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Dos hermanas blancas en Asia: Israel y Australia

Fuentes: The Electronic Intifada

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

«Israel no ha reconocido completamente el valor de trabajar junto con Australia en Asia. Para nosotros es una manera de cooperar con países vecinos a Australia y de mejorar nuestra posición en ellos»

Naftali Tamir Embajador israelí en Australia

En una reciente entrevista publicada por Haaretz, Naftali Tamir, embajador israelí en Australia, articula la perenne necesidad de colaboradores ‘blancos’ que ha definido el proyecto sionista desde sus orígenes.

Habla sin rodeos de una asociación israelí con Australia fundada en la solidaridad racial para «mejorar» la influencia israelí en el este de Asia. Quizá únicamente en el siglo XIX un diplomático occidental pudo haber hablado tan claramente de la raza como la base de una alianza política. Infinitamente mejor armados contra sus victimas árabes, los israelíes no necesitan tomar precauciones. Pueden prescindir de la diplomacia, de lo políticamente correcto.

El embajador israelí no siente reparo alguno en hablar el lenguaje de los estereotipos raciales. «Israel y Australia son como hermanas en Asia», afirma. «Estamos en Asia sin las características de los asiáticos. No tenemos la piel amarilla ni los ojos rasgados. Asia es básicamente la raza amarilla. Australia e Israel no lo son – somos básicamente la raza blanca. Nosotros estamos en el lado occidental y ellos están en el lado sudeste».

El plan del embajador israelí es ambicioso. Con Israel dominando el flanco occidental de Asia y Australia anclada en el este de Asia, parece que estas dos hermanas blancas acaparan toda Asia. El plan también es malicioso. Espera apelar a la preocupación de los australianos respecto al creciente poder de la gente con «la piel amarilla y los ojos rasgados», y ahondar en ella. Si fuera necesario, el embajador también puede recordar a los australianos cómo consiguieron estar en Asia: como los israelíes, también ellos tuvieron el poder de robar las tierras de otros pueblos.

Hay poco de sorprendente en todo esto. Las llamadas al racismo blanco, las reivindicaciones de solidaridad racial o de civilización con occidente han sido los cimientos del éxito sionista desde que el movimiento proclamara por primera vez sus objetivos coloniales en 1885. Israel lo ha conseguido aprovechándose del racismo occidental (y suscitándolo y ahondándolo constantemente), especialmente en relación a los árabes y musulmanes.

Israel lo ha conseguido fomentando los más oscuros instintos de occidente. Los poderes dirigentes occidentales tenían intereses vitales en Oriente Medio, especialmente con el descubrimiento del petróleo a principios del siglo XX. Encajando su propio proyecto colonial en el imperialismo occidental, los sionistas impusieron un imperialismo aún más letal en la zona. En palabras de Sir Ronald Storrs, gobernador británico de Jerusalén, Israel podría ser «‘una pequeña Ulster judía leal’ en un mar de arabismo potencialmente hostil». Tal como ha resultado, el «Ulster judío» no ha sido ni «pequeño» ni «leal».

En las primeras décadas posteriores a su creación Israel tenía pocos amigos en África y Asia. Israel trató de romper este aislamiento forjando vínculos fuertes con otros Estados con población colonial de colonos – Sudáfrica y Rhodesia – y con dictaduras militares en América Latina y África. Suministró a estos países armas, servicios de inteligencia y adiestramiento militar. Las más estrechas fueron las relaciones de Israel con Sudáfrica. Ayudó al Estado del apartheid a desarrollar armas nucleares en los setenta. Israel también ayudó a Sudáfrica a eludir el embargo obligatorio de armas impuesto por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas 1977.

Israel animó también a las potencia coloniales a crear nuevos Estados de colonos en África cuando éstas se enfrentaban a la resistencia nacionalista en sus colonias. En 1960, cuando la resistencia argelina contra la ocupación francesa de su país estaba en su punto culminante, David Ben Gurion urgió al presidente francés Charles de Gaulle para que forjase un pequeño Estado de colonos en la Argelia costera después de expulsar a todos los argelinos oriundos. Por fortuna tanto para los argelinos como para Francia, de Gaulle ignoró el interesado consejo de Israel.

Israel comprende demasiado bien que las alianzas basadas únicamente en intereses son arriesgadas. Los intereses son algo veleidoso. Para protegerse a sí mismos frente a intereses cambiantes, los sionistas han tratado de crear y de profundizar nuevos vínculos emocionales con las audiencias occidentales. Desde principios del siglo XX ha alentado una moderna teología en Estados Unidos que considera la creación de Israel como un preludio necesario para el Segundo Advenimiento. Estos cristianos sionistas constituyen ahora los fieles soldados de infantería en el Partido Republicano.

En décadas más recientes, Israel se ha ido presentando cada vez más como el Estado cruzado laico de occidente. Se envuelve a sí mismo en valores occidentales. Recuerda sin cesar a occidente que es la ‘única democracia’ en Oriente Medio. Muchos occidentales están deseando excusar los excesos israelíes contra los palestinos como un precio pequeño por preservar una ‘democracia’ occidental. Más probablemente, muchos más consideran a Israel como la última avanzada blanca en un mundo de pueblos de color, Israel que valientemente contiene las hordas de oscuros y fanáticos musulmanes. Dado que estas ideas han arraigado – con constantes recordatorios por parte de unos medios de comunicación favorables a Israel -, defender a Israel se ha convertido en un interés vital occidental.

Con un dominio occidental sin rival en los noventa, Israel empezó a romper su aislamiento en el Tercer Mundo. La mayoría de los países no musulmanes en el África sub-sahariana fueron persuadidos de reconocer a Israel. En 1991 Estados Unidos presionó a la Asamblea General de Naciones Unidas para que revocara su resolución de 1975 que equiparaba sionismo con racismo. De manera no oficial la mayoría de los países árabes acabaron su boicot a empresas que hacían negocios con Israel. Egipto, Jordania y Mauritania reconocieron a Israel. Unos pocos países árabes del Golfo establecieron relaciones informales con Israel.

Sin embargo, más recientemente los vientos han estado soplando en una nueva dirección. La invasión estadounidense de Iraq, tan enérgicamente fomentada por Israel y sus aliados dentro de Estados Unidos, ha provocado unas cuantas consecuencias imprevistas. Ahora el islamista Irán se opone abiertamente tanto a Estados Unidos como a Israel en Oriente Medio. Parece que a los regímenes árabes aliados de Estados Unidos -y de Israel- se les está acabando el tiempo. En verano de 2006, Israel minó su poder de disuasión en una guerra que no pudo ganar contra Hizbullah. En América Latina Estados Unidos es incapaz de hacer retroceder el nuevo giro a la izquierda dirigido por la creciente seguridad en sí mismos de los indígenas americanos. La zona no está en tan buenas relaciones con Israel como lo estuvo antaño bajo dictadores de derecha. También en varios países europeos la cambiante demografía musulmana no augura nada bueno para el apoyo incondicional de Europa a Israel.

Quizá sea este cambiante escenario global lo que está provocando que algunos israelíes pongan énfasis en sus raíces: la solidaridad blanca. ¿Es ésa la razón de que el embajador israelí Naftali Tamir esté recomendado a Israel forjar una asociación más profunda con Australia? Es posible que en el fondo algunos australianos se sientan amenazados en medio de un ‘mar de asiáticos’, aunque ningún país asiático amenace a Australia. Quizá el embajador hable como alguien que posee información confidencial. Quizá sea la razón por la que piense que puede ser una buena idea explotar estos temores australianos. Para Israel podría ser una buena política, afirma, «cooperar» con Australia -su «hermana blanca» de la orilla occidental de Asia- para «mejorar» su «posición en países vecinos a Australia». ¿Es esto una señal para Australia de que con apoyo israelí debería empezar a echar el ojo -más allá de minucias como Timor Este- a Malasia e Indonesia?

Shahid Alam es profesor de económicas en una universidad de Boston y autor Challenging the New Orientalism: Dissenting Essays on America’s ‘War Against Islam’ (IPI Publications: 2006 forthcoming). Se puede contactar con él en mailto:[email protected]