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Palabras de presentación del libro "A viva voz", de Fernando Martínez Heredia

El destino de muchos hombres

Fuentes: La Ventana

Abatido por un célebre artículo que le ha situado en vías de extinción ante las potencialidades abrasadoras de las comunicaciones digitales, el joven periodista se lava el rostro, toma un café bien fuerte y se sienta otra vez frente a la hoja en blanco. ¿Con qué palabras narrará y construirá un relato en el que […]

Abatido por un célebre artículo que le ha situado en vías de extinción ante las potencialidades abrasadoras de las comunicaciones digitales, el joven periodista se lava el rostro, toma un café bien fuerte y se sienta otra vez frente a la hoja en blanco. ¿Con qué palabras narrará y construirá un relato en el que el destino de un solo hombre ―o de unos pocos― permita reflejar el destino de muchos hombres? ¿Cómo seducirá a la agudeza, al deseo de indagar más allá de lo leído, en tiempos en que el lector de diarios y revistas fija su límite: desde la primera línea, convénceme o muere?

A veces, en el afán por inventar fórmulas eficaces, perdemos un tiempo valioso buscando lo que hace mucho tiempo otros hallaron.

Una vez, el periodista supo de aquel día en que le preguntaron a García Márquez si se podría esperar de él un libro que fuese, de principio a fin, una entrevista. La respuesta del Gabo fue rotundamente negativa; pero, al instante, la aderezó: cuando se quiere llegar bien hondo, ha de acudirse primero a esta hada madrina del periodismo ―dijo―, uno de esos floreros de las abuelas que son el lujo de la casa.

Y ahora, el protagonista de este libro aporta una clave a la inversa: para Fernando, la entrevista es un medio eficaz para socializar ideas y actitudes. Le place el despliegue de comunicación que se establece entre los dos involucrados ―que a veces llega a ser complicidad―, la síntesis imprescindible, el orden lógico y la dosis de ingenio, la necesidad de ser claro sin perder densidad y la frase feliz.

A viva voz es el otro lado del oficio porque también es un oficio el salir airoso de cada asalto: ser inquirido, involucrarse, responder lo imprevisto, generar en el otro una pregunta-ráfaga, esa que no llevaba escrita. Y cuando ambos lados están satisfechos, tenemos un libro como este: sí, un libro de entrevistas, de principio a fin; pero, como el Gabo, podremos con él generar muchos otros relatos y llegar muy hondo. La historia de un solo hombre habrá sido, entonces, la de muchos hombres.

Para el periodista que sobrevive en esta relación de amor-odio con la hoja en blanco, tal descubrimiento es la principal fortuna de haber leído este libro. Fernando Martínez Heredia ha sido protagonista de nuestro siglo XX desde aquellos años en que llegó a La Habana, flaquito, verde por fuera, cuando «parecía que la revolución, como en Cuba, podría estar a la vuelta de la esquina en otros muchos lugares». Desde entonces, como característica humana, le ha sido imprescindible el ejercicio del pensar y compartir con los demás lo que piensa. En especial, con los jóvenes, esas generaciones decisivas para el futuro de nuestro país, que desde su testimonio se lanzan a conocer «toda esta historia de la Revolución que les pertenece sin omisiones, temores ni remilgos».

El diálogo con esas generaciones que constantemente tocan a su puerta, robándoles también el tiempo a otros empeños intelectuales, nutre las páginas más entrañables de este texto. Frente a sus preguntas, Fernando hilvana respuestas con hilos extraídos de ellos mismos.

Señalaría, especialmente, el encuentro en 1993 con el jovencito argentino llamado Néstor Kohan, por aquel entonces estudiante de Filosofía, que casi 20 años más tarde sigue haciendo suya cada línea de aquel diálogo; o la conversación sobre los 60 con Yohanka León, entonces en la treintena, que también se incluye en este libro: quizá el diálogo más cómplice en tanto más discutidor. En la terraza habanera, Yohanka le interroga, pero también le interpela, le acota, insiste en lo que no le queda claro y aprende, mientras su interlocutor se muestra paciente e intenso. Era el preludio a una época que, hasta hoy, no ha dejado de tenerle entre sus voces.

Como el propio Fernando indica en el texto, la distribución irregular en el tiempo de las entrevistas muestra los avatares de su vida. A viva voz es también expresión de ellos. La variedad de publicaciones en que cada una de estas conversaciones vio la luz ―o no― tanto fuera de Cuba como al interior de la Isla, da cuenta de una profunda conciencia intelectual y cívica, sensible siempre a conectar con todo oído y todo tiempo comprometido con el cambio, con la guerra cultural opuesta a las colonizaciones mentales.

Fernando vuelve aquí sobre su vocación guevariana; sobre los desafíos que la Cuba del siglo XXI impone al pensamiento social; al rol de los medios de comunicación como gestores de una nueva cultura, socialista; a contextos políticos latinoamericanos que hicieron correr a más de un entrevistador hasta su puerta, en la hora crucial; al marxismo que desde esta Revolución que no se podía parecer ni a sí misma, se escribió por primera vez en español. De primera mano y con la mediación de preguntas de variado calibre, la segunda mitad de nuestro siglo XX emerge en la experiencia de quien lo vivió y lo pensó desde que descubrió, como hicieron muchos otros de su generación, que la Revolución sería un proceso y no una serie de acontecimientos.

Sin embargo, nacido de una tradición en la que hablar de uno mismo se considera una debilidad gravísima, el autor de este libro no definirá nunca su propio legado. Aprendió de Martí que quien sea capaz de hacerlo pecará de vano y vanidoso. Pero sus entrevistadores le han lanzado a la hoguera: A viva voz es una definición de tu legado, Fernando, hecha por ti mismo, durante toda tu vida. Tomo tus propias palabras para explicarme antes que objetes: se triunfa también cuando se logra un conjunto de buenas preguntas.

Y eso es este libro: una inquietud constante que solo será satisfecha en la medida en que vayamos construyendo, con ellas, desde ti, el destino de muchos hombres. Es el relato que, desde la primera línea de la hoja en blanco, nos salvará de extinguirnos entre la adicción ya irreversible al café y la esterilidad de las fórmulas.

Fuente: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=6327