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El Ecuador frente a la problemática ambiental

Fuentes:

…la paz entre hombre y hombre y entre hombre y naturaleza es algo más que la ausencia de lucha; es el logro de una armonía y unión verdaderas, es la experiencia de la expiación y redención, de ser uno con el mundo y dentro de uno mismo; es el fin de la alienación, el retorno […]

…la paz entre hombre y hombre y entre hombre y naturaleza es algo más que la ausencia de lucha; es el logro de una armonía y unión verdaderas, es la experiencia de la expiación y redención, de ser uno con el mundo y dentro de uno mismo; es el fin de la alienación, el retorno del hombre a sí mismo.
Erich Fromm

La situación actual del Ecuador en los campos político, socioeconómico y ambiental, revela, sin lugar a dudas, el fracaso de las políticas neoliberales[1] y la consecuente agravación de las condiciones de vida de la población. La crisis aguda que vive el país es efectivamente el resultado de un problema evidente de no desarrollo, que afecta hoy a toda América Latina. En el presente artículo, la reflexión desarrollada no tiene como objetivo explicar las razones del mal desarrollo latinoamericano[2] sino poner en evidencia las contradicciones entre prosperidad económica y equilibrio ecológico en el Ecuador. No obstante, para analizar la problemática ambiental es necesario considerar el contexto económico internacional. Por lo tanto, no hay que olvidar que a inicios de este nuevo milenio, la economía mundial se caracteriza por la liberalización y la desreglamentación de las economías nacionales, el control de la inflación y la recuperación del crecimiento en la mayoría de los países occidentales. Asistimos igualmente a la emergencia de dos nuevas potencias económicas mundiales: la China y la India, que desempeñan ya un papel fundamental en las relaciones comerciales internacionales. Por otra parte, al imponer el modelo neoliberal a la mayoría de economías nacionales, la lógica capitalista ha provocado también la persistencia del desempleo masivo, el aumento de las diferencias entre el «Norte» y el «Sur», el agravamiento de las desigualdades al interior de los países, la sobreexplotación y el agotamiento de las riquezas naturales y la contaminación del planeta. No se puede ocultar que vivimos a nivel mundial una gran paradoja entre la búsqueda permanente de crecimiento económico y la destrucción del ambiente y de los recursos vitales. ¿Cómo seguir satisfaciendo nuestras necesidades sin afectar el porvenir de las generaciones futuras? ¿Es posible alcanzar un equilibrio entre bienestar material y protección de los recursos naturales? La respuesta a estas interrogantes resulta bastante compleja. El análisis que llevaremos a cabo no pretende dar soluciones infalibles a la problemática ambiental sino explorar la situación ecuatoriana con el objetivo de demostrar que las contradicciones entre rentabilidad económica y equilibrio ecológico pueden ser superadas.

La economía y la ecología son dos ciencias humanas estrechamente ligadas. La etimología nos muestra claramente la relación que existe entre estas dos disciplinas. La primera se interesa en el Hombre y en la manera de administrar (-nomía, del griego nomos) su «casa» (eco-, del griego oikos), sus recursos, su territorio. La segunda tiene como objetivo la comprensión (-logía, del griego logos) de las relaciones entre los individuos y su medio. Aquí, sería más conveniente hablar de ecología política ya que nos referimos en particular a la especie humana. Por lo tanto, si la economía atañe al Hombre y a la gestión de su territorio y la ecología, a la adaptación del Hombre a su ambiente, no existe a priori ninguna contradicción entre estos dos conceptos, sino una complementariedad fundamental para la comprensión de la organización económica, social y política. No obstante, en la práctica, constatamos que la racionalidad económica conduce a la sobreexplotación de las riquezas y provoca a menudo graves desequilibrios ecológicos[3]. Dentro de una perspectiva de desarrollo sostenible[4], el análisis de las interrelaciones entre actividad económica y equilibrio ecológico, resulta indispensable. Es importante poner de manifiesto la incidencia de la economía en la utilización de los recursos naturales y la protección de los ecosistemas al igual que las consecuencias económicas y sociales de los problemas ambientales[5]. Lejos de la complementariedad teórica, los antagonismos entre ecología y economía son el resultado de la incapacidad de la política para acercar estas dos ciencias humanas y armonizar las políticas ecológicas y económicas. Hemos de reconocer que la política (del griego polis, ciudad), como construcción y organización de la sociedad, ha incentivado durante mucho tiempo el progreso material sin preocuparse por la armonía ecológica[6].

Ante las consecuencias humanas y ambientales desastrosas del tipo de desarrollo neoliberal, las relaciones entre desarrollo, cultura y ambiente son fundamentales para el establecimiento de modelos socialmente justos y ecológicamente equilibrados. El mejoramiento del bienestar de las poblaciones, el uso racional de los recursos naturales, la protección de la naturaleza y el respeto de las generaciones futuras, constituyen por lo tanto la clave de nuestras sociedades. A partir de la Conferencia de Río de 1992, los riesgos planetarios se han convertido en una preocupación capital para la comunidad internacional. Hoy, diez años después de la firma del Protocolo de Kioto, el calentamiento del planeta vuelve a aparecer como un tema fundamental para las grandes potencias del G-8. Las expectativas son grandes frente a la necesidad de reducir la emisión de gases a efecto invernadero y la dificultad de modificar el modo de vida de las naciones industrializadas, principales productoras de dichos gases. A nivel nacional, dentro de una óptica de desarrollo sostenible[7], cada vez más países buscan introducir la lógica ambiental en sus políticas gubernamentales a través de la constitución de movimientos políticos ecologistas o mediante la creación, dentro de los partidos tradicionales, de programas ambientalistas. En América Latina, en la mayor parte de los países, los movimientos ecologistas forman parte de una dinámica ciudadana o asociativa de protección del medio ambiente, sin alcanzar todavía responsabilidades políticas concretas[8]. Dentro de este contexto, sería interesante analizar los resultados de la actividad ecologista en América Latina para responder a una de las mayores interrogantes relacionadas con el tema ecologista: ¿Es necesario un partido «verde» para poner en marcha políticas favorables al equilibrio ecológico? La respuesta es sumamente compleja ya que depende del grado de sensibilidad de los responsables políticos y de la capacidad de las asociaciones u organizaciones no gubernamentales para proponer alternativas durables de desarrollo.

En lo que respecta al caso ecuatoriano, podemos preguntarnos ¿cuáles podrían ser las respuestas de los actores políticos frente a la problemática ambiental? En un país como el Ecuador, donde la economía depende esencialmente de la explotación de recursos naturales y la exportación de materias primas, ¿se puede acaso incentivar un desarrollo verdadero sin tomar en cuenta los desequilibrios ecológicos?

Para abordar el tema ambiental en el Ecuador, es necesario considerar la realidad compleja del país y poder establecer lazos claros entre sociedad, economía y ambiente. La primera constatación es bastante pesimista: el país depende económicamente de la explotación de sus recursos naturales y la protección del medio ambiente no desempeña un papel significativo en la elaboración de programas políticos y económicos[9]. A pesar de que existan numerosas leyes[10], convenios y tratados internacionales, tanto los responsables políticos como los ciudadanos en general siguen mal informados y muestran muy poco interés en proponer verdaderas alternativas.

Las políticas económicas en el Ecuador siempre han tenido como fundamento el carácter inagotable de los recursos naturales. Desde la época colonial, la explotación de estas riquezas es considerada como el principal medio de enriquecimiento. A partir de finales del siglo XIX, frente a la especialización internacional del trabajo, la economía ecuatoriana, al igual que la mayoría de países latinoamericanos, depende de sus recursos naturales y de la mano de obra barata para formar parte del mercado mundial. El modelo de desarrollo seguido por el Estado ecuatoriano se basa en el mito del progreso preconizado por los países occidentales[11]. Durante estos últimos treinta años, mediante la liberalización de los mercados, los países llamados «tercermundistas», «subdesarrollados» o «en vías de desarrollo» han buscado alcanzar un desarrollo que, sin embargo, no ha conducido a la reducción de las desigualdades. Al contrario, el abismo entre aquellos que aprovechan del sistema y aquellos que padecen de él se amplifica indiscutiblemente.

A partir de los años 1980, la lucha contra la crisis económica y la pobreza ha marcado profundamente las reivindicaciones sociales y las decisiones de los diferentes gobiernos ecuatorianos (Acosta, 1995). El crecimiento económico y el pago de la deuda externa constituyen por tanto los principales objetivos de los diferentes gobiernos. En cuanto a la población, ésta reivindica más que nada el aumento de su nivel de vida y no el mejoramiento de su calidad de vida. Además, la explotación forestal y petrolera, la producción intensiva de camarón, la pesca industrial y la producción de flores y de banano, constituyen las principales fuentes de divisas para el Ecuador. Pero, provocan igualmente daños ambientales considerables[12]. Las políticas estatales se llevan a cabo con el único objetivo de incentivar el sector económico en detrimento del equilibrio ecológico. Es por eso que todas las leyes y los convenios ratificados por el Ecuador para luchar contra la degradación de los medios y favorecer la gestión sostenible de las riquezas naturales, parecen insignificantes. Hoy nos encontramos ante un nuevo dilema: con la disminución implacable de las reservas petroleras, se está impulsando un nuevo combustible a base de aceite vegetal. A primera vista, esta solución parece sensata y conveniente desde el punto de vista ambiental. Sin embargo, se corre el riesgo de remplazar poco a poco los cultivos tradicionales por soya y ampliar la superficie cultivable para satisfacer la demanda nacional e internacional. El equilibrio ecológico se vería afectado nuevamente con la destrucción de espacios naturales y el establecimiento del monocultivo que, al provocar la disminución de la producción agrícola para el mercado interno, tendría consecuencias catastróficas en la alimentación de la población. En definitiva, si se quiere mejorar la situación ambiental en el país, es necesario actuar con moderación y así evitar excesos que perjudiquen el equilibrio entre el hombre y su medio. No se trata, por supuesto, de reducir por completo nuestro impacto sobre el planeta puesto que sería totalmente imposible. La base de un verdadero desarrollo sostenible radica sobre todo en la creación y la aplicación de medidas que logren fortalecer los lazos entre economía y ecología, y en la concientización de todos los actores económicos frente a la problemática ambiental.

Aunque se pueda constatar una falta de interés general ante la destrucción de los ecosistemas y la disminución de la calidad de vida de los habitantes, cabe notar la presencia de grupos socioculturales muy activos en lo que respecta a la protección de la naturaleza. Conscientes de los lazos que existen entre la conservación de su medio y su supervivencia, los pueblos indígenas y afroecuatorianos reclaman sin cesar el respeto de su hábitat para la continuidad de su cultura[13]. Desgraciadamente tanto la clase política como la mayoría de los ecuatorianos, ignoran sus reclamos. Sin embargo, es seguro que la participación activa del conjunto de la población produciría verdaderos cambios. Para enfrentar y actuar ante los desequilibrios ecológicos que afectan al país, sería necesario que la colectividad ecuatoriana tomara conciencia de que la destrucción total de los medios naturales y la degradación de las condiciones de vida en medio natural, rural y urbano, corresponden al grado más elevado de pobreza. Es evidente que no se trata de impedir la utilización de las riquezas nacionales sino de administrarlas de manera más eficaz.

Hoy en día, las iniciativas de concienciación de la población son incentivadas principalmente por organizaciones no gubernamentales[14]. Para responder a la pasividad del Estado y a las exigencias de los organismos internacionales, las ONG ecuatorianas y extranjeras crean y ejecutan programas que permiten proteger y conservar los ecosistemas al igual que promover el desarrollo sostenible de las regiones en las que trabajan. Uno de los principales objetivos de estas instituciones es implicar mayormente a las poblaciones locales en la gestión de sus recursos naturales. El trabajo emprendido por las diferentes ONG en el Ecuador es indispensable en los campos de la asistencia técnica, la prestación de servicios, la formación, la planificación y la creación de proyectos. No obstante, estas campañas no se dirigen sino a grupos minoritarios dejando a la mayor parte de la población al margen de las preocupaciones ambientales. Además, a pesar de que sus actividades desempeñan un papel capital en este ámbito, la mayoría de las ONG tienen grandes dificultades para realizar proyectos de gran alcance y sus actividades conocen algunos límites. Las más activas orientan sus programas hacia la protección de los bosques tropicales, interesándose mucho menos en las zonas urbanas, rurales y montañosas, que también son víctimas de las actividades humanas. Esta elección traduce seguramente el interés por la conservación prioritaria de los ecosistemas ricos en biodiversidad por parte de los organismos internacionales que financian los proyectos. Se dejan de lado entonces los problemas de ecología urbana y rural que afectan sobre todo las condiciones de vida de los habitantes. Por otra parte, sus conocimientos y sus experiencias no siempre se concretizan en propuestas políticas. La ausencia de difusión de los resultados obtenidos reduce las posibilidades de compartir victorias y fracasos con otros actores sociales. Esta situación puede explicarse tal vez por la falta de medios financieros para la comunicación o por la escasa colaboración que existe entre las diferentes organizaciones ambientalistas. En todo caso, su participación y sus esfuerzos conducen cada vez más a la sensibilización de la población frente a los problemas ambientales. Para alcanzar un grado de conciencia ciudadana que permita dinamizar las acciones en favor del mejoramiento de las condiciones de vida de la población, es indispensable que se lleve a cabo una reflexión acerca de lo que significa la «ecología política». No se trata de un concepto simple, al contrario, la complejidad de esta noción nos conduce a reducirla a la lucha ambientalista y a olvidar que es una ciencia pluridisciplinaria a través de la cual podemos analizar las relaciones que existen entre el Hombre y su medio[15]. La cuestión es saber cómo comemos, cómo trabajamos, cómo nos desplazamos, cómo nos divertimos, en definitiva, cómo vivimos. Todas nuestras actividades van marcando nuestro territorio. Nos vamos apropiando del espacio para adaptarlo a nuestro modo de vida y satisfacer nuestras necesidades. Es precisamente esta búsqueda incesante de satisfacción la que nos hace olvidar el impacto de nuestras actividades sobre nuestro medio. Nos encontramos frente a una de las más importantes contradicciones de nuestra época: ¿es posible conciliar equilibrio ecológico y sociedad de consumo? Esta conciliación parece utópica ya que estos dos hechos son por el momento totalmente incompatibles. El caso del Ecuador, como el de todos los países que sufren de problemas de indigencia, es un ejemplo concreto de la complejidad de la situación. ¿Podemos preocuparnos de ecología cuando se tiene que enfrentar el hambre, la violencia o la enfermedad? Aunque parezca imposible, la respuesta es afirmativa, ya que el error ha sido separar al individuo de su ambiente. Toda acción que permita mejorar nuestro espacio y equilibrar nuestra relación con el ambiente, tendrá consecuencias positivas en la calidad de vida y en la lucha contra la pobreza. Lo que Joan Martínez-Alier llama «ecologismo popular» o «ecologismo de los pobres» (Martínez-Alier, 1994), podemos considerarlo sencillamente como «sentido común». Efectivamente, recuperar el sentido común que conduce al ser humano a proteger su fuente de vida, es el fundamento del equilibrio y del desarrollo sostenible. Sentido común que hemos ido perdiendo al separarnos de la naturaleza, al considerar inagotables los recursos del planeta y al olvidar que la continuidad de la vida depende de nuestra capacidad para proteger el medio en que vivimos. Es quizás por esta razón que en América Latina, los grupos humanos que han permanecido cerca de su tierra y continúan viviendo en armonía con la naturaleza, son quienes han inaugurado el movimiento de protección de la biodiversidad. De hecho, en Ecuador, las comunidades indígenas de la Amazonía constituyen uno de los grupos más activos en la defensa ambiental ya que asisten, a menudo impotentes, a la desaparición de su medio vital ante la presión económica de las empresas petroleras y madereras.

La crisis económica sin precedentes y la inestabilidad política alarmante que vive el Ecuador desde el año 2000, afectan de manera profunda a la población impidiéndole medir la amplitud de los desequilibrios ecológicos. Pero, aunque las reivindicaciones ambientales se manifiestan difícilmente cuando los conflictos socioeconómicos se agravan, el movimiento indígena permanece en pie de lucha y exige a las autoridades políticas impulsar los cambios necesarios para construir una sociedad más justa y más respetuosa de la naturaleza. Frente al agotamiento de los recursos naturales, la pérdida de las riquezas biológicas y la degradación de las condiciones de vida, el cuestionamiento y el remplazo del modelo económico neoliberal representaría el punto de partida de una nueva perspectiva de desarrollo sostenible, endógeno y participativo. Con la elección de Rafael Correa a la presidencia de la República en noviembre del 2006, se puede esperar que la sociedad ecuatoriana comience una era más prometedora. Profundamente convencido de la soberanía del pueblo ecuatoriano y de la necesidad de tomar decisiones radicales para mejorar la situación de los grupos desfavorecidos, el actual presidente podría impulsar transformaciones políticas, sociales y económicas para alcanzar el verdadero desarrollo del país. Dentro de esta perspectiva de cambio, en septiembre de 2008, el Ecuador ha dado un paso importantísimo al aceptar la nueva Constitución nacional, basada en el concepto kichwa sumak kawsay, el «buen vivir». Hoy, para que todo el pueblo pueda gozar de una vida digna, la participación ciudadana y la estabilidad política son la clave del proceso de cambio en el que se encuentra el país.

Bibliografía

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ARCOS, Carlos, Edison PALOMEQUE, El mito al debate. Las ONG en Ecuador, Abya-Yala, Quito, 1997.

Bansart, Andrés, Cultura – Ambiente – Desarrollo. El caso del Caribe insular, Universidad Simón Bolívar, Instituto de Altos Estudios de América Latina, Caracas, 1992.

Berreondo, Miguel, Los derechos medioambientales de los pueblos indígenas, Abya-Yala, Quito, 1999.

Bustamante, Teodoro [et al.], La ecología a la cola de la política, Abya-Yala, Quito, 2003.

Chomsky, Noam, Dominer le monde ou sauver la planète, Fayard, Paris, 2005.

Chomsky, Noam, Le profit avant l’homme, Fayard, Paris, 2003.

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Lipietz, Alain, Qu’est-ce que l’écologie politique ?, La Découverte, Paris, 1999.

Martínez-Alier, Joan, De la economía ecológica al ecologismo popular, Icaria, Barcelona, 1994.

Rist, Gilbert, Le développement. Histoire d’une croyance occidentale, Presses de Sciences Po, Paris, 2001.

Sarrade, Diana, Les problèmes environnementaux et leurs enjeux en Equateur, Tesina de Master en Estudios Latinoamericanos, bajo la dirección de Andrés Bansart, Universidad de Tours, Francia, 2002.

Serrano, Vladimir, Economía y ecología, Cedeco, Quito, 1987.

Suárez, José, 1992, Medio ambiente y salud en Ecuador, Fundación Natura, Quito.

Toledo, Víctor, «Latinoamérica: crisis de civilización y ecología política», www.ecologiasocial.com/biblioteca/ToledoCrisisEcologiaPolitica.htm

CIREMIA – Université de Tours (Francia)


[1] Las políticas neoliberales en América Latina han sido aplicadas desde los años 1970, pero es en 1990 dentro del contexto del Consenso de Washington, cuando se establece definitivamente el modelo neoliberal de desarrollo.

[2] La problemática entorno al desarrollo es analizada de manera muy interesante por Oswaldo de Rivero en su ensayo El mito del desarrollo. Los países inviables en el siglo XXI, publicado en Lima en 2001.

[3] Acerca de este tema, la bibliografía es abundante y la calidad científica bastante variable. Entre los análisis más interesantes y coherentes, podemos citar dos obras de Noam Chomsky: Le profit avant l’homme y Dominer le monde ou sauver la planète.

[4] Aunque el concepto de » desarrollo sostenible » plantee problemas a causa de la complejidad de la definición de los términos y la ambigüedad de sus objetivos (cf. Illich, [et al.], 2003.), aquí utilizaré esta noción para definir el proceso global de transformaciones individuales y colectivas que conducen al mejoramiento del bienestar des las generaciones presentes y futuras dentro de una situación ecológicamente armoniosa (Bansart, 1992).

[5] En el marco del Centro ecuatoriano para el desarrollo de la comunidad (CEDECO), Vladimir Serrano realiza una reflexión teórica muy interesante acerca de los lazos entre economía y ecología. Sin embargo, el autor analiza el caso ecuatoriano de manera bastante superficial (Serrano, 1987).

[6] Con relación a este tema, Noam Chomsky explora y estudia la historia política y económica internacional del siglo XX y explica concretamente cómo la política ha estado a menudo al servicio de la economía y, en particular, de la economía de mercado (Chomsky, 2003).

[7] En el informe Brundtland de 1987, publicado con el título Nuestro futuro, la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo emplea la expresión «sustainable development». En español se utilizan los términos «duradero», «sostenible» o «viable» pero el adjetivo «sostenible» es el que mejor asocia las ideas de durabilidad y viabilidad.

[8] En un artículo titulado «Latinoamérica : crisis de civilización y ecología política», el antropólogo mexicano Víctor M. Toledo analiza de manera concreta la problemática ambiental en América Latina. Artículo disponible en www.ecologiasocial.com/biblioteca/ToledoCrisisEcologiaPolitica.htm

[9] El ensayo La ecología a la cola de la política expone la evolución del rol de la ecología en la creación de políticas sociales y económicas a través de ejemplos en Europa y América Latina (Bustamante, [et al.], 2003).

[10] El 5 de junio de 1998, la Asamblea Nacional Constituyente aprobó una nueva Constitución ecuatoriana, en la que el Estado garantiza el derecho de sus ciudadanos de «vivir en un medio ambiente sano y ecológicamente equilibrado». El Estado reconoce también la necesidad de proteger los medios naturales frágiles y de asegurar a la población un marco de vida acogedor y favorable para un desarrollo sostenible. En mi tesina sobre la problemática ambiental aparecen todas las leyes, tratados y convenios relacionados con el medio ambiente (Sarrade, 2002: 60-65).

[11] El mito del desarrollo como ideal occidental ha sido analizado de manera clara y pertinente por Gilbert Rist en su ensayo sobre el desarrollo como un mito occidental (Rist, 2001).

[12] La asociación «Fundación Natura» publicó en 1992 un excelente trabajo acerca de las relaciones entre salud y medio ambiente en el Ecuador. A través de este estudio, podemos darnos cuenta de las consecuencias dramáticas ciertas actividades económicas sobre la salud de la población (Suárez, 1992).

[13] La evolución y la situación actual de los derechos ambientales así como su importancia en la supervivencia de los grupos indígenas de la región amazónica son analizados por Miguel Berreondo (Berreondo, 1999).

[14] En el libro El mito al debate. Las ONG en Ecuador, Carlos Arcos y Edison Palomeque se cuestionan acerca de la pertinencia de las acciones llevadas a cabo por las organizaciones no gubernamentales instaladas en el territorio ecuatoriano. Efectivamente, se preguntan en qué medida los programas que éstas realizan constituyen una alternativa a la acción estatal y si tienen la capacidad para responder a las necesidades del país (Arcos, Palomeque, 1997).

[15] El ecologista y responsable político francés Alain Lipietz, en su ensayo acerca de la significación de la «ecología política», pone en evidencia la complejidad del concepto y nos permite comprender la clave de la problemática ecologista (Lipietz, 1999).