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Macrogranjas marinas

Déficit de regulación e hiperactividad

Fuentes: CTXT [Imagen: Una piscifactoría de salmones en Chile. SAMUEL M BEEBE, ECOTRUST (CC BY 2.0)]

Las exigencias de la economía especulativa convierten prácticas sostenibles como la acuicultura artesanal a pequeña escala en procesos industriales de engorde de peces que adoptan ritmos productivos muy destructivos

Desde la ecología política, el funcionamiento de la economía capitalista actual se puede explicar desglosándola en tres niveles. Tomar como ejemplo el sector de la pesca es una buena manera de hacerlo. El primer nivel, o nivel intermedio, se correspondería a la propia actividad de pescar, es decir, la que ocurre en la cubierta de los barcos, donde se recogen las redes cargadas, con más o menos éxito, de peces. En este mismo nivel, las actividades económicas seguirían visibles en otros puntos de la cadena de valor: la transformación, la distribución y finalmente la comercialización del pescado. En cada una de estas operaciones, los peces van de una empresa a otra hasta llegar a la persona consumidora, provocando en paralelo un intercambio de dinero, así que podemos llamar a este primer piso la economía productiva o economía real. Por encima de esta economía real y en un lugar invisible u opaco, tenemos el piso de la economía especulativa. Son los prestamistas, accionistas o fondos de inversión quienes sufragan el funcionamiento de la actividad de los barcos de pesca, confiando en obtener buenos resultados productivos de manera que no solo puedan recuperar la inversión, sino que además se generen rendimientos extras, intereses, una buena rentabilidad. Por debajo, literalmente, tenemos los flujos reales de energía y materiales, el metabolismo. En este caso, pensemos en la sala de máquinas y el consumo de petróleo necesario para mover los barcos, por un lado; y en el mar, donde viven y se reproducen las materias (peces) a capturar y comercializar, por otro. A este tercer nivel o piso de economía real-real vamos a llamarlo economía ecológica.

Un desequilibrio o colapso en este sistema económico llegaría cuando la cantidad de pescados capturados fuese mayor que el ritmo natural de reproducción de estos animales. Esta “sobrepesca” puede suceder cuando la economía real “trabaja a toda máquina”, bien para cubrir altas demandas o –como quiero resaltar– cuando tiene que satisfacer las aspiraciones de altos rendimientos económicos que desea obtener la economía especulativa de la cual dependen.

Tan rígida es esta subordinación que si aparecen límites “naturales” (se agota la biomasa marina), lejos de rendirse, la economía real busca alternativas para satisfacer las órdenes invisibles de la economía especulativa. En el caso de la pesca, la encontraríamos en la acuicultura, donde la cría de salmones, lubinas, atunes o doradas en jaulas flotando en el mar parece una solución indefinida… pero no. De nuevo, las exigencias del rendimiento provocan que prácticas sostenibles como la acuicultura artesanal a pequeña escala se transformen en procesos industriales de engorde de peces que adoptan ritmos productivos muy destructivos. Bien lo saben en Perú, Mauritania o Gambia, donde han visto cómo cada vez les cuesta más llenar las redes de sus capturas para el consumo humano, porque ahora son grandes barcos industriales quienes arrasan con ellos para la elaboración de los piensos con los que se alimentarán las especies cultivadas en granjas marinas.

En las costas del Mediterráneo, como explica la fundación GRAIN, tenemos un ejemplo de esta evolución –que está generando conflictos por la expansión de macrogranjas de peces en lugares como Calpe– que implica a la compañía más importante en estas costas en el sector de la acuicultura. Avramar, que así se llama, es el fruto de diversas fusiones de empresas griegas y españolas pioneras en éstas prácticas, “pero Avramar no es una empresa local”. Es propiedad de Amerra Capital, un fondo privado de inversiones de Wall Street que igual invierte en negocios de palma africana sospechosos de deforestación que en controlar tierras agrícolas; y de Mubadala Investment, un fondo soberano de inversiones de los Emiratos Árabes Unidos con operaciones en más de cincuenta países en sectores tan diferentes como el de la agroindustria o el de la industria aeroespacial.

¿Dónde queda el control social y político de esta forma de funcionar? Si poco se hace sobre el piso productivo, mucho menos se regula el piso especulativo, y quien sufre este hipermetabolismo es el cuerpo tierra, del que nosotras también somos parte. 

Fuente: https://ctxt.es/es/20230201/Firmas/42074/Gustavo-Duch-economia-especulativa-acuicultura.htm