Es difícil adoptar una posición objetiva sobre el fenómeno religioso y su influencia social, sin dejarse influir por ideas preconcebidas, por el racionalismo burgués y por actitudes falsamente laicistas y eurocéntricas. Errores y actitudes en los que suele caer, con mucha frecuencia, buena parte de la izquierda, incluso de aquella que se autodefine como revolucionaria. […]
Es difícil adoptar una posición objetiva sobre el fenómeno religioso y su influencia social, sin dejarse influir por ideas preconcebidas, por el racionalismo burgués y por actitudes falsamente laicistas y eurocéntricas. Errores y actitudes en los que suele caer, con mucha frecuencia, buena parte de la izquierda, incluso de aquella que se autodefine como revolucionaria.
Todo esto suele llevar a menospreciar la importancia del factor religioso en la vida y en la lucha de los pueblos, así como a adoptar posturas arrogantes hacia quienes se considera como ignorantes, incultos y fanáticos. Al final, también suele ocurrir que quienes actúan así, en nombre del «progreso» y de la «democracia», acaban defendiendo al imperialismo y a la reacción. Por eso, en el caso del reciente golpe militar en Egipto, ha habido sectores de «izquierda» que lo han llegado a justificar, convirtiéndose en cómplices de la represión sistemática y del asesinato de cientos de personas.
La única manera de abordar un tema tan complejo como es el del fenómeno religioso (en este caso el islamismo) y su importancia social y política, es analizarlo en profundidad, con objetividad y teniendo en cuenta sus distintas implicaciones, para lo cual resultan imprescindibles los instrumentos y las categorías que nos proporciona la teoría marxista.
La religión es un reflejo de la realidad, deformado y mistificado. Forma parte de la esfera ideológica y, por ello, de la superestructura. Como ya sabemos, esta se encuentra determinada, en última instancia, por la base económica de la sociedad. Pero esto no sucede de forma mecánica y automática, sino que la superestructura posee una autonomía relativa respecto de la base económica sobre la que se erige y, por tanto, también ejerce una influencia recíproca sobre ella.
Es decir que aunque la superestructura esté determinada por la base económica, aquella, de una u otra forma, también condiciona (aunque de manera no determinante) a ésta, influyendo tanto en el desarrollo de las fuerzas productivas como en el de las relaciones de producción, favoreciendo o dificultando la evolución y el desarrollo de las propias contradicciones sociales, así como el de la lucha de clases.
El concepto de Oriente Medio no está definido con precisión. Normalmente, se suele considerar que pertenecen a dicha región algunos países africanos y del Mediterráneo oriental, como Libia, Egipto, Sudán y Turquía; y que se extiende hasta el Golfo Pérsico, comprendiendo a países como Líbano, Israel, Siria, Palestina y Jordania; así como Irak, Irán, Arabia Saudita, Baréin, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Omán, Qatar y Yemen. También se podría incluir en el concepto de Oriente Medio a Afganistán y a Paquistán. Por consideraciones geoestratégicas, EEUU ha acuñado un concepto más amplio que es el de «gran Oriente Medio» en el que, además de los países citados, también se incluiría al resto de los países del Magreb así como algunos de Asia Central y del Cáucaso.
Oriente Medio es el marco geográfico en el que surgieron las tres grandes religiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Pero, con el paso del tiempo y como consecuencia de una serie de hechos históricos que resultaría largo de relatar en este artículo, el islam llegó a convertirse en la religión dominante en toda esta región. Por ello, su influencia ha sido y sigue siendo esencial en esta zona del planeta.
Hay que tener en cuenta que, en general, las sociedades del Oriente Medio han tenido una base económica esencialmente agrícola y ganadera (pastoreo) o artesanal y mercantil, pre-capitalista. En ellas no ha tenido lugar una significativa acumulación previa de capital ni un proceso de industrialización endógeno. Y, aunque en las épocas de mayor esplendor, durante la Edad Media, tuvieron un desarrollo científico y cultural superior al del occidente cristiano, no llegaron a pasar por una fase de revolución tecnológica e industrial.
La religión y, más en concreto, el islam, ha constituido un elemento de cohesión social, de refugio y de resistencia, frente a las adversidades derivadas de la dominación extranjera y del colonialismo (especialmente el anglo-francés, aunque también el portugués, español, holandés, alemán o ruso), desde mediados del siglo XIX.
Con el colonialismo, estas sociedades sufrieron un fuerte impacto económico-cultural que provocó su desestructuración y que dislocó sus economías, impidiendo su propio desarrollo natural. El capitalismo les fue introducido desde el exterior. Se acabó con su agricultura de autosuficiencia y se les impuso nuevos cultivos foráneos. También se arrasó su incipiente manufactura. Los colonialistas orientaron la producción de estos países de acuerdo con las necesidades de sus respectivas metrópolis. Igualmente, el colonialismo introdujo en ellos unas formas de organización política, como el Estado nacional, que les eran desconocidas.
En esa situación, las redes sociales de solidaridad y ayuda mutua que se crearon a partir de las mezquitas, contribuyeron a atenuar la penosa situación de las masas populares en los países de Oriente Medio, aliviando las situaciones de extrema pobreza. La importancia de estas redes de asistencia social se ha acrecentado en los últimos años, como consecuencia de la crisis económica.
Con el desarrollo del capitalismo y el creciente predominio del capital financiero, sobre todo de sus sectores más parasitarios y especulativos, se han agudizado al máximo todas las contradicciones sociales (de clase, nacionales y de género), lo que ha conducido a que el factor religioso cobre una importancia aún mayor, si cabe, de la que hasta ahora ha tenido. Todo esto ha incidido de forma desigual sobre el conjunto del mundo islámico.
Este se encuentra dividido en dos grandes ramas. Una, la mayoritaria, es la sunnita. La otra, minoritaria, que viene a representar entre un 15 a un 20% de los creyentes musulmanes, es la chiíta. A su vez, cada una de ellas se subdivide en distintas escuelas islámicas (madhab´s) [1] o corrientes.
La rama sunnita se manifiesta en el plano político de dos maneras diferentes. Por una parte, el movimiento de los Hermanos Musulmanes, con fuerte presencia en Túnez, Egipto, Jordania, Palestina (franja de Gaza) y Turquía, de carácter moderado, que se ha adaptado a las estructuras socioeconómicas capitalistas y a la democracia parlamentaria burguesa. La otra, más radical tanto en el terreno religioso (se nutre del wahabismo y el salafísmo) como en el político, aspira a la instauración de Estados teocráticos feudales (emiratos islámicos) y a imponer por la fuerza la Sharia (ley islámica). Esta corriente es la yihadista, y es afín con las monarquías autocráticas semifeudales del Golfo Pérsico.
Podría decirse que el yihadismo es la expresión de la añoranza de un pasado glorioso (el califato) que subsiste, de algún modo, en el subconsciente colectivo [2] de un amplio sector de la sociedad islámica. Un sentimiento que se ha ido transmitiendo, muchas veces a través de relatos orales, de generación en generación, hasta nuestros días.
Por otra parte, resulta significativo que, si observamos el mapa de los flujos circulación de ideas, armas y combatientes yihadistas, lo que algunos autores llaman la «autopista de la insurgencia» (Alain Gresh y Dominique Vida), podremos ver que existe un «nudo» en la Península Arábiga, donde confluyen o desde donde se distribuyen los flujos procedentes de o dirigidos al Magreb (Marruecos, Túnez y Argelia), Libia y Egipto; Sudán, Eritrea y Etiopía; Yemen y Somalia; Emiratos Árabes y Omán; Palestina, Siria, Irak, Irán, Kirguizistán y Afganistán-Pakistán; así como Chechenia.
Hay que recordar que aproximadamente desde 1980, las potencias imperialistas occidentales y especialmente EEUU comenzaron a apoyar económica y militarmente a los muyahidines (guerrilleros islámicos) que luchaban en Afganistán contra las tropas rusas (1979-1992), y que el yihadismo tuvo su origen, precisamente, en ese movimiento armado. Es significativo que, aunque después de finalizada la guerra contra la URSS (1979-1992), los yihadistas comenzaron a enfrentarse a las potencias occidentales, en los últimos años su objetivo principal parece que ha pasado a ser el movimiento chiíta (y en algunas ocasiones también las minorías cristianas).
En cuanto a la rama chiíta, hay que decir que aunque es minoritaria en el conjunto de Oriente Medio, sin embargo, es mayoritaria en Irán, Irak, Baréin, Azerbaiyán y en el Líbano; y cuenta con importantes minorías en Afganistán y Pakistán, Yemen y Siria. También es significativo que, desde hace varios años, los creyentes de esta rama del islam estén siendo atacados sistemáticamente por los yihadistas (atentados contra mezquitas, mercados, ceremonias religiosas, etc.) que les están provocando una auténtica sangría.
Si antes, para entender la ideología yihadista, hablábamos del subconsciente colectivo, en lo que respecta a la añoranza de unos tiempo gloriosos ya pasados; ahora nos referiremos a otro componente de ese mismo subconsciente colectivo, en el caso de la rama chiíta. En este caso, habría que hablar de los movimientos igualitaristas que durante varios siglos de la Edad Media se desarrollaron en la zona en la que hoy día es mayoritario el chiísmo.
Así, como antecedente más remoto nos tenemos que referir al movimiento mazdaquita, en el Irán pre-islámico (siglos V y VI). Posteriormente, ya en la época islámica, en el siglo VIII, estallaron varios movimientos entre los que debemos citar al de Simbad el Mago (754), al de Al-Muqanma (el «profeta oculto»), en el Jurasán iraní (777), al de Babek, también en el Jurasán y en Armenia (primeras décadas del s. VIII). Entre los siglos VIII y X el movimiento de los esclavos negros, los zanny, en la baja Mesopotamia, cuyo apogeo se situó entre 868 y 883. Por último, nos referiremos al movimiento Cármata que llegó a instaurar una especie de proto-Estado socialista en Irak y Baréin, entre el 900 y el 950. Salvo el movimiento mazdaquita, todos los demás estuvieron promovidos o apoyados por alguna de las corrientes chiítas.
Todo lo cual nos lleva a la conclusión de que en el subconsciente de estas últimas, a diferencia de lo que ocurre con las de carácter sunnita, existe un componente que podríamos calificar de «progresista» y que podría ser lo que las ha llevado a adoptar unas posturas objetivamente más enfrentadas al imperialismo y al sionismo. Por supuesto que estas consideraciones están hechas con todas las reservas.
No obstante, conviene recordar lo que dijo Stalin, en 1924:
«La lucha que el emir de Afganistán mantiene por la independencia de su país, es una lucha objetivamente revolucionaria, a pesar de las ideas monárquicas del emir y de sus correligionarios, puesto que esta lucha debilita, descompone, socava los cimientos del imperialismo; …» [3].
Para terminar, y a modo de conclusión, decir que:
a) el peso del factor religioso en Oriente Medio es de una gran importancia y no se puede infravalorar;
b) los enfrentamientos «sectarios», tal como por aquí se definen, y en los que casi siempre los chiítas son las víctimas (en algunas ocasiones también los cristianos maronitas, coptos, etc.), obedecen a una estrategia deliberada del imperialismo yanqui y del sionismo para sembrar el terror y el caos y así justificar la creciente militarización de la zona, el debilitamiento de los distintos Estados y lograr un mayor sometimiento de éstos a sus planes, para lo que no dudan en instrumentalizar las diferencias religiosas entre la población. Y por último;
c) con la violencia sectaria, también pretenden atemorizar y diezmar a los sectores de población de confesión chiíta, con objeto de neutralizar y reducir su potencialidad objetivamente antiimperialista y, al mismo tiempo, debilitar a los sectores que podrían constituir un apoyo para su principal enemigo en la zona, la república islámica de Irán.
Notas
1.- El islam sunní tiene cuatro escuelas principales: la Hanafí, la Malikí, la Shafi´i, y la Hambalí.
2.- Con este término, me refiero a aquellos procesos psíquicos activos que, en un momento determinado, aunque no ocupen un puesto central en la conciencia, influyen (o pueden influir) sobre el desarrollo de los procesos conscientes. Aquello que el ser humano, en un momento determinado, no piensa directamente pero que, en principio le es conocido y está relacionado por asociación (cognitiva) con el objeto de su pensamiento, puede influir a modo de subtexto conceptual sobre el desarrollo del razonamiento. Igualmente, en todos los actos conscientes está como percepción subconsciente la influencia perceptible (aunque no llegue a hacerse plenamente consciente) de una circunstancia, de una situación, etc. No confundir este concepto con la teoría idealista del «inconsciente», desarrollada por Carl Gustav Jung.
3.- José Stalin. «Fundamentos del leninismo». Pág. 93. Akal Editor. Madrid 1974.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.