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Hay muchos datos que cuestionan lenta pero seguramente los dogmas centrales de la biotecnología moderna

De genes, gusanos e ignorantes

Fuentes: Grupo ETC

La primera versión del mapa del genoma humano en 2001 reportó que tendríamos unos 30-40 mil genes. Mucho menos que los 100 mil genes que se estimaban al comienzo del Proyecto Genoma Humano. Ahora, los científicos de ese proyecto informan en Nature (21/10/2004), que apenas tendríamos entre 20 y 25 mil genes en total. Un […]

La primera versión del mapa del genoma humano en 2001 reportó que tendríamos unos 30-40 mil genes. Mucho menos que los 100 mil genes que se estimaban al comienzo del Proyecto Genoma Humano. Ahora, los científicos de ese proyecto informan en Nature (21/10/2004), que apenas tendríamos entre 20 y 25 mil genes en total. Un golpe a la vanidad humana, ya que el gusano C. Elegans tendría también unos 20 mil genes, mientras que vegetales como la Arabidopsis Thaliana (de la familia de las coles) más de 25 mil y la caña de azúcar y el arroz unos 40 mil. Como consuelo, la mosca de la fruta sólo tiene unos 14 mil genes.

Según declara Francis Collins, director del proyecto en Estados Unidos, «la receta humana podrá ser más económica que en otras especies, pero los frutos son más complejos. Un mismo gen podría tener 20 funciones diferentes dependiendo de la interacción con otros genes». El Dr. Tim Hubbard del Instituto Sanger en Reino Unido, agrega para BBC que «esto significa que cada gen puede ser utilizado en muchas diferentes formas, dependiendo de cómo está regulado. El gran tema es la regulación.» Lo que controla los genes es todavía un enigma. «Puede haber una gran cantidad de cosas en el genoma que aún no sabemos cómo extraer. Hay una amplia colaboración internacional tratando de averiguar que hay aparte de los genes que codifican proteínas. El genoma contiene pequeñas secuencias regulatorias, y estos «actores» son importantes en el sistema de control, pero terriblemente difíciles de ubicar.»

Si la regulación de los genes depende de múltiples interacciones que cambian sus funciones, y éstas no se conocen, ¿qué pasa con los genes aislados que son trasladados de una especie a otra, como es el caso de los transgénicos?, ¿cómo se comportan en interacción con los genes de la especie a la que fueron introducidos y activados artificialmente?, ¿qué funciones pueden activar o desactivar en una planta o en los que la consuman, en organismos y en el ambiente? No hay respuesta.

En Scientific American del mismo mes de octubre, John S. Mattick afirma: «Las suposiciones pueden ser peligrosas, particularmente en ciencia. Usualmente comienzan con la interpretación más plausible o más cómoda de los datos disponibles. Pero cuando esta verdad no puede ser inmediatamente probada y sus fallas no son obvias, las suposiciones a menudo se transforman en artículos de fe, y se fuerza a las nuevas observaciones a acomodarse a éstos. Finalmente, cuando el volumen de información problemática se vuelve insostenible, la ortodoxia debe entrar en crisis. Podríamos estar ante uno de estos puntos de viraje respecto de nuestra comprensión de la información genética.»

Mattick continúa dando cuenta de investigaciones según las cuales, el ácido ribonucleico (ARN) por sí mismo, y no sólo el ADN, tendría la capacidad de formar proteínas, dogma en el cual se han basado 50 años de biología molecular. Este comportamiento del ARN podría explicar, por ejemplo, el surgimiento de la enfermedad de las vacas locas. Reseña también investigaciones publicadas en la misma revista en octubre 2003 que indican que la regulación genética dependería tanto de una capa epigenética (alrededor de los genes y no en ellos), como en parte del ADN llamado «silencioso», que es más de 98 por ciento de lo que contienen nuestros cromosomas y que no es basura como se llama en inglés (junk DNA), sino que tendría funciones cruciales.

Hay muchos más datos que cuestionan lenta pero seguramente los dogmas centrales de la biotecnología moderna. No es extraño que esto suceda en ciencia, un verdadero científico está siempre cuestionando. Lo grave es cuando Alejandro Nadal dixit «hay científicos que no saben dónde termina su laboratorio y dónde empieza su ignorancia», pero asesoran a políticos sobre regulaciones -no de genes, sobre lo que ignoran prácticamente todo- sino de «bioseguridad». Si a cualquier mortal se le ocurriera descartar 98 por ciento de la información que dispone sobre un objeto que está estudiando, uno lo tildaría, cuando menos, de obtuso. Pero definitivamente nadie en su sano juicio se basaría en sus conclusiones para producir objetos de uso y mucho menos alimentos.

Sin embargo, éstas son las bases «científicas» sobre las que cinco trasnacionales que controlan los cultivos transgénicos a nivel mundial, con la colaboración de políticos ignorantes y mercaderes, los hacen llegar a la mesa de todos, usándonos como conejillos de indias. Y para colmo, cuando campesinos, ambientalistas y consumidores reclaman que ante lo que se no conoce se debe aplicar un principio de precaución, que no quieren contaminación transgénica en el maíz ni en ningún otro cultivo, los mismos políticos los llaman ignorantes.

Ninguna empresa afirma que los transgénicos son sanos. Sólo dicen que «no hay evidencias de que sean dañinos» y sobre esto cabalgan las regulaciones de «bioseguridad». Malas noticias: La Organización Mundial de la Salud, en el Foro Global de los Alimentos, octubre 2004 en Bangkok, reconoció que no tienen estas evidencias ¡porque no las han buscado! Y declara que se necesitan estudios para evaluar los efectos adversos de los transgénicos en la salud.

El problema de los transgénicos va mucho más allá de la inevitable dependencia que crean debido al control corporativo que los caracteriza: se trata de un nivel de incertidumbre científica inaceptable para que sean liberados al ambiente o integren nuestros alimentos.

Silvia Ribeiro
Investigadora del Grupo ETC
www.etcgroup.org