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El ADN metacultural de un país

Fuentes: Rebelión - Mapa de Las Trece Colonias (en rojo) en 1775.

Los ensayos exculpatorios de los padres fundadores de Estados Unidos por el hecho de haber tenido esclavos y proclamar la “igualdad de todos los hombres” suelen comenzar con una cita de Thomas Sowell: “Quienes critican a los redactores de la Constitución de los Estados Unidos por ‘condonar la esclavitud’ con su silencio, solo tendrían razón si la abolición fuese, de hecho, una opción disponible en aquel momento, en un país nuevo que luchaba por sobrevivir”.

Sowell, condecorado por George Bush, es la estrella afroamericana de los conservadores. Caso similar a Larry Elder, candidato afroamericano a gobernador de California en 2021, quien se opuso a la reparación a la comunidad negra por las condiciones de injusticia económica de partida en la fundación de este país: “Les guste o no” dijo Larry, “la esclavitud era legal”. A los amos blancos “les arrebataron sus bienes legales después de la Guerra Civil”,así quese les debe reparaciones a “a quienes perdieron su propiedad privada”. En 1963, Malcolm X observó la diferencia moral y funcional de una sociedad que dividía de facto “los negros de la casa” de “los negros del campo”: los primeros son los más firmes defensores del orden social y moral de un sistema que oprime a sus propios hermanos.

El argumento de Sowell y de otros, sobre el “la necesidad existencial de la esclavitud” del nuevo país se destruye con simples observaciones históricas y conceptuales. Contemporáneo de Jefferson, José Artigas, Líder de los Pueblos Libres de lo que hoy es Uruguay y parte de Argentina, apenas venció al imperio español en el capo de batalla y resistió el acoso de Buenos Aires, repartió tierras entre negros, indios y blancos pobres; adoptó un indio como hijo y lo promovió a la gobernación de Misiones.

La Revolución de las Trece Colonias no nace de una rebelión contra los impuestos en Boston sino del deseo de los colonos de despojar a los pueblos nativos de todas sus tierras sin respetar los acuerdos firmados por Londres en 1763. Como vimos en este libro, el mismo Washington, un militar más bien torpe en el campo de batalla, se hizo de miles de hectáreas indígenas antes de convertirse en un patriota y, al igual que otros héroes patriotas, continuó con el mismo proyecto de bienes raíces después de 1776.

La idea de “un país luchando por la sobrevivencia” sustituye la realidad histórica: se trató de una clase dominante y minoritaria luchando no sólo por su sobrevivencia, sino para satisfacer su deseo desatado de incrementar sus riquezas, tomando tierras indígenas, masacrando “razas inferiores” y expandiendo el negocio de esclavitud. Los indios no pedían nada a nadie, sino que los dejasen en paz. Infinitamente más democráticos que los fanáticos colonos, firmaron múltiples acuerdos para terminar con sus resistencias armadas a cambio de su independencia y de mantener un comercio libre con los europeos y otros pueblos nativos, tal como habían hecho por siglos.

Lo mismo los esclavos. ¿Debían mantenerse en esclavitud por generaciones para “salvar la existencia” de un país que no era de ellos, sino que los oprimía? Cuando en 1812 Gran Bretaña respondió con la quema de la Casa Blanca a un atentado previo de los colonos contra Canadá, la que querían como el estado catorce, los indígenas y los negros esclavos (los del campo, no los de la casa) apoyaron a los ingleses. No porque los creyeran moralmente superiores, sino, como había ocurrido en los dos siglos previos, los nativos hacían alianzas con cualquier potencia que respetase su derecho a la vida.

Este momento fue romantizado por los patriotas en su himno nacional. Cuando el himno habla de los agresores que querían dejarlos “sin hogar y sin patria”, advierte que

Ningún refugio pudo salvar al mercenario y al esclavo del terror de la huida ni de la oscuridad de la tumba. ¡Oh, que así sea siempre cuando los hombres libres se mantengan entre su amado hogar y la desolación de la guerra! Entonces debemos vencer, cuando nuestra causa sea justa en la tierra de los libres y el hogar de los valientes.

Aquí “hombres libres” significaba “hombres blancos”. Esto es irrefutable en el lenguaje de la época, intercambiable con “la raza libre”.

Es decir, la mayoría tenía muchas opciones aparte de la esclavitud, la servidumbre y el coloniaje intra-nacional. No los amos blancos que, además, estaban motivados por la expansión de sus riquezas y del sistema eslavista.

En 1790 Washington era presidente, Adams vicepresidente y Jefferson Secretario de Estado. Ese año, se aprobó la ley que establecía la obligación de ser blanco para que un inmigrante pudiese convertirse en ciudadano. La rebelión de esclavos de 1791 en Haití sacudió la moral de los imperios y de la nueva república. Jefferson, propietario de 150 esclavos en Virginia, escribió: “tiemblo por mi país al pensar que Dios es justo; que su justicia no puede dormir eternamente; que (…) una revolución en la rueda de la fortuna, un cambio de situación, está entre los posibles eventos”.

Brutales y racistas como cualquier imperio, los franceses de Nueva Francia, como los españoles de Nueva España, no solían llegar a los extremos segregacionistas del imperio británico. Evangelizadores y misioneros proselitistas como cualquier cristiano, los jesuitas no llegaban al fanatismo de los pastores protestantes. Diferente a los franceses, los colonos anglosajones no respetaron ningún tratado de reciprocidad, ley de oro de la política internacional hasta nuestros días.

En 1784, el británico John Smyth, anotó en su libro A Tour in the United States of America: los americanos blancos sienten un profundo desprecio por toda la raza indígena; y no hay nada más común que oírlos hablar de extirparlos totalmente de la faz de la tierra: hombres, mujeres y niños. Por el contrario, los indios no parecen sentir ningún desprecio por los europeos”.

Desde libros como La frontera salvaje: 200 años de fanatismo anglosajón en América latina (2021), entre otros factores, observamos una particularidad en el racismo anglosajón: el segregacionismo, el desprecio por otras etnias y el sentimiento de superioridad a lo largo de la historia alcanzaban niveles obsesivos y neuróticos. Esto no se sustenta en ningún ADN biológico sino en un ADN cultural, tal vez surgido en algún momento de la Edad Media en algún rincón particular de las costas anglosajonas durante el dominio romano.

Ahora, a manera de especulación, podría ser legítimo para futuros estudios científicos sobre una “psico historiografía” de los pueblos estudiar qué rol pudo tener en esta formación cultural la observación del carácter recesivo de las características blancas, como, por ejemplo, los ojos azules y el color rubio de los cabellos. Según el carácter recesivo de este fenotipo, para que los hijos nazcan con las mismas características físicas, ambos padres deben poseerla. De lo contrario primarán los cabellos oscuros y el color de ojos negros o castaños.

Otra nota para investigadores: ¿qué relación existe entre esta obsesión con el nacimiento de la propiedad privada de tierras y seres humanos en la Inglaterra del siglo XVI? ¿Ha sido el miedo a la no sobrevivencia de la tribu basada en su aspecto físico?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.