencia, la élite neoliberal y corporativa se ve obligada a echar mano del ya conocido código del «acuerdo nacional» que, se dice, podría superar las crecientes brechas sociales y económicas abiertamente promovidas por la derecha radical en los últimos treinta o cuarenta años, con la esperanza de que resolver las problemáticas propias de los valores sociales alcance para permitir la imposición de la austeridad postelectoral que sería ampliamente aceptada por las familias trabajadoras.
¿Fantasía y disparate ?
En el actual ambiente sectario que permea al país, mientras los candidatos a la presidencia b uscan el voto presentándose como dirigentes capaces de asumir una responsabilidad fiscal y económica para liderar de la mejor manera el futuro crecimiento de la economía nacional, las relaciones internacionales pautadas por diversas demandas políticas y económicas los obligan a limitar el discurso a determinadas opciones de propuesta aun para plantear las más mínimas medidas necesarias para mejorar los ingresos, no digamos la redistribución de la riqueza. Sin duda, al reconocer que su gama actual de opciones para la economía está restringida por el persistente estancamiento de la economía interna y por la decadencia de su capacidad de maniobra en el exterior, la oligarquía solo puede intentar aminorar las expectativas del electorado en lo que a la revitalización de la economía respecta. Así fue como menguó las expectativas del «dividendo de la paz» al final de la Guerra Fría. Hoy escuchamos a Barack Obama, en sus discursos de campaña, referirse al lento ritmo de recuperación de las familias trabajadoras durante su gestión casi al tiempo que habla de la necesidad de seguir siendo pacientes y perseverantes en lo que, espera, sea su segundo período presidencial.
A la discreta espera, en el mejor de los casos, de una lenta recuperación de la economía, ambos parti dos pretenden promover la reconciliación nacional a partir de la fragmentación social que ellos mismos fomentaron. Acorralados en trincheras políticas y socioeconómicas separadas por un electorado agudamente dividido con base en problemáticas de política social y por prospectos cada vez más exiguos de pronta mejoría económica; ahora los dos candidatos a la presidencia definen, de manera implícita, los nuevos límites de sus condiciones de empatía.
El capitalismo estadounidense entra en la etapa de autodestrucción al devorarse a sí mismo. Para escapar al estancamiento de la economía, el capital necesita expandirse, pero su expansión exige destrucción. A fin de lograr el crecimiento dentro del actual paradigma de cualquiera de sus dos modelos político-económicos neoliberales, el monetarista y el keynesiano, el capitalismo tiene que acabar con las condiciones de su propia existencia: las personas y el entorno físico
Ante la ausencia de un camino fácil para cerrar la brecha de la marcada división social y sin opciones para evitar el empeoramiento del estancamiento de la economía nacional, los dos partidos del capital corporativo estadounidense preparan a sus electores para aceptar la continuidad de los planes de expansión económica internacional que, sin duda, afectarán aún más el nivel de vida de la mayoría de las familias trabajadoras; mientras tanto, la oligarquía estará ganando el tiempo necesario para diseñar métodos sin costo o de bajo costo que frenen la creciente polarización social que hoy divide a grandes segmentos de la población. Conscientes de que un amplio plan bipartidista para recortar los costos de los programas de atención social puede llevar a las familias trabajadoras a hacer a un lado sus diferencias en la agenda social y encontrar un punto de concentración de esfuerzos para impulsar sus demandas económicas como clase trabajadora, muchos en la élite dominante a quienes les gustaría consolidar el consenso entre conservadores al bajísimo costo de sacrificar la noción popular de supuesta identidad nacional común basada en el orgullo y el sentido de objetivos compartidos también tendrán que tomar en cuenta los mínimos costos económicos de satisfacer las necesidades pendientes de las familias trabajadoras estadounidenses mientras fingen atender las problemáticas relacionadas con la deuda externa, el tipo de cambio y el comercio exterior, todos ellos temas planteados con mayor entereza por otros mandatarios de países integrados a la economía mundial. Así, por ejemplo, Romney, carente de un plan sustancial a modo de contrapropuesta al plan de los demócratas neoliberales para estimular la economía, prometió que en caso de ser electo no nombraría nuevamente a Ben Bernanke al frente del Banco de la Reserva Federal. En el marco de las actuales estructuras del pretencioso sistema capitalista estadounidense los dos partidos se encuentran atrapados entre las limitaciones que impondría ampliar la oferta de dinero y los intimidantes resultados socioeconómicos de ir adelante con los recortes presupuestales.
Cada ve z que gira la ruleta de los remedios convencionales para intentar salvar la economía se agotan las opciones de los tecnócratas. Si continúan inflando el dólar corren el riesgo de incurrir en una inflación incontrolable; si continúan recortando los presupuestos la economía colapsará más rápidamente. La oligarquía en el poder parece reconocer que está entrando en un momento histórico marcado por una situación perder-perder que ella misma ha creado. Nos encontramos en un momento crucial donde toda maniobra financiera y económica convencional se vuelve contra sí misma y la ideología neoliberal está perdida en el laberinto del canibalismo. Veamos algunos ejemplos de las vueltas autodestructivas de la ruleta capitalista y sus consecuencias en un círculo vicioso de interacción negativa entre las principales medidas financieras y económicas adoptadas. Dicho sin adornos, a medida que la élite estadounidense en el poder pretende afianzar su postura de poder e influencia en el ámbito internacional cierra sobre sí misma un círculo autoimpuesto de canibalismo y destrucción dentro y fuera de las fronteras. Por ejemplo, en términos macroeconómicos, como lo reconocen muchos economistas del establishment , sean estadounidenses, extranjeros y/o del FMI, los presupuestos de la austeridad profundizarán la primera depresión del nuevo siglo, ya que las consecuencias de un plan convencional de recuperación económica implantado al estilo keynesiano o dentro de las típicas preceptos monetarista, se enfrentarán a los límites de una economía con crecimiento cero. Los economistas predicen hoy un crecimiento de menos de 2% para la economía estadounidense en el próximo año, de manera que los límites de los paños calientes de hoy empezarán a evidenciarse en cuanto empiece 2013. Hay otros dos ejemplos que vale la pena mencionar. Ante los perversos patrones de ingreso y distribución de la riqueza, la reducción de la capacidad de gasto entre las familias trabajadoras se verá aún más pronunciada y causará una contracción en la demanda agregada, lo que provocará una reducción de la producción. En segundo lugar, si la Reserva Federal decide aumentar las tasas de interés a fin de mantener la aceptación del dólar en los círculos del comercio internacional, la economía estadounidense caerá en una depresión más larga y más profunda. Además, cada vez está más claro que los economistas y políticos de la tríada capitalista, incluidos Bernanke, Giethner, Lagarde y Angela Merkel parecen estar de acuerdo en el aumento generalizado de la oferta de dinero porque si no llegan a un consenso general en cuanto a una tasa coordinada de inflación de las monedas, la guerra de tasas de interés resultante sumirá a todas las potencias corporativistas en una depresión aún peor.
Mi argumento es que la oligarquía nacional e in ternacional de la tríada imperialista reconoce abiertamente estar en un momento crucial de la historia, en un delicado momento político y económico comparable con el período entre la primera y la segunda guerras mundiales. En esta ocasión el ala derecha de la élite corporativa que tiene el poder en Estados Unidos está decidida a evitar, si no es que a descartar del todo, una solución al estilo del New Deal de Roosevelt. Del mismo modo, la élite neoliberal está igualmente decidida a mantener el control corporativo de cualquier intento orientado a un esfuerzo económico nacional para restaurar los viejos índices de ganancias, necesarios para sostener su política expansionista. Quizás en un reconocimiento más claro de que los republicanos ya no disfrutan del comprometido respaldo de su amplia base popular fincada en una agenda social y religiosa conservadora, y anticipando un resultado electoral mixto en plena expansión de la crisis financiera y económica entre los países de la tríada capitalista, la oligarquía parece preparada para consolidar su apoyo en torno a una agenda nacional corporativista, secular y socioeconómica capaz de proyectarse para evadir las demandas sociales de la sectaria derecha conservadora. Al tiempo que incluye los delicados puntos de una nueva agenda social secular (un mejor plan nacional de atención a la salud, la resolución del tema migratorio), la oligarquía en el poder espera afianzar el apoyo popular de sus añejas ambiciones en el ámbito internacional.
Es posible que las familias traba jadoras de todo el mundo estén atestiguando un viraje definitivo de poder dentro de la clase gobernante estadounidense hacia el binomio neoliberal-corporativista, también decidido a implantar y llevar a cabo su propia versión de un plan nacional de recuperación económica bajo un liderazgo tecnócrata y totalitario, un poder corporativo-estatal autoritario que solo dará cabida al gobierno cuando necesite de su mano para canalizar los recursos de los impuestos a la atención de las prioridades de las corporaciones y para mantener a las fuerzas armadas como guardianes de sus intereses e inversiones en el exterior. En lo que respecta al poder y los privilegios de clase dentro de la oligarquía estadounidense, podríamos estar atestiguando un juego de poder entre la derecha conservadora obstruccionista y le élite corporativa neoliberal, un enfrentamiento que acabaría por definir la voz política del consenso y la convergencia de neoliberales, corporativistas y conservadores.
Cuando importantes y crecientes segmentos d e los trabajadores nacionales de todas las razas y grupos de edad ya se sienten abandonados por las élites de ambos partidos, la reformulación de conceptos subyacentes a un sentido compartido de objetivo nacional construido en torno a metas comunes puede ser más difícil de reconstruir, ya que dichos conceptos se ven cada vez más socavados por las estadísticas oficiales que evidencian la profundización de la brecha socioeconómica, tanto en distribución de la riqueza como del ingreso, así como crecientes disparidades de privilegios y poder de clase entre los marginados y el opulento 1%. Si bien los comentarios de Mitt Romney sobre el 47% revelaron una medida cuantificable de la brecha socioeconómica en la población estadounidense, sus declaraciones subrayaron, simultánea e implícitamente, la gravedad de las numerosas diferencias, acaso irreconciliables, entre corrientes conflictivas y divisorias del tejido social del país: una polarización casi tan extremista como se ha visto en otros períodos críticos desde la Guerra Civil. Con una dinámica matriz socioeconómica y política de relaciones de poder en Estados Unidos, la élite en el poder, en tanto clase, parece insistir en la formación de una entente preelectoral entre los dos principales partidos.
Las tácticas so ciopolíticas neoconservadoras de la derecha republicana de recurrir al miedo de la población de derecha ante determinadas problemáticas sociales podrían estar perdiendo valor político. Los electores más jóvenes hoy se sienten menos atraídos por la agenda social conservadora de la derecha religiosa e incluso la rechazan; el grueso de la población nacida después de la Segunda Guerra Mundial busca una jubilación garantizada. Toda la población económicamente activa, especialmente los trabajadores jóvenes, contempla con desesperación la precariedad de sus condiciones laborales mientras la agenda socioeconómica conservadora de la derecha pierde importancia en la mente del electorado, pero persiste como impedimento ideológico a la formulación total de la agenda económica expansionista de las corporaciones nacionales.
Tal vez al constatar que las bases populares del Partido Republicano están menguando y viven un proceso de regionalización al tiempo que la economía se hunde aún más en el estancamiento, la élite en el poder se encuentra en la típica faceta salvaje del capitalismo, identificable por sus rápidas maniobras para minimizar las pérdidas y consolidar las ganancias, o recurrir al sálvese quién pueda y preservar las sobras pasado el caos. Mientras la creciente brecha económica en cuanto a la distribución de la riqueza y el ingreso marca claramente una división de clases que se consolida en el país, los dirigentes más astutos reconocen las implicaciones del candor irredento de Romney y seguramente se preguntan cómo evitar un daño político posiblemente aún mayor a sus metas nacionalistas. Sin duda, como lo advierten muchos en los círculos de la élite en el poder, los conflictos sociales empiezan a amenazar la preservación de los niveles mínimos de unidad nacional indispensable para dar continuidad a sus políticas nacionalistas e imperialistas, y parecen desestimar la agenda social conservadora con la esperanza de que el cambio generacional resuelva el tema y les otorgue un mayor margen de flexibilidad política a fin de actuar de manera más concertada en una agenda económica interna que cada vez entraña desafíos internacionales más importantes.
La esencia del consenso que hace converger a los conservadores: defender los privilegios y el poder
Para alcanzar sus objeti vos internacionales y cumplir las metas trazadas en cuanto a la economía nacional, los dirigentes del Estado capitalista corporativo estadounidense deben encontrar maneras de preservar un consenso general ante sus ambiciones políticas y económicas en el mundo. Si la élite en el poder no es capaz de mantener el delicado equilibrio socioeconómico interno entre el consenso nacional a favor de una expansión internacional, su política imperialista de expansión se congelará y la legitimidad de la clase dominante dentro y fuera de las fronteras pagará las consecuencias. Si la oligarquía desea conservar su papel de liderazgo dentro del país tendrá que esforzarse por mantener su postura internacional. A fin de seguir controlando la riqueza del resto de las naciones para lograr ambos objetivos políticos, en estos desafiantes tiempos, la oligarquía estadounidense tendrá que preservar el nivel de vida de su población lo más cerca posible de aquello a lo que las familias trabajadoras se han acostumbrado sin dejar de lado la ambigua promesa de mejorar los servicios sociales. Ante semejante tarea, que se antoja casi imposible, y frente a la dispar relación costo-beneficio entre gobernantes y gobernados dentro del país, además de las relaciones dominantes entre fuerzas internacionales cada vez más descontentas con la política económica y financiera estadounidense, los dirigentes enfrentan un desafío extraordinario que pretenden acometer con la fuerza del Estado policíaco en casa y con la fuerza del ejército en el exterior.
En tanto los principios capitalistas corporativos y conservadores de maximización de las ganancias superan el escaso sentido de compasión de clase de la oligarquía, ésta tiende a echar mano de la «destrucción creativa» de Schumpeter, que no es otra cosa que la industria de la guerra. En el pequeño resquicio entre su principio elemental de maximización de ganancias y sus limitadas nociones de compasión, los dos partidos del imperialismo capitalista estadounidense dejan claro que sus propuestas de política exterior se distinguen menos por sus objetivos que por sus tácticas.
La agenda tácita de la oligarquía para la economía internacional promueve el ciclo depredador d e autodestrucción del capital
Hoy por hoy, y en el futuro inmediato, el consenso nacional sigue s iendo la vía para el expansionismo en tanto la expansión económica y financiera de Estados Unidos en el exterior es necesaria para mantener el consenso nacional. Para conseguir cerrar este círculo de manera simultánea la élite dominante en los dos partidos del capital corporativo estadounidense ahora debe intentar minimizar la multiplicidad de los efectos del estancamiento económico dentro de sus fronteras al tiempo que intenta reducir la resistencia internacional a su dominio. Es una tarea prácticamente imposible, ya que la política monetaria neoliberal expansionista pronto obligará a la oligarquía a recortar el estímulo a la economía interna y, en consecuencia, su poder en el exterior se verá menguado. Los efectos de una retroalimentación negativa de rápida acumulación por la política monetaria y la posición del dólar en el exterior minarán el papel de esta moneda como referencia para el comercio internacional y, al mismo tiempo, afectará su papel como consumidor de última instancia internacional, lo que a su vez afectará su influencia política en el país conforme el nivel de vida de la población se desploma y afecta la influencia en sus socios comerciales. Para convencer a sus socios comerciales más tolerantes o dependientes de seguir aceptando una moneda cada vez más dudosa como moneda de reserva y comercial confiable, dentro de los convencionalismos de los principios comerciales neoliberales, tendrá que recortar el gasto público, subir los impuestos y quizás imponer un impuesto a las ventas o IVA y, con el tiempo, subir las tasas de interés. Se pretende frenar la creciente renuencia al dólar en el marco de las presiones de un plan de estímulo forzado por la deuda y sin una política fiscal nacional progresiva adecuada que cuente con el respaldo de la producción doméstica a fin de satisfacer las crecientes necesidades sociales, los dos objetivos económicos del crecimiento económico interno y la asociada expansión en el exterior se hunden en las turbias aguas del conflicto político y el estancamiento económico.
En unas líneas escritas con increíble candor acerca del lugar y el poder estadounidenses en el mundo al final de la Segunda Guerra Mundial, George Kennan planteó el realismo político que consideraba necesario dentro y fuera del país para mantener su posición económica en el planeta en ese momento y en el futuro inmediato. Considerado un liberal en su tiempo, Kennan estableció los principios del realismo político neoliberal que habrían de forjar las futuras políticas estadounidenses hasta nuestros días. En su estudio de planeación de políticas del Departamento de Estado, redactado en 1948, señala:
Poseemos alrededor de 50% de la riqueza mundial, pero solo 6.3% de la población mundial […] Nuestra verdadera tarea en el período por venir es diseñar un patrón d e relaciones que nos permita preservar esta desigualdad […] Para ello, tendremos que desembarazarnos de todo sentimentalismo y sueños ingenuos, y concentrar nuestra atención en los objetivos inmediatos de la nación […] Debemos dejar de hablar de objetivos ambiguos e irreales como los derechos humanos, la mejora de la calidad de vida y la democratización. No está lejano el día en que tendremos que lidiar con conceptos claros de liderazgo…
Y el día llegó…
Ese momento de hecho llegó en los primeros años después de la Segunda Guerra Mundial y continúa como una larga noche política hasta la actual formación del Estado corporativo militarizado de Estados Unidos que proyecta su poderío a través de años y años de sometimiento de organizaciones y movimientos de trabajadores dentro y fuera del país desde 1948 a la fecha: desde la Grecia de 1948 a la Grecia de hoy, desde la China de 1948 hasta las acusaciones contra la China de hoy… el Estado nacionalista corporativo e imperialista ha hecho gala, sin el menor sentimentalismo, de su pulsión incansable de dominación del mundo dentro y fuera de Estados Unidos.
Las probabilidades de que las familias trabajadoras dejen de creer en el proyecto imperialista de sus dirigentes crecen en la medida en que la oligarquía se adjudic a grandes porciones de los beneficios económicos y financieros producidos por su imperio, y ofrecen cada vez menos al pueblo trabajador. Aunque el cambio aún parezca pequeño, el número de estadounidenses que gradualmente se pronuncian en contra de las guerras está creciendo lenta pero implacablemente. Dentro de las actuales limitaciones políticas y económicas impuestas por relaciones internacionales cada vez más conflictivas, cuando el imperio estadounidense ya no controla 50% de la riqueza mundial sino solo alrededor de 35% (que la oligarquía sigue reservando para sí al poseer el más alto porcentaje de riqueza e ingresos desde la Gran Depresión de 1930), se ensombrece la posibilidad de alcanzar un consenso nacional en torno al programa imperialista de la clase gobernante. A medida que los costos del imperio aumentan para los trabajadores y los beneficios de los dirigentes también se incrementan, estos últimos enfrentan un conflicto socioeconómico irreconciliable cuyas actuales políticas económicas no ayudarán a solventar.
A unque la élite en el poder podría estar tratando de orientar la reformulación de un consenso bipartidista para un plan económico nacional, sus probabilidades de éxito son muy menores. Si se pretende mantener un plan para la recuperación de la economía dentro de los parámetros de los actuales convencionalismos económicos, en el marco de la deuda y el estancamiento nacional y en el actual contexto internacional y nacional de distribución de la riqueza y el poder, y conforme a las actuales relaciones entre las diversas potencias políticas y económicas del mundo, la magra recuperación que pueda traer definirá sin duda los márgenes de movilidad del imperio en el exterior. En este período de elecciones, a medida que la oligarquía toma nota del daño causado a sus aspiraciones internacionales por el continuo deterioro de las condiciones socioeconómicas que ahora los obliga a enfatizar la importancia de resolver el tema económico, resulta más que evidente que los dirigentes están calculando sus riesgos con todo cuidado ante el creciente escepticismo de la opinión pública tal como se manifiesta en las encuestas, un hecho que podría llevar en cualquier momento al electorado a cuestionar la capacidad de los dirigentes para gobernar. Así, conforme la élite de cada uno de los partidos advierte con mayor claridad cómo su poder se balancea peligrosamente entre una profundizada depresión dentro de las fronteras, intensificada por las drásticas contracciones de la economía que afectan a la tríada imperialista, sin duda también advierte que su papel de liderazgo en Estados Unidos está condicionado más que nunca por la estrecha interacción de las cambiantes relaciones de las fuerzas en el exterior. Por ende, y con base en su perspectiva de clase, podemos suponer que planearán maximizar sus propios intereses al menos costo posible para los suyos y al mayor costo posible para las familias trabajadoras.
Para maximizar su potencial de expansión el Estado imperialista corporativo estadounidense tiene que mantenerse firme en el ciclo autodestructivo de expansión económica en el exterior, financiado por la deuda y la militarización, afectando la calidad de vida de su propia población a fin de acceder a los recursos naturales, la mano de obra y los mercados internacionales que requiere para conservar su poder. No cabe duda que la postura relativa de la oligarquía estadounidense ha decaído desde que George Kennan evaluó las condiciones del mundo real y el poder de Estados Unidos, y planteó la fórmula para conservar s poder, pero también es cierto que el costo que pagan las familias trabajadoras se elevó. Las familias trabajadoras no obtienen beneficio alguno del imperio. A pesar casi sesenta años de guerras abiertas y encubiertas la influencia de Estados Unidos en el mundo ha menguado y el bienestar del pueblo estadounidense se deteriora día a día. El fracaso de la clase gobernante es la constatación de sus fallidas políticas y prácticas.
La expansión del capital corporativo ya está rebasando los límites del canibalismo financie ro, económico, geográfico y ecológico. Por ejemplo, para controlar la oferta mundial de petróleo tiene que pagarlo con dólares depreciados, respaldados por su poderío militar. Si las grandes corporaciones estadounidenses se proponen lograr la autosuficiencia energética manteniendo la exportación de granos, sin duda contaminarán el ya contraído suministro de agua en el país con la fracturación hidráulica ( fracking ) y dañarán la disponibilidad de alimentos con la producción de etanol. La combinación de aguas contaminadas por fracturación hidráulica y el uso de fertilizantes artificiales también dañará la disponibilidad de alimentos. En consecuencia, habrá menos agua y la que esté disponible estará contaminada por las sustancias químicas de la fracturación hidráulica y los fertilizantes artificiales, acelerando el ritmo de un ciclo de autodestrucción. Si bien múltiples estampas ilustran el canibalismo y el ciclo destructivo del capitalismo que se manifiesta en prácticamente todos los aspectos sociales y económicos de la vida, un ejemplo sintetiza el fracaso total del capitalismo: 99% de la población tiene que trabajar por un salario ínfimo para que 1% pueda aprovechar nuestra mano de obra al máximo.
¿Existe el conservador respetable, capaz de sentir compasión ?
Hoy los conservadores «respetables», al igual que los conservadores que no hace mucho acuñaron el condescendiente lema del «conservadurismo compasivo», nuevamente hacen patentes los límites de su clase en lo que respecta a sentir una auténtica compasión por las necesidades humanas. La muy acotada y superficial magnitud de su compasión está marcada por las constantes reducciones de los servicios sociales destinados a la población más necesitada. Dicho sin adornos, la compasión de los conservadores hacia las necesidades humanas está condicionada por su insaciable codicia. Las prioridades y preferencias socioeconómicas de la oligarquía enquistada en ambos partidos del capital están más que claras: lograr el mínimo alivio económico dentro de las fronteras para asegurar el apoyo popular a la expansión imperialista fuera de ellas. Nosotros, los trabajadores del mundo, hemos sufrido y seguimos sufriendo las consecuencias de más de un siglo de imperialismo estadounidense; ahora, después de más de treinta años de pésima gestión neoliberal corporativa a favor de una agenda expansionista elitista, diseñada a partir de políticas socioeconómicas y políticas conservadoras, autocomplacientes y favorecedoras de la fragmentación del tejido social y actualmente conjugadas para arrastrar a la economía mundial a la primera gran depresión del siglo XXI, los dos partidos del capital corporativo nos piden un sacrificio más.
Los mismos conservadores, en pos de mayores privilegios sociales y ganancias económicas, son los que han reduc ido la seguridad económica de las familias trabajadoras hasta un nivel no visto desde la década de 1930 y sin la menor vergüenza han maximizado su poder de clase a nuestras costillas. Los presupuestos recortadores de empleo, lanzados con el vacuo lema de «conservadurismo compasivo» siguen poniendo en evidencia la inexistencia de compasión alguna por ningún sector de la población trabajadora y crecientemente desempleada en el mundo. En lo que respecta a la política exterior, sus vacuas promesas de proteger la democracia en el resto del mundo muestran su verdadera faz al constatar las prácticas de autoritarismo militar corporativo que permean la dinámica dentro y fuera del país.
¿Primero, la tragedia; después, la farsa? Nada nuevo bajo el sol
En este momento c rucial y definitorio, a medida que el proyecto imperialista estadounidense se ve amenazado en diversos frentes internacionales (político, financiero, económico) y conforme la astuta oligarquía reconoce la necesidad de «tranquilidad interior» (léase pasividad), la idea de expansión económica que implica el llamado de Obama al «patriotismo económico» evoca los vacíos lemas de otros tiempos que pretendían mover a la sociedad al sacrificio. No olvidemos el llamado general de Kennedy: «No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país», pronto seguido del lema de la «gran sociedad» de Lyndon B Johnson. Ambas líneas nos hacen pensar en la RFA en su afán por preparar a la población para la expansión del imperio, en el caso de Estados Unidos con largas y costosas guerras en América Latina y Asia. Los dirigentes han utilizado, con inteligencia y método, nuestras necesidades de igualdad social y económica para reclutarnos en sucesivas guerras a lo largo del siglo XX y en lo que va del XXI, todo ello para consolidar su dominación económica.
Para fraseando las palabras de Hegel citadas por Marx en su introducción al XVIII Brumario de Luis Bonaparte , una vez más, por desgracia, tenemos que decir que la tragedia de la etapa temprana de la historia imperialista de Estados Unidos volverá a representarse, pero esta vez como una farsa totalmente fallida. Ya que ambos candidatos a la presidencia planean preservar y expandir el imperio, las familias trabajadoras del mundo no tienen más que reconocer que una vez más se verán obligadas a enfrentarse entre sí y a pagar con su sangre, su dinero y sus lágrimas la expansión internacional del poder del Estado corporativo que nos atropella con su implacable sed de recursos.
La élite dominante en los dos partidos nacionalistas del Estado imperialista corporativo se han alineado por completo con los intereses de las grandes corporaciones para obligar a las familias trabajadoras a sufragar los costos de su agenda política y económica. La clase trabajadora estadounidense debe tener más claro que nunca el hecho de que los dos partidos del imperialismo corporativo no solo abandonaron el contrato social alcanzad durante la segunda posguerra; además, han socavado sistemáticamente las instituciones democráticas que defendían y procuraban las necesidades sociales de las familias trabajadoras. Desde la gestión del gran impostor republicano Reagan hasta los gobiernos de los charlatanes demócratas a partir de Clinton hasta la fecha, toda la oligarquía forma parte de uno u otro partido aliado al capital corporativo antidemocrático y nacionalista.
En estos comicios las familias trabajadoras son sometidas, una vez más, a la rebatible opción de votar en contra de sus intereses de clase, intereses que no están representados en ninguno de los dos partidos que planean reducir sus niveles de vida al tiempo que suben los impuestos y recortan los servicios públicos. Los trabajadores votaremos por los corporativistas republicanos o los corporativistas demócratas, da igual: estaremos sometidos a la influencia política que representa el monopolio del capital financiero en franca consolidación, cuyo símbolo hoy es el nexo Bains Capital / Goldman Sachs / Estado corporativo. Actualmente, en este crucial período electoral, cuando las encuestas evidencian que grandes segmentos de las familias trabajadoras favorecerán con su voto al Partido Demócrata Corporativo, lo que consolidará un consenso económico conservador en torno a una agenda corporativa-nacionalista-
La política de la oligarquía es retrógrada: no podemos hacerla nuestra
Su economía y su política, al igual que sus cultos retrógradas a «los elegidos», favorecen a unos cuantos y dañan a la mayoría. Sus propuestas de política corporativa, claramente marcadas por sus prácticas empresariales autoritarias, definen los intereses de la clase dominante por oposición a la larga y creciente lista de necesidades insatisfechas que enfrentan las familias trabajadoras por todas partes. La política que prioriza las ganancias, propia de la élite dominante en ambos partidos del capital corporativo, apunta sin duda a una decisión conjunta de preservar y expandir el poder y las ganancias de las corporaciones mediante una continua contracción de los niveles de vida de la inmensa mayoría de las familias trabajadoras y el fin de la democracia popular.
Como diría Jim Garland en una canción que popularizara Woody Guthrie: «no veo ninguna diferencia». En aquellos tiempos Woody y otras personas convocaban a un «Partido Laborista de Trabajadores del Campo» ( Farmer Labor Party ); hoy, cuando los conglomerados de las corporaciones agrícolas han prácticamente borrado del mapa a las granjas familiares, tal vez nosotros, el 99%, haríamos bien en retomar una de las famosas melodías de Joe Hill: «Trabajadores (y trabajadoras) de todos los países, uníos».
Compas, trabajadores de Estados Unidos y el mundo:
Nosotros, las fami lias trabajadoras, estamos a punto de perder las elecciones. No importa qué partido del capital corporativo gane o robe los votos: el pueblo trabajador perderá de todas, todas. Perderemos, no hay forma de ganar, no tenemos un partido propio al cual votar. Sin embrago, la lucha por la democracia popular participativa debe continuar después de noviembre; de lo contrario, estaremos condenados a un nuevo servilismo industrial en un (des)orden basado en el Estado corporativista, imperialista y nacionalista que seguirá usándonos para amortizar sus errores del pasado y financiar su futuras guerras expansionistas.
Cada vez que le amos o escuchemos la palabra «corporativo», «corporativismo» o, como recientemente falló la Corte Suprema de Estados Unidos, «personería corporativa», detengámonos por un momento a pensar en la audaz y orgullosa declaración de Giovanni Gentile y Benito Mussolini: «El fascismo tendría que denominare corporativismo, ya que es la fusión del poder del Estado y el poder corporativo». Pensemos después en la profundización del poder de las corporaciones estadounidenses que hoy exigen libertad política para gestionar sus planes de dominación mundial. No olvidemos, en todo caso, que al igual que en el pasado, harán que nuestros hijos luchen y mueran en nombre de sus ganancias. La incompetencia corporativa, tantas veces evidenciada, no habrá de amilanarnos nunca más.
Nota para los lectores :
Decidí no incluir una bibliografía exhaustiva; sin embargo, recomiendo la lectura de los más recientes números de Monthly Review Press, publicación editada en español y en inglés. Entre los muchos artículos informativos y bien documentados que abordan los temas y las problemáticas que refiero en este ensayo, recomiendo la lectura de dos textos: «Crisis: A View From Occupied America» de William K.Tabb e «Implosion of the European System» de Samir Amin, publicados en el número de septiembre de 2012, Vol. 64, no. 4.
Recomiendo también la lectura atenta de Recreating Democracy in a Globalized State , libro de reciente publicación, editado por Cliff Durand y Steve Martinot con el sello Clarity Press, que no solo ofrece una excelente bibliografía, sino también un reflexivo análisis de las relaciones entre las fuerzas globalizadas del capital corporativo y su confrontación con Estados-nación formados por pueblos en toda su realidad.
Para ampliar los antecedentes del ensayo que aquí presento, invito a los lectores a revisar mis textos anteriores en Tlaxcala: ¿Más allá del capital, más allá de la democracia…? y ¿Todo lo viejo es nuevo otra vez?