La Revolución Cubana se enfrenta a uno de los momentos más complejos de su historia y existe un consenso bastante generalizado de que deben producirse cambios trascendentes en nuestra sociedad. El debate es sobre el ritmo y la dimensión que tendrán, así como su contenido y naturaleza. Un aspecto importante son los límites, hasta qué […]
La Revolución Cubana se enfrenta a uno de los momentos más complejos de su historia y existe un consenso bastante generalizado de que deben producirse cambios trascendentes en nuestra sociedad.
El debate es sobre el ritmo y la dimensión que tendrán, así como su contenido y naturaleza. Un aspecto importante son los límites, hasta qué punto llegar sin transgredir el umbral de los principios o afectar la esencia misma del sistema que hemos defendido durante 50 años y al que hemos entregado alma, corazón y vida.
En sentido general, las medidas que se han ido tomando y las que se pretenden adoptar responden a la necesidad de dinamizar la economía cubana, de aumentar su productividad y eficiencia, de reevaluar la moneda nacional y los salarios, de sustituir importaciones, sobre todo en la producción de alimentos.
En fin, de lo que se trata es de reactivar una economía muy duramente golpeada por el subdesarrollo, por la pérdida de sus principales mercados y fuentes de suministros, por un bloqueo comercial genocida impuesto por el imperialismo norteamericano y también por trabas burocráticas internas y otros errores. Se intenta hacerlo, además, en condiciones muy difíciles, en las que el hostigamiento y los planes para destruir la Revolución no cesan.
Al parecer, las próximas reformas que se esperan están destinadas en su mayoría a utilizar mecanismos de mercado, así como estímulos materiales y salariales como incentivos en la búsqueda de eficiencia y el aumento de la productividad, empezando por el campo.
Este tipo de medidas, completamente legítimas e incluso necesarias para la supervivencia de una sociedad de transición al socialismo, en medio del acoso y del aislamiento, deben ser entendidas como lo que son: un retroceso obligado por las circunstancias, un mal necesario pero temporal, y nunca como una vía hacia adelante, como una alternativa de construcción de un tipo de socialismo. Esto es una cosa, y otra muy distinta aceptar la desigualdad como algo tolerable, normal, inevitable, incluso saludable para el funcionamiento del sistema.
Sin una perspectiva clara que las entienda como algo coyuntural, se corre el riesgo de que, al continuar el aislamiento, en algún momento esas reformas económicas vayan en una dinámica propia in crescendo hacia una restauración capitalista más lenta y sutil, y las distorsiones sociales que ellas mismas han creado, al final se volverían en contra de la Revolución. Avanzar por este camino inevitablemente fortalecería sectores procapitalistas dentro de la sociedad cubana y erosionaría gravemente los valores socialistas de solidaridad e igualdad social. Una restauración del capitalismo en Cuba significaría un desastre total desde todos los puntos de vista para nuestro pueblo.
Una sociedad de transición al socialismo como la cubana es, por definición, una sociedad en la que coexisten elementos del viejo y del nuevo mundo, en una amalgama contradictoria. De lo que se trata entonces en ese tipo de sociedad es de quien vence a quien, de cuales son los elementos que finalmente terminan preponderando, siendo hegemónicos.
Pienso que una pregunta fundamental que debemos hacernos todos hoy es ¿en qué medida la actual campaña contra las gratuidades y subsidios, contra el igualitarismo y determinados principios de igualdad social, afectaría conquistas sociales fundamentales de la Revolución Cubana? Es una antinomia pretender construir el socialismo fomentando la desigualdad. O aceptándola como algo normal o inevitable. Eso ya lo hace el capitalismo bastante bien.
Precisamente la plataforma liberal del capitalismo, su discurso ideológico central es el que habla de oportunidades y derechos para todos, pero que es imposible que todos vivamos igual. Según esta lógica es normal la desigualdad de ingresos.
En tanto, el socialismo debe aceptar ciertas dosis de desigualdad durante un período transicional como un mal pasajero, pero debe empeñarse desde el primer día en su reducción paulatina y sostenida. El camino contrario, el de fomentarla y utilizarla como estímulo para la productividad sólo conduce al capitalismo. Es imposible tener una economía que funcione sobre bases capitalistas y mantener un modelo político y social socialista.
El pago por resultados y el uso del salario como acicate para la producción no hace al obrero trabajar «según sus capacidades» sino más bien por encima de ellas, justo como hace el capitalismo, que lo sobreexplota y tensiona al máximo sus fuerzas, acuciado por sus necesidades materiales y las de su familia. Al final llevará a priorizar la salida individual sobre la colectiva, a la competencia entre trabajadores y empresas, en sentido contrario al espíritu socialista.
Las palancas económicas del capitalismo sólo producen más capitalismo. Incluso algunas de las que ya se han ensayado tímidamente han arrojado resultados por debajo de las expectativas. El pragmatismo, el sentido práctico, el proceder empírico, no llevarán a otro puerto que al capitalismo. Este barco necesita un proyecto como brújula, debatido y acordado entre todos.
Doblemente peligroso es cuando la guerra cultural global del imperialismo haciendo creer que no es posible otra vida que bajo el capitalismo es más despiadada y efectiva que nunca, paradójicamente cuando el sistema atraviesa una de las peores crisis de su historia, haciendo agua por todos lados. Tampoco nunca antes había tenido en Cuba mayor influencia que ahora. Le estaríamos haciendo el trabajo al enemigo contribuyendo inconscientemente a la justificación teórica e ideológica del capitalismo.
El aparente callejón sin salida al que se enfrenta el proyecto social cubano proviene de la imposibilidad de construir el socialismo en un solo país. Entonces, ante el retardo de la revolución latinoamericana se ve como única salida probable la adopción de reformas de mercado. Y es que aún desarrollando al máximo las potencialidades de la democracia obrera, la Revolución Cubana no podrá escapar a las duras condiciones económicas de atraso impuestas por el aislamiento y las profundas distorsiones en el proyecto que él provoca. Resurgirán una y otra vez todas las viejas porquerías del capitalismo, al decir de Marx. Para nosotros es cuestión de vida o muerte la extensión de la revolución socialista por toda América Latina. Por esa y otras razones considero que los revolucionarios cubanos debiéramos dar una acogida entusiasta a la propuesta del Presidente Chávez de crear la V Internacional, y convertirnos en uno de sus principales impulsores. Para la Revolución Cubana una política internacionalista no es sólo una cuestión moral o de tradición, sino de sobrevivencia.
La falsa idea de que pueda ser viable en el tiempo, a largo plazo, una fórmula donde se combinen y coexistan dosis equilibradas de socialismo y mercado, es una ilusión peligrosa. Y tan peligrosa como esta es aquella que pretende que las transformaciones en el ámbito económico no tengan su correlato e impacto en las estructuras políticas, como si fueran compartimentos estancos y separados.
Como el socialismo es sobre todo un asunto de conciencia, no sólo de cuchillo y tenedor, tan importante como lo que se produce es cómo se produce. O sea, para la construcción del socialismo sí es muy importante el color del gato, no sólo que cace ratones. No se puede aspirar a una sociedad superior si las riquezas obtenidas se alcanzan a través de relaciones de producción que fomenten la desigualdad, la explotación, la competencia.
La única manera que tiene la economía planificada para aumentar la productividad de forma distinta al capitalismo, es el control obrero. Este es también el mejor antídoto contra la corrupción. Ninguna otra medida administrativa o burocrática puede sustituirlo. Por ejemplo, la Contraloría General de la República podrá ser útil hasta cierto punto, pero ningún control desde arriba resolverá el problema, porque no va a su raíz. Una y otra vez la historia ha demostrado lo ineficaces que suelen ser las reformas por arriba y las soluciones burocráticas en un proceso de construcción del socialismo. El socialismo significa que el poder radique de verdad, en la práctica, y no sólo nominal o formalmente, en manos de los trabajadores.
La burocracia no puede controlarse a sí misma. En este aspecto no debe soslayarse la alerta de intelectuales prestigiosos y comprometidos sobre sectores de la burocracia blindándose económicamente por si las moscas, previendo un giro hacia el capitalismo y asegurándose el futuro en ese posible escenario.
Si bien es muy pronto para determinar adonde nos conducirá este proceso de cambios, considero que hay tres elementos claves a tener en cuenta:
1- La correlación actual de fuerzas y la acumulación política y cultural de los cubanos son muy favorables al proyecto socialista. Aquellos que sueñen hoy con una restauración capitalista en Cuba carecen de legitimidad y de aceptación pública.
2- La firme disposición y voluntad inicial de la dirección política de la Revolución y del pueblo cubano de preservar el socialismo en Cuba a cualquier costo, como única garantía para mantener las conquistas sociales alcanzadas y asegurar nuestra existencia como nación independiente y soberana. De todas maneras, independientemente de nuestras intenciones, muchos de esos cambios podrían desatar fuerzas que adquirieran su propia lógica y escaparan de nuestro control.
3- Las variables internacionales, sobre todo el desarrollo del proceso revolucionario en Venezuela tendrá una influencia decisiva, en un sentido u otro, para el resultado final en Cuba.
Nuestro desafío, el mismo de todo proceso revolucionario cuando se enfrenta a la reacción, es el de construir un parlamento en una trinchera, combatiendo a un enemigo que aprovechará hábilmente nuestras debilidades y desunión. Eso lo matiza todo. Pero en esa trinchera no existe otra alternativa que el parlamento del pueblo trabajador.
Hay señales muy positivas. Por ejemplo, las referencias reiteradas al papel central que deben desempeñar los trabajadores en la lucha contra la corrupción y la ineficiencia, así como en las discusiones económicas sobre el plan en cada centro de trabajo. También los llamados que ha hecho el mismo Raúl a una mayor democratización de nuestro Partido Comunista y de las estructuras políticas y de gobierno. Democracia que no debe ser ni abstracción ideal ni la burguesa, mascarada que encubre la dictadura del capital, sino la democracia de la mayoría trabajadora de este país, ejerciendo un poder y control efectivo desde la base.
Están, asimismo, los debates generados a partir del discurso de Raúl, los suscitados en los congresos de la CTC, de la FEU, de la UNEAC, además de los reclamos constantes, desde la dirección del país, a una discusión franca y abierta entre los revolucionarios, como método idóneo y saludable para encontrarle solución a nuestros problemas.
Esto ha sido práctica de la Revolución en varios momentos de su historia, recuérdese por ejemplo el proceso de discusión del Llamamiento al IV Congreso del PCC, o los parlamentos obreros, en los días más acuciantes del período especial. De lo que se trata es de tornar estos momentos en permanencia y funcionamiento sistémico.
Una de las diferencias fundamentales del socialismo con respecto al capitalismo, y ahí radica una de sus ventajas, es la amplia participación popular con la que debe construirse. Mientras al capitalismo le interesa excluir del ejercicio del poder y el proceso político a la mayor cantidad posible de personas, el socialismo, para ser, debe desarrollar al máximo sus potencialidades de inclusión política y de presencia del pueblo en las tomas de decisiones. El estado natural del socialismo debe ser el más amplio debate democrático entre revolucionarios.
Y las profundas carencias que todavía tenemos en ese aspecto son un problema muy grave. Necesitamos que la elección del camino a seguir salga de un gran debate público nacional sobre todas las cuestiones fundamentales, que incorpore al pueblo a las decisiones. En ese sentido considero contraproducente, primero, que los resultados de las discusiones producidas en todo el país a raíz del discurso de Raúl el 26 de julio en Camagüey se mantengan en secreto, y segundo, que las medidas derivadas de ellas sean estudiadas y decididas sólo por un grupo de personas en la dirección de la Revolución, sin participación popular. También creo que no se debiera demorar más el Congreso del Partido, su necesidad se hace más evidente cada día.
Entre los factores que nos permitieron resistir el tremendo mazazo que significó la caída de la URSS y el período especial subsiguiente hubo tres que considero fundamentales: en primer lugar, y el más importante, la presencia de Fidel, que con su enorme autoridad política y moral, se convirtió en el principal elemento cohesionador de todo el pueblo para enfrentar lo que se nos venía encima. El segundo, que la generación de aquellos días mantenía vínculos personales más cercanos y estrechos con los años fundacionales de la Revolución, con sus momentos épicos y románticos, la Campaña de Alfabetización, Girón, Angola, y había vivido un socialismo, el de la década de los 80, con niveles relativamente altos de consumo material y de justicia social. El tercero, que los argumentos utilizados para la resistencia respondían esencialmente a motivaciones políticas: era un pueblo consciente de sus conquistas y de lo que se jugaba, que se negaba a ser esclavo otra vez, a perder su soberanía, y para ello se disponía a arrostrar cualquier sacrificio (o desafío).
Hoy, la posibilidad de enfrentar un nuevo período especial, con limitaciones económicas agudas, nos sorprende, lamentablemente, en condiciones algo diferentes. Fidel ya no se encuentra, al menos formalmente, al frente del país y la Revolución, y su capacidad física se ha visto disminuida por la edad y por un grave problema de salud que lo tuvo al borde de la muerte. Junto a él, el liderazgo histórico de la Revolución está llegando a su límite biológico, y sigue siendo asignatura pendiente el aseguramiento del relevo de la dirección revolucionaria.
Una de las generaciones de jóvenes que coexiste hoy prácticamente lo único que ha visto es el período especial, con sus escaseces, sus desigualdades, las profundas contradicciones económicas, políticas y sociales que ha originado en el seno de la sociedad cubana, y que han afectado incluso, en mayor o menor grado, nuestras niñas bonitas y sagradas: la salud y la educación; y la erosión constante que ha provocado en los valores, espiritualidad y el modo de vivir socialista que hemos practicado durante 5 décadas. Para ella, el discurso de justicia y bienestar de la Revolución a veces no encuentra asidero en la realidad, peor si se usan consignas gastadas y esquemas trillados. Por último, la salida a la coyuntura actual se busca apelando a medidas pragmáticas de corte económico y no a la movilización de las reservas políticas de nuestro pueblo.
El sistema de funcionamiento político que hemos tenido durante estos 50 años se ha basado casi exclusivamente en el extraordinario carisma y liderazgo de Fidel. La confianza plena del pueblo en él, en sus planteamientos y su dirección, ha asegurado con efectividad la unidad, la defensa de la Revolución, y el rumbo socialista del proyecto, y nos ha permitido derrotar todos los embates del imperialismo. Pero el vacío dejado por él no podrá ser llenado por nadie. En el futuro, la única garantía de que ese poder tremendo no caiga en manos de personas al estilo de Mijail Gorbachov, Boris Yeltsin, o tantos otros, es rediseñar nuestro modelo político ampliando la democracia obrera y el control popular. Vital es contar con un PCC unido, sólido, con la mayor democracia interna y un ambiente de debate libre y franco de ideas entre revolucionarios.
Uno de los fenómenos más peligrosos que vemos hoy para la continuidad de la alternativa socialista, es la extendida despolitización y desideologización, presente sobre todo en sectores juveniles apreciables. Inconscientemente se refuerza esta tendencia desde el discurso oficial, cuando se carga la mano en el pragmatismo y no en las motivaciones políticas. Un discurso de «soluciones prácticas» combinado con apelaciones abstractas a la conciencia, la voluntad y la ética, que según entiendo, tiene efectos muy limitados.
Aunque duela reconocerlo, en la Cuba de hoy pueden trazarse muchos paralelos con la situación de la URSS en los últimos años de la década del 80. El solo pensarlo me provoca escalofríos y me pone los pelos de punta, porque el desenlace allá fue fatal, mismo que debemos evitar acá a toda costa. Las similitudes pueden observarse tanto en el complejo panorama social y económico: apatía política en los jóvenes, ineficacia burocrática, corrupción, despilfarro; como en algunas de las medidas propuestas para enfrentarlo.
La restauración capitalista más peligrosa podría venir a caballo de un discurso dizque revolucionario que hablara de mantener todas nuestras conquistas sociales, pero dejando de ser testarudos en materia económica, modernizarnos, adaptarnos a lo que hay, aceptar lo inevitable, abrirnos al mundo y al mercado con todas sus fuerzas, contradicciones y consecuencias. La guinda del pastel de semejante línea argumentativa sería la reconciliación nacional, la idea de que todos somos cubanos, que basta ya de pelearnos entre nosotros, que podemos ser capaces de construir un proyecto de país en el que quepamos todos, poniéndonos de acuerdo pacíficamente. Claro, con libertad de empresa. Esa idea es tan utópica y peligrosa que cualquier intento de contemporizar con la contrarrevolución, interna o externa, no nos dará siquiera tiempo a rectificar. Ellos tienen un diseño de futuro radicalmente distinto al nuestro, y es imposible hacerlos coincidir. La Revolución deberá seguir siendo con todos y para el bien de todos, pero manteniendo el poder en manos de la mayoría trabajadora y defendiéndose de quienes pretendan derrocarla.
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