Recomiendo:
0

El drama colonial de Israel y Palestina

Fuentes: Hagada Hasmalit

Traducido por Anahí Seri

Visto desde este lado del Mediterráneo, la perspectiva occidental (y, especialmente, europea) del conflicto entre Israel y Palestina muestra un rasgo extraño. A menudo se tiene la sensación de estar jugando un papel en una obra de teatro escrita por otros, y de que el desviarse del papel asignado es algo que los espectadores ven con desagrado. Naturalmente, la versión más detestable de esta obra teatral es aquella en la que el israelí asume el rol del valiente liberal David, enfrentado al salvaje Goliat musulmán. Dado que escribo para una audiencia de izquierdas y no para el New York Times, no me voy a ocupar aquí de esa obra. Pero con frecuencia parece que la izquierda internacional también haya tomado asiento para asistir a un drama: una obra dramática que podría titularse El colonialismo.

Antes de continuar quiero dejar calor que percibo la situación en Israel / Palestina como colonial, y que, en cuanto activista de izquierdas en Israel, el anti colonialismo constituye un aspecto central y práctico de mi actividad. Pero una importación facilona y ahistórica de posturas anti imperialistas de otros tiempos y lugares será inútil o aún peor en la lucha por una Palestina libre y un Oriente Próximo socialista y democrático. Nuestro colonialismo es diferente; y si bien es pariente de los anteriores colonialismos europeos, y un aliado del actual neo colonialismo liderado por USA, difiere de éstos y debe ser combatido de otro modo.

Fuera de la izquierda, y tal vez incluso dentro de ella para algunos, hoy en día puede ser criticable el designar el sionismo como un movimiento colonial, o denominar a Israel una potencia colonial. Esto le resultaría extraño al padre del sionismo político, Theodor Herzl. Él fue un ávido colonialista, cuya visión explícita era la de una patria judía en cuanto colonia europea bajo protección imperial. El renacimiento del idioma hebreo, que Herzl nunca defendió (los judíos de su utopía hablaban alemán) ha oscurecido este nexo empleando las antiguas raíces de formas novedosas. Sin embargo, el nombre hebreo que se usó para los primeros asentamientos sionistas, moshava, no puede traducirse más que como «colonia»(1).

Una colonia en busca de una metrópolis

El colonialismo no sólo subyace de forma latente en la raíz de la existencia de Israel; tiene plena vigencia hoy en día. Una posible definición del término es «el control o la influencia de gobierno de una nación sobre un país, un territorio o un pueblo dependiente» (2), y esta definición obviamente se ajusta a la situación. Por supuesto, nuestro colonialismo es un colonialismo anómalo en muchos aspectos. Tal vez la anomalía más obvia es la falta de distancia entre la colonia y su metrópolis. Israel (la «nación gobernante» o metrópolis) y Palestina (el «país dependiente» o colonia) son difíciles de distinguir, no sólo en lo que respecta a la geografía, sino también a la demografía: una quinta parte de los ciudadanos israelíes son de hecho palestinos, y una proporción sustancial del resto desciende de familias judías que vivieron durante generaciones en el Oriente Próximo y hablaban árabe.

En los anteriores borradores de este artículo, dudé entre los títulos «una colonia sin metrópolis» y «una colonia que es su propia metrópolis». Finalmente me decidí por la expresión más bien vaga que encabeza esta sección. Pero es adecuada, porque la jefatura sionista, de Herzl a Olmert, siempre ha buscado una metrópolis allende los mares. Desde 1967, USA ha cargado con las responsabilidades militares de la metrópolis, mientras que Europa ha compartido la responsabilidad económica (y los beneficios). Pero en términos políticos Israel sigue siendo independiente, y no sólo de forma nominal. Etiquetar a Israel como el «estado 51» o como «nada más» que una colonia usamericana es síntoma de pereza intelectual , y es peligroso políticamente.

¿Por qué peligroso políticamente? Porque hay otro aspecto importante en el cual el colonialismo israelí sigue privado de una metrópolis: los israelíes no tienen a dónde ir. Muchos israelíes son descendientes de refugiados (bien de Europa, bien del Próximo Oriente), y la mayoría son plenamente conscientes del hecho de que mientras USA y Europa nos pueden ayudar de diversas maneras, la mayoría de los israelíes jamás serán aceptados en estos países como ciudadanos de pleno derecho, del modo que fueron aceptados los colonos europeos repatriados. Esa es la razón por la cual ninguna corriente de la izquierda israelí, por más radical que sea, ha promulgado jamás una «repatriación» o alguna otra forma de transferencia de la población israelí judía al exterior de Israel.

Colonialismo dentro del colonialismo

Por supuesto, los diez mil colonos israelíes evacuados de la Franja de Gaza en 2005 sí que tenían a dónde ir: el gobierno israelí se ocupó de ellos. Tanto en el extranjero como en Israel hay mucha confusión en cuanto a la distinción entre oposición a la ocupación de Cisjordania y oposición al proyecto colonial sionista en general. No voy a intentar aclarar aquí, de forma definitiva, esta confusión; pero creo que una doble aplicación cuidadosa de la categoría de colonialismo puede ser útil desde un punto de vista conceptual y político.

En 1967 Israel conquistó las porciones del Mandato británico de Palestina que previamente habían sido ocupadas por Jordania y Egipto (3) y, por primera vez, adoptó aspectos colonialistas de un modo que a los europeos les resultaba familiar. Los colonos, el gobierno militar, el paternalismo, la resistencia y la represión: todo esto había existido antes en Israel / Palestina, pero de un forma que tenía una similitud mucho menos obvia con el colonialismo europeo. Tras la ocupación, en cambio, incluso las relaciones entre el «público general», la derecha de los colonos y el Estado comenzaron a ser comparables a las de la Francia colonialista, oscilando entre una unidad nacional armónica y momentos de crisis (como el golpe de Argel y el asesinato del primer ministro Rabin).

Sin embargo, como a los propios colonos les gusta recordar a los israelíes, es difícil precisar la diferencia esencial entre Tel Aviv y Ariel (el mayor asentamiento en Cisjordania). Parece que el entusiasmo con el que la izquierda israelí (y no sólo sus secciones sionistas) denuncian el colonialismo en los territorios ocupados a veces sirve como mecanismo de negación: la Línea Verde (la frontera de 1948) ha sido reducida a lo esencial, y la creación de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza se ve como una panacea para todos nuestros males. La discriminación racista contra los ciudadanos palestinos de Israel y la dictadura teocrática sobre la vida personal, ambos aspectos del colonialismo israelí que claramente surgieron antes del 67, pierden prioridad, o se espera que se arreglen solos «después de lograr la paz», y esto por supuesto sin mencionar el regreso de los refugiados palestinos.

Obviamente, marcar las prioridades es una parte fea pero necesaria de la actividad política. No niego que detener el asedio de Gaza sea una cuestión más urgente que legalizar el matrimonio entre dos ciudadanos israelíes de diferente religión (4). Pero igual que no hace falta aceptar que no hay alternativa al capitalismo para exigir un aumento del salario mínimo, no hay contradicción lógica entre abogar por una retirada inmediata y total de los territorios ocupados y una crítica del colonialismo israelí que no ignore sus poderosas operaciones a ambos lados de la Línea Verde. Sin embargo, hablar de una solución de dos estados al conflicto entre Israel y Palestina, frente al apoyo a las negociaciones con los líderes palestinos y unos asentamientos negociados, no casan bien con un análisis así.

El ángulo internacional

La reflexión anterior me lleva a la tenue conclusión que la sociedad israelí vive a ambos lados de la moneda colonial. Somos al mismo tiempo colonizadores y colonizados. Esto no es sorprendente o particularmente anómalo. La sociedad colonial a menudo está estratificada, y puede haber casi un continuo entre la base y la cima de la jerarquía colonial. Los que están cerca de la cima, como los príncipes aztecas bajo el virrey español, no por ello dejan de estar colonizados; su posición es comparable a la de la élite israelí.

O sea, cerca de la cima, pero no exactamente en ella. ¿Quién está allí entonces? Para responder a esta pregunta debemos ir más allá de las naciones y descender hasta las clases. El ápex de la pirámide colonial ciertamente está fuera del Oriente Próximo, en las alturas olímpicas donde habitan el G8, el FMI y la OTAN; las riendas las sostiene la burguesía globalizada. Este poder no reside sencillamente en Europa o USA (o Japón, por decir algo), sino que está en manos de aquellos que gobiernan esos países.

Volvemos al drama teatral en el que nosotros los israelíes debemos representar nuestro papel opuesto a los palestinos, iraníes, libaneses y muchos más. ¿Quiénes son los espectadores, y por qué disfrutan de la obra? ¿Por qué dedican tanto tiempo y energía la mente occidental y la izquierda occidental asistiendo a esta obra de teatro, analizándola e intentando influir en ella?

¿Podríamos hallar una analogía entre la forma en que los israelíes asisten a la lucha libre de colonos contra palestinos y la forma en la que los occidentales asisten a cómo lo acometen israelíes y árabes? La visión de este microcosmos anacrónico, ¿proporciona una catarsis? ¿Está la sociedad europea proyectando, sobre los únicos colonizadores descarados que aún existen después de la muerte del apartheid sudafricano, sus sentimientos de culpa por su fracaso a la hora de hacerle frente al imperialismo en su siniestra variante doméstica?

El desarrollo de una política anticolonialista

¿Cómo podría un anticolonialismo más sutil impregnar la política de los activistas radicales, israelíes e internacionales? A los palestinos los excluyo a propósito de la pregunta, pues este artículo lo escribo a modo de comunicación entre israelíes y europeos. Es posible que el colonialismo haya adoptado en Israel una forma grotesca y atávica, pero es parte del sistema mundial igual que la participación francesa en África. Esto significa, ante todo, que los europeos deben responsabilizarse de la íntima colaboración entre sus propios gobiernos con el neo colonialismo en Oriente Próximo y con su fiel aliado, el Estado israelí. Los activistas usamericanos, tal vez por estar más alienados de su propia élite, se han vuelto más exigentes en la era de Bush. Pero en Europa, los beneficios económicos y políticos que ha recogido la burguesía europea gracias a su apoyo a Israel no se suelen cuestionar. No hay razones por las que esto no deba cambiar.

A ambos lados del Atlántico, las exigencias para que se detenga el tratamiento preferente que recibe Israel han tratado este tratamiento como una especie de regalo irracional, y no como una maniobra en interés personal, que obviamente es (5). Esta postura se parece muchísimo a las diversas teorías conspirativas que rodean al «lobby judío», y el camino que lleva desde éstas al anti semitismo declarado es bastante corto.

Para los israelíes, política anti colonialista significa adoptar una perspectiva más amplia. Significa mirar más allá de las diversas «soluciones» de Estado encuadradas dentro del marco del capitalismo neo liberal hacia la articulación de una lucha conjunta con los palestinos y otros árabes contra la reacción, sea neo liberal o fundamentalista. Significa dejar de ver la «comunidad internacional» como un árbitro justo, y avanzar hacia una visión de alianza con movimientos sociales del tercer mundo; incluido el tercer mundo de inmigrantes y disidentes en las tripas de la bestia imperialista, e incluyendo también trabajadores, mujeres, minorías étnicas y otros grupos oprimidos en Oriente Próximo.

Todos nosotros, y esto vale también para los palestinos, debemos recordarnos a nosotros mismos que, sin una política globalizada que exija la redistribución a escala mundial, los intentos por remediar la situación en Israel / Palestina no harán más que incrementar el poder explotador de las burguesías árabes, israelíes y globales sobre nosotros, los demás. Debemos resistirnos a una imitación facilona de la experiencia de la descolonización europea, que puede conducirnos hacia «soluciones» nacionales reformistas. Debemos vincular el derecho al retorno de los refugiados palestinos con la lucha que los inmigrantes y refugiados libran en todo el mundo por los derechos humanos. Debemos pensar a largo plazo sobre las posibles vidas de los israelíes judíos en un Oriente Próximo post sionista, y debemos conseguir que esta eventualidad deje de ser una amenaza apocalíptica y se convierta en una alternativa viable.

La proporción de trabajadores migrantes en la población israelí es ya una de las más elevadas en el mundo desarrollado. A estos africanos, latinoamericanos y asiáticos se los ha traído aquí para que sustituyan a los palestinos molestos, a los que hemos encarcelado detrás de un muro; se los embarca periódicamente para asegurarse de que no se les ocurran ideas. Así, el Levante en la actualidad vuelve a ver el movimiento de poblaciones por el hambre y la violencia, una táctica imperialista que esta parte del mundo conoce desde los días del imperio asirio. El combate de los palestinos y de los pueblos oprimidos en Israel puede, y debe, llegar a formar parte de una lucha más amplia por conseguir un mundo sin fronteras y sin amos.

Notas

(1) El «colonialismo dentro del colonialismo» (véase más abajo) de la ocupación de 1967 tiene un aspecto lingüístico. Mientras la palabra moshava (colonia) y los términos yishuv (asentamiento) y mityashvim (colonos), relacionados lingüísticamente, se ven hoy en día como políticamente neutros y conservan en la cultura israelí una connotación positiva, aunque un poco ingenua, los asentamientos en Cisjordania y Gaza se llaman ihitnah’aluyot, una palabra que tiene una raíz distinta que recuerda la colonialismo hebrea de Canaán en el Antiguo Testamento. Este epíteto, que los colonos (mitnah’alim) originalmente llevaban con orgullo, ha adquirido, como es natural, una connotación negativa a lo largo de los años, y los propios colonos prefieren ahora las palabras n negativa a lo largo de los años, y los propios colonos prefieren ahora las palabras yishuv y mityashvim.

(2) Siguiendo la definición de Dictionary.com Random House, inc.

(3) También conquistó la Península de Sinaí (desde Egipto) y los Altos del Golán (desde Siria). No hago referencia esto aquí.

(4) En Israel, a los judíos no se les permite casarse con no judíos. El Estado sólo reconoce estos matrimonios si se celebran en el extranjero.

(5) Por ejemplo, la mayor parte del dinero que se envía a Israel en concepto de ayuda militar vuelve a Occidente como adquisiciones de armas.

El autor es un activista de izquierdas israelí. Gracias a Eliat Maoz por sus importantes comentarios y sus críticas. [email protected]

http://www.hagada.org.il/eng/modules.php?name=News&file=article&sid=159

Anahí Seri es miembro de Cubadebate y Rebelión.