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Dimensión desconocida / Asalto a la aldea

Fuentes: Haaretz

Traducido del inglés para Rebelión por Nadia Hasan y revisado por Caty R.

Las aulas están en el patio de su hogar, el jardín de infancia y la clínica del pueblo junto a la casa, y frente a ella la nueva mezquita con la extraña y desafiante torre doble. Todo se cultiva y se cuida de una manera que no es usual en los territorios ocupados. En el patio de su elegante vivienda -que sirve tanto de escuela como de sede central del Consejo Local – el Presidente del Consejo del pueblo de Akaba se sienta en una silla de ruedas y espera a sus invitados. La vista es espectacular.

En el límite de la apertura del Valle del Jordán, al sudeste de Jenin y al noreste de Nablus, hay abundantes campos verdes a través de los cuales un jeep del ejército israelí está haciendo su ruta, camino al campo de entrenamiento al final del valle, mientras sus ruedas juegan a destruir los surcos del arado. Estamos en una zona de fuego. Tanto en los alrededores como en zonas del pueblo muy urbanizadas, el ejército israelí entrena a los soldados para el combate. Cuando los jeeps no están aplastando el trigo de los campos, los aprendices invaden el aire con los ruidos ensordecedores de las ráfagas de las armas.

El discapacitado presidente del Consejo alza sus brazos. Continuamente envía e-mails y hace llamadas telefónicas a cada esquina del mundo, buscando ayuda de la comunidad internacional para su pueblo. Los resultados son visibles sobre el terreno: el gobierno alemán donó un pozo de agua, el japonés aportó una clínica, los belgas edificaron un jardín de infancia para el que los canadienses construyeron una barrera, el británico instaló postes eléctricos, los americanos pavimentaron una carretera. Todos esos proyectos se encuentran ahora amenazados debido a las órdenes de demolición emitidas por la Administración Civil del Gobierno Militar Israel, pero Sami Sadek no es de los que se rinden fácilmente.

A los 16 años, Sadek fue alcanzado por tres balas lanzadas por soldados israelíes que se encontraban entrenando en los campos de su pueblo y desde entonces ha tenido que usar una silla de ruedas. Ahora tiene 50 años. Nunca se casó, nunca construyó una familia. Desde que abandonó su trabajo como director administrativo de un hospital en Jericó, su trabajo ha sido este pueblo, donde se convirtió en Presidente del Consejo Local.

Quedan solamente 300 residentes en Akaba, otros 400 han dejado el pueblo debido a la prohibición de Israel de construir nuevos edificios. La peculiar apariencia del pueblo cuenta su historia: un nuevo espacio público junto a cobertizos y tiendas en los que viven la mayoría de los pobladores, granjeros dueños de tierras en la zona, pero a los que Israel prohibe construir casas. Aquí, el apego a la tierra adquiere un significado social. En Israel hay muy pocos jardines de infancia tan bonitos y escuelas tan hermosas como los que Sami Sadek ha construido en Akaba.

Junto a la brillante torre de la mezquita se encuentran dos torres pequeñas, como dos dedos que presagian la victoria celestial. Debido a la majestuosidad de la estructura, de 24 metros de alto, con un costo de 350.000 shekels – financiado por donantes – los soldados israelíes vienen a fotografiar la doble maravilla con sus teléfonos móviles. Un recuerdo de Akaba.

«A los soldados les molestan esos dos dedos», me dice el dueño del terreno. «Quise construir una mezquita que luzca como ninguna otra en todo el Medio Oriente». Los soldados le toman fotos y me preguntan por qué la hice. Ellos piensan que es debido a la victoria, a que los soldados dejaron la colonia».

Los soldados israelíes han declarado la guerra al pequeño pueblo que molesta a sus entrenamientos: puestos de control, órdenes de demolición, correrías nocturnas, confiscación de credenciales de identidad, arrestos y expulsiones. Sadek, que habla hebreo, no se detiene. Sonriente, amable y optimista incorregible, ha puesto en circulación un colorido panfleto para contarle al mundo el peligro que enfrenta su pueblo y las pruebas que soportan los residentes. El panfleto contiene fotocopias de las órdenes de demolición del ejército israelí para las estructuras públicas que construye.

En el patio de su casa él mira por su anciana madre, su hermana y los hijos de ella. Todos los niños del pueblo son expertos y se sienten orgullosos de empujar su silla de ruedas a través de las calles. «Yo nací aquí y fui herido aquí», dice sin adornos. Fue en 1971 cuando las tres balas lo alcanzaron paralizando la parte baja de su cuerpo. «Dos de las balas le fueron extraídas en Afula [en el hospital de ahí] y la otra permanece dentro, junto al corazón», explica Sadek.

A lo largo de los años, decenas de pobladores han resultado heridos por balas perdidas disparadas por los soldados. Ocho de ellos murieron. En el año 2000, una de las «colonias» como él las llama, fue removida como consecuencia de una petición a la Alta Corte de Justicia. Pero permanecen el puesto de control al final de la carretera -que desciende hasta el suelo de apertura del Jordán, en Tayasir-, y las facilidades de entrenamiento para combate en áreas de construcción frente al pueblo.

Akaba está cortado por la apertura del Valle; nadie puede entrar o salir hacia el este. Hacia el oeste, hacia Jenin, estaba abierto esta semana cuando nosotros viajamos al mediodía, pero bloqueado por un inesperado puesto de control en Sabada unas pocas horas después. Una fila interminable de camiones y automóviles que viajaban hacia el este quedaron detenidos y esperando. Rutina. ¿Por qué es necesario instalar un puesto de control en una carretera oriental en una zona donde no hay asentamientos israelíes, cuando hay un puesto de control permanente sólo unos pocos kilómetros mas abajo? Nadie pregunta, nadie responde.

Sadek está convencido de que lo que Israel pretende es expulsar a todos los pobladores de sus tierras. En octubre de 2003, el ejército israelí derribó unas cuantas estructuras de piedra del pueblo, incluyendo la reserva de agua. «Ellos continúan presionándonos para que abandonemos el pueblo», dice. «La gente aquí es tranquila y no crea problemas. Los soldados son quienes crean problemas. Hace unos años, un jeep se cayó dentro del pozo y los residentes ayudaron a los soldados a salir. En vez de dar las gracias, los soldados dijeron ‘Váyanse de aquí’ y unos días después nos dieron una orden de demolición para la clínica». Sadek no se sintió amenazado por la orden y corrió, como siempre, a alertar al mundo. Escribió al ministro Yossi Sarid (Meretz) y a Issam Makhoul (Hadash) y llamó al cónsul británico, cuyo gobierno ayudó en la construcción de la clínica. «La secretaría exterior británica llamó a Israel y le señaló que está prohibido demoler la clínica», relata. La clínica permanece a salvo; al menos por ahora.

En su patio, Sadek cuenta con un teléfono inalámbrico por el que llama a todas partes. La mesa en el jardín, en la cual no hay ningún documento, es también la oficina del Presidente del Consejo. Al final del patio hay una colmena de la que Sadek extrae un poco de miel. Los residentes trabajan en sus tierras de manera privada lo que, afirma, está registrado en el tabu (registro de tierra). Algunos de los residentes son pastores que cuidan ovejas y cabras, explica. «Algunas veces ellos dicen ‘zona de fuego’ y otras veces ‘zona agrícola’ y no nos dejan construir nada.»

Los pobladores tienen miedo de construir casas, pero Sadek está construyendo cada vez más estructuras públicas con la ayuda de donaciones internacionales y con la esperanza que las naciones donantes impidan las demoliciones. Internacionalización, Estilo-Akaba.

«Tenemos un jardín de infancia con 100 niños», relata. «Ellos quieren demolerlo, pero nosotros tenemos la ayuda de personas de América, los que fueron al Congreso y les dijeron que ellos nos construyeron un jardín de infancia y que los soldados quieren destruirlo.»

Hace algunos meses, los soldados arrestaron a Mohammed Dabek, un pastor del pueblo de 16 años y confiscaron su rebaño. Sadek pidió el apoyo de la Asociación por los Derechos Civiles en Israel y el niño fue liberado. Durante los últimos seis años, Sadek no ha podido ir a Jericó, la ciudad en la que trabajó durante 30 años, debido al puesto de control.

La clínica de Akaba cuenta con personal que viene de Jenin o Tubas. El médico del pueblo el Dr. Navham Wahadan, murió hace muy poco a la edad de 62 años. Hay 80 niños en la escuela local, niños y niñas juntos, desde primer grado hasta octavo. Algunas de las salas de clases se encuentran en el patio de Sadek, ya que la Administración Civil prohibió al pueblo la construcción de una escuela. Los estudiantes de secundaria asisten a una escuela en Tubas.

Hace poco tiempo, el Presidente del Consejo le pidió a la Autoridad Palestina que les facilitara un autobús escolar para los niños, ya que el minibús con que cuentan no es lo bastante grande para todos ellos. Mientras tanto, un nuevo y pobre gobierno ha sido elegido en Palestina, y las posibilidades de que Akaba pueda conseguir tener su autobús son mucho más pequeñas.

Una placentera brisa sopla por el Valle. Sadek está sentado a la sombra de una pérgola de madera. La semana pasada fue a Nablus y lo detuvieron durante tres horas y media en el puesto de control. «Le dije al soldado que soy discapacitado y que no puedo permanecer sentado durante tres horas en el automóvil. ‘No me importa’, dijo el soldado. Esa es la forma de ejército israelí de dirigirse a un discapacitado».

La carretera que fue recientemente construida en el pueblo gracias a una donación de la Agencia de Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID), no pudo ser ampliada fuera del pueblo debido a una prohibición del ejército israelí, por lo que un pobre camino de grava conduce hacia el pueblo hasta que de repente se transforma en una carretera nueva.

«Le dije al gobernador: Nosotros queremos asfaltar. Él me dijo: Está prohibido. Esta es una zona de fuego. Le pregunté al gobernador: ¿En qué te molesta la carretera? ¿O la clínica? ¿La mezquita? ¿El jardín de infancia? ¿De qué manera estas cosas molestan al estado de Israel? ¿Suponen un peligro para el estado? ¿Por qué no quieres que las personas vivan en paz? Él me dijo: Yo soy pequeño. Hay un ministro de defensa».

La próxima amenaza para Akaba es la barrera de separación de la apertura del Valle del Jordán. Si la barrera se construye al oeste del pueblo, los residentes se encontrarán aislados de las áreas circundantes, aprisionados en un enclave. Por supuesto, nadie en el pueblo tiene idea de dónde se pondrá la barrera -¿Por qué molestarse en darle información a las personas acerca de su destino y el de sus tierras?- pero mientras tanto, los topógrafos ya han estado en el pueblo sembrando nuevos miedos.

«Esto es un khirbe (ruina) que ha sido establecido en una zona de fuego. Y hay muchos más.» El vocero de la Administración Civil, Adam Avidan, insiste en llamar al pueblo Khirbet Akaba. ¿Por qué esta ciudad antigua construida en sus tierras fue declarada una zona de fuego? ¿Quién estuvo primero aquí, aquellos que vinieron a entrenar en combate urbano o los granjeros que cultivan sus tierras? ¿Cuál es la solución para los residentes de un pueblo que lo único que exige es poder construir estructuras permanentes?

Avidan: «Desde 1997, las construcciones que se han llevado a cabo en Khirbet Akaba no han estado acompañadas de permisos de construcción o de la aprobación que requiere la ley. Incluso después de que la que Corte Suprema rechazara la petición de los residentes del pueblo para autorizarlos a construir, ellos continuaron. La unidad de inspección de la Administración Civil desarrolla inspecciones y hace cumplir la ley aquí, incluyendo las cuestiones relacionadas con las órdenes de trabajo y demolición para estructuras que se construyen fuera de la ley.»

Los niños empujan la silla de ruedas del Presidente del Consejo a través de las calles del pueblo y él nos muestra sus logros. «Masaya» (literalmente, «lo que Dios quiera») dice el cartel fuera del jardín de infancia, llamado Jardín Infantil de la Justicia. Fotografías de patos y rosas embellecen los blancos muros. En la parte posterior hay un campo de fútbol en miniatura muy bien mantenido. En el muro de la pequeña clínica hay un cartel que dice en hebreo: «Clínica Médica, Akaba». Los italianos ayudaron a transformar la bodega de la casa en una sala de clases.

Sadek dice que el pueblo se remonta al tiempo de los romanos. «Nuestro pueblo es pequeño, pero hermoso ¿cierto? dice una y otra vez, con su sonrisa optimista.

El ejército israelí le prometió a la Corte Suprema de Justicia que sus soldados no entrarán a los campos cultivados, nos cuenta Sadek mientras permanecemos en la azotea del jardín de infancia, mirando los verdes campos en el valle y a un jeep del ejército israelí que los va devastando, aplastando los surcos arados.