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Deslocalización empresarial, demanda y empleo. ¿Hacia una recesión de la actividad económica?

Fuentes: Noticias.com

Ayer el Banco de España hizo públicas una serie de cifras y datos sobre la economía española que vuelven a hacer que merezca la pena plantearse una vez más la coyuntura económica actual, y por qué no, incluso el sistema que rige nuestras economías en la actualidad. El proceso de endeudamiento de los hogares españoles […]

Ayer el Banco de España hizo públicas una serie de cifras y datos sobre la economía española que vuelven a hacer que merezca la pena plantearse una vez más la coyuntura económica actual, y por qué no, incluso el sistema que rige nuestras economías en la actualidad.

El proceso de endeudamiento de los hogares españoles no deja de incrementarse, el Banco de España certifica un «mantenimiento de la tasa de expansión del pasivo que acumulan las familias»[1], que ya estaba en máximos históricos y que continua acrecentándose. Parece cierto que una de las circunstancias que mantiene en marcha el ritmo de la economía española en la actualidad es el endeudamiento familiar por encima de de su capacidad real de consumo, lo que puede observarse fácilmente por ejemplo en la adquisición de vivienda por parte de las familias españolas. Resta decir que dicho endeudamiento, que probablemente sostiene nuestro crecimiento en una parte considerable, no puede dilatarse indefinidamente, especialmente cuando los salarios pierden progresivamente poder adquisitivo, por motivos evidentes.

En 2004 las empresas no financieras españolas mejoraron sus beneficios ordinarios de media un 21,7%, unos resultados ocho puntos mejores que en 2003. Sabiendo también que el PIB español creció un en 2004 un 2,7%; y teniendo en cuenta que tampoco de debe a plusvalías o dividendos extraordinarios, que cayeron hasta un 37.7% en el mismo periodo, la pregunta debería ser obvia: ¿A costa de quien se logra este incremento de beneficios?

Sabiendo que dicho incremento tampoco se debe a la expansión de la base económica la respuesta es más que evidente, como el mismo Banco de España se encarga de recordarnos; el incremento de beneficios empresariales se logró en 2004 en base a «el recorte de gastos y los dividendos del exterior»[2]. Los dos pilares sobre los que se apuntalaron los resultados empresariales españoles en 2004 fueron, según el citado Banco de España, la contención del gasto empresarial, especialmente el salarial, y el «aporte de filiales extranjeras, especialmente Latinoamericanas»[3]. Un par de eufemismos agradables para expresar que los resultados de las empresas españolas se lograron a costa de los trabajadores y de la transferencia de renta desde estados subdesarrollados.

En la actualidad la presión de los beneficios empresariales no hace sino desplazarse sobre los sueldos de los trabajadores y las rentas salariales, y de manera especial sobre la productividad de éstos[4]. Básicamente las empresas aceptan dos tipos de mecanismos para mejorar sus rendimientos: o reducir costes salariales deslocalizando su producción o despidiendo a sus trabajadores, o bien tratando de incrementar la productividad de sus trabajadores incrementando la carga de trabajo que recae sobre éstos, pero sin incrementar al mismo nivel su régimen salarial. De manera indefinida y global ambos mecanismos son contraproducentes.

Si todas las empresas reducen costes salariales deslocalizando su producción de manera indefinida y global se da una situación que resulta evidente, aunque muchos no quieran admitirla: se llega a una situación en que los salarios no tienen capacidad para mantener los niveles de adquisición de bienes de consumo, al existir un menor volumen de renta salarial global existe obligatoriamente una menor capacidad de consumo por parte de dichos asalariados, de manera que las rentas salariales resultan insuficientes para mantener la demanda a los niveles anteriores a la reducción de costes. Como consecuencia inevitable la demanda se contrae, lo que motiva una reducción de la actividad económica para adecuarse a demanda decreciente. Las empresas vuelven a tratar de mejorar sus rendimientos reduciendo costes salariales, lo que vuelve reducir la demanda, y motiva que el proceso vuelva a comenzar hasta que resulta imposible reducir los costes de producción.

Y resulta evidente, además de históricamente cierto, que el posible incremento de beneficios derivado de la reducción de costes no basta para compensar la reducción de la demanda motivada por el descenso de las rentas salariales[5]. De esta manera la deslocalización empresarial conduce inevitablemente hacia una reducción global de la producción, y por tanto de la cantidad total de trabajo, al disminuir de manera global la demanda de bienes de consumo para satisfacer el incremento de beneficios empresariales. Es decir, se reduce el tamaño total del pastel, se reduce el tamaño del total de la economía, pero se incrementa cierta parte del mismo pastel: los beneficios empresariales.

La deslocalización de la actividad empresarial produce mayores beneficios empresariales a corto plazo al reducir las empresas su volumen de gasto salarial, pero a medio y largo plazo se produce un efecto dominó que reduce el volumen total de la actividad económica, al no poder los salarios mantener los niveles de demanda anteriores a la reducción de costes.; lo que motiva o una crisis de sobreproducción y una reducción de la misma, que vuelve a iniciar el proceso[6].
El proceso se repite hasta que es imposible seguir reduciendo costes salariales, y la actividad económica está al mínimo, momento en el cual se invierte la tendencia y se empieza a expandir la base económica. Despedir a trabajadores masivamente para tratar de mantener los beneficios genera el mismo efecto a la baja, pero de manera mucho más rápida y brutal, como paso a raíz de las crisis de 1929.

Por otra parte si todas las empresas incrementan la productividad de sus trabajadores por encima de su renta salarial se acaba produciendo, inevitablemente, un fenómeno de sobreproducción global, en el que la demanda de bienes de consumo es incapaz de asimilar la oferta de dichos bienes; lo que a la larga motiva exactamente los mismos efectos que en el caso de la deslocalización. La productividad aumenta por encima de los salarios, de manera que se acaba produciendo una incapacidad por parte de los salarios para adquirir dicha producción, al no incrementarse al mismo nivel productividad y salarios.

Desplazar indefinidamente la presión de la actividad económica sobre las rentas salariales, y no sobre la expansión de la actividad o sobre los beneficios, sólo acaba motivando en última instancia una reducción de la actividad económica total. Aunque a corto plazo proporciona ingentes beneficios empresariales a las empresas que tiene capacidad para flexibilizar su productividad o deslocalizar su producción.

O lo que es lo mismo, dichos beneficios se obtienen a corto plazo, antes de la reducción global de la actividad económica que motivan dichas prácticas, a costa de las empresas que no pueden hacerlo. Es decir, a costa de la PYMES; que son las empresas que al no tener la misma capacidad para reducir sus costes de personal deben mantener un régimen salarial más elevado que el de las compañías que sí son capaces de deslocalizar su producción. Renta salarial más elevada que es utilizado para adquirir los bienes de consumo más competitivos que producen las compañías que sí han deslocalizado su actividad, y que tienen por tanto unos costes de producción más bajos[7].

En definitiva, deslocalizando su producción las grandes compañías causan una considerable reducción global de la actividad económica, generalmente la asociada a las PYMES, dañando además gravemente el empleo, para conseguir unos elevados beneficios a corto plazo, pero que al fin y al cabo no se pueden mantener de manera estructural o a medio y largo plazo.

Notas:

[1] HERNANDEZ, Santiago (2005), «Las empresas cierran 2004 con una subida del 21,7% en los beneficios», El País, Martes 5 de abril de 2005, número 10.166, p.53.

[2] Ibiden.

[3] Ibiden.

[4] De todas formas conviene resaltar que esta tendencia no es nueva. Probablemente sus orígenes podrían rastrearse hasta la crisis de 1973, y según algunos incluso antes. La pérdida progresiva de poder adquisitivo de los salarios es en Estados Unidos constatable desde al menos 1980; y en España al menos desde 1989. En general desde 1973 las rentas del capital crecen por encima de las rentas salariales.

[5] Por otra parte resulta muy interesante observar como una compañía que reduce gastos de personal por X cantidad prácticamente nunca aumenta sus beneficios en X cantidad. Aunque admitiésemos una correlación del 100% entre incremento de beneficios / incremento de consumo, que en modo alguno se da, ésta seguiría sin servir para mantener la demanda que generaban las rentas salariales.
Por otra parte suele decirse que un incremento de las rentas del capital motiva un incremento de la inversión, lo que sólo es verdad como mucho a medias: para empezar nada garantiza en última instancia que un incremento de las rentas del capital se materialice en un incremento de la inversión, puede propiciar simplemente un incremento de los capitales pasivos -especialmente en un marco desrregularizado con una presión fiscal que tiende a la reducción; como hacia el que parece que avanzamos-, y además nadie puede garantizar dónde y en qué condiciones se va dar, si se da, dicha inversión.
Puede que un incremento de beneficios obtenido a costa de las rentas salariales españolas se materialice en inversiones en Latinoamérica. O por el contrario, como paso en 2004, que un incremento de beneficios obtenido a partir de los trabajadores Latinoamericanos se materialice en un incremento de los beneficios de las empresas matrices españolas, propietarias del capital, sin aportar ningún tipo de beneficio a las economías Latinoamericanas. Por otra parte es bastante interesante observar que nunca se da una correlación del 100% entre el aumento de los beneficios empresariales y las rentas del capital y el incremento de la inversión empresarial -sin recurrir al endeudamiento-.

[6] No está de más recordar, por si alguien lo había olvidado, que hasta la fecha casi todas las crisis que se han dado dentro del capitalismo, la del 73 podría ser una excepción, obedecen a factores de sobreproducción. Históricamente los mercados libres tienden a moverse por ciclos de reducción y expansión de la actividad económica, los denominados ciclos Kondratiev, sin que hasta la fecha se haya podido dar una explicación completamente satisfactoria a los mismos.
Las políticas económicas planificadas de corte Keynesiano -aún cuando no recibían este nombre- consiguieron acabar con este fenómeno hasta que cayeron en desuso a partir de 1973, debido fundamentalmente a que su principal preocupación era el empleo, y no los beneficios empresariales. Sobre éstos hacían recaer el peso del mantenimiento de una elevada tasa de empleo y actividad económica, aunque fuese a costa de no maximizar dichos beneficios empresariales para mantener unos elevados niveles de empleo y actividad económica. Se aceptaba no maximizar el beneficio empresarial pero a cambio de mantener unos niveles de renta salarial más elevados de lo estrictamente necesario. Naturalmente esto no gustaba a los inversores e ideólogos liberales y neoliberales: desde su óptica los beneficios empresariales han de ser siempre máximos, aunque esto implique una contracción de la actividad económica, una reducción de los niveles de empleo y una crisis económica a medio plazo.
Como expresa afortunadamente Kindleberguer, la diferencia entre Keynesianistas y Liberales «Es más bien una diferencia de carácter general, entre una escuela preocupada por la inflación y la deflación de precios y por la cantidad de dinero, y otra más preocupada por la producción y el empleo» (KINDLEBERGER, Charles, P, (1993) Problemas Históricos e interpretaciones económicas. Estudios de Historia Financiera, Barcelona, Crítica, p. 8.). Aunque el eminente historiador de la economía -economista seguramente fuera interpretado por Kindleberguer como un insulto- no lo expresa directamente la diferencia en Keynesianista y Liberales -o neoliberales- es la diferencia entre unos economistas preocupados por el empleo y otros preocupados por los beneficios empresariales.

[7] Naturalmente ésto sólo funciona dentro de un ámbito de libre comercio y de un mercado más o menos desrregularizado; donde las empresas puedan mover su producción y localizar su actividad donde más les convenga sin ningún tipo de trabas fiscales. No es en absoluto de extrañar que sean precisamente las grandes compañías y los grandes factores económicos los que estén empeñados en retomar políticas económicas de corte liberal neoliberal; y que sean éstos los que estén interesados en la creación de grandes espacios económicos donde los estados no tengan capacidad para incidir económicamente en favor del empleo y del conjunto de los ciudadanos.