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EE.UU. avanza hacia la militarización de sus universidades

Fuentes: La Marea

El pasado 20 de octubre el Rectorado del City University of New York (CUNY) clausuró sin previo aviso el Centro Comunitario Morales-Shakur, el único que quedaba en todo el campus gestionado enteramente por estudiantes. Sin embargo, el cierre no fue todo lo tranquilo que le hubiese gustado a los responsables de la universidad. A pesar […]

El pasado 20 de octubre el Rectorado del City University of New York (CUNY) clausuró sin previo aviso el Centro Comunitario Morales-Shakur, el único que quedaba en todo el campus gestionado enteramente por estudiantes. Sin embargo, el cierre no fue todo lo tranquilo que le hubiese gustado a los responsables de la universidad. A pesar de que varios agentes de policía aparecieron por sorpresa y bloquearon el acceso al centro, la noticia se propagó por el campus rápidamente y algunos estudiantes intentaron acceder a las instalaciones del centro para evitar su clausura. La policía respondió con el uso de aerosoles de pimienta de modo disuasorio y, finalmente, dos estudiantes fueron arrestados.

Al día siguiente de la clausura, los estudiantes que se acercaron al Centro Morales-Shakur pudieron ver un cartel colgado en la puerta de entrada que rezaba «Centro para el desarrollo profesional». Durante la semana siguiente, la administración de la universidad confiscó todos los materiales que había dentro del local (ordenadores, libros y documentos varios) sin que hasta el momento hayan sido devueltos a los estudiantes. Y van más de dos meses.

Tras el incidente, CUNY no quiso realizar ninguna declaración acerca de lo sucedido. Tan solo publicó un comunicado en su página oficial de Facebook diciendo que «el Instituto para el Desarrollo Profesional de CUNY lleva tiempo expandiéndose con el objetivo de proveer servicios adicionales a los estudiantes que buscan asistencia en su transición del mundo académico al profesional». Ni una mínima referencia al desmantelamiento del Centro Morales-Shakur.

Morales y Shakur, dos nombres conflictivos

El centro comunitario Morales-Shakur debía su nombre a dos activistas de izquierdas de los años setenta. Guillermo Morales fue uno de los líderes del grupo independentista puertorriqueño FALN (Frente Armado de Liberación Nacional) y se le relacionó con varios atentados con bomba durante aquellos años. Finalmente, fue procesado por tenencia de explosivos en 1978 tras resultar herido en una explosión, pero consiguió escapar de la justicia estadounidense y actualmente vive en Cuba como refugiado. Por su parte, Assata Shakur (nacida JoAnne Deborah Byron) fue una estudiante y activista de CUNY durante finales de los años sesenta y miembro activo del Black Liberation Army (Ejército de Liberación Negro, más conocidos como Panteras Negras), organización político-militar que luchaba por la independencia y la autodeterminación de la comunidad negra de Estados Unidos. Como Morales, actualmente también vive en Cuba, donde fue acogida como refugiada tras ser acusada por las autoridades estadounidenses del asesinato de su compañero activista Zayd Shakur. Para muchos activistas de EE.UU. aquellas acusaciones eran falsas y fueron creadas por las autoridades para acallar la molesta voz de Shakur.

Con un currículum tan completo, tanto Morales como Shakur no tardaron en convertirse en iconos entre movimientos de izquierdas y así, el centro Morales-Shakur fue creado en 1989 por los estudiantes más contestatarios como resultado de un acuerdo negociado con la administración de CUNY, después de una huelga para evitar una fuerte subida de tasas propuesta por la universidad. En definitiva, desde el mismo momento de su nacimiento, el centro ha estado envuelto en polémica. Mientras que para muchos estudiantes Guillermo Morales y Assata Shakur son ejemplos de compromiso y lucha a favor de las minorías desfavorecidas, no son pocas las voces que los consideran dos figuras del más peligroso radicalismo rojo e incluso los tachan de terroristas. A tenor de lo sucedido en octubre, parece que esta es también la opinión mayoritaria en los despachos de CUNY.

Desde su creación, han sido varios los incidentes acaecidos alrededor del polémico centro. En 1998, tres estudiantes descubrieron que una mini-cámara de seguridad había sido instalada dentro de un falso detector de fuego, con el fin de registrar en vídeo a todos aquellos que acudían al centro Morales-Shakur. Los estudiantes montaron en cólera y demandaron a la universidad, pero tras un sonado litigio, la justicia declaró que la administración de CUNY estaba en su derecho al instalar dicha cámara. Unos años después, en 2006, el rectorado de la universidad intentó -sin conseguirlo- que el nombre del centro fuese cambiado por considerarlo «inapropiado y no autorizado», ya que rendía honores a dos personas fugadas de la justicia norteamericana.

Un jefazo del Pentágono en el campus

En los meses transcurridos desde la clausura del centro  se han producido muchas movilizaciones y manifestaciones estudiantiles con el objetivo de reabrir el Centro Morales-Shakur, pero CUNY, en un ejercicio de hermetismo administrativo, ha mirado para otro lado y ha ninguneado un acto tras otro. Como si no se produjesen.

Algunos de los estudiantes más involucrados con el centro comunitario insinúan intereses ocultos tras el abrupto cierre. Gargi Padki, coordinadora de proyectos en el centro de estudios sociales de la universidad, apunta que tan sólo una semana después de la clausura, CUNY recibió una donación económica anónima de cuatro millones de dólares. Por su parte, Dylan Farley, estudiante de CUNY, asegura que el cierre responde a una estrategia de «militarización» de la universidad.

Para Dylan y otros muchos estudiantes, esta estrategia se empezó a hacer evidente el pasado mes de abril, cuando se supo que el ex comandante del pentágono y ex director de la CIA, David Petraeus, iba a ser contratado como profesor visitante en CUNY con un sueldo de 200.000 dólares. La noticia hizo saltar las primeras alarmas entre los estudiantes y desató numerosas protestas. La polémica acabó publicada en los medios más importantes de la ciudad, pero se centró en el desmesurado sueldo que Petraeus iba a recibir por dar apenas once clases en todo el año. El resultado de tal escándalo mediático fue que CUNY y Peatreus se vieron obligados a anunciar una rebaja del sueldo hasta reducirlo a tan sólo un simbólico dólar.

Sin embargo, lo que preocupaba a muchos estudiantes -además del elevado salario- era el curriculum de Petraeus. El perfil de este ex jefazo de la seguridad nacional era para ellos un indicio claro de la dirección que CUNY estaba tomando en su política docente. Este militar es célebre por apoyar y dirigir ataques y bombardeos en Afganistán e Irak y también es bien sabido que su nombre ha sonado como candidato de peso (incluso como vicepresidente) tanto en el Partido Republicano como en el Demócrata. En cualquier caso, para el grueso de estudiantes de CUNY, el nombramiento de Petraeus como profesor visitante fue una muestra clara del viraje del centro universitario hacia una militarización ideológica y estructural, evidenciando una apuesta por el «establishment» político y una forma de respaldo a las políticas militares intervencionista de los Estados Unidos.

Tanto para Dylan como para Gargi, además del sonado «Caso Petraeus», la militarización de CUNY se evidencia en pequeñas decisiones y cambios que inopinadamente se producen en el campus; como la mayor presencia de Recruit Training Commandos (unidades del ejército que tratan de atraer nuevos reclutas al cuerpo), el aumento del número de policías y de guardias de seguridad armados con spray de pimienta y significativas anécdotas como el cambio de nombre de la School of Social Sciences por el de Colin L. Powell School for Civic and Global Leadership. En castellano, lo que era la Escuela de Ciencias Sociales se convierte de un día para otro en la Escuela Colin L. Powell para el liderazgo cívico y global. Cambiando ciencias por liderazgo, esto es América.

El 11S no queda tan lejos

Pero este proceso de militarización no es exclusivo de Nueva York ni de CUNY. Para el profesor Henry A. Giroux, sociólogo y director del Centro de Estudios de Interés Público de la McMaster Univeristy de Ontario, la educación superior en los Estados Unidos atraviesa un momento crucial debido a las fuertes restricciones financieras y a una crisis de legitimidad sin parangón en su historia. Según Giroux, tras los atentados del 11-S, las universidades norteamericanas han ido incrementando su dependencia del Pentágono y de los intereses corporativos, poniendo sus aulas al servicio de los intereses privados y gubernamentales; lo que ha puesto en peligro su papel como esfera pública y democrática de diálogo.

En 2011, durante el décimo aniversario del atentado a las Torres Gemelas, Neil Kerwin, presidente de la American University de Washington, hizo una declaraciones llamativas a este respecto. Según Kerwin «las expectativas de la gente de contar con una comunicación rápida y precisa en caso de una amenaza real es uno de los retos más difíciles de las universidades, ya que también debemos preservar los valores fundamentales de la vida universitaria, al tiempo que cumplimos con nuestras obligaciones de proteger a la gente».

Esa «comunicación rápida y precisa» a la que Kerwin hace referencia se ha materializado en una colaboración entre la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y varias universidades del país. Este programa de Seguridad de la Información y de Defensa Cibernética se dirige a la creación de especialistas en ciberseguridad y en este momento más de 180 universidades están inscritas en él para satisfacer esta creciente demanda.

El acuerdo también fija que, para que una escuela sea considerada como un «Centro Nacional de Excelencia Académica en Seguridad de la Información y de Defensa Cibernética» debe atenerse a los criterios señalados por la NSA y el DHS. En otras palabras, no es que el currículo académico lo fije el Estado, es que lo fija directamente el ministerio de Defensa. La certificación final asegura que los estudiantes salen de la escuela con una formación en ciberseguridad y tienen las habilidades necesarias para fortalecer la seguridad de las redes de información del Gobierno o del sector privado.

Pero hay otros ejemplos incluso más obvios de esta mutación en las universidades. Bajo la vaga excusa de la seguridad (hablan de prevenir posibles matanzas como las sucedidas en las Universidad de Virgina Tech o la Universidad de Texas A&M), otras muchas instituciones de educación superior están gastado cientos de miles de dólares en reforzar la protección de sus campus mediante la instalación de modernos circuitos de videovigilancia, el aumento de fuerzas de seguridad armadas u otras medidas similares. Ohio State University (OSU) y la University of Missouri-Columbia (UMC) son dos casos paradigmáticos. Este año, ambas universidades se han hecho con sendos vehículos blindados y fuertemente armados diseñados para la guerra.

Tras saltar la noticia en Ohio, Gary Lewis, director de relaciones públicas de la OSU, declaró que el único motivo para adquirir un vehículo bélico de esas características era el de «reemplazo de la flota policial». Lewis calificó el carro de combate como «vehículo multiuso de seguridad pública con capacidades obviamente mejoradas».

Para el profesor Giroux no cabe duda de que, tras los atentados del 11S, se ha acelerado la transformación de la universidad estadounidense en una «fábrica de conocimiento militar» y el cierre del centro Morales-Shakur se puede enmarcar en este contexto. Según Giroux, este tipo de actuaciones evidencian «el desarrollo creciente de programas académicos y escuelas universitarias que sirven a los intereses militares», con el telón de fondo de una alianza entre las instituciones educativas y las organizaciones de seguridad nacional que «está minando la credibilidad de la Universidad como un lugar de crítica, discusión y diálogo».

La pregunta que se plantea ahora es si los estudiantes estadounidenses acabarán aceptando un proceso que parece casi inevitable y si estamos atendiendo a un cambio conceptual de la educación superior en Estados Unidos que pasa, necesariamente, por deshacerse de los grupos inconformistas y contestatarios.

De momento, el cartel que dice «Centro para el desarrollo profesional» sigue colgado de la puerta de lo que antes fue un centro autogestionado por los estudiantes y no parece que vaya a desaparecer.

Fuente: http://www.lamarea.com/2014/01/23/militarizacion-universidades-norteamericanas/