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Del combate a la tortura

Fuentes: La Estrella Digital

Hace cincuenta años pisé por vez primera territorio de EEUU, como joven teniente del ejército español, apenas iniciada mi carrera militar. La causa fueron unos cursos de formación en lo que todavía hoy se denomina el «hogar» de la Artillería de Campaña («Field Artillery Home»): la base militar de Fort Sill, en Oklahoma, motivo de […]

Hace cincuenta años pisé por vez primera territorio de EEUU, como joven teniente del ejército español, apenas iniciada mi carrera militar. La causa fueron unos cursos de formación en lo que todavía hoy se denomina el «hogar» de la Artillería de Campaña («Field Artillery Home»): la base militar de Fort Sill, en Oklahoma, motivo de este comentario.

Recién iniciados los programas de ayuda militar de EEUU a España, la llegada de nuevo armamento y material (nuevo para nosotros, aunque parte de él hubiera servido ya en la guerra de Corea), que reemplazaría al anticuado arsenal utilizado a principios de los años 50 por nuestros ejércitos, exigía esos primeros contactos internacionales. A ellos nos apuntábamos, con gran ilusión profesional, los pocos oficiales que podíamos desenvolvernos en lo que en breve se conocería como la lengua del nuevo imperio. También queríamos observar cómo eran los militares más allá de nuestras fronteras, sobre todo los del mítico ejército de EEUU que había venido a reemplazar, como modelo a imitar, al desaparecido ejército alemán.

La comparación era bastante desalentadora aunque a la vez estimulante, pues veíamos el largo camino que quedaba por recorrer a nuestro ejército. Observábamos allí gran eficacia operativa y muy buena organización, en vez de nuestra habitual improvisación y el tan usual recurso de «suplir con el celo» lo que pudiera faltar. Veíamos a un cuerpo de suboficiales capaz de ejercer un amplio protagonismo, desconocido entonces en España, pues estaba relegado a la misión casi exclusiva de manejar el contacto directo con la tropa. Conviví aquellos días con los demoledores efectos del «McCarthysmo» en la sociedad de EEUU y los de la guerra de Corea en las Fuerzas Armadas, sin apenas poder valorar su importancia, ya que la formación recibida en las academias militares sobre política internacional era casi nula.
Después residí en EEUU varios años en distintas ocasiones, en cometidos de instrucción y aprendizaje, a medida que el ejército español se iba modernizándo. Por pertenecer a un arma técnica – la Artillería – apenas conviví con el tipo de combatiente de primera línea que suele aparecer en muchos filmes, como el recientemente estrenado «Jarhead». Su secuencia inicial muestra al típico sargento instructor de reclutas, humillando y vociferando a un novato, quien se tiene que limitar a responder a todos los insultos de su superior con un sumiso, aunque resonante, «¡Señor, sí señor!». Asunto éste, el de la rígida y brutal formación de los «marines» estadounidenses, común en las películas de ambiente bélico.

Según informaciones recientes, parece que el duro estilo militar propio de los «marines» de EEUU se ha ido extendiendo también al resto de sus fuerzas armadas, incluida la Artillería. Precisamente en Fort Sill ha surgido la noticia: un soldado murió el mes pasado como resultado de la brutalidad de la instrucción militar básica, que todo joven recién alistado ha de soportar durante nueve semanas. Es verdad que un único caso podría ser tenido por excepcional, pero nace la sospecha de que hayan existido otros similares que no alcanzaron la luz pública.

Dos parecen ser las causas principales de la muerte del artillero voluntario de 21 años en ese «Hogar de la Artillería». Una: la perentoria necesidad de aprovechar todos los soldados posibles para alimentar la interminable guerra en Iraq. Otra: el endurecimiento de la instrucción militar, al estilo de los «marines». El recluta en cuestión, lesionado en un hombro durante su formación básica, ya no podía darse de baja. Se vio incluido en el llamado Programa de Entrenamiento y Rehabilitación Física, que ni curó su lesión ni le permitió pasar al nivel siguiente y ser destinado a una unidad. De ese modo, su tiempo de instrucción básica, la de mayor dureza y brutalidad, parecía prolongarse sin fin.

Un compañero comentó: «Era como si estuviese forzado a ser un novato para siempre». Ni siquiera quien se ha alistado voluntariamente puede aguantar tanta presión durante tanto tiempo. Murió una noche sin que se sepan con certeza las causas pero, a juicio de sus camaradas, tras haber sufrido una grave desatención física y moral por sus superiores.
La madre de uno de sus compañeros, que ya había formulado anteriormente otras quejas por maltrato, difundió lo ocurrido a través de Internet, lo que hizo que el asunto saltara a los medios de comunicación. En su texto incluía este comentario: «Empiezo ahora a comprender mucho mejor por qué ocurrieron las torturas de Abu Ghraib. Todo empieza cuando no se tiene lealtad ni compasión con los camaradas, con los propios soldados».

Los mandos del ejército de EEUU y, en especial, los responsables de la instrucción de los combatientes, verán con preocupación que entre los ciudadanos de ese país y los propios soldados pueda cundir la idea de que los inhumanos métodos de entrenamiento, con los que se trata de despojar al recluta de sus concepciones previas y hacer de él solo un combatiente eficaz (según la tradición, «hay que destruir la persona para reconstruirla»), puedan estar relacionados con la brutalidad y la enorme carencia de formación moral que pusieron de manifiesto las torturas en Abu Ghraib.
Si cierto tipo de formación del combatiente puede ser el primer paso para hacer de éste un torturador inmisericorde, muchos conceptos hasta ahora aceptados deberán ser reconsiderados con gran urgencia. Pocos de los que desean ser soldados podrán soportar la idea de acabar convertidos en envilecidos torturadores de supuestos enemigos.

* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)