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La complicidad de EE.UU. en los asentamientos israelíes

El fin de un estado palestino viable

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

El defecto fatal en la mayoría de los análisis del conflicto Israel-Palestina es la suposición de que todo estará bien si los palestinos llegan a tener un Estado propio. No importa si es un Estado en todos los Territorios Ocupados (Resolución de la ONU 242), o en la mayoría de los Territorios Ocupados (Oslo y el Mapa de Ruta de la Iniciativa de Ginebra), o incluso en la mitad de los Territorios Ocupados (la noción de Sharon). Arguyen que una vez que haya un Estado palestino el conflicto habrá terminado y podremos dedicarnos todos al próximo ítem en la agenda.

Es un error. Es igual de fácil que un Estado palestino sea una prisión o un Estado legítimo que se preocupe de las aspiraciones nacionales de su pueblo. El problema crucial es la viabilidad. Israel es un país pequeño, pero es tres veces mayor que las áreas palestinas. Todas las Áreas Ocupadas – Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza – comprenden sólo un 22% de Israel/Palestina. Esto significa que, incluso si Israel devolviera todos los territorios que conquistó en 1967, sólo incluiría un 78% del país. ¿Constituirían las áreas palestinas un Estado viable? Difícilmente. Con apenas el tamaño del estado estadounidense de Delaware (pero con tres veces su población antes de que retornen los refugiados), por lo menos tendría un territorio coherente, fronteras con Israel, Jordania, Siria y Egipto, una capital en Jerusalén, un puerto en el Mediterráneo, un aeropuerto en Gaza, una economía viable (basada en el turismo de Tierra Santa, la agricultura y la alta tecnología) y acceso al agua del río Jordán. Un miembro aceptado de la comunidad internacional que comerciara con sus vecinos – y gozara también del apoyo de una diáspora amplia, altamente educada y afluente – un pequeño Estado palestino tendría una posibilidad de ser viable.

Es lo que Israel trata de impedir. Desde que llegó a ser jefe del Comité Ministerial sobre Asentamientos en el gobierno Begin en 1977, Ariel Sharon ha sido totalmente franco sobre su intención de asegurar toda la Tierra de Israel para el pueblo judío. La «seguridad» no tiene nada que ver con la política expansionista de Israel. Sucesivos gobiernos israelíes no tuvieron razones de seguridad para establecer 200 asentamientos. Ni construyeron una masiva infraestructura de carreteras sólo para israelíes, que vinculan los bloques de asentamientos irreversiblemente con Israel, por motivos de seguridad. Ni es posible explicar el trazado de la Barrera de Separación, ni la política de expropiación de tierras palestinas y de demolición sistemática de casas palestinas, por la «seguridad». Todo resulta de un objetivo central: reivindicar todo el país para Israel. Y punto final.

Sin embargo, Israel no puede «digerir» los 3,6 millones de palestinos que viven en los Territorios Ocupados. Si les diera la ciudadanía, Israel se anularía como Estado judío; no darles la ciudadanía pero mantenerlos para siempre bajo ocupación constituiría un apartheid propiamente tal. ¿Qué hacer? La respuesta es obvia:: establecer un minúsculo Estado palestino, digamos cinco o seis cantones (expresión de Sharon) en entre un 40 y un 70% de los Territorios Ocupados, enteramente rodeado y controlado por Israel. Un Estado palestino semejante sólo cubriría entre un 10 y un 15% de todo el país y no tendría ni soberanía ni viabilidad que tengan algún sentido: ni viabilidad económica, ni control del agua, ni control del espacio aéreo ni de las comunicaciones, ni fuerzas armadas – ni siquiera el derecho como Estado soberano de formar alianzas sin permiso israelí. Y ya que los palestinos jamás aceptarán algo semejante, Israel debe «crear hechos en el terreno» que afecten las negociaciones incluso antes de que comiencen. El anuncio de la semana pasada de que Israel está construyendo 3.500 unidades de vivienda en E-1, un corredor que conecta Jerusalén con el asentamiento en Cisjordania de Ma’aleh Adumim, sella la suerte del Estado palestino. Como elemento clave de un «Gran Jerusalén» israelí, el plan E-1 elimina toda viabilidad de un Estado palestino. Corta por la mitad Cisjordania, permitiendo que Israel controle el movimiento palestino de una parte de su territorio a la otra, mientras aísla Jerusalén Este del resto del territorio palestino. Ya que un 40% de la economía palestina se desarrolla alrededor de Jerusalén y su economía basada en el turismo, el plan E-1 extirpa efectivamente el corazón de todo Estado palestino, convirtiéndolo en nada más que un conjunto de reservas indias no-viables.

Si hay algo positivo en el plan E-1 es que ha desenmascarado la complicidad estadounidense en la expansión de los asentamientos de Israel. La administración Bush, mientras califica al plan E-1 de «poco útil» reconoce formalmente a pesar de ello el bloque de asentamientos Ma’aleh Adumim, junto con el E-1, en el acuerdo del año pasado entre Bush y Sharon – un cambio fundamental de la política de EE.UU., ratificado casi unánimemente por el Congreso.

Esto coloca a EE.UU. en la posición muy inconfortable de que está socavando su propia iniciativa del Mapa de Ruta, que proviene de la «visión Bush» de una paz israelí-palestina. También neutraliza por completo el papel de EE.UU. como mediador honesto, y lo posiciona contra los otros tres miembros del Cuarteto del Mapa de Ruta – Europa, la ONU y Rusia – que deploran el cambio en la política estadounidense.

Lo que es aún más trágico, el apoyo estadounidense al proyecto de asentamientos de Sharon destruye para siempre la posibilidad de un Estado palestino viable, condenando a los pueblos de Israel-Palestina a un conflicto perpetuo. Es cosa de cada cual si logra imaginar cómo esto puede corresponder a los intereses estadounidenses de un Medio Oriente estable.

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Jeff Halper es coordinador del Comité Israelí contra las Demoliciones de Casas (ICAHD por sus siglas en inglés).
31 de marzo de 2005