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EE UU no renuncia al escarmiento

Fuentes: Diagonal

El autor, excorresponsal de TVE en Cuba, explica cuál es la situación de las relaciones de EE UU y Cuba tras la liberación de René González, uno de «los Cinco».

En una buena novela sobre la Guerra Fría, Viejos recelos, el británico John Lawton llega a la conclusión de que la información del espía es «conocimiento sin poder». Con los agentes infiltrados en EE UU, Cuba sabía (sabe) cómo se organizan las agresiones contra la isla y el abastecimiento para la oposición que aplaude el bloqueo. Pero no podía (no puede) impedir la impunidad de la mafia criminal que organiza el terrorismo y la desinformación con la complicidad del Pentágono, el Departamento de Estado, la CIA y el FBI. En su libro recientemente publicado, Los últimos soldados de la Guerra Fría, el periodista brasileño FernandoMorais cuenta (con información facilitada por La Habana) que Gabriel García Márquez fue el intermediario para que Fidel Castro enviase al presidente Bill Clinton las grabaciones que demostraban cómo se preparaban (se preparan) las operaciones de terrorismo contra Cuba desde la madriguera estadounidense sin que Washington lo impida.

Los cinco antiterroristas

Con la documentación entregada por los cubanos, el FBI intervino contra los agredidos y siguió protegiendo a los agresores. Fueron detenidos en 1998 cinco agentes de la isla que habían conseguido en Miami las pruebas contra la mafia anticastrista. Cuatro permanecen encarcelados como consecuencia de acusaciones falsas, juicios sin garantías y condenas desmesuradas que incluyen la cadena perpetua. El quinto, René González, salió de la cárcel el 7 de octubre después de trece años de prisión, pero no puede regresar a Cuba porque la sentencia incluye tres años más de libertad vigilada. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, asegura que no habrá un intercambio de los agentes cubanos por el estadounidense Alan Gross, condenado a 15 años de encarcelamiento por haber sido capturado en La Habana cuando suministraba equipos para telecomunicaciones a las organizaciones de la oposición.

Mientras los agentes cubanos permanezcan como prisioneros en Estados Unidos, no se puede resolver el conflicto en el que Cuba resiste porque son precisamente el símbolo de las permanentes agresiones del imperio en alianza con la mafia terrorista. Quienes al mirar hacia Cuba apartan lo fundamental, no tienen en cuenta que es el único país de América Latina que no tiene garantizada su independencia nacional como consecuencia de la voracidad de EE UU. Los dueños del poder económico, político y militar, que determinan la actuación de los presidentes estadounidenses, no han renunciado ni a recuperar su dominio sobre la isla, ni a imponerle a Cuba un escarmiento por defender su soberanía nacional.

Obama no tiene el control de la política hacia (contra) Cuba, que depende de las acomodaciones del Departamento de Estado con el Congreso. La Casa Blanca favorece las visitas familiares y el envío de remesas porque es lo que reclama la opinión mayoritaria del exilio y de la emigración. Pero el sistema de poder insiste en el bloqueo a pesar de que toda América Latina y toda la ONU (menos Israel) le piden que lo elimine. El Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes lo preside la republicana Ileana Ros-Lehtinen, portavoz de la caverna terrorista de Miami. En una reciente audiencia, le exigió a Hillary Clinton actuar contra los Castro en Cuba como contra Gadafi en Libia. Pensando en un «sí» y en un «nos gustaría», la secretaria de Estado no ocultó las intenciones al responderle que «nuestra posición ha sido la misma durante más de 50 años».

Los que mandan en Estados Unidos tienen un problema para cada solución sobre Cuba y no renuncian a la revancha del escarmiento. El agujero que podría empezar a vaciar esa política es el de la perforación para sacar petróleo de la zona cubana del Golfo de México.