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Obama y su pacto con los republicanos

Del fuego a las brasas

Fuentes: Punto Final

Lo que vivimos en estos días es un trance histórico. Si hace diez, o cinco años, hubiésemos afirmado que el dólar es una moneda en decadencia, que el déficit de Estados Unidos está al nivel de las economías tercermundistas de las últimas décadas del siglo pasado o que la gran potencia imperial de los últimos […]

Lo que vivimos en estos días es un trance histórico. Si hace diez, o cinco años, hubiésemos afirmado que el dólar es una moneda en decadencia, que el déficit de Estados Unidos está al nivel de las economías tercermundistas de las últimas décadas del siglo pasado o que la gran potencia imperial de los últimos dos siglos estuvo al borde de la cesación de pagos, simplemente nos hubiesen calificado de locos. Hoy lo enunciado es una realidad. En pocos años, tal vez meses, el curso de la historia se ha precipitado colocando el presente en una encrucijada no observada desde hace décadas. El clima económico y político mundial, absolutamente revuelto, sólo nos puede llevar a rememorar los espacios más oscuros y extremos de la historia reciente.

Durante la madrugada del lunes 1° de agosto, a escasas 24 horas de la fecha establecida como inicio de la insolvencia del Tesoro de Estados Unidos, el presidente Barack Obama anunció que había llegado a un acuerdo con los representantes republicanos para elevar el nivel de la deuda. Un acuerdo, destacó, que evitaba un caos económico, que sin embargo sólo sirvió como momentáneo alivio para los mercados. Si bien se evitó la suspensión de pagos y sus impredecibles consecuencias para la economía mundial, a las pocas horas las Bolsas de Valores de todo el mundo retrocedían, con caídas fuertes en Europa. Estados Unidos había evitado que la economía se estrellara esa semana con una violencia inusitada, pero no impidió que la trayectoria descendente de la economía mundial continuara su caída libre.

El presidente de la mayor potencia mundial informó que el acuerdo eleva el techo de 14,3 trillones de dólares de la deuda de EE.UU. y propone aproximadamente 2,5 trillones en recortes del gasto público a lo largo de los próximos diez años. El acuerdo incluye una primera etapa de recortes de poco menos de un trillón de dólares en el gasto federal, y establece una comisión bipartidista para recomendar otro 1,5 trillón de dólares más en recortes al presupuesto. Obama dijo que este acuerdo no lo dejaba satisfecho, pero que lograba poner fin a un proceso «largo y desordenado» que muchos analistas han calificado como un escándalo, producto de un «teatro político». Para no pocos observadores, Obama capituló ante la extrema derecha económica.

Los anuncios han sido interpretados bajo diversos enfoques. La prensa liberal, como el New York Times, calificó el acuerdo como «un pacto terrible» porque si bien el acuerdo evitará la moratoria de pagos, «el resto es casi una completa capitulación a las demandas chantajistas de los extremistas republicanos. Dañará los programas para la clase media y los pobres, y dificultará la recuperación económica». En tanto desde las tribunas conservadoras, advierten sobre los mínimos efectos de los recortes, los que mantienen las cosas tal como están.

La salida al escándalo político, cuyas consecuencias sin duda las canalizará Obama a partir de ahora, ha sido en gran parte la propuesta republicana, que ha aplicado la clásica receta neoliberal: disminución del gasto social y cero aumento a los impuestos, a pesar que las encuestas señalan que el 72 por ciento de los estadounidenses aprobaban un aumento de los impuestos a los más ricos para reducir el déficit. Obama cedió en asuntos básicos y de gran impacto social, incluso en programas para los más necesitados, como el Medicare y el Social Security o en no tocar el bolsillo de los multimillonarios. El acuerdo fue interpretado a las pocas horas como un fracaso para la administración de Obama y una renuncia al discurso que lo llevó al poder. Informaciones recogidas a través de la prensa y blogs resumen la indignación entre las propias bases del presidente. Sectores críticos han señalado que con estas concesiones, Obama y la elite de los demócratas se ha puesto a la derecha incluso de algunos republicanos moderados. Obama se ha entregado a las políticas extremas de la ultraderecha.

Callejón sin salida

El problema económico que vive Estados Unidos es similar al que han vivido cientos de naciones pobres en el mundo: al tener más gastos que ingresos, ha acumulado un gigantesco déficit público incubado desde hace décadas. Un déficit creciente que sólo se ha mantenido con más y más deuda. Y aun asumiendo que la nueva deuda se haga a través de nuevos bonos, los cada vez más altos costos de los préstamos terminarán por asfixiar al Tesoro. Es claro: mientras más dinero pida prestado, mayores serán los intereses; a la vez, mientras más altos sean los intereses, más préstamos necesitará. Un círculo vicioso muy conocido en los países pobres.

Los efectos de esta crisis es una inestabilidad de los sistemas financieros no sólo estadounidenses sino globales. Una inestabilidad sistémica. Porque si Estados Unidos se declaraba insolvente no era sólo para pagar los sueldos de los empleados públicos o las ayudas sociales, sino para pagar los compromisos adquiridos con sus acreedores, entre los que destacan China, los países latinoamericanos, Japón, Gran Bretaña, los países de la OPEP y muchos otros. Sólo Chile tiene más del 40 por ciento de sus reservas invertidas en bonos en dólares.

La CEPAL había expresado su preocupación por las consecuencias que podría tener la cesación de pagos de Estados Unidos en Latinoamérica. «La demora en aprobar un nuevo techo para la deuda pública estadounidense constituye una amenaza sobre el sistema financiero internacional, que podría tener un impacto en el valor de los activos, los tipos de cambio y en el nivel de la actividad global y, por tanto, en la demanda de los bienes y servicios que produce y exporta la región». Latinoamérica, recordó la CEPAL, se ha convertido en el segundo tenedor de activos en dólares, sólo detrás de China. Brasil tiene reservas por 335 mil millones de dólares, México por 131 mil, Argentina 51 mil, Perú 47 mil millones y Chile, 34.800 millones de dólares. Una pérdida del valor del dólar tendrá efectos muy nocivos sobre estas reservas.

La deuda de Estados Unidos ha crecido a un ritmo impresionante durante los últimos años. Durante los últimos diez años ha pasado de 5,95 trillones de dólares a cerca de 15 trillones. Sólo durante la administración de Obama ha crecido desde casi once trillones al volumen actual. Un proceso que si no ha explotado, sí se ha transparentado, por lo que es casi un hecho que los bonos del gobierno de Estados Unidos, históricamente con riesgo cero, tarde o temprano sean calificados como riesgosos.

Lo que ha sido históricamente considerado como algo imposible, hoy es parte de la normalidad. Por ejemplo, hoy es un hecho de la causa que el gobierno federal tome créditos por 1,6 trillones de dólares cada año para mantener la economía en marcha, cifra que equivale al once por ciento del producto estadounidense o al 40 por ciento de todos los gastos federales. Como extraña paradoja, los organismos financieros internacionales no dicen nada respecto a este crecimiento del déficit, en circunstancias que instituciones como el FMI o el Banco Mundial advierten a otros países cuando aumentan el déficit más de un tres por ciento al año. El mismo FMI, que ha presionado al gobierno de Grecia a realizar los recortes fiscales más bestiales, llamó con insistencia al Congreso de Estados Unidos a elevar el techo de la deuda. En tanto, las elites empresariales, políticas y financieras mundiales observan con una fe a toda prueba este proceso, como si fuera productivo y sustentable, como si el inefable mercado pudiera iluminar la economía a través de la creación mágica de dinero.

El curso de estos hechos invierte toda la racionalidad económica. Porque lo que es considerado nefasto para cualquier otro país -el caso de Grecia, Irlanda y Portugal están muy frescos- no lo es para Estados Unidos. Toda o gran parte de la economía mundial descansa en el dólar. Estados Unidos, pese a todas las burbujas especulativas, pese a las millonarias deudas, pese a la creación de dólares de la nada, es aún la piedra angular de la economía global. Una fractura en el eje del sistema hubiese originado una reacción financiera en cadena, global.

Otra vez la doctrina

del shock

En la actual crisis calza de forma perfecta la teoría de la doctrina del shock, de Naomi Klein. Las grandes crisis y catástrofes han sido el gran incentivo para el desmantelamiento de los aparatos públicos y el traspaso de los servicios al sector privado. Bajo esta mirada, la discusión en el Congreso de Estados Unidos que tomó características de drama global, terminó con un gran triunfo para el neoliberalismo económico. Quienes pagarán esta nueva vuelta de la tuerca del modelo serán los pobres y las clases medias, aquellos que reciben algún tipo de ayuda pública. Los conservadores una vez más miran a la economía como un gran casino para buscar ganancias de corto plazo.

Este trance ha sido una estrategia política. Porque más allá de un default técnico, es la economía como sistema la que ha continuado lanzando evidentes señales de error. Los conservadores, que están en ambos partidos, han lanzado este ultimátum para que el gobierno de Obama finalmente acepte recortar el aparato público, traspasar más servicios al sector privado y dejar a los mercados continuar con lo que saben hacer: especular. Pero la reacción de los mercados horas después del acuerdo expresó otra cosa: el acuerdo llevará a la economía estadounidense y a la mundial a una nueva recesión.

Esta salida no es tal, sino simplemente una nueva prórroga para un ya cada vez más evidente desenlace. Porque muy poco conseguirá el gobierno de Obama con recortar el gasto fiscal en un periodo recesivo y de alto desempleo. Pero tampoco ha conseguido estimular la economía aumentando el gasto de manera desmedida y colocando el déficit en niveles históricos. Se trata de una crisis sistémica del capitalismo cuya solución es desconocida.

La realidad es que la economía estadounidense y global ha llegado a un punto de inflexión. Porque cualquiera sea la salida, consistirá en una reducción del gasto fiscal y en un empeoramiento de la actividad económica. Si durante los últimos años el gobierno de Obama estimuló con fuerza la economía -de ahí el gran crecimiento del déficit- sin consecuencias favorables sobre la producción y el empleo, la reducción del gasto es muy probable que lleve a un proceso de contracción económica, el que se extenderá por el mundo.

La moratoria de pagos es un nuevo efecto perjudicial para el valor del dólar. Si el billete verde ya ha venido perdiendo su valor de forma persistente por el alto déficit estadounidense, un castigo de parte de las calificadoras de riesgo sobre los bonos del Tesoro aumentará este proceso, con consecuencias para todas las economías del mundo que emplean el dólar como moneda de referencia.

Hoy los países latinoamericanos gozan de grandes reservas por los altos precios de sus materias primas, muchas de ellas demandadas por los mercados chinos. ¿Pero qué sucederá si Estados Unidos entra en una recesión? El gran mercado para los productos chinos se contraerá, lo que tendrá inmediatos efectos en la demanda de China por las materias primas latinoamericanas. Un inquietante escenario agudizado por la caída del valor del dólar y los problemas cambiarios.

El momento actual mantiene más preguntas que respuestas.