Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El sexto congreso del movimiento Fatah, celebrado en Belén a primeros de mes, nos ofreció un asiento de primera fila en el acto de liquidación de un período importante del nacionalismo palestino.
Así es, la conferencia se celebró en suelo palestino, pero, irónicamente, bajo el ojo vigilante de soldados israelíes. El fracaso del Movimiento para la Liberación Nacional (Fatah) al no conseguir ninguno de sus objetivos declarados quedó simbolizado en esta conferencia celebrada bajo la ocupación. Esto refleja no sólo la desaparición de Fatah -la facción que durante décadas ha venido dominando la Organización para la Liberación de Palestina- sino la desaparición del nacionalismo contemporáneo palestino.
Un movimiento de liberación nacional que empezó con eslóganes del tipo «la única vía para la liberación es mediante el cañón de un fusil» y «liberación desde el río Jordán al Mediterráneo» y «el derecho al retorno es sacrosanto», se ha transformado asumiendo una condición post-colonial sin haber conseguido la independencia. El espectro de los Acuerdos de Oslo estaba en la conferencia por todas partes, aunque nadie deseaba mencionarlo. A todos esos ex combatientes convertidos en políticos no se les hubiera garantizado un permiso israelí para entrar en el territorio controlado por Israel si no fuera por los Acuerdos de Oslo.
Como declaración política de la conferencia se aprobó el discurso de apertura ofrecido por el presidente de Fatah. El discurso mismo fue la constatación de lo que Oslo, Taba, la Hoja de Ruta y la cumbre de Annapolis perseguían, a saber, la transformación de la causa palestina de autodeterminación y liberación en un caso de beneficencia al que se le aplica el eslogan de «independencia». La evaluación crítica de los veinte años transcurridos desde que se celebró el quinto congreso de Fatah, o incluso del período transcurrido desde los desastrosos Acuerdos de Oslo firmados en 1993, jamás estuvo en la agenda. Asimismo era tabú cuestionar la lógica de la tolerancia de Israel hacia la conferencia.
El giro de ciento ochenta grados adoptado por el ala derechista palestina, claramente representado por los dirigentes fundadores y por los de ahora, no debería constituir ninguna sorpresa porque históricamente han venido manifestando puntos de vista antidemocráticos, tanto a nivel general como en relación con la agenda palestina en particular. Esta falta de democracia es, desde luego, la consecuencia de sus contactos íntimos y directos con los regímenes oficiales árabes.
Como resultado de esta orientación dominante, ese liderazgo, con el total apoyo de la «izquierda» ONGueizada, no pudo aceptar los resultados de las elecciones palestinas de enero de 2006. (En los años que siguieron a la firma de Oslo, la financiación estatal de las ONG dirigidas por izquierdistas ha ido llevando a la despolitización y desmovilización de estos grupos. A esto es a lo que se refiere el término «ONGueizados». Como han manifestado los intelectuales más críticos, esas elecciones fueron en realidad las únicas elecciones no étnico-religiosas de todo el Oriente Medio hasta la fecha. En lugar de aprender de anteriores errores históricos, y en lugar de empezar a construir a partir de ese logro sin precedentes para el poder popular en el mundo árabe, las fuerzas dirigentes laicas palestinas optaron por centrarse en buscar justificaciones enrevesadas a su fracaso para así asegurarse triunfos electorales que pudieran resultar convincentes.
A través de análisis mecánicos y autocompasivos de los acontecimientos en la Franja de Gaza, Fatah ha dejado clara su posición: la situación en la Franja de Gaza es culpa de Hamas, la única organización democráticamente elegida. No hay mención alguna al papel del general estadounidense Keith Dayton, que está entrenando a las milicias para que actúen contra la resistencia bajo el control, a mero nivel nominal, de la Autoridad Palestina, ni del deseo israelí de erradicar todas las formas de resistencia, no violentas o de cualquier otro tipo.
Oslo ha ido siempre asociado con corrupción y con la venta de los principios de autodeterminación (según los define el derecho internacional) y liberación.
Ahora, el objetivo fijado, por el que han corrido ríos de sangre (y la sangre aún no se ha secado en las calles de Gaza), es el del establecimiento, en alguna dimensión, de un estado palestino «independiente» -«la solución de los dos estados». Pero, cómo puede eso conducir al cumplimiento de la resolución 194 de Naciones Unidas, que pide el retorno de los refugiados palestinos y su compensación, es un misterio en las mentes de los palestinos que observaban la conferencia. Cómo un estado palestino podría poner fin a la brutalidad del sistema de apartheid contra 1,4 millones de palestinos que son ciudadanos de Israel, es otra inquietante cuestión que los congresistas prefirieron ni tocar.
Al ignorar el cambio paradigmático resultante de la masacre de Gaza y reiterar una vez más la permanente creencia que considera que los acuerdos firmados entre Israel y la Autoridad Palestina son la única vía política para llegar a un estado palestino, se está indicando la pérdida de fe en el poder del pueblo palestino para reclamar su tierra y sus derechos. Este enfoque supone el repudio de la innegable y sin precedentes firmeza mostrada por el pueblo de Gaza, las formas crecientes de resistencia popular en Cisjordania y el éxito del movimiento global por el boicot, las sanciones y la retirada de inversiones en Israel.
En lugar de considerar todo eso, una y otra vez se nos pide que confiemos en la benevolencia de Estados Unidos, de la Unión Europea y de los regímenes árabes reaccionarios que pretenden darnos un estado truncado, como si lo que ocurrió en Gaza este año nunca hubiera sucedido.
Ni una sola palabra se pronunció sobre las realidades impuestas por Israel que han hecho que sea imposible establecer un estado independiente en el 22% de la Palestina histórica -Cisjordania y la Franja de Gaza-. Muchos palestinos y pensadores críticos internacionales han llegado ya a la conclusión de que la solución de los dos estados está finiquitada gracias a la colonización israelí de Cisjordania. ¿Cuál es, entonces, la alternativa de Fatah y del resto de los movimientos nacionales palestinos?
Lo que vimos en Belén es la incardinación de los «riesgos de la conciencia nacional» de Frantz Fanon, aunque con traje palestino. La ironía, desde luego, es que Fanon estaba teorizando sobre los futuros estados post-coloniales tras la independencia. Escribió sobre la subyugación neocolonial de las elites nativas: Coches negros, trajes elegantes, guardaespaldas, son algunas de las características de la aparición de los nouveaux riches de la (ocupada) Palestina. Fanon escribió despreciativamente: «la clase media nacional que se apodera del poder al final del régimen colonial es una clase media subdesarrollada. Prácticamente no tiene poder económico y en ningún caso puede compararse con la burguesía del país madre que confía en reemplazar (énfasis añadido).
Pero, ¿es que acaso nosotros, en Palestina, estamos cerca del fin del régimen colonial? Ahí está la diferencia crucial entre la burguesía nacional deArgelia o Sudáfrica, pongamos por caso, y la nuestra. La nuestra ha convertido en fetiche la cuestión de la estatalidad antes de conseguir la independencia, un juego -nada sorprendente- animado por EEUU, Israel e incluso los regímenes árabes oficiales. ¿Qué es, en definitiva, la independencia? ¿Un himno nacional, una bandera, unos ministerios, primeros ministros y presidencias? Ya los tenemos.
Para Fanon, el cliclo de engaño, ostracismo y dependencia prosigue inmisericorde tras la independencia. ¡Pero es que nosotros aún no hemos llegado ahí!
Haidar Eid es un comentarista político independiente.
Enlace con texto original: