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El chotis

Fuentes: El Economista.es

Este baile castizo de Madrid se caracteriza por una cuestión singular. El bailarín gira permanentemente sobre sí mismo mientras que la bailarina gira alrededor de su pareja. Esta seña de identidad ha vulgarizado la idea de que se baila sin salirse de una baldosa. Nuestra izquierda, desde la Transición y con breves, esporádicas y hostigadas […]

Este baile castizo de Madrid se caracteriza por una cuestión singular. El bailarín gira permanentemente sobre sí mismo mientras que la bailarina gira alrededor de su pareja. Esta seña de identidad ha vulgarizado la idea de que se baila sin salirse de una baldosa.

Nuestra izquierda, desde la Transición y con breves, esporádicas y hostigadas (interna y externamente) excepciones, no ha hecho otra cosa que bailar un chotis en el que el eje invariante ha sido el PSOE y ella su satélite acompañante. Esta estrategia de la subordinación ha tenido muchas denominaciones a lo largo de los años: Juntos Podemos, La unidad de la Izquierda, La casa común de la izquierda, La izquierda contra el PP, etc. El discurso sustentador de esta posición se basaba en tres ideas centrales. La primera afirmaba que la contradicción política fundamental era entre la izquierda (PSOE incluido en ella) y la derecha (PP). La segunda desarrollaba la consecuencia de la anterior, la izquierda reconocía su carácter de gregaria y subalterna frente al «hermano mayor». Y la tercera dejaba entrever que solamente en cuestiones tácticas, coyunturales y no decisivas, la izquierda podía confrontar con su aliado natural. El objetivo perseguido de esta estrategia no era otro que conseguir que el PSOE «girase hacia la izquierda». En períodos electorales o en momentos de exaltación identitaria, la izquierda afirmaba que ella era el único valladar contra la derecha y contra «las políticas de derechas», una perífrasis eufemística con la que quería referirse al PSOE y que quedaba invalidada cuando la «izquierda mayoritaria» requería el apoyo institucional, consecuente y oficialmente reconocido.

El 15-M, movimiento abigarrado, multiforme, invertebrado y nuevo, no fue otra cosa, en su nacimiento y posterior despliegue, que una protesta contra las políticas, modos de gobierno, escándalos de corrupción y arrumbamiento del modesto Estado de Bienestar español. Era una enmienda a la totalidad contra el régimen del bipartito y su hoja de servicios: OTAN, Europa de Maastricht, Monarquía, Guerras del Golfo, reformas del mercado laboral, y, sobre todo, el desmontaje de la Constitución tanto en las políticas que caracterizan al llamado Estado Social y Democrático de Derecho como en asuntos medulares que desarrollaban el modelo territorial del Estado. La reforma del artículo 135 y el proceso que desembocó en la peculiar aplicación del 155 siguen siendo la expresión más acabada del régimen de la segunda Restauración borbónica que colmó la paciencia ciudadana el 15 de mayo del 2011.

Quedó claro que una fuerza social, así expresada en toda su complejidad, necesitaba, si quería ser alternativa de regeneración, de una traducción política para irrumpir en la política y sus instituciones sin que ello significase la transformación unidimensional del movimiento social y político que estallaba en las calles. La fuerza que emergía desde la rabia, la protesta, la visión económica, política y cultural alternativa, demandaba, en función de su identidad misma, que junto con la traducción política hubiese mecanismos estables de organización, horizontales y verticales, que garantizasen, junto con la participación democrática en decisiones, la más que indispensable unidad de acción para hacerlas posibles y la pluralidad para participarlas y expresarlas.

Parecía, o al menos se esperaba con ilusión renovada, que la izquierda comenzara a construir su propio proyecto. El fulgurante y arrollador avance político, social, mediático e institucional que surgió del seno del 15-M, parecía abrir las perspectivas hacia el proceso constituyente, el cambio económico social, político, ético y cultural que la izquierda no había sido capaz de representar hasta entonces con unidad, coherencia y solvencia.

Si una organización o colectivo sedicentes de izquierdas asumen que -por serlo- representan una enmienda a la totalidad del sistema, debe consecuentemente asumir también la necesidad de una hoja de ruta que conduzca a dos escenarios: uno, la superación de la situación presente, y el otro, la construcción de la alternativa buscada. En el supuesto de que los objetivos se tengan claros y nítidos, solamente falta diseñar la hoja de ruta adecuada, porque eso constituye la prueba fehaciente de que existen proyecto y voluntad de llevarlo a cabo.

En esa perspectiva, una hoja de ruta conlleva la existencia de cinco universos de contenidos. En primer lugar precisa de un programa, que incluya las fases y los medios para su consecución. También un discurso, con el consecuente razonamiento y valores que lo informan. Organización, con una estructura colectiva deliberante y unida en la acción. En cuarto lugar precisa de alianzas, tanto tácticas y coyunturales como estratégicas y de largo recorrido. Y por último hegemonía, la consecución del consenso social y cultural necesario para ejercer de mayoría.

Debemos ser conscientes de que la política española, en la generalidad de sus manifestaciones públicas y mediáticas, es una especie de plaga de irracionalidad, vulgaridad y zafiedad que va degradando en progresión geométrica el concepto y los contenidos de la vocación por lo público. De ser, por definición y necesidad, la búsqueda del bien común o al menos mayoritario, la visualización de la actividad política ha devenido en una delirante exhibición de impostura cutre y populachera.

En esta situación, agravada cotidianamente, la izquierda no puede permitirse en absoluto descender, ni siquiera aparentemente, a esos abismos que preludian las salidas autoritarias cuando no fascistas. Y lo tiene fácil si es capaz de aguantar, poner en marcha una hoja de ruta adecuada y todo ello con un dominio racional sobre los nervios y el tiempo. Y ello supone, entre otras muchas cosas, la prioridad del discurso lógico sobre el eslogan, el mensaje episódico del Twitter o la aparición en medios de comunicación sobre cualquier temática o a cualquier precio político. Por descabellado o ilusorio que hoy pueda parecer, la izquierda aspira a cambiar el mundo, no que el mundo -al que ella pretende ser alternativa- la cambie a ella precisamente. Una reflexión sobre el avance del pensamiento y los valores conservadores e irracionales nos ilustran suficientemente sobre lo que afirmo.

Y desde lo anteriormente expuesto a modo de marco de análisis, paso a comentar someramente algunas cuestiones referentes a nuestra izquierda (en la que me incluyo). Unidos Podemos hizo bien en apoyar la moción de censura contra Rajoy. Y también hizo bien en apoyar los Presupuestos Generales. Pero se equivocaría gravemente si ese apoyo táctico en función de medidas concretas se transforma en apoyo estratégico y definitorio de una política de largo alcance. Aquello del «Juntos podemos» o aquello otro del «obligar a girar a la izquierda al PSOE» se ha visto invalidado por la experiencia. En Andalucía, si se tiene o quiere tener memoria, se sabe sobradamente.

Fuente: http://www.eleconomista.es/opinion-blogs/noticias/9716823/02/19/El-chotis-I.html