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El día de la República en un Instituto de secundaria del extrarradio barcelonés

Fuentes: Rebelión

He impartido esta primaveral mañana barcelonesa del 14 de abril clases de informática en dos grupos de segundo curso de un ciclo formativo de grado medio. Unos treinta alumnos en total. En su mayor parte, jóvenes de 18 años. Tres de ellos, algo mayores, son estudiantes-trabajadores que con mucho esfuerzo, interés y dedicación se han […]

He impartido esta primaveral mañana barcelonesa del 14 de abril clases de informática en dos grupos de segundo curso de un ciclo formativo de grado medio. Unos treinta alumnos en total. En su mayor parte, jóvenes de 18 años. Tres de ellos, algo mayores, son estudiantes-trabajadores que con mucho esfuerzo, interés y dedicación se han reincorporado a los estudios que en su momento dejaron.

He llegado pronto a clase. Más que puntual, cinco minutos antes de su inicio. En los dos casos he escrito en la pizarra: «14 d’abril, 1931-2009. Visca la III República!». Al empezar la clase les he propuesto un ejercicio conjuntístico de clasificación de números y he usado como ilustración básica, para su sorpresa, dada su elementalidad, el 14, el 4, 1931 y el 78. Después les he propuesto una traducción al catalán de un texto en castellano que yo mismo les he dictado. He usado, como no podía ser de otro modo, el magnífico artículo que Isaac Rosa ha publicado hoy mismo en Público.

Rosa habla en su escrito de consignas recurrentes. Un alumno me ha pedido una precisión sobre la categoría «consigna». Lo he intentado y le he puesto como ejemplo de consigna, de hermosa consigna, la vindicación republicana que yo mismo había escrito en la pizarra.

Me han preguntado entonces sobre el sentido del 14 de abril: qué fecha republicana era el 14 exactamente. Les he explicado. Después, alguna pregunta más sobre el inicio de la guerra y las ayudas recibidas por las fuerzas golpistas. Finalmente, he sido yo el que se ha atrevido a preguntarles, a ellos, a estudiantes no despolitizados, hijos de obreros y obreras, algunos de ellos trabajadores en activo, la mayoría de ellos aspirantes a ser trabajadores cualificados de informática, participantes en huelgas y manifestaciones estudiantiles en algún caso: ¿podían citarme, les he pedido, el nombre de un presidente, cualquiera de ellos, de la II República española? No han podido, no han sabido responder. Ninguno ha podido darme el nombre de ningún presidente republicano.

Insisto: no son estos estudiantes de ciclos formativos de grado medio jóvenes pasotas sin pulsión intelectual. Llevan quince años de escolarización y saben programar en C, Java, HTML o en Python aplicaciones no siempre elementales. Conocen Linux y el software libre, y han escuchado al mismísimo Richard Stalman. No diré que integren pero las derivadas básicas y los límites esenciales son parte de su currículum. Chupan con ojos abiertos las referencias culturales que de cuando en cuando se dan en clase.

No hay entrega por su parte, no hay cultivo del desconocimiento ni extravío adolescente.

Nada tiene que ver lo sucedido con su dedicación, con su interés, con las notas obtenidas a lo largo de sus estudios. No radica en ellos la cuestión, la desinformación programada. Pero es a todos luces indicativo, muy indicativo cabe afirmar, que 30 alumnos -insisto: que no viven en un apacible y alejado espacio lunar- desconozcan el nombre de Azaña o Negrín, o que no sepan el papel político por ellos desempeñado.

Si es consecuencia del Pacto de silencio que acompañó a la transición, hay aquí otro argumento más para señalar sensatamente que la transición en ningún caso fue modélica. Si el origen del desconocimiento-ocultamiento está en planes de estudio no finalizados, en la despolitización de las clases trabajadoras de las que forman parte, en la ausencia del cultivo de las tradiciones familiares, en el escaso empuje del profesorado por abrir sus horizontes (o acaso en la imposibilidad de poder hacerlo dadas las condiciones de los cursos de ESO de la enseñanza obligatoria en los centros públicos), el escenario que logra vislumbrarse no ofrece mejor aspecto.

Aceptemos la conjetura que nos parece más razonable. Cabe sumar aquí con consistencia En cualquier caso, la urgente necesidad de un trabajo capilar de orientación político-cultural que instruya realmente, que forme, que desentrañe los ejes esenciales de la trama parece consecuencia casi apodíctica de la situación descrita. Todos parecemos estar llamados a esa tarea. Si no fuera así, si las ondas expansivas del desconocimiento cívico se fueran extendiendo, estamos condenando a una generación a una despolitización que recuerda las condiciones en que se formaron las generaciones de la inmediata posguerra, con el país envuelto en persecuciones, miedos, torturas y en desgarros generalmente ocultados.

 

PS: En España, en esa singular categoría de centros de enseñanza -de régimen general no universitario- públicos y/o concentrados se cuentan 18.061 centros. Hay, además, 7.511 privados no concertados según informa Público con fecha de hoy. No tengo datos del número exacto de centros concertados pero es probable que sumándolos a los estrictamente privados sumen más que los centros públicos no universitarios. Los concertados, que en su mayor parte pertenecen a instituciones religiosas, reciben del Estado 5.000 millones de euros anuales, más de la mitad de lo que recibe la Casa Real de los presupuestos del Estado. Algunas de estas partidas públicas, además, van a parar a colegios dirigidos por fuerzas organizadas y militantes del ultracatolicismo español: Opus Dei, Legionarios de Cristo, CEU (Asociación Católica de Propagandistas). ¿Hay algún argumento que pueda justificar una situación así en un Estado donde se dice que rige una Constitución no confesional y en el que los ministros y vicepresidentes juran o prometen frente a un crucifijo de mesa?