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Entrevista con Israel Rojas Fiel, cantautor, integrante del dúo Buena Fe

«El artista es un nervio social»

Fuentes: Temas

El nombre de la serie La cultura en la defensa de la nación incluye al menos un par de términos diferenciables: defensa de la nación y cultura. En ese sentido, ¿cuál es la mirada que tienes respecto a la cultura, la amplitud o estrechez que le das; y al mismo tiempo cómo conecta con la defensa de la nación?

Israel Rojas: Se puede ser cubano desde una perspectiva estrecha o cubano desde una perspectiva más amplia. Lo cubano integra desde una manera de caminar, de comportarse, de alimentarse, una cosmovisión muy particular incluso dentro del contexto caribeño –en el cual no siempre se reconoce, pero sin duda alguna no puede salir; lo caribeño visto como lo mestizo, como lo mezclado, como lo insular también– y no necesariamente tener un compromiso con la nación. Lo ideal es que fuese siempre así, pero no lo es. La cultura en sí misma tiene una vida propia. Aunque parezca contradictorio, no necesariamente las expresiones culturales tienen siempre una posición de defensa de la nacionalidad, aunque parezca en sí misma una contradicción.

La nación es algo mucho más abarcador, desde mi punto de vista, que integra lo cultural –sin duda alguna– pero también sobrepasa eso. No soy exactamente un especialista en etnología ni en sociología, pero digamos que en mi visión estrecha de qué cosa es cada uno quizás no podría explicarlo con palabras técnicas, pero sí sé diferenciarlo en mi interior. Creo que hay una manera de profundizar en la propia cubanía particular de uno como ser humano en la medida que conoces más al país, en la medida que se está más al tanto de todas las diversas emociones que generan los diferentes estratos sociales que componen esta manera de ser cubanos… Es muy particular el baracoeso comparado con el pinareño, son distintos también un cubano negro y un cubano blanco, un descendiente de taíno como yo y uno que no se reconoce como tal y, por supuesto, un cubano que hoy reside en Cuba y otro que no, e incluso –¿por qué no?– los que se sienten culturalmente cubanos aunque no hayan nacido en Cuba y sean hijos de padres cubanos. En la medida en que profundizas y te entera de toda la policromía que conforma eso que se le llama «cubanía», creo que se vuelve un poco más cubano. Hasta en sabores de la tradición culinaria cubana.

Por otro lado, creo profundamente que una nación como la nuestra que ha estado tanto tiempo bajo asedio, ha estado tanto tiempo tratando de existir, nos ha hecho una nación en resistencia y eso en sí mismo provoca e impacta más temprano que tarde en la manera en que somos los cubanos.

Creo también que ese país que nos inventamos, que soñamos, que se dibujaron en la cabeza cada uno de los que en el pasado formaron parte de una vanguardia que imaginó, que soñó y luchó por hacer posible ese país ideal. Con un sistema político, económico y social en el que no quede nadie desamparado, no quede nadie fuera de la ecuación, del «con todos y para el bien de todos» de Martí –que no fue un hombre socialista, pero con aquella vocación que él tenía de echar su suerte con los más desfavorecidos–; esa manera de pre configurar un mundo solidario, esa cosmovisión como cubano también nos define y nos hace ser como somos.

Entonces, yo creo que definitivamente Fidel tenía razón cuando dijo que la cultura era el escudo y la espada de la nación. La cultura es parte de ese entramado que conforma la defensa de la nación. Es mi humilde punto de vista.

Me parece muy interesante que al hablar sobre la nación, un concepto amplio, un concepto unificador, hayas insistido en la diversidad. ¿Por dónde se articularía eso: la diversidad de cómo se piensa lo cubano desde diferentes puntos de vista, desde diferentes formas de existir, con un proyecto mucho más amplio como el nacional?

Israel Rojas: Creo que esos conceptos patrióticos, que vienen desde la historia cubana, son elementos bastante fuertes a la hora de conformar y de articular esa diversidad. Para mí es muy ilustrativo, aunque pueda parecer casual, que la historia tejió con hilos de gloria el azar de que Martí haya caído en Oriente y que Maceo haya muerto en La Habana. O que José Antonio Aponte puede ser un negro de Songo La Maya, de Guantánamo producto del imaginario popular sobre regiones de alta densidad de población negra, y resulta que Aponte era habanero, occidental y puedes hacerlo parte de tu propia historia. Encuentras ahí sedimentos muy fuertes de unidad nacional.

La formación de la nacionalidad cubana ha estado muy vinculada a esas aspiraciones de ser libres, a esa realidad de siempre tener un antagónico que te confronta, un antagónico que te impide, un elemento externo que te reta, y eso se fue insertando en la propia manera de ser cubanos: la manía de pensarnos “cómo seríamos si”… No sé cómo expresarlo mejor: lo aspiracional. Siempre hemos tenido una manera de concebirnos: cómo seríamos si no fuese de tal o mascual obstáculo. Yo no sé si todas las naciones serán iguales, pero en el caso cubano, que los principales próceres, que las obras literarias, que nuestras obras musicales más trascendentales –las de esa vanguardia cultural, política, filosófica incluso, en fin, de pensadores– no solo hayan recreado su tiempo, sino pensado la Cuba del futuro… Fíjate que un hombre como José Antonio Saco que era proespañol, pero hizo tanto por mejorar su propio entorno y sobre todo pensar y fundar para lo que era el futuro. Por eso es un hombre fundamental de la historia de Cuba.

   Esos elementos aspiracionales están en nuestra propia historia, en nuestros propios cimientos como nación. Quizás por ahí venga la cosa, porque es realmente muy interesante. Incluso geolectalmente somos distintos: los pinareños tienen un tumba´o, los orientales tenemos otro tumba´o, la gente de aquí de la sabana Habana-Matanzas, incluso hasta Villa Clara, tienen otro tumba´o que no tiene el habanero, en el propio Oriente los tuneros, granmenses y holguineros no hablan igual que el santiaguero, el guantanamero o el baracoense. Tenemos unas cuantas particularidades que nos distinguen. Sin embargo, y a pesar de que esos propios factores de regionalismo, provincianismos estériles que nos desunen y nos hacen débiles al punto que llegaron a ser definitivos en las derrotas de aquellos primeros intentos libertarios, fue más evidente y necesaria la unidad nacional. Nunca se puede descuidar eso. Porque la unidad territorial u cultural es una construcción social que costó mucha sangre. Y todo lo que puede ser construido, también puede ser desconstruido. 

Creo que aquí hemos estado más separados por estamentos de clases que por temas regionales. A la larga, digamos, los temas económicos han sido y siguen siendo más definitivos a la hora de enfocar la unidad nacional que, por ejemplo, el tema de dónde naciste. A tal punto que se puede reconocer a un cubano, a alguien que se diga que es cubano, aunque sea extranjero, aunque sea nacido en otro sitio, siempre y cuando se inserte y actúe conforme a como lo debe hacer un cubano. Fíjate tú qué cosa tan tremenda y qué cosa tan bonita. Hasta un guanabí [wannabe] de cubano podemos aceptarlo perfectamente como uno más de nosotros, sencillamente porque quiera serlo. Y lo asumimos, lo abrazamos y lo acogemos. Eso me parece tremendo.

Tú manejabas la idea de en qué medida ha sido un elemento unificador, en qué medida ha calado en nosotros, la condición de ser una nación bajo asedio, una nación en resistencia. Me parece que hay una arista que tiene que ver con la resistencia desde el punto de vista cultural a los intentos de imponer una cultura hegemónica a nivel internacional. ¿Tú crees que hoy somos más o menos vulnerables frente a estos intentos y por qué?

Israel Rojas: No sabría precisarte si somos más o menos vulnerables. Lo que te puedo decir son las fortalezas y las debilidades que yo veo.

Las fortalezas que tenemos parten, en primer lugar, de la educación. Y de la instrucción. Yo siempre digo que nuestras pirámides de Egipto y nuestro Empire State, de los cubanos, esas grandes obras, no son tangibles, son espirituales. Que del 1ro. al 5 de septiembre, dependiendo del año y el día que caiga, comience en este país el curso escolar para todos los niños, de San Antonio a Maisí sin importar credo, raza, región, y que sea como algo ya natural que un niño aquí a lo siete años sepa leer y escribir es una fortaleza. Cuando a mí se me ocurrió hacer Pi 3,14 fue con la absoluta convicción de que un muchacho en este país, de 15 o 16 años, sabe qué cosa es Pi 3,14; incluso los que están poncha´os en Matemática manejan el término, tuvieron que pasar por ahí. Entonces, un país que tiene esa fortaleza está un poco más preparado para tener conciencia.

Es un país con cultura incluso filosófica. Aquí los terraplanistas no la tienen tan fácil.  Es un país que tiene todavía estamentos importantes de la sociedad cubana que son muy politizados, que les gusta la política, que les gusta la reflexión política, que le gusta la filosofía, que le gusta explicarse el porqué del mundo. Creo que todavía tenemos una masa crítica muy importante que es la que sostiene, por ejemplo, el teatro. Me resulta increíble, maravillosamente positivo, que una obra como Hierro sea un éxito de taquilla. Me parece fabuloso. Los festivales de jazz gozan de buena salud; con todo y los problemas que tenemos en la lectura que se mantenga la Feria del Libro; con todo y los problemas que tenemos aquí con el mercanchinfleo, que la Bienal de La Habana siga siendo un convite de las bellas artes, que el Festival del Caribe sea en Santiago una fiesta de pueblo. Que incluso hayan surgido eventos regionales como las Romerías de Mayo, que ya sean nuevas tradiciones o al menos eventos culturales ya tradicionales de cada uno de los territorios, habla muy bien de nuestras fortalezas. Que ganemos posiciones de honor en olimpiadas de ciencias exactas o de programación a nivel internacional. Esas cosas son fortalezas.

No así, siento yo, en asuntos como la política de cuadros que en este momento es mediocre. No diría que fatal, pero sí bastante alejada de las necesidades que tenemos. Una política de cuadros que no está priorizando a nuestra mejor gente en los mejores lugares. Eso, un país como Cuba no debía permitírselo, porque la guerra que nos hacen es demasiado fuerte y grande como para permitirnos seguir creyendo que la gente aquí es reciclable: «no te preocupes, sácalo, mete la mano y saca otro ahí». No es así. No funciona así.

Hace poco escuchaba una de las pocas cosas que me pareció objetiva, muy objetiva en ese sentido, se la escuché decir a Alejandro Gil el ministro de Economía cuando decía que los empresarios en Cuba debían tener un margen de riesgo, y un margen de riesgo equivale a un margen de error. Entonces, si reconocemos que en la economía es imposible no tener un margen de error, por qué pensar que en la política un político arriesgado, un político que intente cambiar las cosas, un político o un funcionario, no se va a equivocar en algún momento. Y nosotros muchas veces creemos que tenemos una fábrica de cuadros ahí y la vida nos está demostrando que no es así. No es así. No tenemos a la gente más idónea ocupando los puestos donde son más útiles. O a veces los dejamos demasiado tiempo y después se argumenta: «es que no teníamos a quién poner».

Nos ha pasado factura. La generación histórica por supuesto ha hecho una labor inconmensurable, pero eso también ha tenido una parte no siempre tan positiva, y es que tenemos compañeros que llevan demasiado tiempo en posiciones que posiblemente evitaron el surgimiento de nuevos cuadros y de gente que podía ejercer esa función con pericia.

Con esto de la nueva constitución y de los términos que ha puesto a las fechas y duración de los mandatos, yo creo que hay mucha gente que todavía no se da cuenta que la presidencia de Díaz-Canel tiene los días contados. Tiene los días contados porque tiene un término a su mandato. Deberíamos estar pensando y evaluando quiénes son los funcionarios que mejor lo están haciendo. Porque no sé si nos damos cuenta de que a Díaz-Canel nos lo propuso Raúl, además con bombo y platillo, diciendo que era el que había sobrevivido, pero esa política del espermatozoide no nos va a funcionar toda la vida. Además, a mi juicio, es suicida porque quizás en ese proceso hubo gente muy buena que desechamos. No podemos aplicarle a la conducción de cada uno de los estratos de nuestra sociedad una selección del “espermatozoide” triunfador. No funciona así. Tenemos que formar gente, tenemos que preparar gente, pero debemos tener en cuenta que somos responsables, que en cualquier momento la vida da una vuelta y puede ser usted, si eres el que está preparado, el que va a asumir determinada tarea por mandato popular público. Quizás por obligación histórica. Por compromiso ético con tus semejantes. Aunque constituya eso un reconocimiento y un orgullo, no es un premio. Jamás será un privilegio.

Ahí tenemos una deficiencia no tan valorada para los retos enormes que enfrentamos como nación, porque una nación la salva o la mata su mejor o su peor gente.

Ahí está la historia. La nuestra y también la universal con sobrados ejemplos.

Esto para mí es importantísimo para cada teniente y cada capitán, cada Intendente y cada Gobernador, cada hombre que ocupa una responsabilidad. Y en una dirección de cultura, en la radio, o en la televisión. Porque lo que está pasando es que nuestra mejor gente tiene hoy maneras de destacarse en otros espacios del sector privado o independiente de las estructuras del estado. Estructuras del estado de las que se alimenta la política de cuadros. Lo que se forma es un cortocircuito.

Yo creo que es utópico eso de que el hombre no aspira, eso suena muy bonito, pero está fuera de toda lógica de la psicología social. El asunto es a que se aspira. ¿A servir mejor? Abre la muralla. ¿A ser ejemplo de transparencia de nuestro patrimonio personal y familiar? Abre la muralla. ¿A ser recordado por nuestro pueblo como ejemplo de consagración? Abre la muralla.

Cómo nos organizamos para que lidere nuestra mejor gente. Ya tenemos gente de 100 que se nos va del país, ¿significa eso que vamos a construir el país con la gente de 60 puntos? ¿Somos los que nos quedamos los de 60 puntos? No, aquí hay mucha gente de 100 que se quedó. Lo que no puede ser es que la gente de 100 que se quede no esté en los puestos en que verdaderamente podían hacer que este país avance mucho más. Todo el mundo sabe aquí que eso marca la diferencia. Ese es un problema que tenemos y esa es una debilidad, para mí, importante que tenemos.

Y otra variable importantísima que tenemos que afrontar es el de la revolución tecnológica que nos está impactando como a la cultura global. No podemos escapar de eso.

Así como la Revolución Industrial transformó el mundo, la tecnológica lo está haciendo. Este siglo cuando termine no va a ser el mismo después de la llegada de internet, la 5G, lo que venga detrás de la 5G, porque eso va para adelante, no se detiene.

¿Estamos preparados para entender ese proceso? Hasta qué punto realmente aquellas barreras culturales que eran resistencia cultural, porque la información llegaba con calma, porque te daba tiempo a prepararte, ahora llegan más rápido, muchas veces científicamente elaboradas, muchas veces –como acabamos de ver en el libro de Illescas–[1] con la mayor cantidad de libras de ciencia para clavarte la hegemonía mundial hasta los huesos, bien estructurada, quirúrgicamente… O aprendemos esas mismas técnicas para salvarnos como nación, o sencillamente nos va a tragar. Es que cambiaron las circunstancias. Nos va a tragar como en su momento los arcabuces y las espadas de acero acabaron con las flechas y lanzas de los pueblos originarios. No se puede defender una comunidad con arcos y flechas en tiempos de fusiles.

Por eso te dije que yo, honestamente, no sabría decirte hasta dónde estamos preparados para esto. Tengo confianza en las cosas que hemos hecho bien, de cómo llegamos a este momento de la historia; pero tengo profundas preocupaciones. Tenemos muchos problemas subjetivos que resolver entre nosotros. Esta es una nación que ha demostrado que ante la agresión externa se une, eso no me preocupa. Me preocupa que nosotros no somos capaces de organizarnos mejor y son muchas más las veces que, por organizarnos mal, nos ha ido peor que las veces que el enemigo externo nos coge la delantera.

Creo que hay un fenómeno demasiado grande, una revolución tecnológica demasiado grande con intereses hegemónicos, y nosotros debemos comprender que si no nos preparamos vamos a terminar siendo una bonita anécdota histórica: «una nación que se enfrentó al Imperio hasta que bueno, ya por fin, el gran Imperio venció». «¡Duraron cien años!, pero a la larga se jodieron». Eso espero no tener que verlo, al contrario, espero que esas maravillosas ideas que Cuba acuna y defiende, la esencia de ese paquete de ideas maravillosas de solidaridad, de amor por el prójimo, de respeto a los seres humanos, a los seres vivientes no solo humanos, de cuidado por la naturaleza, de conciencia social, de ponerme en el lugar del otro, espero que esas ideas que son nuestra verdadera fortaleza, no solamente nos hagan invulnerables a todo este lío sino que permitan, quizás ser la chispa, que incendie toda esa hegemonía del capital y generar una contrahegemonía de la solidaridad.

Tú has hablado de diferentes manifestaciones artísticas. Mencionaste Hierro como un éxito de público, mencionaste algunos eventos artísticos, en ese sentido ¿cuál es el papel que tienen los artistas e intelectuales en toda esa batalla?

Israel Rojas: Los artistas e intelectuales tienen una labor fundamental. Para empezar, no es por gusto que los congresos de la Uneac se han vuelto un congreso de la nación. Por fortuna. En un congreso de la Uneac lo mismo tú oyes hablar de transporte que oyes hablar de la natalidad, de ética, de política. Yo he escuchado hablar en los congresos de la Uneac del tema educación tanto como en los congresos de los propios educadores, casi con la misma fuerza. Ayudamos en ese proyecto de imaginar un país mejor y esa capacidad como te dije, creo que es un elemento que –a lo mejor lo digo por ser creador– me parece distintivo del país que somos.

Cada vez que hay un artista de la plástica, del cine, incluso un artista culinario, remezclando nuestros sabores o generando una obra crítica del contenido que sea, profundamente cubana en esencia, humanista y enaltecedora, de esas obras que cuando tú te miras en ellas te puedes ver como individuo y como país y probablemente te puedan ver también tus hijos y tus nietos, estamos soñando ese país, estamos defendiendo ese país, estamos construyendo ese país. Complementando un ideario, estamos haciendo política, sin duda alguna, por eso yo defiendo que es imposible divorciar una cosa de la otra, aunque por supuesto con esto dé herramientas a los que me adversan para injuriarme, pero es que es imposible. O sea, yo no podría ser tan hipócrita de decir que el arte y la política no tienen nada que ver; por supuesto que tienen que ver, van de la mano como uña y carne. Uno es parte del otro y se retroalimentan. El papel de los artistas e intelectuales en Cuba no solo basta con reflejar, con denunciar, con soñar, me parece que es todo eso y además la posibilidad de dejar una huella a la generación posterior. Es como pasarse un batón enriquecido.

Así lo veo, así me parece. Porque además nadie puede decir que salió de la nada. Nadie viene de la nada. Todos somos herederos de una obra riquísima, de todo lo que se hizo antes. En la música, por supuesto, yo me considero obviamente un heredero del movimiento de la Nueva Trova (Silvio, Pablo, Noel, Sara, Vicente, Amaury) un heredero de la generación de Santiago Feliú, de Carlos Varela, Frank Delgado, Gerardo Alfonso, Donato Poveda, de la «Generación de los topos» y de Mezcla, Síntesis, Moncada, Manguaré, Liuba María. Cada uno con sus experimentaciones.

Y otra cosa importantísima es que Cuba, al ser una isla caribeña, tiene la capacidad de procesar lo que viene del exterior que no es inherente a nuestra cultura y hacerlo nuestro. Lo mejor de lo que viene de fuera… bueno, a veces también lo peor, pero a la larga queda lo mejor. Lo mimético puede tener un éxito de mecha corta, puede ser funcional en un momento, pero fíjate que hasta los artistas que en su momento han defendido con más radicalidad un género determinado terminan dándose cuenta que seguir por ese camino de lo funcional, de lo que da nada más que dinero es suicida. Y casi siempre sucede que hay una búsqueda, una experimentación, que hay una fusión con toda la herencia artística y cultural que está ahí, que está tocando la puerta y te dice «¿ya disfrutaste tu momento de fama? Este es el momento de remezclar, reaprender». Es una labor de mucha seriedad la que hay que hacer para intentar (quizás, porque nada hay seguro) llegar más allá de los seis meses o un año que dura un hit. No hablo de trascender en el mercado o en las grandes industrias culturales, sino trascender con tu arte, que cuando pasen los años la gente vuelva a visitar la obra y encuentre oro… Por eso NG La Banda es un clásico y, aunque otros tuvieron mucho éxito comunicacional no tienen esa distinción. Y no estoy hablando de posiciones ideológicas, estoy hablando de obras. Y qué tú quieres que te den de Adalberto Alvares, cantada por Rojitas de 1993… cuando tú pones esas obras parece que mientras más pasa el tiempo mejor suena. Hay muchas canciones de esa época que se quedan en lo anecdótico. Pero no aguantan el paso del tiempo.  Porque lo artísticamente bien elaborado es imperecedero, y lo elocuente de mecha corta dura hasta que otro dice algo más elocuente que tú y lo que parecía genial caduca, muere, expira. El tiempo tiene apetitos fieros.

Hay una cosa que me llama la atención y quisiera escuchar tu opinión. Tú has hecho énfasis en el sentido común de las personas y en la subjetividad de la gente, y al mismo tiempo has hablado de una herencia cultural en los artistas y los intelectuales. Se viene de una herencia cultural pero hay un cambio de contexto, de condiciones, ¿cómo tú logras conectar desde esa herencia con el sentido común de la gente, con la subjetividad, que al final es una cosa que se busca también de alguna manera?         

Israel Rojas: Claro.  En las dinámicas sociales las ecuaciones no siempre salen como se esperan. Se modifican constantemente los comportamientos y el cómo se relaciona la gente, se enamora la gente, cuáles son los conceptos de familia, de sexualidad, de fidelidad, de moralidad; si no lo estudias a diario, si no lo palpas a diario, si no lo sufres a diario, no lo vas a poder cantar consanguíneamente, te va a ser muy difícil que ese país que estás contando tenga que ver con el país en que estás viviendo. Y eso es muy importante: que la cultura proyecte, imagine, pero sobre la base concreta de lo que se está viviendo. Es como un árbol, sus raíces deben estar bien profundas en la tierra para que verdaderamente pueda crecer, dar flores y frutos. Uno como creador no debe parar.

Tú no vives en el pasado. El pasado está ahí para revisitarlo, para aprender de él, para sacar las lecciones. Había un spot que tenía Radio Rebelde que a mí me encantaba, decía «los autos tienen el parabrisas grandes para ver lo que viene, y los retrovisores pequeños para ver el pasado». La sociedad cubana contemporánea es ahora. Recibiendo el impacto de una agresión económica prolongada, el impacto también de las grandes industrias culturales que termina llegando con sus productos y nosotros no estamos aislados del mundo; tiene el impacto de las nuevas tecnologías. Tenemos nuestras propias chapucerías (nuevas y viejas) que no son pocas. El cubano de hoy se parece al de los años ochenta pero no es igual que el de entonces.

Te pongo un ejemplo. Mira todo el esfuerzo y la labor tremenda que hemos hecho en el sentido de la liberación de la mujer, Cuando tú tienes a una adolescente liberada, una muchacha que no tiene esos prejuicios de virginidad, que tiene derecho al aborto, derecho a estudiar y trabajar, pero todo eso lo mezclas con la cosificación, la super sexualización a la que la somete el mundo de los videoclips y los contenidos mainstream, estos productos, estos contenidos, sin una orientación actualizada, puede ser que se confundan las cosas y en lugar de lograr la liberación y la plenitud, lo que obtengas sea  lo contrario. Parece una contradicción. Eso lo estamos viviendo. No es nada que esté diciendo yo que no esté pasando.

Yo una vez le escuché decir a Alfredo Guevara que él no concebía a un artista, digamos un cineasta, que no tuviese un nuevo proyecto. Yo como creador sé que muchas veces no se tiene un nuevo proyecto inmediato. Lo que no me puede pasar es que, si no tengo un nuevo proyecto, no esté estudiando, investigando, para armarme un nuevo proyecto.

No estoy creando nada pero estoy estudiando, y estudiar no es solamente meterse en un libro, es ver el nuevo cine cubano e internacional, tratar de entender qué pasa en diferentes zonas de este país y de este mundo convulso, no solamente en La Habana o en tu barrio. Y eso lleva trabajo, tiempo, inversión. Búsqueda de información, leer la prensa en todas sus variantes, tener amistades que vivan en otros contextos y te cuenten la realidad desde su perspectiva, o sea, tú tienes que vivir preocupado por conocer. Si no estás preocupado, ahí tú arte comienza a perder contacto con la vida, con la realidad, y te puedes quedar en una etapa reciclando las viejas temáticas. Siento que eso es lo peor que le puede pasar a un creador.

Yo trato por todas las vías que cada disco sea un viaje nuevo, y que tenga nuevas historias y nuevas visiones, y sin dejar de ser los mismos, ser otros. Porque somos más viejos, hemos sufrido transformaciones lógicas, soy padre, tengo nuevas preocupaciones; o sea, confronto la vida desde otra ventana de mi propia existencia.

Hoy lo entiendo perfectamente: la condición artística no es perpetua. Tú puedes seguir haciendo conciertos, pero como creador puedes estar dormido. La condición de creador hay que salir a buscarla, hay que salir a guapearla, hay que salir a concebir, como un investigador o como cualquier labor que implique sintetizar, interpretar, reflejar, proyectar ideas y emociones. Es un ejercicio de percepción, cavilación, síntesis, de comunicación, pero sobre todo de emoción, por supuesto, todo eso tiene que pasar  por la emoción. El artista es un nervio social.

Finalmente, ¿tú sabes que el blog de Temas se llama Catalejo? Cuando repasaba el cuestionario recordé Catalejo, no solo por el nombre del blog de Temas, sino por la canción. Hemos estado hablando de la idea de la defensa de la nación, pero esta última pregunta va en el sentido de ¿cómo podemos evitar que esa defensa de la nación desde la cultura se convierta en atrincheramiento?

Israel Rojas: La defensa de nación es una obligación histórica, legal y moral de los cubanos. Se nos hace una guerra injusta, bruta, injustificable. Ahora, hay que identificar bien quienes son las víctimas directas e indirectas y quienes los victimarios.  

Yo creo que en la medida en que no olvidemos que la dialéctica es una herramienta para el pensamiento y también para la construcción social, en la medida en que tengamos claro que cualquier defensa de lo que tú quieras pasa necesariamente por ese mecanismo de ponerte en los zapatos del otro, estaremos evitando atrincheramientos. Eso se dice fácil, pero hacerlo es bien difícil.

Para mí, unas de las curas para cualquier atrincheramiento insano está en la ética que tanto defendía Cintio Vitier y de la que tanto habló Martínez Heredia. Ellos hablaban de la ética imprescindible para el proceso de construcción personal, una ética basada en valores esenciales del humanismo más elevado para construir la sociedad inclusiva, democrática y socialista. Esas cosas para mí son fundamentales.

Hace poco, en la serie televisiva «L.C.B. La otra guerra 2» vi una escena que me dejó pensando toda la noche. El personaje de Mongo -que interpreta magistralmente Osvaldo Doimeadios – le dice a El Gallo (un no menos esplendido Fernando Hechevarría) después de desarticular a las bandas de alzados, y luego de recriminar a un joven miliciano que estaba contento por la victoria y al que Mongo le recordó que habría madres y familiares a los que dar malas noticias de ambos bandos: “Por eso, aunque nos duela, el corazón hay que seguir partiendo la naranja al medio”. De eso se trata esta confrontación en la que estamos aún. A veces hay que seguir “partiendo la naranja al medio”. El problema es que jamás nos deje de doler el corazón, incluso reconociendo que pueda ser en ejercicio del inexorable derecho de defensa. Jamás acostumbrarnos a no ponernos en el lugar del otro y buscar causar el menor daño posible o irreversible. De ser posible, ningún daño. Y por último, creo que en la medida en que seamos más activos que reactivos, más osados y valientes, propositivos y participantes también en y desde la cultura, tendremos de nuestro lado ya no sólo a nuestros respectivos públicos, sino al pueblo. 

Nota:

[1] Se refiere a La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados de Jon Illescas. El libro se publicó por Ciencias Sociales en 2019 y fue presentado por su autor en la Feria Internacional del Libro de La Habana en febrero del actual año.

Este artículo forma parte de la serie: La cultura en defensa de la nación