Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Foto Portada_ Los acusados, Eyad Al-Gharib, que se tapa con una capucha, y Anwar Raslan
En la ciudad alemana de Coblenza, dos exoficiales del servicio secreto sirio están acusados de crímenes de lesa humanidad: Anwar Raslan, quien dirigió presuntamente la unidad de investigaciones de la Sección 251 de los servicios secretos generales en Damasco, y Eyad Al-Gharib, quien arrestó presuntamente a muchos manifestantes y los condujo a la prisión de la agencia. Según la acusación, son responsables de 58 asesinatos, 4.000 casos de tortura y dos casos de violación o agresión sexual durante los años 2011 y 2012. Desde el comienzo del juicio en el pasado mes de abril, los supervivientes de la Sección 251, o agencia de Al-Khatib, han descrito torturas sistemáticas en la prisión.
Por vez primera, el tribunal que juzga a los mencionados exoficiales acordó, en sus 30 y 31 sesiones judiciales, interrogar a un testigo totalmente protegido, que se presentó con el rostro enmascarado y sin que se conocieran sus datos personales a fin de proteger a su familiares, que siguen en Siria. El testigo describió la existencia de inmensas fosas comunes y refirió una serie de documentos donde se enumeraban decenas de miles de cadáveres.
El testigo, al que se dio el nombre Z 30.07.2019, inició su testimonio a las 11:00 a.m., noventa minutos después de anunciarse el comienzo de su primera sesión de las dos previstas para los días 9 y 10 de septiembre. Los abogados de la defensa de los acusados rechazaron, en un principio, la idea de que el testigo apareciera con el rostro cubierto, sin embargo, tras largas deliberaciones entre los jueces y los abogados, el tribunal finalmente decidió que el testigo tenía derecho a llevar una máscara en el rostro. El conflictivo comienzo afectó al testigo, que padece hipertensión arterial y diabetes. El testigo se había derrumbado en una ocasión anterior durante la investigación policial criminal llevada a cabo en 2019 y tuvo que ser trasladado al hospital. En esta ocasión, el juez tuvo también que terminar la sesión abruptamente debido a dicha hipertensión y a su incapacidad para mantenerse en pie.
¿Quién es el testigo?
Los interrogatorios se iniciaron preguntando al testigo sobre su trabajo diario cuando estaba en Siria. Respondió que, antes del comienzo de la revolución siria en 2011, era enterrador civil. En octubre de 2011, dos oficiales reunieron a unos 10 enterradores civiles y designaron al testigo como supervisor; desde entonces se vieron obligados a acudir a hospitales militares donde había uno o dos camiones frigoríficos grandes cargados de cadáveres que debían trasladar a ciertos lugares donde los enterraban en fosas comunes. El testigo dijo al tribunal que los enterramientos se realizaban siempre por la mañana temprano, entre las 4 a.m. y las 9 a.m. horas, y que trabajó sin descanso en esas tareas desde 2011 hasta 2017, sin pausa alguna.
El testigo no solo mencionó hospitales militares, declaró que también tenían que acudir a hospitales civiles y a la prisión de Saidnaya.
Explicó que un camión frigorífico mide más de 11 metros y que en cada ocasión había dentro de 500 a 700 cuerpos, a veces menos; recuerda las cifras porque los oficiales siempre les daban órdenes de registrar el número de cadáveres de cada rama de la seguridad militar y hacer al final un recuento total. Dio un ejemplo: la agencia Palestina, 100 cadáveres, la agencia Al-Arbain 50 cadáveres. El testigo no conocía bien de qué rama de la seguridad procedía la mayor cantidad de cadáveres, pero determinados días escuchaba hablar a los oficiales sobre la actividad y la competición entre las ramas de la seguridad diciendo, por ejemplo: “las ramas de la seguridad del Estado están muy activas hoy”, lo que significaba que los cuerpos que llegaban de ellas eran más numerosos que los de otras agencias de la seguridad.
Al testigo y al resto de los trabajadores no se les permitía comunicarse entre ellos ni usar sus teléfonos móviles. “Al principio no sabía cuáles eran mis tareas. Los oficiales nunca compartían la información. Pero después de cinco meses empezaron a confiar en nosotros y a contarnos más cosas sobre nuestras tareas”, dijo.
El testigo mencionó los nombres de los hospitales de donde procedían los cuerpos: los hospitales militares de Harasta y Tishrin, (el hospital de Tishrin, dijo, incluía los cadáveres del hospital militar Mazzeh 601, porque es un hospital pequeño y no tiene capacidad para ese número de cuerpos); y los hospitales civiles de Al-Muwasat y Al-Mujtahid. En cuanto a estos últimos, declaró que alguien del interior del hospital Al-Mujtahid le había dicho que no solo recibían cuerpos de las dependencias de seguridad, sino que también se cumplían órdenes de matar en el hospital.
Respecto al número de veces que trasladaban cadáveres, dijo que había tres o cuatro enterramientos durante la semana; una o dos veces por semana para los hospitales militares, dos o tres veces por mes para los hospitales civiles, y dos veces más por semana para la prisión de Saidnaya, a razón de dos a tres camiones en cada traslado.
Fosas comunes por todas partes
El testigo habló de los lugares de los enterramientos, que identificó en dos puntos principales: Najha, a unos 15 km de Damasco, que había sido también mencionado con anterioridad por otro testigo (toda la información aparece documentada con ilustraciones de las fosas comunes en nuestro informe sobre la sesión 13 y la sesión 14, en las fechas del 24 y 25 de junio de 2020), y Al-Qatifah, mencionado por primera vez durante este juicio, que se encuentra a 35 km de Damasco.
Dijo que ambos lugares son propiedades militares y que como civiles necesitaban un permiso oficial y un vehículo que pudiera pasar por todos los puntos de control militares sin ser detenidos, para lo que le dieron una furgoneta con 14 asientos que llevaba fotos de Bashar al-Asad en la parte delantera y trasera. Afirmó que todas las ramas de seguridad han estado enviando cuerpos a estos dos sitios, excepto la Cuarta División de Maher Al-Asad, que entierra los cuerpos debajo de las pistas del aeropuerto militar Mezzeh, y la rama de la Inteligencia de la Fuerza Aérea, que los entierra en sus propios terrenos; los trabajadores civiles no pueden entrar en estos dos sitios. Tan solo había un trabajador civil encargado de cavar las fosas, que era amigo del testigo y fue quien compartió esta información con él.
En cuanto al tamaño de las fosas comunes en las áreas de Najha y Al-Qatifah, el testigo dijo que el área de la fosa podía llegar a alcanzar los 5.000 metros cuadrados, con una profundidad de hasta seis metros. La fosa no se cerraba en su totalidad, sino según iban llegando los lotes, una parte de ella se volvía a llenar de acuerdo con el número de cuerpos de cada lote, y así sucesivamente hasta que quedaba llena por completo con el flujo continuo de cadáveres procedentes de las ramas de seguridad. Llamaban a la fosa “la hilera”. Algunas hileras se llenaban después de veinte enterramientos, y otras acogían a cincuenta o sesenta, según su tamaño, explicó.
“Cuando se abría la puerta del camión-frigorífico, emanaba del interior un olor muy fuerte, como si estallara una bomba de gas, como si los cadáveres hubieran estado dentro durante mucho tiempo porque los iban apilando en montones hasta llenar el camión por completo”. Por este motivo, el testigo dijo que él no enterraba personalmente a los cadáveres que llegaban de las agencias de seguridad, que se mantenía a unos 20 metros de distancia y observaba a los trabajadores mientras arrojaban los cadáveres al foso hasta llegar a los cadáveres apilados al final del camión frigorífico, que estaban ya en condiciones terribles.
El testigo dijo que, en cambio, sí había participado personalmente con el resto de enterradores en el enterramiento de los cadáveres de la prisión de Saidnaya. “Esos cuerpos no olían porque eran cadáveres frescos. Los agentes nos dijeron que habían sido ejecutados ese mismo día. Las ejecuciones solían comenzar a medianoche y el enterramiento se producía sobre las 4 de la madrugada. Vi marcas en sus cuellos de ahorcamiento y también señales de tortura. Estaban por lo general esposados y llevaban números y códigos escritos en adhesivos colocados en la frente y el pecho de los cadáveres, pero una vez sucedió que uno de ellos aún no estaba muerto, aún respiraba, por lo que el oficial ordenó que le pasaran el buldócer por encima”.
Tener que ver todo eso regularmente durante muchos años acabó destrozando la salud del testigo. “El olor se nos quedó agarrado en la nariz durante todos estos años. Solíamos sentirlo aunque estuviéramos en casa o en cualquier otro lugar. Solo con las imágenes de los cadáveres en mi cabeza era suficiente para dejar de comer o beber durante varios días. Todavía me persiguen, no puedo dormir y cuando lo consigo me abruman las pesadillas. Vivo constantemente aterrado; tengo trastornos permanentes de diabetes y alta presión arterial”, añadió el testigo.
Cadáveres de mujeres y niños
También se refirió a que los trabajadores le hablaban de cuerpos de mujeres y de niños y niñas, y de cómo los oficiales habían rechazado su petición de que les permitieran enterrar a las mujeres en lugares designados y cómo a ese rechazo se añadían a veces amenazas de arresto y tortura. Dijo al tribunal que vio personalmente el cadáver de una mujer asesinada, abrazando a su bebé también sacrificado, una escena que le hizo desplomarse en el suelo en aquel momento.
En cuanto al estado de los cuerpos que llegaban de las agencias de inteligencia, los trabajadores dijeron al testigo que los rasgos de los rostros habían prácticamente desaparecido, lo que a su juicio era el resultado del uso de productos químicos como el ácido, porque es imposible que los cadáveres aparecieran afectados de esa forma solo como resultado de la muerte o de la tortura.
También relató las señales de tortura esparcidas por todos los cuerpos magullados, “había marcas azules, marcas rojas y marcas negras en los cadáveres, se les habían arrancado las uñas de manos y pies, y una vez vieron que a uno de los muertos le habían cortado el pene”.
El testigo también informó a los jueces de otros enterramientos secretos que tenían que llevar a cabo. Los cuerpos no iban documentados, ni siquiera con números. Esos enterramientos empezaban a medianoche y durante los mismos había presencia de oficiales de alto rango, como generales de brigada o incluso rango superior, además de soldados armados.
Se le interrogó al testigo sobre su labor administrativa con respecto a la documentación, y contestó que las cifras de cadáveres y las agencias de procedencia se registraban en listas durante el traslado y el entierro, y que recogían la información que les decían los oficiales. Tras el enterramiento, un oficial se llevaba esas listas a su lugar de trabajo, que compartía con el testigo y le hacía anotar los códigos y números. Los códigos se referían a una determinada agencia conocida solo por ellos y los números se referían a la cantidad de cadáveres. El testigo escribía esos detalles en una especie de registro de defunción, luego imprimía dos copias y el oficial guardaba una copia en una caja fuerte cerrada con llave. La otra copia tenía que entregársela a su gerente en el trabajo o a un oficial de rango superior.
El testigo manifestó también que los agentes no facilitaron equipamiento de protección alguna a los trabajadores civiles salvo guantes, delantal y mascarillas muy básicas, lo que provocó graves enfermedades en algunos y dos de ellos habían fallecido.
Con respecto a la pregunta de los jueces sobre si la agencia de Al-Khatib también enviaba cadáveres, el testigo dijo que todas las ramas de seguridad habían enviado cadáveres, que eran unas quince agencias, una de ellas Al-Khatib. Dijo que el número de cadáveres durante los seis años en los que trabajó podía haber alcanzado el millón o millón y medio de cadáveres, luego añadió: “No sé bien, pero la cifra es muy grande”.
En cuanto a la participación de las ramas de la seguridad del Estado (Sección Al-Arbain, Al-Khatib y el Departamento de Inteligencia General), según su estimación, fue de 50.000 cadáveres entre octubre de 2011 y finales de 2012. Después, las ramas de Seguridad del Estado enviaban alrededor de 25.000 cadáveres anualmente en las siguientes crifras: Al-Khatib, 10.000 cadáveres, la agencia Al-Arbain, 10.000 cadáveres y el Departamento de Inteligencia General, 5.000 cadáveres. Dijo que la rama Al-Khatib solía enviar los cuerpos tanto a hospitales civiles como militares.
Durante la segunda sesión, se mostraron varios mapas de Google referidos a las áreas de Al-Qatifah y Najha; sin embargo, el testigo no pudo ubicar las tumbas porque carecían de puntos de referencia o no estaban disponibles en lengua árabe. No obstante, dijo que podía ver el Hotel Ebla desde el cementerio del sur de Najha.
Asimismo, durante esa segunda sesión, los abogados defensores de los acusados trataron de recabar varios datos personales sobre el testigo, pero el abogado del testigo objetó varias veces estas preguntas. También hubo varios descansos y deliberaciones.
Una burocracia en funcionamiento
El testimonio ofrecido por el testigo ha demostrado el carácter generalizado y sistemático de los crímenes cometidos, requisito necesario para definirlos como crímenes de lesa humanidad. “Alguien que trabajó en fosas comunes es un testigo muy importante para establecer este requisito”, declaró uno de los abogados de la parte civil, Sebastian Scharmer. “La cifra increíblemente alta de cadáveres y las dimensiones de las tumbas que mencionó son elementos cruciales”. Además, el testigo Z 30/07/19 aportó al tribunal una estimación del número de muertes perpetradas en la agencia de Al-Khatib desde abril de 2011 hasta finales de 2012, cuando Raslan estaba a cargo de ella. En su interrogatorio policial, el testigo estimó unos 10.000 cadáveres por año procedentes de la sucursal de Al-Khatib y que la cifra había aumentado después de 2013. “En su declaración, Raslan afirmó que nadie había muerto en la agencia mientras él trabajó allí”, recuerda Scharmer. “Las listas mencionadas por el testigo contradicen claramente tal afirmación”.
Desde que las fotos de “César” registraron a cada preso asesinado con una imagen y un sistema de numeración y las listas registraron la cantidad de cadáveres enterrados en fosas comunes, el régimen sirio no se ha hecho ningún favor al documentar con precisión sus atrocidades masivas. “Uno pensaría que un régimen que tortura y hace desaparecer por la fuerza a sus ciudadanos no está interesado en documentar esos crímenes en ninguna parte”, dice Scharmer. “Pero así es como operan los servicios secretos: necesitan siempre mantener la apariencia de que están trabajando dentro de una burocracia funcional”. Sin embargo, si la intención del régimen de Asad era dar un marco legal a sus crímenes, puede haber contribuido a exponer su naturaleza sistemática.
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Cabe señalar que durante estas dos sesiones hubo un periodista sirio llamado Tariq Khilou que había asistido previamente a la sesión inaugural de este juicio y contaba con una acreditación como periodista del tribunal, que le otorgó en esta ocasión un servicio de interpretación, siendo el primer periodista sirio en recibir dicha acreditación a raíz de la objeción presentada por el periodista independiente Sr. Mansur Al-Omari, y por el Sr. Hassan Qansu, representante del Centro Sirio para la Justicia y la Responsabilidad, y la decisión de la Corte Constitucional Suprema al respecto .
Los días 15 y 16 de septiembre, el tribunal reanudará las sesiones con el testigo Mazen Darwish, presidente del Centro Sirio para los Medios de Comunicación y la Libertad de Expresión.
N. de la T.:
La información aportada por la Sra. Luna Watfa se ha completado con la información publicada por la Sra. Hannah Al-Hitami, corresponsal de JusticeInfo.net en el juicio de Coblenza.
Luna Watfa es una periodista y fotógrafa independiente siria, expresa política.
Fuente:
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