Hace más medio siglo, entre finales de la década de los 1950 y principios de la década de los 1960, Hollywood vendió al mundo con gran éxito el «American Dream»: Un padre trabajador (blanco, por supuesto), con una casa en un barrio suburbano, dos carros en la entrada de su garaje, además de un sueldo […]
Hace más medio siglo, entre finales de la década de los 1950 y principios de la década de los 1960, Hollywood vendió al mundo con gran éxito el «American Dream»: Un padre trabajador (blanco, por supuesto), con una casa en un barrio suburbano, dos carros en la entrada de su garaje, además de un sueldo y beneficios lo suficientemente holgados como para sostener a una familia compuesta por una esposa, ama de casa ella, de dos a cuatro o cinco hijos, y la infaltable mascota. Todo esto producto de la creencia de que «el trabajo arduo y constante es el camino hacia el éxito y la prosperidad».
El «Sueño Americano» sigue vendiéndose por supuesto -es una de las armas predilectas de los controladores del Sistema-Mundo para mantener a los siervos dentro de la burbuja Matrix-, pero ¿cuánto de real y cuanto de ilusión hay del «American Dream» en el 2012? Y ¿cuántos tipos de «American Dream» existen en los Estados Unidos de hoy?
Para el norteamericano de las mayorías, es decir para los blancos cuyas tres a cuatro generaciones pasadas se beneficiaron enormemente de la prosperidad económica de los Estados Unidos después de la II Guerra Mundial, hasta finales de los 1960, y del poder de ser el único país del mundo que imprime dólares a diestra y siniestra sin ningún respaldo, con la creación de los petro-dólares desde principios de los 1970 -el dólar es la única moneda con la cual el resto del mundo puede vender y comprar petróleo, allí está el verdadero poder-, el «American Dream» se ha ido diluyendo poco a poco con la enorme transferencia de riqueza de la clase medía hacia los súper ricos, dando como resultado una ampliación de la brecha de la riqueza entre el 1% de arriba y el 99% del resto.
A inicios de la segunda década del Siglo XXI, para la mayoría blanca esa brecha se refleja en varias realidades: una clase media altamente endeudada, con una pérdida o devaluación de sus activos (propiedades inmobiliarias, acciones y ahorros); la pérdida de empleos bien pagados a causa de la desindustrialización de los Estados Unidos que comenzó en la era Clinton y se aceleró en la era de W. Bush; y la inmovilidad de la escalera social -que para las nuevas generaciones significa su incapacidad de crear y acumular riqueza, como lo hicieron sus generaciones pasadas, debido a que hoy en día los Estados Unidos tiene mayormente una economía de servicios, es decir empleos de bajos salarios y con una drástica reducción de beneficios.
Así, en el contexto del «American Dream» de las pasadas décadas, para la mayoría de la clase media, particularmente los blancos y su generación que hoy tiene entre 20 y 30 años (la base del movimiento Ocupa Wall Street), el sueño es una pesadilla o un imposible, con la perspectiva de que, a mediano y largo plazo, las grandes mayorías estadounidenses se conviertan en una sociedad tercermundista.
El otro «American Dream»
Sin embargo, en esta misma patética realidad, puede resultar curioso saber que, de acuerdo a una encuesta del Pew Hispanic Center, una inmensa mayoría de los hispanos (el 87%) cree que los Estados Unidos les ofrece más oportunidades para salir adelante, y un 55% de ellos cree que ha sido tan exitoso como otras minorías y un 17% adicional considera que ha sido más exitoso.
¿Sorpresa? No. ¿O es que hay dos «American Dream»? Así es. Lo que para la mayoría de la clase media blanca es un castillo cayéndose por pedazos, para los hispanos es como el simbólico castillo de Disneylandia.
Claro está, algunos se preguntarán por qué unos ven una realidad y otros una ilusión. La respuesta no es difícil de hallar si vemos el origen de ambos. Los primeros están más conscientes de la patética realidad porque saben que, a lo largo de tres a cuatro generaciones, saben lo que fue real y lo que ahora no es; mientras que la mayoría de los hispanos aún viven la ilusión porque -como inmigrantes, en su mayoría, de los estratos más pobres de sus países- el cambiar el río donde lavaban sus ropas, por una lavadora en su propia casa, es haber tocado el cielo. Y, por favor, no lo tomen como una ofensa. Cuando un ser humano encuentra sus necesidades básicas cubiertas -un lugar donde vivir con una relativa comodidad, seguridad alimenticia, un ingreso económico más o menos estable, auto propio, y algo de dinero para disfrutar los placeres de la vida-, puede sentir una relativa felicidad, al menos materialmente.
Un sueño encogido
Sin embargo, en la comparación de los estándares de vida en los diferentes estratos de la sociedad norteamericana, lo que para los hispanos es el «American Dream», para la clase media blanca es un estándar de vida encogido, que colinda entre la clase media baja y la pobreza. Para el hispano promedio -incluyendo a los indocumentados que han establecido una familia con hijos nacidos en los Estados Unidos- el tener una casa -no decimos propietario porque, aun cuando la ha comprado, no es realmente propietario de ella, sino de la deuda hipotecaria con la cual la compró-, su hogar relativamente amoblado (sobre todo con una gran pantalla de TV), un auto, e ingresos para cubrir las necesidades básicas de su familia, es haber hecho realidad el «American Dream». Pero para los estándares de la verdadera clase media norteamericana no es así.
Dentro de su propio «American Dream», los hispanos -particularmente los que emigraron en los últimos 30 años y son una buena parte de la población hispana en total- apenas han alcanzado una fracción de lo que fue el verdadero «American Dream». La vasta mayoría de los trabajadores hispanos tienen ingresos limitados (en el 2010 la media de ingresos anuales en los hogares hispanos fue de 37,759 dólares, mientras que a nivel nacional el ingreso promedio fue de 49,445 dólares, según las cifras del Censo), es decir ganan lo justo para cubrir lo esencial, por lo cual su acumulación de riquezas es casi nula (por ejemplo, muchos de los que compraron una casa en la década pasada, hoy el valor de su hipoteca es más alto que precio devaluado de sus viviendas); y los que por fortuna están en el proceso de acumulación de riquezas que, con suerte, puedan transferir a la siguiente generación, esto no garantiza que sus hijos puedan, incluso, alcanzar el estándar de vida de sus padres afortunados. Las nuevas generaciones de hispanos -como sus pares de los otros sectores del 99%-, al margen de ser los menos capacitados académicamente, están estancados en la escalera de ascendencia social.
Entonces, si la brecha de la acumulación de riquezas siguen favoreciendo al 1%, agregado a las proyecciones estadísticas de que los hispanos -con su propio «American Dream» encogido, pero conforme para ellos- seguirán creciendo y reemplazando poblacionalmente a los blancos, no es difícil de prever que, dentro de algunas décadas, los Estados Unidos que conocemos hoy se parecerá más, en muchos aspectos, a los países al Sur de Río Grande.