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El enfermo y marginario

Fuentes: Rebelión

marginario, ria. 1. m. y f. Persona que, para subsistir, se ve obligada a vivir al margen; en particular, al margen geográfico de su país de origen, en busca de una ocupación remunerada.   Ni ferroviaria, operario, funcionaria… y, mucho menos, bancaria, propietario, subsecretario o dignataria. El marginario, o la marginaria, no es sólo -según […]


marginario, ria.

1. m. y f. Persona que, para subsistir, se ve obligada a vivir al margen; en particular, al margen geográfico de su país de origen, en busca de una ocupación remunerada.

 

Ni ferroviaria, operario, funcionaria… y, mucho menos, bancaria, propietario, subsecretario o dignataria. El marginario, o la marginaria, no es sólo -según esta propuesta terminológica- una persona marginada, es quien no consigue ser nada de aquello que quiere y para lo que está capacitada, en su país, y decide, a menudo al borde de la desesperación, ir a otro, desarraigarse, en busca de un trabajo retribuido.

Aquí me referiré en particular a los marginarios respecto a España: los que salen, y los que entran. Los marginarios salientes (emigrantes) suelen ser un alivio para cualquier Estado: si tienen algún éxito, ayudan a bajar las cifras del paro y mandan divisas. Los marginarios entrantes son los inmigrantes no regularizados, y, aunque sean vistos con recelo, a la postre también resultan muy provechosos, pues, salvo que tomen la vía de la delincuencia (que son los menos, y son asimismo útiles para justificar la represión), no tienen otra que hacerse cargo, a cambio de salarios míseros, de trabajos u ocupaciones habitualmente rechazados por los locales, incluyendo la prostitución; es decir, se les puede explotar a conciencia.

El gobierno del Partido Popular, no contento con el beneficio que obtiene de ambos grupos de marginarios, y en línea con las actitudes despiadadas que muestran las autoridades de otros países europeos «avanzados», ha decidido estrujarlos un poquito más, para que el Estado no soporte la carga que suponen estas personas que, total, son unos fracasados que no han sabido mantenerse en su sitio y, además, suelen ser jóvenes y por lo tanto sanos pese a su deficiente alimentación y calidad de vida. Así que a todos les ha concedido un extra de marginación:

«¡Fuera de la sanidad pública! Ahora, ¡enfermad, enfermad, malditos!, que nos dará igual, no nos gastaremos en vosotros lo que necesitamos para los bancos; el dinero de un país es limitado y de algún lado tiene que acabar saliendo el necesario para seguir subiendo el que reciben los altos cargos. Malditos marginardos. ¿Eres uno de ellos?: cúrate y cicatriza como puedas. Ser marginario y enfermo es demasiado lujo: con atenderte en casos de urgencia vas que ardes. O bien recurre, amado infeliz, no a la justicia, sino a la caridad, que para eso está y por eso somos tan buenos que -como los socialistas- no le recortamos ni un céntimo, sino al contrario, a quien más disfruta ejerciéndola con una pequeñísima parte del dinero público que le damos, la Iglesia (que, por cierto, el 19 de enero celebra la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado).»

Claro que este discurso se enmascara un poco (si nos fijamos, tampoco tanto), pero el recuerdo de Molière en el 392 aniversario de su nacimiento (el 15 de enero) nos ayuda a ser conscientes de que, aunque nuestros tartufos en el poder político parezcan hombres y mujeres ilustrados, no dejan de ser preciosas ridículas, burgueses gentilhombres y avaros bastante estúpidos. En efecto, estas marionetas bailando sin fin en la cuerda del capitalismo, son necias en este asunto porque no caen en la cuenta de que pueden llegar a perjudicarse ellos mismos y los suyos, los acomodados con plenos derechos: quizás el coste de los tratamientos de urgencia por la ausencia de una medicina de cabecera (y de diagnósticos tempranos) se eleve por encima de lo ahorrado, y tal vez aumenten las enfermedades contagiosas. Revistas médicas como The Lancet nos vienen avisando sobre el peligro, por estas causas, de posibles epidemias y de una crisis de la sanidad pública española. Pueden llegar a extenderse enfermedades como la tuberculosis, la malaria, el dengue y la fiebre amarilla. Como ha declarado Elena Urdaneta, de Médicos del Mundo (asociación que, al igual que Médicos sin Fronteras, se ha destacado en la defensa de los derechos sanitarios de los migrantes), «se puede excluir a las personas, pero no se puede excluir a las enfermedades». Por tanto, este caso, además de poner de manifiesto que, a quienes nos manejan, la vida de las personas de verdad (no los «concebidos») les trae al fresco si son inermes, tiene su punto divertido, pues han perdido una estupenda ocasión para disimularlo.

Sin embargo, el gobierno español parece sentirse así en sintonía con Europa, con la que comparte un problemilla en el caso de los marginarios no regularizados: según recoge un informe del Consejo Europeo de Exiliados y Refugiados, muchas de las personas que malviven en Europa fuera de sus países de origen ni siquiera podrían, «por razones que escapan a su control», regresar a ellos aunque quisieran; estos migrantes a los que se niegan derechos básicos resultan «inexpulsables».

Afortunadamente, gobiernos autonómicos como los de Andalucía y Asturias se están rebelando contra estas y algunas otras decisiones que acercan más y más los gobiernos del Partido Popular a la ultraderecha más implacable con los desheredados, con la morralla que se les antoja más inofensiva porque se calla (o no se la oye, está desorganizada). Aunque insuficientes, son alentadores estos síntomas de dignidad no sólo en ciertas instituciones, sino en algunos ciudadanos de a pie, como los que constituyen las plataformas Stop-desahucios y los vecinos del Gamonal de Burgos.

Ojalá se encuentre la forma de que los marginarios, con la solidaridad de acomodados decentes, empiecen/empecemos a darle a los gobernantes indignos, y a quienes los manejan y sostienen, la murga, aquella murga de Carlos Cano: Falote, que ya’sta bien de chupar del bote, así que Ramón, hay que acabar con tanto bribón. Pero, ¿es esto siquiera posible en el sistema actual, si no es burlando los mecanismos de control y represión? Tendrá que serlo, de una forma o de la otra (la gamonaliana), pues urge que al presidente de turno y a sus cómplices les hagamos entender que con la sanidad, así como con la educación, la vivienda, la justicia,… con el simple derecho a una vida digna, se han pasado de rosca reaccionaria. Y que no lo admitimos, por lo que, mientras tengamos que soportarlos, les daremos con el tran tracatrán pico pala chimpón y a currelar… al servicio del personal: serán, como podría haber dicho Molière, los políticos a palos (estos, metafóricos y democráticos, pero bien fuertes).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.