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El estigma del capitalismo depredador

Fuentes: Rebelión

Un informe desolador entregó en febrero pasado el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), donde se concluye que el calentamiento del planeta es inevitable y el nivel del mar seguirá subiendo durante más de un siglo, aunque se detuvieran hoy las emisiones de gases de efecto invernadero. El organismo perteneciente a la Organización de Naciones […]

Un informe desolador entregó en febrero pasado el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), donde se concluye que el calentamiento del planeta es inevitable y el nivel del mar seguirá subiendo durante más de un siglo, aunque se detuvieran hoy las emisiones de gases de efecto invernadero. El organismo perteneciente a la Organización de Naciones Unidas (ONU), conformado por 2 mil 500 científicos de 120 naciones, prevé nuevas inundaciones, olas de calor, deshielos y aumento del nivel del mar. Pero eso no es todo: la segunda parte del IV Informe del IPCC divulgado el 6 de abril en Bélgica, sostiene que el fenómeno climático provocará además la extinción del 20 al 30 por ciento de todas las plantas y animales, en los próximos 50 años. Paralelamente, el mundo enfrentará sequías, inundaciones, hambrunas y la proliferación de enfermedades tropicales como malaria y dengue.

El panorama no puede ser más desalentador para el futuro de la especie humana. Sin embargo, George W. Bush, presidente de Estados Unidos – nación que genera el 25 por ciento de los gases de efecto invernadero del mundo – se ha negado sistemáticamente a suscribir el Acuerdo de Kyoto y a tomar cualquier medida tendiente a mitigar el desastre. El estilo de vida norteamericano no puede ser alterado, aunque haya que invadir países, multiplicar guerras y destruir el planeta. En ese intento Bush no está solo. Cuenta con el apoyo de las grandes potencias, las instituciones financieras internacionales, las transnacionales y la complicidad servil de algunos gobiernos del tercer mundo.

En este escenario, los medios de comunicación hacen su propio negocio. Dan a conocer de manera profusa y sensacionalista los efectos del fenómeno climático, pero esconden sus causas, cual avesados prestidigitadores. Desvinculan el tema ambiental del modelo económico y lo vacían de sentido. Lo presentan como un problema a resolver por científicos, ambientalistas o ecologistas, en circunstancias que el desastre ambiental es consecuencia directa de un sistema donde prevalece el consumismo desenfrenado y el lucro.

En este contexto, cabe preguntarse si existe posibilidad de revertir el desastre climático dentro del modo de producción capitalista, donde el ser humano y la naturaleza son reducidos a simple mercancía. ¿Constituye el informe del IPCC la voz de alerta definitiva, que plantea a la humanidad la urgente necesidad de construir una alternativa al capitalismo? Si es así, ¿cuál es y qué características debe tener esa alternativa?

Para Olga Fernández Ríos, académica e investigadora del Instituto de Filosofía de Cuba y de la Universidad de La Habana, doctora en ciencias filosóficas y miembro de la Academia de Ciencias de Cuba, quien en la actualidad se desempeña como consejera académica de la Embajada de Cuba en Chile, en el informe del IPCC y anteriormente en la Cumbre de Río, se concluyó que la actividad humana es una causa fundamental del deterioro ambiental. «Yo precisaría que no es toda actividad humana, sino aquella íntimamente vinculada con un desarrollo capitalista irresponsable. Existe una estrecha relación entre los problemas ambientales y los de carácter político y socioeconómico. Se ha impuesto el concepto errado que es un tema que sólo concierne a los científicos, naturalistas o ecologistas, en circunstancias que es un fenómeno instalado históricamente en el centro del desarrollo de la sociedad humana. Es fundamental comprender que la situación de catástrofe ambiental ha sido provocada por la voracidad irracional del capitalismo, y por tanto, no hay posibilidad de solución dentro del sistema. Se requiere un nuevo paradigma de desarrollo basado en la sostenibilidad y la protección del medio ambiente».

¿Podría profundizar sobre el rol que ha jugado el capitalismo en la crisis ambiental?

«El sistema se ha desentendido históricamente de la racionalidad en el uso de los recursos energéticos. En la primera mitad del Siglo XIX, en plena revolución industrial – proceso que tuvo un peso decisivo en el desarrollo ulterior del capitalismo – la utilización indiscriminada de tecnologías contaminantes en la producción de manufacturas generó graves consecuencias. Un caso emblemático, ocurrió en Manchester, Inglaterra, donde los altos niveles de contaminación, provocaron una disminución importante en la expectativa de vida de la época. Desde entonces, en el desarrollo capitalista ha primado un gran interés consumista, la obtención de ganancia a cualquier precio y un total menosprecio por el ser humano y la protección de la naturaleza. En los procesos de colonización imperialista, producto de la propia expansión capitalista, se destruyeron territorios, recursos e incluso poblaciones enteras de pueblos originarios».

Un caso concreto de lo que usted plantea se ha vivido en las innumerables guerras expansionistas que asolaron el planeta durante el siglo XX y en la actualidad.

Efectivamente. La Primera y Segunda Guerra Mundial fueron expansionistas con un marcado carácter imperialista. Cambió el mapa mundial producto de la usurpación de territorios, en un contexto de completo desprecio por el ser humano y el medio ambiente. Los bombardeos atómicos de Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki son un ejemplo desolador: más de 200 mil personas muertas instantáneamente, graves secuelas como cáncer, leucemia, malformaciones, además de daños sicológicos que persisten hasta hoy. Este hecho ocasionó daños irreparables para la humanidad en su conjunto, por lo que significó desde el punto de vista humano, ético y político. Lamentablemente, después vino Vietnam, Afganistán, Irak y todo parece indicar que el próximo objetivo es Irán. Tenemos suficientes elementos que permiten determinar que las políticas capitalistas e imperialistas, de exterminio masivo, de explotación desenfrenada de los recursos naturales, son también responsables de la catástrofe climática».

La alternativa del socialismo

Usted plantea que se requiere un nuevo paradigma de desarrollo basado en la sostenibilidad y en la protección del medio ambiente. Ello significa necesariamente la construcción de una alternativa al capitalismo. ¿Es el socialismo esa alternativa?

«Desde mi punto de vista el socialismo es esa alternativa. La situación ambiental está vinculada a los problemas de carácter socio-económicos más agudos que vive la humanidad. Es producto de un desarrollo capitalista de siglos, que ha agotado toda posibilidad de revertir el daño provocado a la naturaleza y al ser humano como parte de ella. Enfrentamos un imperialismo global con una marcada tendencia unipolar. Un fenómeno, que si bien responde a algunos de los rasgos identificados por José Martí y Lenin, hoy asume nuevas características, a partir de la propia naturaleza individualista del sistema capitalista. Con la globalización, se han globalizado las políticas imperialistas y con ello sus efectos desastrosos en lo económico, social y ambiental. Vivimos un círculo vicioso donde la pobreza y la exclusión generadas por el sistema, amenazan la preservación del ambiente y al mismo tiempo la explotación irracional de los recursos naturales, contribuye a aumentar la miseria y la exclusión social. Más del 80 por ciento de los pobres pertenecen a países de América Latina y África, donde más de 14 millones de niños mueren anualmente, antes de los 5 años. No hay justificación científica y mucho menos política y moral para esta barbarie, cuando existe un desarrollo extraordinario de la ciencia. Pero aún hay más: mil millones de personas no tienen acceso a suministro de agua potable y a una salud digna. Las crecientes oleadas migratorias, los patrones de consumo irresponsables y desproporcionados, el tráfico de desechos sólidos a los países del sur, la deforestación, la contaminación de ríos y mares, el uso irracional y exclusivo de la energía nuclear para los países desarrollados, las guerras, las megaciudades, son resultado de las políticas imperialistas. Para esto no existen soluciones paliativas, aisladas o unilaterales. Se requiere producir un cambio estructural en las formas de producción, en el uso de la fuerza de trabajo humana y de los recursos. Un cambio sustancial de los patrones de desarrollo de la sociedad. Ésta es una tarea crucial e ineludible que tendrá que enfrentar el socialismo en el Siglo XXI».

Usted plantea el socialismo como alternativa, sin embargo, en la ex Unión Soviética y en los llamados socialismos reales, también se vulneró el medio ambiente. Tomando en cuenta éste y otros aspectos que determinaron la caída de ese bloque, ¿qué características fundamentales debe tener el socialismo en el siglo XXI?

«El socialismo en esas naciones adoleció de una serie de valores que son intrínsecos a la naturaleza misma de una sociedad socialista. Para no repetir errores, un aspecto central es el involucramiento del pueblo en la gestión de gobierno y en las decisiones de las principales políticas adoptadas en todos los terrenos. El socialismo debe ser esencialmente participativo y por tanto profundamente democrático. En Cuba, la democracia no se limita sólo a votar y al derecho a hablar: trabajamos por una sociedad inclusiva, basada en la justicia social. Democracia y desigualdad son opuestos, porque no puede haberla donde hay desigualdad y exclusión. Por ello, no existe democracia en el capitalismo. Un segundo elemento crucial se refiere al papel del partido. Éste no puede actuar por las personas, establecer políticas que sustituyan la individualidad. La correlación entre individuo y sociedad debe ser armónica: la sociedad socialista no puede menoscabar la individualidad sino potenciarla. Cada ser humano tiene que autorealizarse, a partir de condiciones y oportunidades concretas. En Cuba, nos esforzamos para lograr un desarrollo sustentable, que significa promover una calidad de vida superior para toda la humanidad, sin comprometer las perspectivas de desarrollo humano en los años y siglos venideros. De igual forma, el socialismo puede y debe jugar un rol fundamental en el campo internacional, contribuyendo a lograr relaciones más justas y equitativas. La Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), es un aporte concreto en esa línea, considerando que la búsqueda de equilibrios internacionales es fundamental para detener la voracidad sin límite del capitalismo, cuyo efecto más grave es la catástrofe ambiental».

¿Cómo han enfrentado en Cuba la preservación del medio ambiente?

«La revolución heredó una situación ambiental muy crítica. En 1959, había una décima parte de los bosques que existían a la llegada de los conquistadores y la industria azucarera había devastado grandes extensiones de tierras. Desde el triunfo de la revolución, se planteó la necesidad de fomentar un desarrollo científico que abordara de forma integral los desafíos que debía enfrentar un país bloqueado. Junto a una importante red de instituciones científicas, se creó la Comisión Nacional de Medio Ambiente que desarrolló un trabajo importante, pero no suficiente. En 1985, en el contexto del período de rectificación de errores y tendencias negativas, se elevó aún más la conciencia sobre el tema. Habíamos copiado algunos mecanismos soviéticos que era prioritario cambiar. No contábamos con regulaciones ambientales fuertes que reglamentaran aspectos como el vertido de residuos tóxicos de la industria azucarera en el mar. Posteriormente, a pesar de la crisis de los años 90, se implementaron muchas regulaciones ambientales. Se creó el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, que trazó una estrategia ambiental, en cuya elaboración participó el mundo político, instituciones científicas y de desarrollo tecnológico, instancias comunitarias y el pueblo, a través de diversas fórmulas de consulta popular. En el ministerio interpretaron en forma cabal las orientaciones de Fidel, estructurando una red nacional dedicada a la preservación del medio ambiente. A partir de entonces, se implementaron muchas medidas como el saneamiento de bahías, se profundizó la política de reforestación iniciada a comienzos del triunfo de la revolución y se perfeccionaron los mecanismos ambientales para autorizar cualquier proyecto de creación de industrias, hoteles u otras instalaciones».

Nuevo rol del partido

Erigir una alternativa al capitalismo no es un proceso espontáneo y con el derrumbe del campo socialista, entró en crisis el partido como herramienta para transformar la realidad. En la actualidad, el énfasis está puesto en potenciar los movimientos sociales donde se privilegia la horizontalidad en la relación. No obstante, si se analiza la crisis económica y de ingobernabilidad que enfrentó Argentina hace algunos años, podemos concluir que los movimientos sociales, sin una conducción política, no son capaces de generar un cambio de carácter estructural. ¿Qué tipo de instrumento se requiere para construir y proyectar el socialismo en el Siglo XXI?

«El socialismo para Marx, Engels, y en nuestro continente, Mariátegui, Ché Guevara, Fidel Castro y otros, no se limita a un cambio sólo económico. Se trata de un fenómeno de carácter cultural muy profundo, que implica una nueva forma de concebir al ser humano, otra concepción de lo social, de lo humano, del papel de las instituciones en la sociedad. Un cambio estructural de esa naturaleza, sólo es posible cuando los seres humanos están preparados y para lograrlo el papel del partido es fundamental. Un ejemplo claro, lo constituye el Partido Comunista de Cuba que nace y se desarrolla, a partir de condiciones concretas y particulares, con una vinculación estrecha entre las tradiciones nacionales y las concepciones marxistas. El partido debe ser un instrumento clave de la dirección política de la sociedad, que va más allá de intereses particulares o de carácter meramente electoral, como en la llamada democracia neoliberal. Cuando hablamos del desarrollo sostenible, necesitamos un partido que sea garante de ese desafío, que conlleva necesariamente educar a la población, introducir nuevos patrones de desarrollo social y de calidad de vida, que viabilice la participación ciudadana en todos los ámbitos».

Armando Hart, ex ministro de Educación y de Cultura de Cuba, en el libro «Cultura para el Desarrollo», plantea que uno de los aspectos que explica la capacidad de Cuba para resistir y lograr incluso profundizar el socialismo, es el enorme potencial educacional, científico técnico, artístico y cultural desarrollado por la revolución. ¿Comparte usted esta opinión? Si es así, ¿qué importancia le asigna a la cultura, al fortalecimiento permanente del denominado factor subjetivo, en el proceso de construcción y consolidación del socialismo?

«Comparto las posiciones de Armando Hart. En el siglo XIX José Martí expresó algo que ha sido clave para la revolución. ‘De pensamiento es la guerra que se nos abre. Ganémosla a pensamiento’, señaló. Ya entonces, había una cultura antiimperialista, de rescate de valores como la independencia y la soberanía, que se extendió hacia la primera mitad del Siglo XX. La Revolución Cubana es un fenómeno cultural, que no sólo posibilitó un cambio estructural en lo económico y en lo político. Dotó al pueblo de valores como la generosidad, solidaridad e igualdad y le entregó los instrumentos materiales y espirituales para su desarrollo educacional y cultural. Sin esos estímulos subjetivos, como plantea Hart, hubiese sido imposible avanzar hasta donde estamos. La ‘Batalla de Ideas’, planteada por Fidel el año 2000, no es un concepto abstracto. Se traduce en más de 100 programas orientados a lograr un mayor vínculo entre individuo y sociedad. Lo contrario de lo sucedido en otras experiencias socialistas, donde lo individual se diluyó en lo social. La ‘Batalla de Ideas’, es la culminación de una concepción que comenzó con la campaña de alfabetización en 1961, que incluyó además una reforma profunda a la educación. Por ello, uno de los grandes méritos históricos y aportes de Fidel – además de su capacidad para comprender el factor unidad como condicionante y requisito para el avance de la revolución – fue entender tempranamente que el socialismo implica un cambio cultural profundo, la promoción continua de valores que restituyen la dignidad al ser humano».