Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Damasco parece una ciudad a la espera de que suceda lo peor y no ve forma de evitarlo. La guerra se extiende por el país y es poco probable que perdone a la capital. Los rebeldes hablan de intensificar los ataques en la ciudad, y así podría acontecer en las próximas semanas.
Estuve en Damasco la pasada semana y el ambiente me recordaba el Beirut de 1975, al comienzo de los quince años de guerra civil. Una y otra vez, en las conversaciones, la gente me exponía de manera realista las cosas desagradables que es muy probable que sucedan, pero muy pocos eran capaces de elaborar ideas verosímiles acerca de cómo impedir el desastre.
«Me gustaría que la gente en el extranjero dejara de hablar de que aquí está empezando una guerra civil porque sigue siendo una guerra del pueblo contra el gobierno», dijo una comprometida integrante de la oposición cuando nos sentamos en un café en Damasco (todo el mundo con el que hablo tiene que guardar el anonimato por razones obvias). Mi interlocutora creía que era la férrea presencia de las fuerzas de seguridad lo que había motivado que se hubieran suprimido las protestas populares masivas en los días posteriores a la masacre de Hula.
Puede que estuviera en lo cierto, pero en la práctica no sucedía gran cosa. Había menos tráfico por las calles y las cadenas extranjeras de televisión trataban de sacar partido de los videos de YouTube que mostraban comerciantes cerrando sus tiendas en protesta por la carnicería de Hula. Pero, al conducir por los alrededores de Damasco, no era fácil apreciar el éxito de la huelga ya que, de todos modos, hay muchas tiendas y restaurantes cerrados debido a la ausencia de turistas y al impacto de las sanciones.
Es bastante probable que los rebeldes comiencen en Damasco una campaña de colocación de bombas y asesinatos selectivos. Esto no es señal de que sean militarmente fuertes sino de que es más fácil, para un movimiento que carece de armas y combatientes experimentados extender la inestabilidad por esos medios. Los rebeldes pueden hacer eso utilizando como base los bastiones con los que cuentan en los alrededores de la ciudad, en lugares como Duma, que controlan en mayor o menor grado.
Nada de eso son buenas noticias para la gente de Damasco, porque es probable que las represalias y los castigos colectivos del régimen sean salvajes y prolongados. Es deprimente que Damasco, una de las ciudades más bellas del mundo, esté al borde de convertirse en la víctima del mismo tipo de odio, temor y destrucción que convulsionaron Beirut, Bagdad y Belfast durante los últimos cincuenta años.
El sectarismo va profundizando. Los cristianos tienen miedo y son muy conscientes de lo que sucedió a sus correligionarios en Irak después de 2003. A menudo, los miembros de la oposición en Damasco culpan a las autoridades del aumento de los temores sectarios. «El gobierno solo trata de aterrar a la gente», dijo un activista cristiano de los derechos humanos. «La gente de aquí nunca ha tenido problemas con los demás». Señaló que los franceses habían tratado de asegurar su dominio imperial explotando las diferencias religiosas y comunales pero no habían conseguido salirse con la suya.
Por desgracia para Siria, el activista tenía una visión equivocada de la historia. En 1860, turbas musulmanas irrumpieron en el barrio cristiano de Damasco y mataron entre 5.000 y 10.000 personas (las autoridades otomanas restauraron el orden -una indirecta aquí, quizá, de cómo otros gobiernos podrían disuadir de la connivencia oficial en el asesinato sectario- colgando a su propio gobernador y a 56 de sus oficiales por negligencia en el cumplimiento de su deber y fusilando a cien de los soldados que habían tomado parte en la masacre).
Puede que el actual gobierno sirio esté intentando provocar el enfrentamiento sectario para asegurar que las minorías -alauíes, cristianos, drusos y kurdos- sigan de su parte. Pero no inventó esas diferencias comunales aunque la oposición haya intentado restarles importancia. Pregunté a un diplomático que reside en Damasco desde hace mucho tiempo qué pensaba él de la imagen que de la crisis siria presentaban al mundo exterior los videos de YouTube editados por la oposición. «Son engañosos», contestó secamente. «Por ejemplo, cuando muestran las manifestaciones contra el gobierno, los activistas suprimen siempre la parte en la que la multitud grita ‘¡muerte a los alauíes!'».
Probablemente, el gobierno cuenta con un núcleo de seguidores que luchará hasta la muerte. Nadie sabe lo grande que ese núcleo puede ser. Un militante de la oposición, que fue liberado de la cárcel el pasado año, creía que la mayoría de los sirios están preparados para pagar algún precio por derrocar al régimen. «La gente quiere sus libertades aunque haya un terremoto», dijo. «Las cosas empeorarán, pero la lucha no será larga y Asad se irá», dijo. Negó que la oposición quisiera vengarse y declaro: «Yo estaba en Hama en 1982 cuando el gobierno mató a 40.000 personas [la cifra que habitualmente se cita es de 10.000] en 27 días, pero nadie está tratando de vengarse hoy por aquello».
Aunque mi amigo de Damasco era sincero acerca de la falta de apoyo del gobierno, «el 5% de los sirios luchan por el régimen y el 10% los apoyan», parecía consumido por la rabia y la amargura debido al trato recibido por él y su familia (entre todos se habían pasado 65 años en la cárcel). Es difícil creer que los crímenes cometidos por el régimen en el pasado se puedan olvidar fácilmente como él afirma.
En el corazón de la crisis siria hay una revolución contra el estado policial gobernado por la familia Asad durante cuarenta años. Pero hay dos luchas paralelas que contaminan y complican este levantamiento popular. Una es la lucha de las potencias árabes sunníes, dirigidas por Arabia Saudí y Catar, contra los chiíes. La otra es la que dirigen EEUU y los saudíes en su confrontación con Irán, cuyo aliado más importante en el mundo árabe es Siria. Se está informando ya de que a los insurgentes les están llegando armas procedentes de Arabia Saudí. Las autoridades iraquíes dicen que los combatientes de Al-Qaida en la provincia de Diyala, al noreste de Bagdad, tristemente célebres por masacrar a aldeanos y viajeros chiíes, se dirigen de nuevo hacia Siria.
El comprensible autoengaño de los activistas en Damasco se corresponde con el menos justificado autoengaño de fuera del país. Determinadas sugerencias recientes, como la de establecer un «puerto seguro» humanitario en el lado sirio de la frontera turca, son una receta para la guerra (que llena de terror a los armenios de Alepo y a los kurdos de Qamishli, ambas comunidades con muy duros recuerdos del dominio turco). Por otra parte, el bombeo de armas pagado por la monarquía absolutista saudí, cuyos motivos son fundamentalmente sectarios y antiiraníes, solo servirá para exacerbar la violencia.
El Presidente Bashar Al-Asad no va a irse pacíficamente y no cree, en absoluto, que tenga que marcharse. Ahí yace el problema en el corazón de la crisis siria, en la que Rusia tiene por su parte algún derecho y en la que se equivocan los críticos del Presidente Putin. Al régimen de Asad se le pide que se reforme y, al mismo tiempo, que se muera de repente y pase a mejor vida. Estos objetivos son contradictorios. ¿Por qué debería modificar su conducta el gobierno sirio cuando el verdadero propósito de las presiones internacionales es el cambio de régimen?
Los regímenes cambiaron en Irak y Libia porque las potencias occidentales les derrotaron a través de una guerra (los rebeldes libios no habrían durado ni una semana sin el apoyo de la OTAN).
Si las potencias occidentales no van a la guerra en Siria y no pueden conseguir que los turcos les hagan el trabajo sucio, entonces presionarán para que haya reformas y para que el poder se comparta, lo cual dejaría en pie una versión modificada del régimen de Asad. A los rusos les sería difícil oponerse a este plan, que también aliviaría los temores de Irán. Quizá la alternativa sea una larga guerra que desgarre a Siria.
Patrick Cockburn es un periodista irlandés especialista en Oriente Próximo y más concretamente en Iraq; ha obtenido numerosos premios a lo largo de su carrera, siendo el más reciente el prestigioso Premio Orwell al periodismo político, otorgado en 2009. Es autor de varios libros sobre Oriente Próximo, los más recientes son The Occupation: War, resistance and daily life in Iraq y Muqtada! Muqtada al-Sadr, the Shia revival and the struggle for Iraq .
Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/06/04/city-on-the-edge-of-darkness/
rCR