No son pocos los obstáculos que deben encarar quienes se dedican al estudio de las ciencias sociales, desde que inician su investigación hasta que sus resultados se dan a conocer en alguna revista de impacto. «Somos lo que hemos publicado» Daniel Cassany ¿Quién enseña a escribir la ciencia? Una de las premisas básicas de […]
No son pocos los obstáculos que deben encarar quienes se dedican al estudio de las ciencias sociales, desde que inician su investigación hasta que sus resultados se dan a conocer en alguna revista de impacto.
«Somos lo que hemos publicado»
Daniel Cassany
¿Quién enseña a escribir la ciencia?
Una de las premisas básicas de la ciencia reza que los resultados originales de una investigación científica (sea cual sea su campo de estudio) deben publicarse. Solo de esta manera se pueden socializar, contrastar, evaluar esos resultados para que, a su vez, se puedan generar nuevos conocimientos científicos.
Aunque esta puede considerarse como una verdad de Perogrullo, los cientistas sociales en Cuba muchas veces se enfrentan al proceso de redacción y publicación de sus investigaciones con escasos y dispersos recursos para construir de modo orgánico su texto.
El fenómeno no es únicamente cubano. Diversos estudios a nivel internacional dan cuenta de que existe, en el imaginario latinoamericano, una idea muy arraigada que identifica la llegada de los alumnos a la universidad con la superación de todas, o al menos la mayoría, de las dificultades a la hora de comprender y producir un texto escrito.
Nada más lejos de la realidad. Si bien es cierto que el estudiante que llega al nivel universitario posee determinadas destrezas cognoscitivas de las cuales otros alumnos de niveles inferiores aún carecen, y han tenido que enfrentar en Cuba tres pruebas de ingreso para la educación superior (Matemática, Español e Historia), todavía tiene -en temas de redacción, ortografía, interpretación y argumentación- muchas «lagunas» que deberán ser llenadas durante el transcurso de su carrera universitaria.
En este sentido, una vez que arriban a cuarto o quinto año, los estudiantes se enfrentan a su tema de estudio y a su tesis de licenciatura (y con el paso del tiempo, quizás, a su maestría y doctorado) sin saber escribir, y lo que es aún peor: sin saber comunicar sus resultados científicos, por más novedosos y originales que sean.
Existe una idea asentada en el imaginario popular, según la cual los estudiantes aprenden a leer y escribir en la enseñanza primaria. Luego, en la secundaria y más adelante en el preuniversitario, se «deben» consolidar y complejizar estas competencias. Según este modelo de pensamiento, llegamos a la universidad con un saber lingüístico lo suficientemente fuerte y estable como para poder encauzar, a través de él, el descubrimiento y desarrollo de las nuevas disciplinas.
Pese a ello, la enseñanza superior demanda, en muchos sentidos, un reaprendizaje y una recolocación de los conocimientos que hasta ese momento se han acumulado, por muy sólida que haya sido su formación. La educación superior exige de los estudiantes un pensamiento crítico, flexible y creativo que debe ser estimulado desde los primeros niveles de enseñanza.
En el ámbito universitario, muchas veces las materias dedicadas a «lectura» y «escritura» no ocupan los lugares centrales de la estructura curricular. Con excepción de las carreras más explícitamente enfocadas en lograr estas habilidades (como, por ejemplo, Periodismo, Filología, Historia del Arte, Lenguas Extranjeras o Dramaturgia, entre otras), se observa una exclusión o subvaloración académica hacia estas materias que, en el día a día, quedan subordinadas a aquellas consideradas como «básicas» en la formación universitaria de los futuros profesionales.
Hoy todavía son escasos los espacios formativos cuyo núcleo temático gire en torno a los problemas y retos de escribir ciencia en Cuba. Llegar a publicar un artículo en una revista de impacto a nivel internacional constituye un camino difícil que no se inicia cuando el investigador comienza a teclear las primeras palabras de su informe, sino mucho antes: cuando este arriba a la universidad y debe aprender a comunicarse con un colectivo (profesores, tutores, oponentes, colegas) de acuerdo con las normas y códigos propios de las nuevas disciplinas.
En su proceso formativo, los investigadores sociales muchas veces se enfrentan al conflicto de decidir entre los criterios propios que ellos mismos se han ido construyendo a lo largo del estudio, y las opiniones o enfoques ya legitimados por especialistas de prestigio nacional o foráneo y quienes son, en muchas ocasiones, los evaluadores de los textos propuestos.
Este conflicto atraviesa todo el proceso creativo y llega incluso a la esfera de las publicaciones científicas, muchas de las cuales realizan determinadas exigencias, de acuerdo con la nacionalidad del autor, el tema que aborde o los resultados que exponga.
Las ciencias sociales se distinguen por su marcada heterogeneidad, ámbito en el que se destacan temas más aceptados y mejor recibidos por la comunidad científica y la sociedad, y otros considerados más difíciles, más sensibles o más incómodos.
Diversas temáticas vinculadas, por ejemplo, con la economía, la política, la ideología o la religión adquieren una fuerte carga semántica (positiva o negativa), que varía según sea la publicación donde se difunda el estudio.
La cadena de prejuicios, valores, ventajas y tropiezos de un tema incide directamente no solo en el autor de la investigación, sino también en el editor, el director de la revista (impresa o digital), el jefe del consejo científico, el compilador del libro, entre otras figuras clave del proceso.
Para los autores cubanos representa un reto publicar fuera del país. Lograr posicionar un resultado en una revista internacional de alto impacto muchas veces cuesta dinero (lo cual se resuelve en ocasiones con el financiamiento de algún proyecto). Por otra parte, la publicación en el exterior es sinónimo, a veces, de determinadas exigencias para los autores cubanos, como ser más críticos, más irreverentes, más cuestionadores en sus enfoques, demandas que no son aplicadas a profesionales de otras latitudes, aunque aborden temas similares.
La ciencia es un producto social
Escribir ciencia no es un acto de exclusiva realización personal. La ciencia constituye un fenómeno de marcada trascendencia social, política, económica y cultural. Por ello, no se escribe ciencia para sí mismo, sino para los demás.
En este sentido, durante décadas se ha creído que un texto científico, para ser legitimado como tal, ha de estar escrito con una prosa hiperculta, ampulosa y recargada.
Con este estilo hermético, que aún muchos profesionales emplean, solo se logra la incomunicación. La sencillez, claridad y el orden de las ideas representan los pilares fundamentales del texto científico, independientemente del tema abordado en él.
El otro extremo son los textos que, lejos de emplear un lenguaje demasiado críptico, abusan del vocabulario cotidiano. En ellos los autores escriben casi igual que como hablan, no se apropian de la terminología de la ciencia, sus textos carecen de densidad terminológica y en ellos hacen un uso excesivo de repeticiones, verbos fáciles, comodines y muletillas que le restan eficacia y coherencia al discurso escrito.
Es importante lograr un equilibrio en el discurso, en el que no debe primar un tono hiperculto que entorpezca la recepción del texto, y tampoco se debe abusar del lenguaje coloquial y las frases populares, las cuales cargan al texto científico de un carácter demasiado local y común.
Comunicar es la palabra de orden. Quien escribe ciencia lo hace no solo para su grupo de pares, sino también para otras comunidades científicas, para estudiantes, traductores, evaluadores, editores y para la sociedad en general. De ahí la importancia de elegir el lenguaje y tono adecuados para el destinatario específico al cual vamos a dirigirnos.
¿Subjetividades en un texto científico?
La ciencia (y por consiguiente los textos que ella produce) ha sido concebida por el paradigma positivista y tradicional como infalible, neutral, imparcial, objetiva y siempre en un camino con forma de espiral ascendente. No obstante, desde los años sesenta del siglo XX, numerosos autores y escuelas de pensamiento colocaron su mirada en la ciencia como producto social, condicionada por los mismos valores, ideologías y prejuicios de la sociedad donde se enmarca.
Las conductas y modelos científicos que aspiraban a una absoluta objetividad en el trabajo y los textos científicos han ido quedando atrás y hoy se reconoce el alto valor de la subjetividad en los resultados de una investigación.
La mayoría de los manuales de redacción científica recomiendan que la ciencia debe construir un discurso marcado por la objetividad, la neutralidad, la impersonalidad y la precisión. Siguiendo este dictamen (por el que velan con celo los profesores y tutores universitarios, los evaluadores de artículos, los editores y todos aquellos profesionales vinculados, de un modo u otro, a la producción y recepción de textos científicos), muchos autores intentan, una y otra vez, acallar o silenciar su estilo personal en busca de ese pretendido distanciamiento objetivo.
Sin embargo, hace décadas que la lingüística viene demostrando la pervivencia de «marcas» o «huellas» personales en el discurso científico contemporáneo y, afortunadamente, numerosos profesionales en todo el mundo han dedicado su obra a conceptualizar y ejemplificar esta impronta autoral.
La subjetividad es inherente a toda actividad humana y, por ende, atraviesa todo proceso investigativo, desde el trabajo de mesa, el trabajo de campo, la redacción del texto y su posterior publicación.
Elegir un tema de investigación, hallar datos, contrastar información, describir, argumentar, explicar, ejemplificar, adscribirse o no a una escuela de pensamiento determinada, correlacionar causas, factores, consecuencias, entrecruzar variables, constituyen acciones familiares para cualquier profesional dedicado a la investigación. En todas está la impronta del autor (de su formación académica y cultural, de los colegas de trabajo con los que habitualmente se relaciona, de la comunidad científica a la que pertenece y que evalúa su producción científica, del árbitro que revisó su texto, de la revista en la que anhela publicar, etc.).
La subjetividad y la afectividad de los investigadores constituyen ámbitos que deben ser revalorizados en el proceso de la investigación científica, en el cual lo «objetivo» y lo «subjetivo» no representan polos opuestos sino complementarios.
Los cientistas sociales cubanos hablan
Mediante la aplicación de un cuestionario a 20 cientistas sociales de Cuba, de diferentes edades, disciplinas y diversos centros de investigación, se pudo indagar en los principales retos y obstáculos identificados por ellos a la hora de escribir y publicar, y se conoció «por su propia boca» qué criterios tienen acerca del estado de las publicaciones de ciencias sociales cubanas.
Entre los dilemas fundamentales que enfrentan y reconocen los cientistas encuestados se encuentran: el escaso número de publicaciones de ciencias sociales en Cuba; el poco número de ellas que se encuentran indexadas en repositorios regionales o de mayor alcance; el aún insuficiente hábito de escribir artículos empíricos rigurosos, con procesos de validación explícitamente expuestos; el difícil acceso a estadísticas y a bibliografía actualizada, situación que se agudiza cuando se abordan temas considerados más «sensibles»; y la no existencia de un mecanismo expedito para publicar en tiempo breve los resultados de las investigaciones (el más inmediato es la presentación en eventos científicos, pero las publicaciones derivadas de ellos suelen tener una circulación limitada), lo cual atenta muchas veces contra la vigencia de esos resultados.
Otros problemas mencionados por las personas entrevistadas fueron: las dificultades para conectarse a internet, lo que les impide ingresar sus artículos en las plataformas on line y revisar en ellas el estado de aceptación/rechazo de sus textos; la desigual competencia entre disciplinas como la lingüística con respecto a la sociología, la política y la historia; la carencia de sellos editoriales propios de los centros de investigación, los cuales bien pudieran canalizar y difundir los resultados originales de sus investigadores; y la escasa y dispersa enseñanza de habilidades de escritura en los niveles de pregrado y postgrado, lo cual conduce a que muchos autores no sepan comunicar adecuadamente, a diferentes públicos, los resultados novedosos de sus investigaciones.
Como otros obstáculos señalaron la conciencia de que existen temas mejor aceptados por la comunidad científica y los decisores, y otros sobre los cuales resulta complejo poder publicar; los altibajos en el proceso de gestión de distintos sellos editoriales del país y el desconocimiento de los parámetros o normas de aceptación o rechazo de los artículos en revistas impresas y digitales.
Los desafíos identificados por los investigadores encuestados giraron en torno a diversas aristas, como por ejemplo: demora y poca transparencia en los mecanismos de aceptación y rechazo de los artículos; pocos recursos para desarrollar estudios empíricos que proporcionen datos validados y de calidad; inconformidades con las exigencias exageradas de los editores en inglés; requerimientos a veces «desmedidos», por parte de revistas de impacto internacional, cuando se trata publicar estudios sobre temas socioeconómicos y políticos cubanos; los aún insuficientes canales de difusión de los resultados científicos; la escritura demasiado enrevesada y críptica que obstaculiza la comprensión del lector o la existencia de textos con demasiado peso teórico y muy reducidos resultados concretos; dificultades para el acceso a fuentes documentales y la inclusión de imágenes de calidad de épocas pasadas (en los estudios de las ciencias históricas, por ejemplo); y el hecho de que a las investigaciones con énfasis en las subjetividades sociales les resulta difícil su publicación en revistas de impacto, entre otros.