Seguimos en el capítulo III -«Valor, trabajo y dinero»- del libro de MH. Ocho apartados en total como apuntamos. El segundo de ellos: «¿Una demostración de la teoría del valor-trabajo? (actuación individual y estructura social)». En él nos ubicamos. Antes de entrar en materia, el comentario de un lector, de un lector crítico […]
Seguimos en el capítulo III -«Valor, trabajo y dinero»- del libro de MH. Ocho apartados en total como apuntamos. El segundo de ellos: «¿Una demostración de la teoría del valor-trabajo? (actuación individual y estructura social)». En él nos ubicamos.
Antes de entrar en materia, el comentario de un lector, de un lector crítico y muy documentado, Manuel Martínez Llaneza [1], sobre la nota anterior: «Valor de uso, valor de cambio, valor» [2].
Dos comentario o apostillas, por si te son útiles.
1. «La división del trabajo es el presupuesto del cambio pero la inversa es falsa: el cambio no es presupuesto de la división del trabajo. Basta pensar en lo que ocurre en cualquier fábrica: existe producción con elevada división del trabajo y existe ausencia de intercambio entre los productos (piezas intermedias) que allí se elaboran».
No encuentro correcta la afirmación de la primera frase (o no he entendido lo que quiere decir con ‘presupuesto’) ni acertado el ejemplo de la segunda. Por supuesto, para iniciar el intercambio se necesitan al menos dos productos distintos que requieren al menos dos trabajos diferentes: es el famoso ejemplo del ciervo y el castor; pero, a partir de ahí, el incremento del cambio y el de la división del trabajo siguen caminos paralelos que se retroalimentan, al mismo tiempo que intervienen factores de desarrollo científico, tecnológico y comercial que crean nuevas especialidades de trabajo y nuevos productos que intercambiar.
Elegir el ejemplo de una fábrica es dar valor de prueba general a una situación muy particular en el complejo tinglado de la producción moderna de mercancías; solamente serviría si negase una ley general, que no es el caso. Pero, aun así, el ejemplo está mal tratado, porque en una fábrica hay diferentes especialidades de trabajo que se repiten en otras fábricas con distintos productos que intercambian entre ellas (basta pensar en un torno o una estampadora o un programa informático que están en mil sitios distintos). Incluso la afirmación de que no se intercambian los subproductos de una fábrica es muy arriesgado, pues hay muy diferentes configuraciones de la fabricación de un producto y de la consideración de compra o fabricación por sus distintos departamentos.
2. «Entre las cosas materiales y los servicios solo hay una diferencia en cuanto a la materia, pero cuando se trata de mercancías se hace referencia a su forma social, y esta depende de que las cosas y los servicios se intercambien o no».
Me parece muy importante este planteamiento y lo he señalado en mis escritos, pero no me parece tan obvio como para afirmarlo sin más y sin sacar las consecuencias que requiere. Por otra parte, no está nada claro que esa fuera la opinión de Marx (cosa que no me importaría si se contribuía a mejorar su modelo, pero que, obviamente, habría que señalar). No conozco en profundidad el libro segundo de El capital, pero, en todo lo que recuerdo de él, los servicios los remunera de la plusvalía obtenida por los trabajos industriales (mercancía material), aunque en estos servicios se intercambien y requieran trabajadores a sueldo. La única excepción que recuerdo -y no está en ese libro- es la consideración del transporte como trabajo productivo (de plusvalía).
Es defendible -y yo creo que necesaria- una ampliación de la definición de trabajo productivo que usa Marx, manteniendo el resto de sus consideraciones básicas sobre el valor y la plusvalía, pero, como dije, no es obvio ni fácil. Desde luego, tendría que basarse en el concepto tan suyo de ‘socialmente necesario’ en una configuración histórica de la producción y la propiedad; habría que contrastar, aunque fuera para estar en desacuerdo-, lo que dice Marx sobre la banca, el comercio, etc. para ver los límites de este intercambio; analizar las nuevas profesiones, y, lo que es más importante, entrar a fondo en el problema de reducir a trabajo simple la diversidad de trabajos con sus diversos requisitos para aprenderlos y ejercerlos. Si no se hace esto, no pasaremos de una consideración de interés, pero improductiva (científicamente).
Hasta aquí MMLl.Cojo el hilo de nuevo.
El concepto de demostración no tiene aquí, no puede tenerlo, el mismo sentido que tiene cuando hablamos de la demostración del teorema de incompletud de Gödel o de la demostración del teorema de Gauss-Márkov en el ámbito de la estadística. Tampoco el sentido que pueda tener el concepto cuando hablamos de la demostración de las leyes keplerianas o de los teoremas de Emma Noether.
Con la pregunta por la diferencia entre la teoría clásica del valor y la teoría marxiana, comenta MH, está conectada otra pregunta posterior: ¿Marx ha demostrado la teoría del V-T, ha probado de manera incuestionable que es el trabajo y solo el trabajo lo que constituye el valor de las mercancías?
MH nos recuerda que en la literatura sobre la obra de Marx se ha discutido frecuentemente esta cuestión. Su posición: Marx no tiene ningún interés en tal «demostración».
Su argumentación, la argumentación del autor de ¿Cómo leer El Capital de Marx? Indicaciones de lectura y comentario del comienzo de El Capital, puede resumirse así:
Adam Smith [AS] había «demostrado» la determinación del valor de las mercancías por el trabajo. Su argumento: el trabajo supone esfuerzo; estimamos el valor de una cosa según cuánto esfuerzo nos cueste procurárnosla. Aquí, en la teoría clásica, el valor se atribuye a las consideraciones racionales de los individuos [la segunda cursiva es mía].
De manera similar argumenta la teoría neoclásica: esta teoría (más bien cosmovisión filosófica) parte de que los individuos maximizan su utilidad; se fundamenta las relaciones de cambio en los cálculos de utilidad que realizan los individuos.
Clásicos y neoclásicos parten, pues, del individuo particular -y, señala MH; «de sus estrategias humanas de actuación supuestamente universales»- e intentan, a partir de ellos, de esos individuos , explicar el contexto social (cuando es el caso: recordemos el lema ontoantropológico de miss Thatcher: solo existen individuos, no percibo ninguna sociedad).
Para ello, comenta MH, tienen que proyectar (un truco muy útil para cerrar su círculo explicativo de manera consistente) en los individuos una buena parte de la estructura social que pretenden explicar. Por ejemplo: Adam Smith hace de la propensión natural, antropológica, al cambio de los seres humanos la característica, la propiedad, que diferencia el mundo animal del humano. Nada menos. Y entonces, señala MH:
No es difícil deducir a partir de la racionalidad de este hombre (el poseedor de mercancías) las estructuras de una economía que se basa en el intercambio de mercancías, y declararlas así como universales para todos los hombres.
El truco es eficaz. Pero Marx no es eso. La inversión (no sólo científica, ontoantropológica escribiría probablemente Joaquín Miras) es nítida.
Para el autor de EC lo fundamental no son las reflexiones de los individuos, sino las relaciones sociales en las se encuentran en cada caso.MH cita (como ilustración, no como fuente de autoridad) este paso de los Grundrisse:
La sociedad no consiste en individuos [el lema central de la ideología neoclásica y de las teorías económicas anexas] sino que expresa la suma de relaciones y condiciones en las que los individuos se encuentran recíprocamente .
Estas relaciones, remarca MH, establecen una determinada racionalidad a la que los individuos tienen que atenerse si quieren mantenerse dentro de ellas. Al actuar conforme a esta racionalidad, «reproducen por medio de su actuación las relaciones sociales que están en su base». Si no lo hacen, les espera la marginación o la «locura social».
El ejemplo que nos facilita el autor: en una sociedad que se basa en el intercambio de mercancías, todas y cada una de las personas tienen que seguir la lógica del cambio si quieren sobrevivir.
No es simplemente resultado de mi comportamiento «maximizador de la utilidad» el que yo quiera vender cara mi propia mercancía y comprar la mercancía ajena barata, es que no me queda más remedio.
No hay otra, a no ser, señala MH, que sea uno tan rico que pueda pasar, que pueda no interesarse por las relaciones de intercambio (añado: tan rico o tan disidente digamos). De hecho, como no percibimos otras alternativas, el individuo tiende a ver su comportamiento como «natural», ya no sólo como «racional». Si la mayoría, como es el caso, se comporta del modo indicado
entonces se reproducen las relaciones sociales que se basan en el intercambio de mercancías y con ello también la coacción a la que está sometido cada individuo para comportarse reiteradamente de esta manera.
Pero Marx, insiste MH, no fundamenta en cambio la teoría del valor en las reflexiones de los individuos que intercambian. Lo suyo, su perspectiva, su punto de vista que diría Quine, es otra cosa.
Más aun: en contra de un frecuente malentendido, su tesis no es que los valores de las mercancías corresponden al tiempo de trabajo necesario para su producción «porque los individuos que intercambian así lo quieren». No, no es eso. Por el contrario, Marx sostiene que las personas en el intercambio no saben realmente lo que hacen. Con la teoría del valor, Marx quiere poner al descubierto (sería su tarea, su finalidad científica) una determinada estructura social que los individuos deben seguir independientemente de lo que piensen al respecto. MH apunta aquí a los capítulos VI y VIII del tercer libro de El Capital.
El planteamiento de Marx, insiste MH, es aquí completamente distinto (una verdadero cambio de paradigma podría decirse) al de los clásicos y neoclásicos:
Smith comenzaba considerando un acto de intercambio particular y se preguntaba cómo se puede determinar aquí la relación de cambio; Marx, por el contrario, ve la relación de cambio particular como parte de un determinado contexto global (un contexto global en el que, en el caso del MPC, la reproducción de la sociedad está mediada a través del cambio) y se pregunta «qué significa esto para el trabajo gastado por la sociedad en su conjunto».
MH cita a continuación un fragmento de una carta de Marx, del 11 de julio de 1868, a su amigo Ludwig Kugelmann en la que queda claro que para él no se trata de ninguna demostración de la teoría del V-T:
La verborrea sobre la necesidad de demostrar el concepto de valor se debe solo a la más completa ignorancia tanto del tema en cuestión como del método de la ciencia. Hasta un niño sabe que cualquier nación moriría de hambre si cesara en ella el trabajo, no digo por un año, sino por unas cuantas semanas. Del mismo modo que sabe que las masas de productos correspondientes a las distintas masas de necesidades requieren masas de trabajo social global distintas y cuantitativamente determinadas. El hecho de que esta necesidad de la división social del trabajo en determinadas proporciones no pueda ser suprimida de ningún modo por una formadeterminada de la producción social, sino que esta solo puede transformar su modo de manifestarse, es self-evident [es de por sí evidente] (…). Y la forma en que se realiza esta división proporcional del trabajo en un estado de la sociedad en el que el trabajo social se presenta como cambio privado de los productos del trabajo individual es, precisamente, el valor de cambio de estos productos [3]
MH no lo cita (no es ninguna crítica a su hacer, desde luego que no) pero la carta de Marx continúa así:
La tarea de la ciencia consiste, concretamente, en explicar cómo se manifiesta la ley del valor. Por tanto, si se quisiera «explicar» de golpe todos los fenómenos que aparentemente se contradicen con la ley, habría que hacer que la ciencia antecediese a la ciencia. Esta es justamente la equivocación de Ricardo cuando, en su primer capítulo sobre el valor [David Ricardo. On the Principles of Political Economy, and Taxation («A propósito de los principios de la Economía Política y de los impuestos»), London, 1821, pp. 379-442] , supone dadas todas las categorías posibles, que deben ser aún desarrolladas, para demostrar su conformidad con la ley del valor.
De otro lado, como usted acertadamente supone, la historia de la teoría demuestra que la concepción de la relación de valor ha sido siempre la misma, más o menos clara o más o menos nebulosa, más o menos envuelta en ilusiones o más o menos científicamente precisa. Como el propio proceso discursivo dimana de determinadas relaciones, como es un proceso natural, el pensamiento que concibe realmente puede ser sólo uno, distinguiéndose únicamente en cuanto a su grado, en cuanto a la madurez de su desarrollo y, consiguientemente, en cuanto al grado de desarrollo del propio órgano pensante. Todo lo demás es puro devaneo.
MH señala a continuación que si en las condiciones de la producción de mercancías la división del trabajo privado gastado en cada una de las ramas de la producción está mediada por el valor de las mercancías (no existe un control consciente o una división fijada de manera tradicional), la pregunta interesante es cómo en definitiva es posible esto, o, más en general, cómo el trabajo privado gastado puede convertirse en parte constitutiva del trabajo social global.
Por consiguiente, concluye MH: la teoría del valor no pretende demostrar que la relación de cambio particular está determinada por las cantidades de trabajo necesarias para la producción [4]. Más bien pretende explicar el carácter específicamente social del trabajo que produce mercancías.
Esto lo hace Marx más allá de las siete primeras páginas de EC de las que ya ha hablado MH anteriormente, «consideradas por el marxismo tradicional, así como por muchos críticos de Marx, como lo más importante de la teoría marxista del valor».
No es el caso en su opinión.
Recordemos que MH es el autor de Die Wissenschaft vom Wert. Die Marxsche Kritik der politischen Ökonomie zwischen wissenschaflticher Revolution und klassischer Tradition [ La ciencia del valor. La crítica marxiana de la economía política entre la revolución científica y la tradición clásica], una obra traducida al portugués pero no todavía al castellano (una razón más para apoyar, racionalmente, una República federal ibérica).
El siguiente apartado, el 3.III lleva por título: «Trabajo abstracto: abstracción real y relación de validez». Es un poco más duro de pelar.
Notas:
(1) Cité un trabajo del autor en la nota dedicada a la dialéctica, lo doy de nuevo: Manuel Martínez Llaneza, La ciencia mal-tratada. Crítica a Razón y Revolución de Alan Woods y Ted Grant. http://www.rebelion.org/docs/60179.pdf . Sobre los temas que se discuten en esta y en posteriores notas, vale la pena detenerse en los argumentos esgrimidos en «Entrevista a Manuel Martínez Llaneza: «No hay que tomar la obra económica de Marx como algo cerrado y acabado» http://www.rebelion.org/docs/251182.pdf
(2) » La nueva lectura de Marx de Michael Heinrich (XI). Valor de uso, valor de cambio, valor». http://www.rebelion.org/noticia.php?id=251538
(3) La traducción de https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m11-7-68.htm es muy semejante:
La cháchara acerca de la necesidad de demostrar la noción de valor se basa únicamente en la ignorancia más crasa, tanto del tema en cuestión como del método científico. Cada niño sabe que cualquier nación moriría de hambre, y no digo en un año, sino en unas semanas, si dejara de trabajar. Del mismo modo, todo el mundo conoce que las masas de productos correspondientes a diferentes masas de necesidades, exigen masas diferentes y cuantitativamente determinadas de la totalidad del trabajo social. Es self evident que esta necesidad de la distribución del trabajo social en determinadas proporciones no puede de ningún modo ser destruida por una determinada forma de producción social; únicamente puede cambiar la forma de su manifestación. Las leyes de la naturaleza jamás pueden ser destruidas. Y sólo puede cambiar, en dependencia de las distintas condiciones históricas, la forma en la que estas leyes se manifiestan. Y la forma en la que esta distribución proporcional del trabajo se manifiesta en una sociedad en la que la interconexión del trabajo social se presenta como cambio privado de los productos individuales del trabajo, es precisamente el valor de cambio de estos productos.
(4) En nota a pie de página, la 2 de este capítulo, MH nos recuerda que Marx muestra en el libro III de EC que las relaciones de cambio efectivas no corresponden a las cantidades de trabajo empleadas en la producción, en el apartado VII.II.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.