Para ser breve, me valdré de notas. Pero empiezo por agradecer al Instituto Cubano del Libro y su Editorial de Ciencias Sociales, y a la Embajada de Haití, la invitación a participar en este acto, cuya justicia intrínseca vibra en la sala con que la Casa de las Américas, fundada por Haydee Santamaría, honra al […]
Para ser breve, me valdré de notas. Pero empiezo por agradecer al Instituto Cubano del Libro y su Editorial de Ciencias Sociales, y a la Embajada de Haití, la invitación a participar en este acto, cuya justicia intrínseca vibra en la sala con que la Casa de las Américas, fundada por Haydee Santamaría, honra al revolucionario y erudito guatemalteco Manuel Galich, autor de Nuestros primeros padres.
1 / En «José Martí y un haitiano extraordinario» (Cubarte, 19/5/2010), conté cómo creció mi interés por la obra de Anténor Firmin. Rolando Rodríguez, investigador cubano, tuvo la generosidad de dejar para otros la identificación del autor de la mayor cantidad de citas que traía Martí consigo en su papelería al caer en combate: «Parece decir Firmin», escribió Rodríguez al pie de esos fragmentos. Luego Paul Estrade, historiador francés, quizás sin conocer ese trabajo, preparó para Casa de las Américas una sección de «Páginas salvadas» del haitiano extraordinario. Entonces trabajaba yo en esa revista, y, al asociar ambos aportes, intuí que aquellos fragmentos podían pertenecer a la monografía De l’egalité des races humaines (Anthropologie positive) , con la que Anténor Firmin refutó Essai sur l’inégalité des races humaines , de Joseph Arthur de Gobineau. Este libro, impreso originalmente en cuatro volúmenes entre 1853 -tenía tres años Firmin, y nació Martí- y 1855, se reeditó en 1884, cuando el racismo crecía al servicio del saqueo de África, y, en general, del pensamiento que luego se llamó fascista. Al año siguiente de esa edición apareció la contundente respuesta escrita por el gran ser humano a quien, con ocasión del centenario de su muerte, se rinde un homenaje largamente merecido.
2 / Me sentía seguro de que ese era el autor no identificado plenamente por Rodríguez, y aunque la idea fue recibida con duda o escepticismo por algún colega informado, la expuse en «José Martí contra el racismo» (Cubarte, 5/2/2004). Pero fue más tarde, tras un laboreo diverso, cuando escribí «José Martí y un haitiano extraordinario», para lo cual llevé a cabo la búsqueda que intuía necesario hacer en el corpulento libro con que Firmin desmintió a Gobineau. Y c omprobé que Martí trajo a la guerra necesaria, junto a variadas citas de Platon, Humboldt, Schopenhaüer y otros, media docena de fragmentos -citas, traducciones, paráfrasis, glosas- del texto de Firmin, a quien en 1893 trató en Haití y lo llamó haitiano extraordinario. Que los trajera en su morral de combatiente indica el valor que reconocía a las ideas de Firmin para el futuro de una Cuba que necesitaría erradicar secuelas de la esclavitud cromatizada.
3 / Estimulado por esa comprobación, le sugerí a Estrade que se hiciera, con prólogo suyo, la que sería primera edición en español del libro de Firmin. Pero el amigo tenía ante sí otras tareas, y ambos ignorábamos que en La Habana , con participación de la Embajada de Haití, se gestaba felizmente esa edición. Por añadidura, posibilidad que no se me habría ocurrido imaginar, surgió la idea de encargarme el prólogo. En virtud de la agilidad que este encuentro demanda, no abundaré ahora en lo que he escrito contra el racismo y sobre el propio Firmin en otros textos, ni adelantaré lo que podrá leerse en el prólogo a esa obra, que será publicada en su totalidad. Más allá de probables desfases estilísticos, y aun de lo que el saber científico supere hoy en la argumentación, el libro conserva valores que no caducan, y jalona lo mucho aportado por la familia antillana al arsenal que la humanidad necesita para seguir combatiendo el racismo.
4/ Exponente del pensamiento emancipador en las Antillas, Firmin merece que conozcamos su obra, y la honremos, como a él, a la luz de reclamos que nos convocan. Es el mejor homenaje a quien tan resueltamente y con tanto afán de rigor informativo y conceptual defendió la igualdad humana. Que aceptara el concepto razas, puede verse como fruto de una inercia lexical que todavía hoy sufrimos hasta en la lucha antirracista. Pero en él fue también parte de una táctica peleadora, apreciable incluso en la simetría del título de su libro con respecto al de Gobineau , y el sentido ético dio a su texto un poder de integración capaz de superar la chatura que Martí reprobó en el positivismo: su insectear por lo concreto, sin ver lo esencial.
5 / Contra la aceptación del concepto razas aplicado a la humanidad sabemos que Martí se pronunció radicalmente en «Nuestra América» (1891), y Fernando Ortiz, heredero del legado martiano, escribió El engaño de las razas (1946). Varios autores lo han recordado ante el avance del concepto afrodescendencia. Dos brillan entre los merecidamente oídos (o leídos). Roberto Fernández Retamar -cuyo Caliban avala con holgura su arrojo intelectual-, ponderó aquel libro de Ortiz, y con él recordó que el paso de raza de los estudios zoológicos a la sociología lo propaló la rapiña colonialista, y el sabio » nos enseñó a sentirnos orgullosos de la vasta presencia negra en nuestra vida». Eusebio Leal Spengler -que estimula la discusión fértil, y hasta compartirá seguramente el criterio de que Cuba no se reduce a » la Virgen y la barca y los tres Juanes» -, fundadamente aseguró que en nuestra especie existe una sola raza, la humana. Lo hizo en entrevista concedida a Heriberto Feraudy, quien dirige la Comisión que, desde la UNEAC , está llamada a batallar contra el racismo y lleva el nombre de José Antonio Aponte, ebanista libre que evolucionó de cabo de un «batallón de pardos» a encabezar una conspiración contra la esclavitud y el poder colonial. En esa entrevista regocija ver que Leal impugna rótulos concomitantes con huellas racistas, como Las Morenas del Caribe, usado para elogiar a nuestro equipo femenino de volibol, y que otros habían cuestionado ya, como el autor de estas notas en un artículo periodístico recogido luego en las dos ediciones de su libro Más que lenguaje. Satisfacción patriótica se siente al ver abrazados también por Leal, con su personal facundia, conceptos que no pocos hemos defendido sobre la necesidad de que, sin olvidar nuestros orígenes, luchemos contra todo vestigio racista y seamos humanoascendentes.
6 / La obra justiciera de la Revolución Cubana merece conocerse, y no estancarse. Lo que no haya conseguido en ese afán, es meta por alcanzar. Lo repudiable de las desigualdades son ellas mismas, en la medida en que causan dolorosas injusticias, y urge enfrentarlas, sin escamoteos ni manipulación dolosa. La esclavitud se cromatizó en el Caribe, y reservó para África una parte especialmente horrible. Pero en todos lados ha sido cosa de sistema. Como otros estudiosos al tratar el asunto -así el estupendo Pedro Deschamps Chapeaux-, Leal ha recordado la presencia en el ejército colonialista español de batallones llamados «de pardos», con oficiales que tenían esclavos de igual origen étnico.
7 / Aunque a estas alturas alguien no se hubiera enterado de lo vital que resulta para nosotros la unidad, o alguien más, acaso por «complejo de rubio», haya admitido entender que nuestros compatriotas llamados negros se sientan negros antes que cubanos -¡cómo se habrán revuelto en su tumba las cenizas de Martí!-, para nosotros, como pueblo, la unidad es vital. Sin adentrarnos en vericuetos estadísticos, es posible que en Cuba, si de cubanos y cubanas se trata, haya, como mucho, cinco blancos y cinco negros. Los demás seres humanos, y también esos diez, son mestizos, en lo biológico y, sobre todo, en lo decisivo: en la cultura. La unidad no debe ser mero acto formal u oportunista, ni escamoteo de realidad alguna. Pero si los medios dominantes -¿hará falta probar que son truculentos?- lograsen fabricar e imponer, con auxilio vernáculo además, desde aquí o con alguien que le ponga música de fondo para lo peor de Miami, la imagen de que en Cuba se maltrata a sus hijos e hijas de la mal llamada raza negra, no faltarían más pretextos para que las cínicas fuerzas racistas de la OTAN , o a su servicio, agredan a este país. Al apreciar lo estimulante que podía ser el Año Internacional de los Afrodescendientes -calidad, no lo olvidemos, de toda la especie homo sapiens, o así llamada-, el ya mencionado Feraudy escribió para el Foro Interdisciplinario El engaño de las razas: » cuando las Naciones Unidas se preocupan por los afrodescendientes en el mundo, los euroestadounidenses utilizan a esa propia institución para imponer su política hegemónica en el continente africano, estableciendo nuevas formas de dominio neocolonial y racista» (www.foroscubarte.cult.cu). Lanzó, además, preguntas ineludibles: «¿Y después del 11 qué? ¿Y cuál es el panorama de la madre África en el 2011?» De momento, las respuestas probables parecen poco halagüeñas. Aparte de no ser mucho lo bueno que cabe esperar de la actual ONU -ahora mismo, ¿qué ocurre en Libia?-, procede añadir otras interrogantes: ¿Será cierto que la ONU planea convertir el Año de los Afrodescendientes en un decenio? De hacerlo, ¿sería para bien de los pobres de la tierra, África incluida? ¿Nada habrá de divide et impera, máxima elocuente por origen y términos?
8 / Hace unos años, en esta sala, un fotógrafo estadounidense negro -o mestizo- y próspero, o empoderado, como parece moda decir, expresó asombro porque en la Universidad de La Habana un estudiante no comprendía que él, en cualquier parte del mundo, únicamente fotografiaba negros exitosos. El mismo fotógrafo se proclamó no estadounidense, sino africano, porque «un madero lanzado al agua no se convierte en cocodrilo al cabo de cuatro siglos». Sobre lo primero, alguien le dijo que tal vez al estudiante no le hubieran enseñado bien la historia de Cuba -con datos como la presencia, minoritaria pero real, de negros y mulatos entre los esclavistas-, y que los medios seguían presentando la esclavitud y la trata como lucha de colores, no como recursos del capitalismo en expansión, que generó en todas partes su pensamiento dominante, valiéndose de cuanto pudo manipular. Sobre su presunción de no ser estadounidense, la misma persona le dijo que podía regalar su nación al presidente de turno y a sus poderosos, entre ellos descendientes de africanos y africanas; pero allí -donde imperaron los modos racistas del imperio británico, padre del Ku Klux Klan y del apartheid– los que llegaron procedentes de África sometidos a la esclavitud no eran leños, como en ninguna otra parte, sino seres humanos. En efecto, no devinieron cocodrilos, sino estadounidenses.
9 / Quien impugnó al fotógrafo agregó que la historia de Cuba -ilustrable con la hermandad y la colaboración entre Martí y Juan Gualberto Gómez- fraguó una unidad nacional quebrada en 1898 por la intervención de los Estados Unidos; y de entre el público se paró una persona cubana, étnicamente similar al exitoso fotógrafo, y apoyó a este porque él «representaba la visión de los vencidos», y su impugnador cubano «la visión de los vencedores». El impugnador era el autor de estas notas, hijo de una familia poco instruida, de obreros y campesinos, y amas de casa, y no sabe si en algo ha vencido, pero una cosa le consta: si algo ha avanzado no habrá sido porque pudiera parecer blanco, sino gracias a una Revolución sin la cual, aunque imperfecta, sus esfuerzos, como los de tantos hijos e hijas de esta patria multicolor, habrían sido mucho menos productivos, para decirlo parcamente.
10 / La instalación de Barack Obama en la Casa Blanca , experimento que antes sentó en la Secretaría de Estado, en este orden, a un hombre negro y a una mujer negra que ratificaron el significado de ser imperialista, y qué son sistema y pensamiento dominante, suscitó ensueños. A lo escrito en otros textos, añado lo que me contó, irritado, un compatriota de visible herencia africana: unas pocas personas, cubanas como él, y algunas de etnicidad similar a la suya, tanto esperan de Obama que lo llaman My President. Ahorro comentarios, no por razón de tiempo, sino de indignación, aunque esos obamistas son escasos y, sean cuales sean los tonos de su piel, no engañarán a patriotas bien orientados, de ningún color.
11 / Al margen de lo dicho o ausente en estas notas, el mejor homenaje a un gran exponente de la familia antillana, latinoamericana, humana, es empeñarnos en ser humanoascendentes y barrer en todas partes todo tipo de racismo. En Cuba se trata de erradicar, todas y todos juntos, mezclados como somos -sin segregación tipo Harlem, ni ninguna otra-, cualquier adherencia que ese crimen haya dejado como gérmenes de males en nosotros.
12 / Algo más para interrumpir las presentes notas: este encuentro propicia reclamar que nuestra familia latinoamericana y caribeña no la debilite la prosperidad del concepto Iberoamérica y sus derivaciones. La iberoamericanidad objetiva que emparienta pueblos a ambos lados del Atlántico, no debe confundirse con otra estimulada, financiada, encumbrada desde una exmetrópoli colonial. El asunto exige otro despliegue, pero quede por lo menos apuntado cuando recordamos a un hijo ilustre de Haití, pueblo pionero en nuestra América si de lucha por la independencia y la justicia social se trata.
*Leídas en el homenaje (ver datos en el texto) que el 28 de septiembre de 2011 se rindió en La Habana al abogado, político, historiador y antropólogo haitiano Anténor Firmin (1850-2011), con motivo del c
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