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El capitalismo -y no la «humanidad»- mata la fauna salvaje del mundo

Fuentes: Correspondencia de prensa

El último informe del WWF, llamado Planeta Vivo (Living Planet), nos brinda una lectura amarga del estado de la vida en la Tierra: una disminución del 60% de los animales salvajes desde 1970, el deterioro de los ecosistemas y una clara posibilidad de que la especie humana sea la siguiente en la lista.

El informe señala repetidas veces que el consumo humano es responsable de esta extinción masiva, un mensaje que ha sido amplificado rápidamente por los periodistas. The Guardian dijo «La humanidad ha eliminado el 60% de las poblaciones animales», mientras que la BBC, por su parte, habló de «Pérdida masiva de especies salvajes provocada por el consumo humano». En este informe de 164 páginas, la palabra «humanidad» aparece 14 veces y la palabra «consumo» 54 veces.

Sin embargo, hay una palabra que no aparece ni una sola vez: capitalismo. Podría aparecer, ya que el 83% de los ecosistemas de agua dulce del mundo están siendo destruidos (otra estadística aterradora del informe), aunque no sea el momento de discutir sobre la semántica. Sin embargo, como lo dijo el ecologista Robin Wall Kimmerer [profesor de biología ambiental de la Universidad Estatal de Nueva York], «encontrar las palabras exactas constituye el siguiente paso para aprender a ver».

El informe del WWF no está lejos de encontrar las palabras ya que identifica la cultura, la economía y los modelos de producción no sostenibles como las cuestiones claves, pero no menciona el capitalismo como el vínculo crucial (y a menudo causal) entre estas tres cuestiones. Por lo tanto, no permite ver la verdadera naturaleza del problema. Si no le ponemos nombre, no podemos hacerle frente: es como si apuntáramos a un blanco invisible.

¿Por qué el capitalismo?

El WWF tiene razón al señalar que la «explosión del consumo humano», y no el crecimiento demográfico, es la principal causa de extinción masiva. Hay un verdadero esfuerzo para ilustrar el vínculo entre los niveles de consumo y la pérdida de biodiversidad. Pero sin llegar a señalar que es el capitalismo el que obliga a ese consumo irresponsable. El capitalismo, especialmente en su forma neoliberal, es una ideología basada en el principio del crecimiento económico sin fin impulsado por el consumo, una propuesta sencillamente irrealizable.

La agricultura industrial, actividad identificada en el informe como la que más contribuye a la desaparición de especies, está configurada profundamente por el capitalismo, en particular porque se considera que sólo un puñado de especies «básicas» tienen valor y porque, con el único objetivo de obtener beneficios y crecimiento, se ignoran «externalidades» como la contaminación y la disminución de la biodiversidad. Sin embargo, en lugar de denunciar la irracionalidad del capitalismo que hace que la mayoría de las vidas carezcan de valor, el informe del WWF, en realidad, va en el sentido de la lógica capitalista al utilizar términos como «activos naturales» y «servicios ecosistémicos» para referirse a los seres vivos.

El hecho de no mencionar al capitalismo y de remplazarlo por un término que es sólo uno de sus síntomas -el consumo- también se corre el riesgo de culpabilizar de manera desproporcionada las diferentes opciones individuales de vida por la desaparición de especies, mientras que los sistemas e instituciones más amplios y poderosos, que obligan a los individuos a consumir, son sorprendentemente ignorados.

En realidad, ¿qué es «la humanidad»?

El informe del WWF escoge la «humanidad» como unidad de análisis, y este lenguaje totalizador es recogido con entusiasmo por la prensa. The Guardian, por ejemplo, informa que «la población mundial está destruyendo la red de la vida». Esta declaración resulta grosera y engañosa. El propio informe del WWF muestra que no se trata de que toda la humanidad consuma, ni mucho menos, pero no va tan lejos como para revelar que sólo una pequeña minoría de la población humana está causando la gran mayoría de los estragos.

Tanto en lo que respecta a las emisiones de carbono como a las huellas ecológicas, el mayor impacto lo produce solamente el 10% más rico de la población mundial. Además, el informe no tiene en cuenta que son los más pobres los primeros afectados por los efectos del cambio climático y la pérdida de biodiversidad, es decir, las personas que menos responsabilidad tienen en el problema. La identificación de estas desigualdades es importante porque es éste -y no la «humanidad» en sí misma- el problema, y porque la desigualdad es endémica en los sistemas capitalistas (y en particular, bajo las formas heredadas -y persistentes- del racismo y de la colonización).

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La palabra «humanidad», por ser polisémica y vasta, cubre todas estas grietas, impidiendo que veamos la situación tal como es. De esta manera, perpetúa el sentimiento de que los humanos son intrínsecamente «malos» y que, de alguna manera, está «en nuestra naturaleza» el consumir hasta que ya no quede nada. Un tweet, publicado en respuesta a la publicación del WWF, decía que «somos un virus con zapatos», una actitud que sugiere la creciente apatía del público.

¿Pero qué significaría el hecho de dirigir contra el capitalismo ese rechazo a sí mismo? No sólo sería un objetivo más claro y preciso, sino que también podría permitirnos ver nuestra humanidad como una fuerza benéfica.

Para saber algo más

Las palabras van más allá de la simple atribución de responsabilidad a diferentes causas. Las palabras están en la raíz de las profundas historias que construimos sobre el mundo, y estas historias son particularmente importantes para ayudarnos a enfrentar las crisis ambientales. El uso de referencias generalizadas a la «humanidad» y al «consumo» como impulsores de la pérdida ecológica no es solamente inexacto, sino que también perpetúa una visión distorsionada de quiénes somos y en qué somos capaces de convertirnos.

Pero, al designar el capitalismo como una causa fundamental, identificamos un conjunto particular de prácticas e ideas que no son, de ninguna manera, permanentes o inherentes a la condición humana. Al hacerlo, aprendemos a ver que todo podría ser diferente. Tenemos la capacidad para nombrar algo para luego poder exponerlo. Como dice la escritora y ambientalista Rebecca Solnit:

«Llamar a las cosas por su verdadero nombre nos ayuda a contrarrestar las mentiras que excusan, amortiguan, confunden, disfrazan, evitan o fomentan la inacción, la indiferencia, el olvido. No es la única manera de cambiar el mundo, pero es una etapa clave».

El informe del WWF insiste en que «una voz colectiva es crucial si queremos invertir la tendencia a la destrucción de la biodiversidad», pero una voz colectiva es inútil si no encuentra las palabras adecuadas. Mientras que nosotros -y organizaciones influyentes como el WWF, en particular- no identifiquemos al capitalismo como una de las principales causas de la extinción masiva de la biodiversidad, seguiremos siendo incapaces de romper su trágica historia.

Anna Pigott es catedrática de geografía humana en la Universidad de Swansea (País de Gales). Artículo publicado originalmente en The Conversation.

Traducción de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa.

Fuente: https://correspondenciadeprensa.com/?p=14404