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El amianto y la falacia del presentismo

Fuentes: Rebelión

Entre ciertos historiadores, en relación con el asbesto, con una visión distorsionada por el peso de los óbolos recibidos y aceptados, se ha querido denunciar la llamada «falacia del actualismo», y que, también cuando es referida al amianto, vendría a consistir, en resumen, en el reproche a revisar el pasado con criterios y conocimientos actuales, […]

Entre ciertos historiadores, en relación con el asbesto, con una visión distorsionada por el peso de los óbolos recibidos y aceptados, se ha querido denunciar la llamada «falacia del actualismo», y que, también cuando es referida al amianto, vendría a consistir, en resumen, en el reproche a revisar el pasado con criterios y conocimientos actuales, de los cuales no se disponía en dicho tiempo pretérito. En condiciones normales, para un historiador, el actualismo o presentismo, es anatema, y así debe ser.

No obstante, por nuestra parte, a su vez, nosotros queremos resaltar la falacia… de dicha supuesta falacia, en el caso concreto de la historia del amianto.

Innumerables hechos, situaciones, documentos, etc., invalidan esa crítica. En los más diversos países, en España también, las autoridades no han reaccionado ante la epidemia del amianto, más que después de públicas protestas, presiones sindicales y campañas de las familias de las víctimas, mucho después de que la comunidad científica hubiera ya alertado de la situación. Ver, por ejemplo: Filion (1949) -atención, lector, al año de publicación-, Degiovanni et al. (2004). Tampoco concuerda esa defensa de la actuación del empresariado, con su papel como lobby en la creación de los diversos TLV. Ver: Castleman & Ziem (1989) & (1994), no solamente respecto al amianto, sino también para otros diversos contaminantes industriales.

Los límites de concentración máxima o promediada, en el caso de los cancerígenos, objetivamente han servido mayormente para dos finalidades: tranquilizar y desmotivar a los trabajadores, en sus reivindicaciones de salubridad laboral, y exonerar a las empresas de responsabilidad por los daños causados, permitiéndoles aducir que cumplieron las normas, adecuadas al conocimiento científico en el momento de haberse establecido tales límites, cuando, en realidad, habían sido ellas mismas las que, en buena medida, los habían fijado, bajo cuerda, en valores a su conveniencia, con escaso o nulo soporte científico.

En cualquier caso, la actual beligerancia de los gobiernos y de las empresas, de los países productores de amianto crisotilo, es suficientemente esclarecedora sobre el crédito que merecen tales intentos de exoneración de responsabilidad moral.

Cuando se invoca el «presentismo» como coartada, ciertos comportamientos, para ser calificados, no precisan de que se tome en consideración el estado del conocimiento científico correspondiente al momento histórico considerado: se trata de conductas, cuya carencia de ética no depende de ello.

Parece fuera de toda duda el hecho de que si varias decenas de países han optado por establecer una prohibición del uso industrial del amianto en todas sus variedades, incluido el asbesto blanco o crisotilo, ello ha de ser, por decirlo con ironía, porque alguna «pupita» ha debido de causarles a los trabajadores que han de manejarlo, a sus familiares, a los residentes en el entorno de las fábricas o depósitos incontrolados (incluso hasta a distancias bastante considerables), a los destinatarios finales de los productos elaborados con amianto, y en general, por una degradación medioambiental que se traduce en un grave problema de salud pública. No es de recibo la otra explicación alternativa, aducida por los defensores del crisotilo, consistente en atribuirlo todo a la acción de lobby de los fabricantes de otras fibras alternativas.

Cuando esa situación se ha consolidado en el tiempo, ya no vale la excusa del actualismo. Veamos cómo ha reaccionado la industria del amianto, aduciendo por nuestra parte un ejemplo típico, paradigmático.

En el año 1927, se funda en México una empresa, que en 1932 se formaliza bajo el nombre de «Techo Eterno Eureka», y que en 1960 pasará a denominarse «Eureka Occidente». Se trataba de una filial del grupo Eternit, instalada en la ciudad de Guadalajara, en el estado de Jalisco (México), y dedicada a la fabricación de productos de construcción, elaborados con amianto-cemento. Posteriormente se fusionará con la firma «Mexalit», dedicada al mismo tipo de producción, formando el consorcio mexicano de empresas «ELEMENTIA», que abarca, entre otras, a las empresas «Eternit Colombiana», «Eternit Ecuatoriana», «Eternit Atlántico», «Eternit Pacífico» y «Eternit Pacífico-Panamá». Fabrican fibrocemento con crisotilo, o sin él (fibras alternativas), según el país de destino de lo producido.

Disponen de la tecnología necesaria para fabricar con fibras de substitución, pero a ellos les importa una higa las consecuencias que con seguridad se derivarán del hecho de seguir produciendo productos elaborados con amianto. Simplemente, sirven lo que los demás les quieren comprar, al amparo de la NORMA Oficial Mexicana, de 10 de agosto de 1996, NOM-125-SSA1-1994, que establece los requisitos sanitarios para el proceso y uso de asbesto, o, en su caso, bajo la permisiva legislación de aquellas otras naciones en las que sus factorías están instaladas.

Ahora bien, eso sí, si visitamos su web, podremos comprobar cómo enfatizan el hecho de que también fabrican sin asbesto, y, al propio tiempo, también veremos, entre dinámicos pajaritos y mariposas, cielos despejados y radiantes, entre paradisíacos árboles frutales, cómo airean marchamos tales como: «EMPRESA SOCIALMENTE RESPONSABLE» y «Pacto Global». El crédito que cabe adscribir a tales adhesiones, afecta a las dos partes concertantes, a la que ingresó en la cofradía, y a la que los aceptó, en cada uno de los dos «chiringuitos» antes mencionados.

¿Por qué hemos de suponer que en el pasado no actuaron correctamente, sólo por desconocimiento y por ausencia de evidencias científicas concluyentes, si ahora, que ya están disponibles, y que esa supuesta ignorancia de los perjuicios no puede ya ser aducida, las mismas empresas siguen exhibiendo, en la medida en que se les permite, los mismos comportamientos?

Otras empresas mexicanas, dedicadas a también a la fabricación de productos de amianto-cemento, son: «Asbestos de México», «Asbestos del Noroeste», «Asbestolit» y «Asbestos de Hidalgo». A día de hoy, las fibras de amianto, también en México, son detectadas en las autopsias de la población general: Rodríguez-Leviz et al. (2011).

En Berman (1986), se nos informa de cómo las empresas brasileñas del amianto-cemento, Eternit y Brasilit, en fecha tan tardía, respecto del reconocimiento de la nocividad del asbesto, como es la de publicación del citado trabajo, en 1986, en la literatura comercial destinada a los consumidores, evitan hacer mención del peligro potencial de la exposición al polvo de amianto, y sin incluir, además, ninguna recomendación para reducir, en las operaciones de corte, la emisión de polvo.

Philippe Huré, en el Informe Técnico 20 de la ISSA/AISS, refiriéndose a las circunstancias imperantes en 2004, y que básicamente son las mismas a día de hoy, plantea la siguiente pregunta: «¿Un empresario productor y exportador de asbesto puede tener un discurso claro con respecto a sus clientes, en materia de información, evaluación del riesgo y asistencia técnica?».

Si etiquetaran sus productos con contenido de amianto, dando explicaciones claras y exhaustivas de los riesgos, ¿conseguirían colocarlos en el mercado?

Sobre la pertinencia de invocar al llamado «actualismo» o «presentismo», nos hacemos la reflexión siguiente: traigamos a colación el siniestro episodio del trabajo infantil en las minas sudafricanas del amianto; ni siquiera aun cuando, en vez de amianto, se hubiera tratado, por ejemplo, de polvo de canela molida, las condiciones de trabajo de esos niños, a los que les pagaban entregándoles golosinas, y a los que usaban para el encendido de las mechas de los explosivos, serían igualmente condenables, tanto éticamente, como judicialmente, si las leyes, los gobiernos y las instituciones democráticas hubieran podido estar presentes, para haber cumplido con su obligación de defensa de los derechos humanos, incluido el más básico, cual es el derecho a la propia vida. Por consiguiente, con o sin conocimiento científico de los efectos mortales del amianto, la conducta de esas empresas es igualmente despreciable, y lo del «actualismo», no es más que otra excusa más, para tratar de sacudirse el peso de su tenebrosa responsabilidad. Invocada por historiadores, prácticamente en la nómina de las industrias del asbesto, la imagen mental que provocan es la de un añejo y conocido reclamo publicitario: el de «La voz de su amo».

Tales historiadores, a los que hemos aludido antes, no han tenido reparo moral alguno en testificar como expertos, en sede judicial, en favor de las empresas demandadas, argumentando que, dado el dilatado tiempo de latencia de las patologías asociadas a la exposición al amianto, cuando afloran las enfermedades que ahora se manifiestan, y que por ello es ahora también cuando son objeto de las respectivas demandas judiciales, cuando se originó la exposición, corresponde a un pasado en el que los conocimientos científicos vigentes en aquel entonces, no permitían vislumbrar las graves consecuencias que posteriormente habrían de tener tales exposiciones, y que por consiguiente, se incurre en presentismo, al pretender aplicar a conductas pasadas, elementos de juicio que sólo con posterioridad han llegado a resultar existentes y accesibles. Esto, que a primera vista podría parecer absolutamente irreprochable, en realidad responde a una interpretación totalmente sesgada de las evidencias históricas disponibles, por varios y diversos motivos, que aquí revisaremos, sin pretender resultar exhaustivos en ello.

Nahariya, población costera en el norte de Israel, en la Galilea Occidental, con una población de 48.000 habitantes, y lugar de asentamiento de la fábrica de amianto-cemento de la empresa «Eitanit» (antes «Isasbest»), ostenta el nada envidiable record mundial de elevada tasa de mesotelioma, igualada con Génova en tan nefasto ranking. Además, esa tasa es diez veces superior al promedio nacional per capita, según un informe (realizado por el doctor Shihab Shihab, jefe del distrito de Acre del Ministerio de Salud), y dirigido a las autoridades locales. Isasbest comenzó su actividad en 1952, y «Eitanit» fue cerrada en 1997. Fueron 45 años de incesante contaminación, tanto con crocidolita como con crisotilo.

A esa situación, que afecta tanto a ex trabajadores de la fábrica, como a los familiares de los mismos y a los meros vecinos del entorno, con 606 muertos por mesotelioma en el intervalo temporal que media entre 1990 y 2008, y con un promedio, en los últimos años, de unos 40 nuevos casos anuales en el Hospital de Nahariya, ha contribuido decisivamente la práctica, por la citada compañía, de deshacerse de sus residuos de fabricación, arrojándolos en el entorno de la fábrica. Montones de residuos de amianto se descubrieron en muchos lugares públicos.

Las pilas se encontraron cerca de edificios públicos, incluyendo escuelas, con material friable y no friable tumbado en la playa y por los caminos que bordeaban a la fábrica, etc.

Cuando un parque de atracciones, llamado «Mundo de Niños», fue a ser construido, la excavación puso de manifiesto que el terreno estaba totalmente contaminado, como resultado de décadas de vertidos incontrolados; una circunstancia, que ha permitido -Ben-Shlomo & Shanas (2011)-, poder efectuar un estudio sobre los efectos mutágenos del asbesto, a largo plazo, en la población de ratones domésticos, residentes permanentes en los terrenos contaminados, concluyendo los citados autores, como resultado de su investigación, que el amianto constituye un elevado riesgo para los humanos residentes en el área polucionada, según la evidencia aportada por las alteraciones patológicas advertidas en los animales estudiados. Ver también: Fornero et al. (2009).

Al propio tiempo, la compañía vendió o entregó excedentes defectuosos o rotos a los residentes; un material, que fue utilizado para la construcción, para la reparación de carreteras y aparcamientos, y principalmente como relleno en jardines privados, tanto en Nahariya como en el Consejo Regional Mate Asher, exponiendo a un número incalculable de personas, a los peligros del amianto.

Entre 2002 y 2008, el número total de casos de mesotelioma fue de 19, mientras que en el distrito de Acre, que incluye a Nahariya, según el doctor Micha Bar-Hana, director del registro del cáncer, del Ministerio de Salud de Israel, la tasa anual llegó a 5,72 por cada 100.000 habitantes (5,8 por cada 100.000 personas, es la tasa, también excepcionalmente alta, correspondiente a Génova, Italia, según la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer -IARC-, de la Organización Mundial de la Salud -OMS-). Siete años antes, la tasa en Acre era de sólo 3,55 por cada 100.000. Como elemento de comparación, podemos constatar que en el distrito de Tel Aviv, la tasa era de sólo 0,55 casos por cada 100.000 habitantes, cuando en Acre la cifra alcanzada era de 5,72, como hemos dicho.

Los expertos estiman que el número de casos, en toda la gama de cánceres relacionados con el asbesto, crece cada año sucesivo, y que se verá incrementado todavía durante muchas décadas. En una reunión, realizada en Tel Aviv en el año 2006, el profesor Arthur Frank, de la Escuela Universitaria de Salud Pública de Drexel, Filadelfia, señaló que la incidencia local de mesotelioma, era cuarenta veces superior a la normal en los países occidentales.

Según el doctor Avi Weiner, un experto en enfermedades laborales, del Centro Médico Rambam, en Haifa, entre los casos registrados existen aquellos que corresponden a mujeres que enfermaron, debido a que la ropa de trabajo de sus maridos llevaron las partículas de amianto a sus hogares. Indicó también, que había tratado a un hombre de 93 años, cuya exposición al amianto se había producido 70 años antes de la primera manifestación sintomática del mesotelioma.

En el año 2005, la zona fue visitada por el doctor Arthur L. Frank (a quien ya hemos mencionado anteriormente), Profesor de Salud Pública en la Escuela Universitaria de Salud Pública Drexel, y miembro del Collegium Ramazini, entrevistándose con las autoridades locales, y advirtiéndoles de la índole de los riesgos correspondientes a la grave contaminación que padecían en Nahariya, y, por extensión, en toda la Galilea Occidental.

La actuación, «a toro pasado», de las autoridades, cuantificaba la situación, en base a los siguientes datos: de 120 sitios medidos, 72 arrojaron evidencias de fuerte contaminación, de entre los cuales, 11 precisaban de urgente intervención, necesitando de una limpieza cifrada entre 70 y 150 mil metros cúbicos de residuos con contenido de amianto, según apreciación de Tamar Bar-On, jefe del «Departamento del Asbesto» -también denominado «División de Residuos Peligrosos»-, perteneciente al Ministerio de Protección del Medio Ambiente.

Estos contundentes datos, son los «altos estándares ecológicos» que mencionaba el citado artículo de A. Sharon. Y unas autoridades municipales que, digámoslo todo, en diciembre de 2007 decidieron que en el año 2008 devolverían al Estado unos fondos que estaban destinados a remediar ese deterioro medioambiental, porque no habían llegado a ser utilizados. Asimismo se pudo constatar, que en el pasado se habían concedido fondos a Nahayira para la eliminación del asbesto, pero que igualmente el dinero nunca fue invertido, lo cual había sido decidido, al parecer, para evitar el pánico, y para no perjudicar a la economía derivada del turismo. La presencia de amianto en Israel, ha sido determinante de la publicación de diversos artículos médicos, además del ya mencionado.

Si el artículo de A. Sharon hubiera sido escrito dos o tres décadas antes de la fecha de su publicación, todavía cabría esgrimir la excusa del actualismo, pero, en el año 1986, ya nadie podía alegar ignorancia sobre la agresividad del asbesto en lo relativo a su vinculación al mesotelioma, y, menos todavía, en quien pretenda asomarse profesionalmente a dicha cuestión. Pero, en cualquier caso, el actualismo, en el contexto de la historia del amianto, será siempre una mala excusa, como hemos dicho.

En Enero del año 2006, Uralita procede a desprenderse de todas sus actividades relacionadas con el fibro-cemento, vendiéndole al Grupo ETEX (Eternit belga) todas las propiedades relacionadas con dicha línea de productos: Georgieva (2007).

Por otra parte, las instalaciones españolas, estaban ya obsoletas o cerradas, por imperativo legal, toda vez que desde el año 2002 la correspondiente legislación de prohibición ya tenía iniciada su firme andadura. Por consiguiente, dicha enajenación de actividades, no podía, necesariamente, corresponder, más que a participaciones en empresas del amianto-cemento, algunas de ellas con emplazamiento fuera del ámbito de la Unión Europea, donde no regía esa prohibición.

Es decir: no se precedió a un simple desmantelamiento, que habría sido lo coherente, si ya no había duda alguna sobre la nocividad de esa actividad industrial, como lo evidenciaba el hecho de que la misma hubiera sido prohibida en el ámbito europeo; una decisión política, que, evidentemente, no había sido adoptada por capricho. El control del mercado, por parte de ETEX, saltó, desde el 33% precedente, al 44%: la producción que antes realizaba Uralita, no cesó; sólo hubo un reajuste de titularidades.

En lugar de haber hecho esa liquidación, física y real, lo que se hizo fue una transferencia de propiedad, para que otros siguieran contaminando, con el beneplácito de los gobiernos concernidos.

En efecto, si tenemos que esa misma empresa, o la que le hace continuidad en el negocio, sigue, alguna de las dos, o ambas, siendo partícipe en el capital de filiales extranjeras, de países en los que hasta el presente no se ha producido la prohibición, podemos hacernos la siguiente reflexión: si el flujo de dividendos sigue acudiendo solícito, bien sea a las arcas de la casa matriz española, o las de su sucesora belga en el negocio, a costa de la enfermedad y la muerte de los trabajadores de esos países, en los que sigue sin regir prohibición del crisotilo, ¿por qué habría de haberles inquietado en el pasado, que lo mismo le estuviera ocurriendo a sus trabajadores españoles?

Abundando en lo mismo, cabe tener presente también, que la empresa española ya fue sancionada con una multa millonaria (en pesetas), por seguir fabricando con crisotilo, cuando la tecnología necesaria para la substitución por otro tipo de fibra, inocuo o menos dañino, ya estaba disponible y en funcionamiento en sus propias instalaciones: acta de infracción, nº 463/1998.

Quienes, en España, en su momento, ocultaron o minimizaron deliberadamente los riesgos derivados de la utilización industrial del amianto, incurrieron en un gravísimo déficit ético, que a día de hoy es enfrentado en nuestro ordenamiento jurídico, mediante lo que ya constituye una obligación legal, recogida en el Artículo 9 de la Ley 33/2011, de 4 de octubre, General de Salud Pública (BOE de 5 de octubre), artículo de dicha Ley, que versa sobre el «Deber de comunicación», cuando establece que: «Las personas que conozcan hechos, datos o circunstancias que pudieran constituir un riesgo o peligro grave para la salud de la población, los pondrán en conocimiento de las autoridades sanitarias…», y es que es obvio, que lo que obliga, por ejemplo, respecto de la comunicación de brotes de enfermedades infecto-contagiosas, con igual fundamento lógico y jurídico ha de regir respecto de un peligro como es el que se deriva de la inhalación de amianto. Si, por ejemplo, una empresa minera estuviese ocultando que el mineral extraído de sus canteras o minas, contuviese una proporción apreciable de asbesto, además del incumplimiento de la legislación específica aplicable, estaría también en colisión con el contenido del mencionado artículo. A la luz de esta perspectiva, se entiende cabalmente la siniestra eficacia que en el pasado han tenido las políticas de ocultamiento de los daños mortales causados por el amianto.

El desfase temporal, de varias décadas, entre la exposición y el afloramiento de la patología asbesto-relacionada (el llamado «tiempo de latencia»), está en el origen explicativo de muchas características de la historia del amianto.

Este desfase temporal, en el caso del amianto, es clave indispensable para poder entender lo que está sucediendo: cómo es posible, que la patronal del crisotilo esté desarrollando, con relativo éxito, su estrategia de supervivencia comercial; cómo es posible, que en Rusia, y también en Canadá, se esté propiciando un «turismo del amianto», esto es, la promoción de visitas turísticas a las minas del asbesto; cómo es posible, que las autoridades canadienses vean con buenos ojos que se destine a Escuela de Minería, la subterránea mina Bell, una vez cerrada en su actividad de explotación extractiva; cómo es posible, en fin, que, en unas fechas ya tan avanzadas, como era el año 1.986, un obispo tuviera a bien adquirir una mina de amianto. Nos referimos al metropolitano Chrysanthos, y a la mina de Amiandos, en Chipre. Adquirida en 1986 por el obispado de Limassol, ha dejado detrás de ella a 220 hectáreas de los montes Troodos, destripadas; un colosal desastre medioambiental y numerosas víctimas, ya fallecidas o que fallecerán en las próximas décadas. Es la otra cara de la moneda, de haber estado suministrando el amianto consumido en Dinamarca, durante unos cincuenta años. La empresa que había sido la anterior propietaria, la firma «FL Smidth & Co Ltd», mantuvo un control total sobre la «Dansk ETERNIT».

Tampoco cabe explicarse de otra forma, el hecho de que cuando la empresa GAF Corporation, a partir de 1975 toma la decisión de cierre de la mina de asbesto en Vermont, Virginia, sean los propios trabajadores los que, tras protestar por esa decisión, formen el «Grupo de amianto Vermont», compren la mina, y procedan a reabrirla, manteniéndola operativa durante los siguientes cinco años.

Sin ese dilatado tiempo de latencia, ninguna de estas situaciones sería imaginable, con verosimilitud. Estamos ante lo que podríamos llamar «efecto tercer hombre» (en alusión a la famosa película, protagonizada por Orson Welles), por el hecho de que la distancia, en nuestro caso, temporal, propicia la insensibilidad hacia los padecimientos del prójimo, cuando no, incluso, de los propios.

Es puro lugar común, admitir que, emocionalmente, nos afecta más el fallecimiento de un vecino, aunque nuestro nexo afectivo con él fuera prácticamente nulo, que toda una lejana y extensa catástrofe humanitaria. Decididamente, no somos meras máquinas racionales de enjuiciamiento ético, al estilo de Spinoza. Nos reímos de algunas caídas de nuestro prójimo. Nos burlamos de un león calvo, etc., etc. Por eso es tan importante poner rostro humano a las frías estadísticas de tantas muertes, de tantos padecimientos de las víctimas, y de tanto duelo de sus familias.

Aparte de este aspecto ético de la cuestión, hay otra consideración a tener en cuenta, y es que, evidentemente, también la percepción del riesgo (sobre todo, del ajeno), se ve también distorsionada en el mismo sentido minimizador, lo cual es de notoria actualidad, porque también afecta a la gestión política del problema del cambio climático hacia el calentamiento terrestre, por «efecto invernadero», y, similarmente, otro tanto cabe decir, respecto del tabaco.

El otro aspecto, que contribuye igualmente al mismo resultado, es el hecho de que la fracción respirable del polvo de asbesto, que es la verdaderamente nociva, porque es la que queda retenida en el organismo, no puede ser percibida, sin el auxilio de instrumentos: tales fibras no se ven, no se oyen, no se tocan, no se huelen, no tienen sabor, y, en definitiva, son imperceptibles, aunque puedan estar presentes en aire, en cantidades del orden varios billones de ellas.

El dilatado tiempo de latencia de las patologías asociadas al amianto, tiene, además, otro efecto, incómodo de admitir, pero innegable: son males que afloran, generalmente, cuando el trabajador está ya jubilado, y los pasivos asumen un rol meramente subsidiario entre las inquietudes sindicales, sin que ello signifique que los jubilados estén totalmente huérfanos de atención, por parte de sus sindicatos, pero no cabe duda de que las asociaciones de víctimas del asbesto han surgido, en buena medida, como derivada de esa situación de relativo desamparo y comprensión de sus necesidades, inquietudes, protección jurídica y demandas de reformas legislativas, creación de unidades de diagnóstico especializadas, provisión de fondos suficientes para promocionar la investigación médica, etc.

El caso, antes comentado, de la mina Bell, no es el único, ni el más escandaloso. En efecto, para evidenciarlo, no hay más que atender a lo sucedido en Brasil, en una situación similar. En el municipio de Jaramataia, una mina de amianto ya desactivada, dio lugar a la creación de una empresa de agua mineral, con supuestos «efectos medicinales», y a una clínica, llamada «Vila Saúde» -una especie de spa-, donde fueron ofrecidos tratamientos de belleza y cremas a base de lodo extraído del lugar. Muestras de los productos fueron enviadas para análisis a Estados Unidos. De acuerdo con el dictamen de la firma «MVA Scientific Consultants», los «productos de belleza» marca «Misbet» contenían dos tipos de amianto: crisotilo y antofilita, si bien en el agua no se detectó la presencia de fibras de mineral. La empresa responsable, «Mibasa – Mineração Barreto S/A (propietario, el geólogo Sólon Barrozo Barreto), continuó divulgando su «paraíso de salud» en Internet, si bien actualmente ya no lo hace.

Son lecciones, derivadas de la historia del amianto, que conviene tener bien presentes, a la hora de enjuiciar todo lo relativo a sus substitutos.

Es una completa tragedia, que media Humanidad (Canadá, Rusia, China, Brasil, la India, etc.) esté todavía volcada en seguir extrayendo el mineral asesino, y en continuar con su exportación a otros países, entre ellos algunos con poblaciones tan numerosas, como es el caso, por ejemplo, de Indonesia. Aquí ya no vale la excusa de la supuesta falacia del «actualismo», esgrimida por algunos historiadores complacientes con sus más o menos ocultos instigadores, llámense aquellos Bartrip, o llámense como sea. Sobre la intervención de los historiadores en los litigios por daños laborales, en general, y por los del amianto, en particular, así como sobre la ética de su actuación, véase: Rosner & Markowitz (2009).

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