Recomiendo:
0

Intervención en el acto público "Contra el imperialismo. En defensa de la Humanidad". Madrid 17 de marzo

Cuando un buen día ustedes se levanten

Fuentes: Rebelión

Cuando un buen día ustedes se levanten y lean que el gobierno de los Estados Unidos tiene planes para matar a Zapatero, cuando a continuación lean que hay información sobre esos planes en documentos desclasificados, cuando la vicepresidenta española exhiba fotografías que demuestren la existencia de un campo de entrenamiento de paramilitares destinados a entrar […]

Cuando un buen día ustedes se levanten y lean que el gobierno de los Estados Unidos tiene planes para matar a Zapatero, cuando a continuación lean que hay información sobre esos planes en documentos desclasificados, cuando la vicepresidenta española exhiba fotografías que demuestren la existencia de un campo de entrenamiento de paramilitares destinados a entrar en territorio español con el objetivo de matar a Zapatero, les ruego que lo juzguen natural. Les ruego que recuerden que existen millones de personas en Venezuela y en Cuba acostumbradas a vivir sabiendo que el gobierno de los Estados Unidos quiere matar a su presidente. También pueden recordar que en Europa lo sabemos, que en Europa hacemos bromas sobre si los servicios de seguridad de Fidel Castro estarán entrenando a los de Chávez. Les ruego que recuerden que no nos extraña que les quieran matar. Y, lo que es más duro, dramático y seguramente insoportable si nos paramos a pensarlo, no nos extraña el hecho de que no nos extrañe.

En el caso de Zapatero parece, no obstante, poco probable que el gobierno de Estados Unidos le vaya a querer matar. No es el mal, no es por no ser lo bastante malo por lo que Zapatero está a salvo sino, cabría pensar, por no ser aún lo bastante bueno. Se llevó, por ejemplo, las tropas de Irak pero a continuación las ha puesto en Afganistán. Aunque, la verdad, no tengo especiales deseos de hacer hoy aquí una crítica de Zapatero. Lo que me interesa es el sentido de las palabras. Lo que me interesa es pensar que si Zapatero se hubiera llevado las tropas y después hubiera decidido acabar con el alto nivel de analfabetismo funcional que hay en España, y si para ello hubiera nacionalizado alguna empresa, y si hubiera resuelto que la riqueza no debe estar en manos de unos pocos sino ser producida lo más justamente posible, y ser así distribuida, y si hubiera dicho Zapatero: no es justo que el dinero acumulado con violencia directa o indirecta pueda comprar salud, pueda comprar opinión, pueda comprar mejores colegios. Si hubiera dicho eso y hubiera intentado ponerlo en práctica, entonces, convendrán conmigo, sería más probable que el gobierno de los Estados Unidos le quisiera matar.

Convendrán que lo que suele querer evitar el gobierno de los Estados Unidos está más cerca del bien, de aquello que al parecer todos llamamos el bien, bastante más cerca del bien que del mal. Esto en lo que convenimos no es, por otra parte, novedad ninguna. Una buena parte de la opinión pública lo sabe. Numerosos pueblos del mundo lo saben. Saben que si alguien mata a Chávez el baño de sangre que a continuación se produciría no sería un efecto colateral sino que quienes mataran a Chávez lo harían porque desean ese baño de sangre.

Una buena parte del mundo sabe, en efecto, que las palabras están adulteradas y se pregunta qué pueden hacer los intelectuales, los periodistas, los escritores, los artistas ante esta adulteración, esta inversión de los sentidos, este envenenamiento que lentamente nos aturde. Responder en común a esa pregunta fue uno de los objetivos del Encuentro de Caracas. Y de ese encuentro, junto al llamamiento final y las relatorías de las mesas, junto a los proyectos posibles, surgieron dos modos de actuar a los que llamaré: un deber de insistencia y un incierto deber de exactitud.

El primero es más fácil: insistir en lo que ya se sabe, recordar, para que las palabras no pierdan su sentido, los hechos evidentes. Recordar por ejemplo que Pinochet no fue bueno pero, que sepamos, ningún gobierno de los Estados Unidos lo quiso matar. Que Videla no fue bueno pero, que sepamos, ningún gobierno de los Estados Unidos lo quiso matar. Que el apartheid no fue algo bueno ni digno del género humano. Pero, que sepamos, los gobiernos de los Estados Unidos no quisieron borrarlo de la tierra. Que mueren cada mes sindicalistas asesinados en Colombia pero, para evitar los asesinatos, la Unión Europea no ha suspendido sus relaciones con Colombia. Recordar que el SIDA diezma las poblaciones, pero los gobiernos occidentales no han amenazado a las empresas que ponen sus medicamentos a precios inaccesibles. Recordar siempre la crueldad y el horror de la contra nicaragüense, recordar que esa crueldad fue pagada y alimentada por un gobierno de los Estados Unidos. Recordar que Jacobo Arbenz, Patricio Lumumba, Ernesto Che Guevara o Salvador Allende, fueron depuestos por la fuerza de sus cargos legítimos o de su vida con la colaboración de los gobiernos de los Estados Unidos.

En cuanto a la exactitud, es acaso una cualidad más lenta del lenguaje y es también un territorio. Muchas personas honestas, cuando se trata de hablar de revoluciones, necesitan y exigen ese territorio. Y porque quieren ser exactas procuran recordar que no es el bien a secas, que no es la limpia claridad de la mañana la que amanece siempre en las revoluciones. Para esas personas honestas que necesitan recordar los errores e insuficiencias de cada revolución, para ellas nuestro incierto deber de exactitud.

Ha escrito Jorge Riechmann: «El lado bueno/ es donde están aquellos que nunca han sofocado/ la duda sobre si se hallan del buen lado/ o del malo». Es muy posible que tenga razón. Es muy posible que, a quienes nos apoyamos en la revolución cubana y en la revolución bolivariana, haya que pedirnos que dudemos. Pero con el incierto deber de exactitud que tal vez asumimos en el encuentro de Caracas, decimos: carece del más mínimo sentido pretender que alguien a quien se apunta, amenaza y agrede no se equivoque.

Decirlo así, decirlo cada día, no significa que nadie, y menos que nadie una revolución, vaya a legitimar las equivocaciones. Significa sólo, para ser exactos, que allí donde la humanidad se propone ser justa, no olvidar a nadie, no aceptar la ley del sálvese quién pueda, allí, precisamente, debería poder hacerlo en medio de una cierta tranquilidad. Significa, seguramente, que nunca seremos capaces de comprender el valor de lo que la humanidad revolucionaria ha hecho y sigue haciendo bien pese a estar siendo agredida y amenazada. Significa que a esas personas honestas, a esos intelectuales honestos que necesitan, quizá necesitamos, recordar los errores e insuficiencias de cada revolución nos ha llegado el tiempo de exigir y de luchar, precisamente, para que las revoluciones tengan un poco de tranquilidad.