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Efecto invernadero y otras antropogenias climáticas

Fuentes: Ecoportal.net

Lo que aterroriza a los políticos de EE.UU. en lo más profundo, es que es cierto que existe un fenómeno planetario de calentamiento global, y podrían hacer algo para encarar el calentamiento global, pero ello significaría un costo impresionante para la industria del país y para su sistema de vida.

Desde que algunos investigadores presentaron hace ya décadas la preocupante hipótesis de que existía un fenómeno planetario de calentamiento global antropogénico designado descriptivamente como «efecto invernadero», las polémicas sobre su existencia arreciaron.

Con el paso del tiempo, sin embargo, fue constituyéndose un consenso creciente sobre semejante fenómeno, y cuando se realiza la conferencia mundial de clima en Kyoto en 1997 prácticamente todos los climatólogos están de acuerdo en su existencia. Con una excepción: el equipo de especialistas que representa a EE.UU. niega esa hipótesis.

Con ello sobreviene la negativa de EE.UU. a firmar el timidísimo convenio propuesto en Kyoto (sobre la base de las emisiones registradas en 1990, bajar hacia 2012 un 5% las emisiones de gases causantes del efecto invernadero, en particular dióxido de carbono, que es uno de los gases más abundantes del planeta, producto de la combustión del oxígeno). En realidad, investigaciones presentadas en ese encuentro estimaban que para controlar satisfactoriamente el «efecto invernadero» había que encarar la disminución del 60% de tales gases, no del 5%…

En lo que va de 1997 a 2004, el convenio siguió sin implementarse porque no se cumplían las condiciones mínimas acordadas: que por lo menos el 55 % de los países que abarquen por lo menos el 55 % de las emisiones, lo ratificaran. La negativa de EE.UU., que cubre más de un tercio de las emisiones mundiales, dificulta alcanzar esas cotas (exige casi la unanimidad del resto del mundo), aunque la reciente incorporación de Australia a los firmantes augura una inminente entrada en vigencia.

Pese a que lo acontecido entre 1997 y 2004 no hace sino confirmar cada vez más la existencia de llamativos cambios climáticos: el gobierno estadounidense, sus sucesivas administraciones, han persistido en la misma posición, negando toda responsabilidad humana en cualquier cambio climático de los que se están registrando, como el derribo de las barreras de hielos antártico y ártico, el derretimiento de casquetes de nieve en el Kilimanjaro en el corazón africano, por ejemplo, y otra serie de fenómenos que la mayor cantidad de climatólolgos entienden como trastornos originados por el calentamiento planetario originado por el hombre.

El gobierno de Bush Jr. y las presidencias anteriores han sido particularmente reluctantes a asumir cualquier responsabilidad ambiental por parte de EE.UU. Tanto es así, que entre 1990 y 2004 no sólo no las han reducido según el convenio sino que las han aumentado en un 11% (en tanto la UE ha reducido las suyas en un 4%) <http://www.ambienteyenergia.com/htms/notas/nota0208.html>.

Mientras los técnicos que sirven a la estrategia de poder de EE.UU. se aferran, curiosamente, en este caso al in dubbio pro reo, con el cual alegan que hasta que no haya pruebas contundentes de la responsabilidad humana en los cambios y trastornos climáticos hay que presuponer la total irrelevancia de los actos humanos, los científicos preocupados y las organizaciones ecologistas incluso de EE.UU. y de prácticamente casi todo el mundo, insisten en que las dimensiones de la incidencia humana en el planeta (quema de combustibles, contaminación química y cada vez más biológica, aumento poblacional, desmantelamiento de bosques, selvas, ríos, montes) es tal que hay que actuar precautoriamente, y a la brevedad. El riesgo de catástrofe absolutamente fuera de control es tan pero tan grande y sobre nuestro único hábitat (véase «La carrera espacial», p. 32), que tomar recaudos parece lo sensato. La pregunta en todo caso es si la timidez, la casi insignificancia de los acuerdos de Kyoto, podrían alcanzar para inflexionar las curvas del proceso.

«¡No es cierto, no es cierto! ¡Y nada podemos hacer con eso! Así resume Mickey Kaus la actitud de la Casa Blanca ante el calentamiento planetario. Lo que aterroriza a los políticos de EE.UU. en lo más profundo, es que sí, es cierto que existe, y podrían hacer algo para encarar el calentamiento global, pero ello significaría un costo impresionante para la industria del país y para su sistema de vida», resume el periodista Matthew Engel en su «Road tu ruin» (Guardian Weekly, Londres, 6/11/03).

Uno podría preguntarse acerca de los avales que tiene el gobierno de EE.UU. para negar el carácter antropogénico de cambios climáticos. Va de suyo que los cambios provocados por el hombre no invalidan los que se producen «naturalmente»; ciertamente el planeta conoció muchísimos y radicales cambios climáticos antes que el hombre pusiera el más mínimo pie en tierra (descendiera de los árboles como una de las hipótesis más firmes señala). El climatólogo Osvaldo Canziani es categórico sobre el particular: «No tienen ninguna razón científica. Los industriales no quieren disminuir su producción, simplemente.» (cit. p. Martín de Ambrosio en «Kyoto, protocolo roto», Buenos Aires, Futuro, Página12, 24/11/04).

En lo que va del año, como un rayo en cielo sereno, apareció un documento del Pentágono sobre la cuestión. Un documento de militares de los que se sienten con derecho a regir el mundo. Pero que han sentido alarma en un aspecto crucial. A diferencia de las discusiones habidas en Kyoto en 1997 en que se especulaba sobre desastres ambientales por la acumulación del efecto invernadero para dentro de varias décadas o siglos, el informe pentagonal agudiza los términos dramáticamente: restringe los plazos incluso a menos de una década.

Nunca creímos en profecías y menos a fecha fija, como con más altanería que sabiduría intelectual anuncian los autores del mencionado informe «secreto». Pero la afirmación de que Inglaterra vivirá un clima siberiano en el 2020 es por lo menos llamativa. Y los anuncios de catástrofes más cercanas todavía en el tiempo para países con costas bajas también. Los autores: Peter Schwartz, consultor de la CIA y del Royal Dutch/Shell Group y Doug Randall, otro empresario.

Lo cierto es que el derretimiento de los polos puede convertir al planeta en un verdadero infierno: la hipótesis muy trajinada por climatólogos de que la invasión de aguas árticas al Atlántico podría bloquear la vital corriente del Golfo, convertiría paradójicamente a Europa, a la Europa del Norte, en una región con frío insoportable (estamos hablando del Reino Unido, Islandia, Noruega, e islas menores, por lo menos).

Por su parte las zonas tórridas del planeta pasarían a ser totalmente invivibles hasta para los humamos que hoy en día sí viven allí. Lo mismo sus cultivos y sus animales de cría. Los cultivos templados, como los de tantos cereales (trigo, centeno, maíz) serían barridos de la faz de la Tierra por la tropicalización. La expansión de especies patógenas, sobre todo en los ámbitos cálidos, sería sobrecogedora; pensemos en hongos (a menudo venenosos), ácaros, insectos, microorganismos.

La frutilla del postre con este meneado informe es que la Casa Blanca lo ocultó durante varios meses, indudablemente estremecidos por «la novedad». Fue finalmente a través de una filtración a la prensa, The Observer [periódico británico fundado en el s. XVIII] que salió a la luz. Recordemos que lleva la firma del Pentágono… todo lleva a pensar que Bush Jr. ha entrado en otro cortocircuito…

Randall, consultado luego de «la explosión mediática» dijo, por ejemplo, que «posiblemente es demasiado tarde para prevenir que ocurra un desastre. No sabemos exactamente en qué momento estamos. Podría comenzar mañana y no lo sabríamos durante cinco años.» (cit. p. The Observer, 22/2/04). Más allá de la puerilidad tan hollywoodense de que pueda comenzar mañana un proceso que en el informe dan por comenzado, la observación revela igual la gravedad de la situación.
Willy Meyer, presentando en 1987 el excelente documental alemán Klima im koma (en Naturaleza y medio ambiente en cine y TV, Buenos Aires, Instituto Goethe, 1990) decía con preciso vuelo poético: «La Tierra tiene fiebre».

Sólo una ceguera en el colmo de su egoísmo puede llegar a lucubrar títulos como el de Clarín Rural el 28 de febrero de 2004: «El cambio climático beneficiaría a la soja.» (*)

Recuadro

«Entretanto, a todos los consumidores estadounidenses se les ha pedido una tarea para la defensa ambiental: que compren helados Ben & Jerry de crema, porque se les asegura que un tanto por ciento de las ganancias de su fabricante Unilever van a ir a parar a ‘iniciativas que tengan que ver con el efecto invernadero’.»
«Uy, uy» remata Matthew Engel ante tan formidable medida (op. cit.).

(*) En su «fundamentación» persiste la ceguera que otorga el auto-interés: «La mayor concentración de dióxido de carbono hará aumentar los rendimientos». Vale la pena recordar una observación del climatólogo Osvaldo Canziani: las plantaciones de soja aguantan mucha más temperatura que las de cereales (´si el trigo permanece a más de 30º por más de ocho horas no fructifica´:, cit. p. Martín de Ambrosio, «Cuando el clima se marchita», Futuro P12, 24/11/01). El neocolonialismo sojero de parabienes.