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Ecología y Judeocristianismo

Fuentes: Ecoportal.net

Para comprender plenamente la problemática ambiental de nuestro tiempo es menester remontarnos a las raíces del modelo cultural dominante en el mundo en que vivimos. Desde hace 500 años la mayor parte de las sociedades humanas coexisten bajo el influjo del modelo histórico-cultural europeo, mejor conocido como «cultura occidental». Este modelo cultural -hoy dominante en […]

Para comprender plenamente la problemática ambiental de nuestro tiempo es menester remontarnos a las raíces del modelo cultural dominante en el mundo en que vivimos. Desde hace 500 años la mayor parte de las sociedades humanas coexisten bajo el influjo del modelo histórico-cultural europeo, mejor conocido como «cultura occidental».

Este modelo cultural -hoy dominante en casi todo el mundo- se nutre fundamentalmente de 2 grandes fuentes: La filosofía griega por una parte y la teología judeocristiana por la otra.

El Judaísmo es la más antigua de las teologías denominadas «Abrahámicas», esto es, las religiones que provienen del pacto que hizo Dios con el patriarca Abrahám; las otras dos son el cristianismo y el islamismo.

Las dos primeras teologías comparten ciertos principios de fe cuya incidencia en el desarrollo del modelo cultural occidental, y por ende en la actual crisis ambiental mundial, es necesario resaltar: El Pecado y la Caída: Según la doctrina del pecado original contenida en el libro del Génesis, todo el mundo cayó bajo el poder del demonio debido al pecado original introducido por el ser humano.

Para el judeocristianismo – cuyo Dios es trascendente, no inmanente: crea y gobierna la naturaleza pero no se identifica con ella- la naturaleza a partir de la caída de Adán y Eva perdió el carácter sagrado que había tenido hasta entonces, (y que aun tiene para muchas otras formas de creencias), pasando a ser la antítesis de lo divino, de lo sagrado: corrompida, pecaminosa y decadente. Aun hoy, muchas congregaciones cristianas utilizan el término mundano, el mundo, es decir, el entorno, como sinónimo de pecado. El texto bíblico en este punto es concluyente: «maldita sea la tierra por tu causa» (Gen 3,17).

Si la tierra, la naturaleza, es un lugar maldito por Dios, un lugar de pecado y corrupción, es lógico comprender que cualquier forma de agresión, ignorancia o irrespeto hacia ella esté mas que justificado.

Al quedar la naturaleza desacralizada ningún acto del hombre en su contra fue considerado como malo o reprochable. Esta posición contrasta con la visión holística y sagrada que la mayoría de nuestros pueblos originarios tienen con su entorno. Hace cerca de diez años caminando en la Sierra de Perijá con un indígena Barí, me sorprendió observar como este le pedía permiso a un árbol antes de proceder a arrancar sus frutos; al inquirirlo sobre el respecto me explicó que, de no hacerlo así, el espíritu del árbol se negaría en posteriores oportunidades a ofrecerle sus frutos y que corría el riesgo de atraer sobre si el enojo del resto de espíritus que habitaban la sierra que era su hogar y la fuente de sustento para él y su gente.

De igual forma es interesante notar como uno de los ecosistemas mas respetados y menos intervenidos de Venezuela es la montaña de Sorte en el centroccidental estado de Yaracuy, pues al ser este ecosistema el asiento de la veneración y el culto animista de María Lionza, muy extendido entre la población venezolana, se considera que tanto la floresta como la fauna del lugar están protegidos por la diosa y por ende no pueden ser dañados so pena de atraer la ira de esta.

Es en el judeocristianismo donde se inicia la oposición hombre-naturaleza. Si el hombre de la antigüedad, del que los estoicos en occidente y las religiones y filosofías orientales (Hinduismo, Budismo, Taoísmo) son claros representantes, buscaban acomodar (y aun lo hacen) sus vidas y acciones a los ritmos de la naturaleza, el hombre judeocristiano tratará no sólo de negar y rechazar lo natural, sino de oponerse a ello y aun de destruirlo. Las palabras del Cristo en el nuevo testamento vienen a confirmar esta apreciación (mi reino no es de este mundo Jn 18,36)

Patriarcalismo: (El hombre como centro del mundo). La tradición judeocristiana no solo es antropocentrista (genero humano), sino fundamentalmente androcentrista, es decir, masculina. El hombre, no el género humano, es el punto final de la creación; la mujer vino después como simple objeto de compañía, como una segregación toráxica del primer hombre. Las características femeninas y esencialmente maternas de las divinidades de las sociedades neolíticas, mediterráneas y germánicas en Europa y luego sus pares en América, asociadas al culto de la tierra y de la naturaleza, fueron perseguidas, deslegitimadas y execradas por la misoginia exacerbada del judeocristianismo. Gaia no es sino una de las innumerables diosas madres – genéricamente llamadas Venus en arqueología – que existían en dichas civilizaciones. A la tierra se le han dado innumerables nombres femeninos: África, Europa, Galia, Hispania, Germania, América, Asia, Grecia, Pachamama que revelan la importancia que, para la mayoría de las culturas antiguas, tuvo desde un comienzo el carácter femenino en la relación del ser humano con el entorno en que habitaban.

El judaísmo desde un principio excluyó hasta lo máximo el papel femenino en todo lo relacionado con su relación con la divinidad. No existen diosas ni se acepta la presencia de mujeres en el templo porque de antemano son tachadas de impuras. En contacto con las religiones paganas el cristianismo posteriormente adoptó la presencia femenina: la Virgen María primero y las santas posteriormente, pero asumiéndolas como excepciones a la regla de que todo lo femenino era pecaminoso y corrompido en su esencia.

Antropocentrismo:En el relato genesíaco Dios creó al hombre para que dominara sobre la tierra y sobre todo lo que en ella existiera. De hecho, el dominio sobre la tierra y el resto de los seres vivos no aparece como una simple posibilidad ¡es una orden!: «Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y sojuzgadla» (Gen 1, 28 ).

Posteriormente esta orden se repite y se refuerza a Noé: «Procread y multiplicaos, y llenad la tierra», añadiendo «que os teman y de vosotros se espanten todas las fieras y todas las aves del cielo; todo cuanto sobre la tierra se arrastre y todos los peces del mar los pongo en vuestro poder» (Gen 9, 2).

Como se puede observar, la naturaleza en el judeocristianismo parece haber sido creada única y exclusivamente para uso del hombre, un uso además fundado en la agresión, como puede deducirse de los términos «que os teman y de vosotros se espanten»; sin embargo, el mismo texto bíblico considera al hombre existencialmente inclinado al mal (Gn 8,21; Sal 51), por lo que de antemano la naturaleza queda condenada a ser administrada por un ser con tendencias al mal

Monoteísmo: Estos cultos monoteístas, (un solo Dios), califican de idolatría cualquier acto de adoración que no vaya dirigido a su único Dios, es decir, cualquier forma de veneración o sacralización de los elementos que conforman la naturaleza (bosques, ríos, lagos, animales, manantiales, montañas, etc.) es considerada como un pecado abominable.

La consecuencia del desencantamiento o desacralización de la naturaleza por parte de una de las fuentes de nuestro modelo cultural es que ha permitido asumirla como un objeto de valor mercantil, sujeta a las poderosas fuerzas del mercado, ajena totalmente al mundo espiritual, y por ende, desprotegida y vulnerable.

Uno de los padres de la iglesia católica, Santo Tomás de Aquino, cuya obra fue el puente que unió el pensamiento aristotélico con la teología cristiana expuso lo siguiente: «No preguntará Dios al hombre que trato dio a los animales; no se les juzgará tampoco por su comportamiento frente a la naturaleza, no obtendremos salvación- prosigue el Doctor de Aquino- diciendo al Señor: Es el mundo, gracias a nosotros, mas bello, mas útil, más fructífero».

Por su parte otro icono del pensamiento cristiano-occidental, San Agustín de Hipona acota que: «lo único importante para nuestra salvación es que guíe nuestros actos el amor a la divinidad», por lo que el amor a la naturaleza o al resto de la creación no tiene ningún valor a los ojos de Dios.

Ideología Tribalista de la Elección. La noción de pueblo elegido permitió desde un principio la exclusión y el rechazo de cualquier otra forma de ver y entender el mundo. El judeocristianismo mostró desde muy temprano una abierta hostilidad e intolerancia hacia toda forma de cultura «pagana» esto es, hacia toda cultura que no fuera la propia. Así, la noción de superioridad espiritual fue usada para alentar las guerras «santas», la inquisición, las conquistas y la esclavitud.

Como bien señala el teólogo brasileño Leonardo Boff: «las iglesias fueron cómplices de la mentalidad que condujo a la actual crisis mundial de la biosfera». De igual forma el documento final de la VIII Asamblea del Consejo Ecuménico de Iglesias reunidas en la ciudad australiana de Canberra acotó: «Cuando más insistía la teología en la trascendencia de Dios y su distancia del mundo material, tanto más la tierra era considerada como un simple objeto de explotación humana y como una realidad no espiritual».

Joel Sangronis Padrón es Profesor UNERMB