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Cuatro lecciones de la lucha anticolonial en tiempos de Gaza

Fuentes: Rebelión

Actualmente somos testigos como la población palestina de Gaza es sometida a un genocidio cruel y de manual, mientras Occidente busca nuevos pretextos para mantener el statu quo, aunque eso signifique su lenta condena, su aislamiento internacional y la traición total de sus valores morales. 

Vivimos tiempos violentos. Pero esta violencia al menos ha ido desenmascarando los intereses y los reales valores que se esconden tras las acciones de los gobiernos occidentales. El espectáculo geopolitico nos ha dado una muestra del poder de la fuerza de las armas, la intimidación, la amenaza y el horror que también da señales del derrumbe de los supuestos ideales “civilizatorios” de un occidente que acostumbraba profesar superioridad moral.  

Quisiera destacar el heroico acto del gobierno sudafricano que demuestra el profundo cisma entre el Norte y el Sur globales ante el apoyo del Estado genocida de Israel. Esto debería hacernos reflexionar sobre el papel de la izquierda y la lucha anticolonial como movimiento, pensamiento, acción, argumentación y agenda de investigación. La conciencia del horror en Gaza debería desafiarnos a resistir la eterna arrogancia de Occidente en sus múltiples manifestaciones.

Como investigadores anticoloniales que vivimos en el interior de estas sociedades del Norte global, que se autodefinen como «democráticas» y «libres», hemos visto acrecentar el acoso, la persecución y la censura de las voces solidarias con el pueblo palestino. Voces que luchan por enfrentarse al poder de los Estados y a un panorama mediático negacionista de los horrores en Gaza, cada vez más manipulador y mentiroso. Son momentos que nos desafían a definirnos, así como la lucha que debemos librar en el campo de las ideas para combatir a quienes hoy recogen los frutos del horror y el genocidio, mientras muchos temen hablar por miedo a las represalias que puedan sufrir. 

Pero este clima de guerra, miedo y censura no debe amedrentarnos para hacer lo correcto y luchar contra una ideología supremacista y de nuevo darwinismo social que subyace al genocidio. Este proceso es constitutivo de nuevas manifestaciones de supremacía blanca y eurocéntrica evidenciada en el desarrollo de la «fortaleza Europa» y la serie de vínculos simbólicos que el «mundo civilizado» empieza a erigir para protegerse de la jungla exterior y de sus elementos amenazadores. Por eso el pensamiento decolonial y anticolonial debe continuar desenmascarando la farsa de una ideología de sistema de mercado en crisis y el clima de guerra para salvar al imperio norteamericano de su decadencia final.  

Estas reflexiones son un esfuerzo por enmarcar nuestra situación como pensadores críticos en tiempos de genocidio. 

  1. La lucha anticolonial es ante todo una lucha contra la tecnocracia capitalista. Las contradicciones en los niveles actuales de acumulación capitalista empuja a los territorios hacia nuevas pugnas, formas de clausura y apropiación territorial aumentando las tensiones locales y conflictos medioambientales en el Sur global. La llamada sociedad de la externalización (Lessenich) viene reconfigurándose con la llamada transición energética que ha reorientado al sector extractivo profundizando una vez más sus impactos en los territorios de extracción. Debemos resaltar una vez más, que las contradicciones entre la sustentabilidad planetaria y un sistema productivo basado en el crecimiento incesante no se pueden resolver dentro de la lógica del capitalismo. La politización de movimientos como Friday For Future demuestra la creciente conciencia que la superación de este sistema de producción sin límites planetarios es primordial para asegurar la existencia de un mundo para las futuras generaciones. 

De esta manera debemos insistir en que las luchas anticoloniales significan enfrentar la serie de relatos civilizatorios con las que el Norte Global se proclama como el “jardín” (y Joseph Borrel, el jardinero) ante un mundo salvaje que lo amenaza desde distintos frentes. De esta manera el “occidente” busca erigir sus muros para mantener a raya a las personas que huyen de la destrucción causada por lo que Brand y Wissen llamaron modo imperial de vida

Esto equivale a decir: ¡Si a los recursos, no a las personas! 

Sin embargo, las viejas recetas y sus justificaciones ya muestran claros signos de resquebrajamiento, revelando que los relatos autoproclamados de civilidad, justicia, orden y prosperidad solo han podido mantenerse gracias a que los costos ambientales, la injusticia, y la violencia se exportaban para mantener el relativo bienestar en el Norte. El mundo en crisis que este sistema generaba fuera de sus fronteras, ahora amenaza al centro mismo: un mundo que se desmorona. Más allá del ecologismo crítico, cada vez más gente se da cuenta de que el capitalismo tardío no puede continuar con su productivismo y consumismo desenfrenados sin amenazar la supervivencia de todo el planeta.  Aunque las elites guerreras actuales nos quieran hacer creer lo contrario. 

Llámenlo “límites planetarios”, “aceleracionismo” o “capitaloceno”, más allá de palabras rebuscadas, no cambia el hecho de que la justicia climática es inerte sin la más mínima justicia social para luchar contra los impactos del Cambio Climático. De este modo, el capitalismo acelera los procesos de desigualdad en el mundo destruyendo la biosfera planetaria. La pregunta es, ¿qué pasara con esa gran parte de la población que vive en esos lugares? ¿Cuáles serán sus condiciones de vida en unos 50 o 100 años más? Son preguntas, que como investigadores anticoloniales, también nos debemos hacer. La lucha anticolonial debe, por tanto, aportar a combatir los nuevos intentos de homogeneizar y borrar la responsabilidad histórica de los poderes (neo)coloniales e imperialistas desafiando sus continuos relatos, sean estos de tipo civilizatorios, tecnocráticos o supremacistas.

  1. Las luchas anticoloniales, en sus múltiples variantes, son más que nunca luchas medioambientales, territoriales y planetarias. El presidente colombiano Gustavo Petro ha dicho en la COP26 que la misma deshumanización que sufren hoy los palestinos por parte de las potencias occidentales será la actitud con la que el «Norte» se enfrentará a los miles de refugiados climáticos que llamarán a las puertas de la fortaleza del Norte. Los nuevos esfuerzos reguladores de la inmigración en Europa y E.E.U.U. están señalando ese camino. A su vez, los bombardeos sobre Gaza pueden servir de premonición apocalíptica de lo que les espera a los pueblos del Sur Global cuando tengan que huir de sus tierras por efecto del Cambio Climático, o cuando una vez más se desestabilicen las políticas nacionales amenazando las libertades individuales justificado por alguna lucha “antiterrorista” o “antinarco”. Lo que Petro hizo con su comentario fue establecer una conexión entre la crisis climática y el horizonte actual de guerra, destrucción genocida y ecocida en Gaza. 

Los procesos de securitización, militarización, y extractivismo se suelen descontextualizar unos de otros. Sin embargo, debemos pensar y enmarcar los conflictos armados y conflictos medioambientales como intrínsecamente conectados ya que responden a la misma lógica imperial. Al ser parte constitutiva de la matriz productiva capitalista, estos conflictos surgen como respuestas y decisiones para mantener esta máquina en funcionamiento. Las decisiones de que se produzcan más armas, que haya más securitización (y con eso, más inseguridad, miedo y fascismo) son decisiones políticas en su expresión más antidemocratica.  

Dentro de este escenario de militarización, fabricación de consenso y de amenazas -donde las prioridades de la lucha contra el Cambio Climático han pasado a un tercer o cuarta puesto de prioridades -, debemos entender que estamos siendo testigos de una guerra contra el mundo y las personas que lo habitan. Es una guerra de unos pocos gobernantes irresponsables que se saben seguros dentro de sus esferas del 1%. No serán ellos sino nosotros, los que sufriremos los efectos nocivos de su necropolítica.

  1. Tras la demanda sudafricana contra Israel en la Corte Internacional de Justicia, el Sur global es hoy el portavoz de la justicia histórica. Ya en 1950 Aimé Cesare decía en su discurso sobre el colonialismo  que Europa es moralmente, y espiritualmente indefendible”. Su discurso consta de un ataque feroz al llamado humanismo europeo que siempre ha sido selectivo en considerar a quien aplicar sus recetas humanistas y a quien no. Con horror vemos como la receta de esta selección de quien entra dentro de la esfera de lo humano (según el imaginario europeo y norteamericano) se repite nuevamente. El psicoanálisis nos recordaba que el trauma nunca se resuelve, sino que sigue latente hasta que un acontecimiento haga emerger el síntoma. Asimismo, la cuestión colonial vuelve a surgir como lo reprimido, echando por la borda las grandes narrativas liberales que occidente había erigido para justificar su posición de superioridad económica, política, y moral. El llamado mundo «libre”, y «democrático” no sólo está en proceso de perder toda credibilidad ante sus acciones de encubrimiento y complicidad en el genocidio al que estamos asistiendo. Los que vivimos en Europa somos testigos atónitos como la mayoría de la población blanca europea se mantiene impávido ante el genocidio, prefiriendo ignorar lo que esta pasando. El tiempo dirá cómo justificarán en el futuro su silencio y su tacita aceptación de la políticas de sus gobiernos de alianza política, diplomática e ideológica con el Estado de Israel. Este, que -a pesar de haber sido llevado ante la CIJ acusado de genocidio- no ha cesado en su bombardeo y llamamientos a la limpieza étnica y al reasentamiento de colonos en la franja de Gaza. 

Mientras tanto, las potencias europeas y Estados Unidos, con clara complicidad de los medios de (des)comunicación, han desestimado la acción de Sudáfrica como “carente de base”. Quizás porque ya no hay vuelta atrás en su complicidad y porque en secreto saben, que la acusación ante la CIJ simbólicamente se proyecta contra este mal llamado «Occidente». En el fondo, las violencias del colonialismo nunca han dejado de operar bajo el manto de una política de facto. Pero cuando hoy, esos mismos instrumentos y mecanismos regulatorios –como las UN o el propio ICJ- son utilizados por los países más débiles, estos esfuerzos no solo son ignorados y denostados, sino más bien, ahora es el propio sistema de normativas internacionales el que es atacado porque ya no sirve a los intereses de los Estados más poderosos.  

Esto nos pone en una situación en que la caída de las máscaras “humanitarias” y “liberales” del imperialismo estadounidense y de sus Estados vasallos europeos ha demostrado que en la base de su supuesta “superioridad moral” y estandartes de la “democracia” y la “libertad” mundial, subyace un profundo racismo de tipo  supremacismo blanco. Esta nueva cara del racismo occidental ha quedado al descubierto por su aceptación tácita de la sistemática deshumanización de los Palestinos. ¿Cómo entender esta actitud de indiferencia ante las vidas de los palestinos masacradas a diario, contrastada con la defensa de la vida de la nación ucraniana? O dicho de otro modo, ¿cuál habría sido la reacción de estos gobiernos si los miles de muertos no fueran palestinos sino ucranianos o europeos? 

Probablemente otro pájaro cantaría. 

Lo que queda claro es que los llamados valores morales del «jardín de la estabilidad » han caído por su propio peso y no dejarán de caer al igual que las bombas sobre Gaza.  

Por último, si pudiésemos hablar de un “eje ético-planetario” este claramente se ha desplazado hacia el Sur, ya que es el Sur Global –a pesar de todos sus problemas- el que hoy encarna y defiende la preocupación mundial por lo que esta pasando en Gaza. Europa ha dejado de tener el más mínimo peso moral para dictar sus recetas de moralidad universal al mundo. La hipocresía de los gobiernos europeos y norteamericanos cómplices de un genocidio que desesperadamente buscan justificar su apoyo a Israel, no dudan en continuar persiguiendo, amenazando y reprimiendo las protestas en su contra. Lo cierto es que en tiempos de redes sociales y difusión en tiempo real, los gobernantes obran a plena conciencia que ya no podrán jugar la “carta de la ignorancia”. Lo cierto es que debemos ser conscientes que hoy todo el sufrimiento de los Palestinos es sino el reflejo del poder imperante y del horror que nos espera si es que no lo enfrentamos ahora. Los movimientos de protesta pro-palestina en Europa parecen tibios, más bien carentes de fuerza en comparación a la protesta en los campus universitarios en Estados Unidos. Ojala que eso cambie. 

Debemos reconocer la importancia de este momento histórico en donde el poder y la hegemonía se muestran quizás de la forma más clara y desnuda, es donde debemos luchar contra la deshumanización contra el pueblo Palestino, porque Palestina será solo el comienzo. 

  1. La lucha anticolonial debe denunciar y combatir los diversos niveles de lenta violencia institucional, simbólica y genocida de los aparatos del Estado moderno. Profesamos un anticolonialismo que reconozca, denuncie y luche contra toda violencia que late en el corazón de toda formación estatal burocrática. Debemos ser conscientes de los modernos Leviatanes con sus sofisticadas formas de vigilancia, control social y lavado de cerebro a través de una maquinaria informativa bien engrasada, como vemos hoy en el manejo de la información sobre las masacres de Gaza y la guerra Ruso-Ucraniana. Una forma de violencia institucional y simbólica es mostrarnos la omnipotencia de un estado de vigilancia en el que las posiciones agónicas están ausentes del horizonte democrático (Mouffe). En otras palabras, te quieren vender la idea de que no hay manera de oponerse a esto sin ser criminalizado. En este sentido, la llamada guerra contra el terror sirvió de precedente para el crecimiento del control social por parte de las instituciones estatales modernas. Cuando la política deviene en policía –ocupando la distinción de Ranciere- es cuando nos vemos forzados a reintroducir lo político, es decir, la posición “agonística” dentro de las esferas del consenso manufacturado. 

La evolución de los denominativos difamatorios muestran el Zeitgeist actual: de comunista a terrorista, de terrorista a antisemita. En fin, todo quien se oponga al mainstream mediático y estatal es difamado, sin siquiera se sospeche la maquinaria de producción de verdad y fabricación de consenso, que sostiene la intervención del Estado en sus múltiples dimensiones biopolíticas y la formación de los relatos mediáticos que más circulan en estas sociedades llamadas “libres” sin mucho contrapeso. 

Ante todos estos desarrollos, tememos que los sistemas de control aumenten a medida que la población civil esté menos dispuesta a aceptar estos recortes a la libertad de expresión, al libre pensamiento, a la par de recortes y ajustes neoliberales para mantener en marcha la maquinaria de guerra. 

Actualmente, asistimos en Alemania a un peligroso clima de denuncia y neo-Macarthismo en torno a la crítica al estado de Israel y su proceso genocida. Este es dirigido sin tapujos a la población más racializada de ese país. El desarrollo de un proceso de persecución y creación de “blancos políticos” que no se alinean al discurso oficial nos hacen temer que estamos ante un uso cada vez más autoritario de los aparatos estatales, para mantener controladas y vigiladas las aguas del descontento. A la vez, la maquinaria informática busca imponer la idea de que la guerra en Europa contra Rusia es el único camino hacia la seguridad. 

Los tiempos corren rápido y al parecer los tiempos de posverdad ya han dado paso a otra fase de manipulación mediática: hoy asistimos al creciente uso de una neolengua tipo orweliana: la guerra es la paz.

Bienvenidos a nuestro lento apocalipsis.   

Sascha Cornejo Puschner de DECOCO- Berlin

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.