A punto de cumplirse dos años de la invasión de Israel en Gaza, muchos se preguntan por qué los países árabes no presionan a Israel. A menudo la respuesta es sencilla: están priorizando sus intereses estratégicos y económicos.
Desde el inicio, el 7 de octubre de 2023, de la despiadada ofensiva israelí en Gaza, en diversas ocasiones han llegado imágenes de civiles palestinos lanzando un grito desgarrado a las cámaras en busca de la ayuda más cercana: “¿Dónde están los árabes? ¿Por qué nadie para esto?”.
Casi dos años después, a pesar de que cada vez menos voces ponen en duda que lo que empezó siendo una guerra se ha acabado convirtiendo en un genocidio que se ha cobrado las vidas de más de 60.000 palestinos y palestinas, los Estados árabes no se han movido ni un centímetro de su posición inicial: inofensivas declaraciones de condena, sin ninguna acción de presión a Israel.
“¿Que dónde están los árabes? Durmiendo la siesta … Por los árabes, me refiero a sus gobernantes, con su cabeza enterrada en la arena”, clamaba en una entrevista reciente para la cadena estadounidense NBC Fawaz Gerges, profesor de la London School of Economics. De hecho, a menudo han tenido que ser países no árabes, situados a miles de kilómetros de Gaza, quienes han intentado plantar cara. Este es el caso de Sudáfrica, el país que denunció la existencia de un genocidio en el enclave ante el Tribunal Internacional de La Haya.
“En general, los regímenes árabes no han adoptado medidas concretas ante el genocidio en curso en Gaza. La principal razón es la priorización de sus intereses estratégicos y económicos por encima de los sentimientos populares de apoyo a los palestinos ante el horror que experimentan. Es algo que no resulta sorprendente habida cuenta de que la mayoría [de los regímenes] gobiernan en base a un creciente autoritarismo”, espeta Yara Hawari, co-directora del think tank palestino Al Shabaka.
El decalaje entre la calle y palacio
Este decalaje entre la opinión de la llamada “calle árabe” y sus dirigentes se pone de manifiesto en cada nuevo sondeo. En uno de los más completos, elaborado por el Doha Institute y en el que participaron unas 8.000 personas de 16 países árabes diferentes, el 92% de las personas encuestadas considera que la causa palestina concierne a todos los árabes y no solo a los palestinos. Un porcentaje parecido, el 89%, se muestra contrario a normalizar relaciones con Israel. Para una aplastante mayoría, el 84%, el genocidio de Gaza representa un motivo de “gran estrés psicológico”, y para otro 13% también constituye un motivo de estrés, pero en un menor grado.
“Aunque no son democráticos, los regímenes árabes tampoco pueden ignorar del todo sus respectivas opiniones públicas, que sienten horror por lo que pasa en Gaza. Por eso tienen que hacer unos equilibrios complicados. Les preocupa que el malestar por sus posiciones respecto a Gaza pueda confluir con otros malestares, y los motivos no faltan, y pueda dar pie a un estallido social”, matiza Haizam Amirah Fernández, director ejecutivo del Centro de Estudios Árabes Contemporáneos (CEARC). Hasta ahora, eso se ha traducido en declaraciones de condena a las matanzas de civiles perpetradas por Israel, otras de apoyo a la creación de un Estado palestino y el envío de ayuda humanitaria a los gazatíes cuando Tel Aviv ha dado su visto bueno.
De los 22 Estados que forman parte de la Liga Árabe, hay un total de seis que han firmado un acuerdo para establecer relaciones diplomáticas con Israel. El primero en hacerlo fue Egipto (1979), seguido de Jordania (1994), y en los llamados Acuerdos de Abraham patrocinados por Trump en 2020 se sumaron Marruecos, Emiratos Árabes, Bahréin y Sudán —si bien este último, en guerra civil, no lo ha aplicado—. Además, hay otros Estados que mantienen diferentes grados de relaciones económicas o de cooperación securitaria con Israel, como Arabia Saudita. De todos estos países, ninguno ha roto relaciones diplomáticas con el Estado israelí a causa de Gaza, y tan solo Jordania ha retirado a su embajador.
En el otro bando, el de los países árabes con una posición más hostil hacia Israel, se sitúan Argelia, Túnez y el Yemen controlado por los huthíes, el único que ha aplicado una presión militar sobre Israel con el lanzamiento de misiles y el acoso al tráfico marítimo en el Canal de Suez. Un caso particular lo representan Líbano e Irak, dos países muy fragmentados políticamente y en los que hay milicias pro-iraníes que consideran a Israel como un enemigo, como Hezbolá, una opinión que no es compartida por toda la clase política.
Las razones que explican la desidia de tantos Estados árabes respecto a Gaza son diversas. En primer lugar, algunos dirigentes, sobre todo los de las petromonarquías del Golfo Pérsico, perciben a Irán o los Hermanos Musulmanes, una organización a la que está vinculado Hamás, como un mayor peligro que Israel. Ante esta sensación de inseguridad, también percibida por el presidente Al Sisi en El Cairo, muchos miran hacia Occidente.
“La permanencia en el poder de estos dirigentes no depende de la elección de sus ciudadanos o súbditos, sino del apoyo externo de Estados Unidos, y esto condiciona su posición respecto a Palestina”, asevera Amirah Fernández, que enumera diversas acciones que estos países habrían podido tomar para presionar a Israel: desde la ruptura o suspensión de los acuerdos bilaterales, como los de Camp David entre Israel o Egipto; a una presión seria para quebrar el cerco israelí de Gaza y así hacer llegar ayuda humanitaria, ya fuera por tierra o por mar. Egipto, por ejemplo, se ha dedicado a reprimir a los activistas que querían llevar a cabo este tipo de acciones cerca de la frontera de Gaza.
La “realpolitik” de la nueva generación de líderes
Más allá de su deferencia hacia Occidente, las posiciones de los Estados árabes responden en algunos casos a un descarnado cálculo de “realpolitik”: los beneficios que les puede traer su relación con Israel, una potencia tecnológica y militar, son superiores que a los que les puede ofrecer un pueblo ocupado como el palestino. En parte, este hecho se explica por el ascenso al poder de una nueva generación de dirigentes, con el saudí Mohamed Bin Salman a la cabeza, con un menor apego a la causa palestina y a la ideología panarabista que las precedentes.
En una entrevista en El Salto, el periodista Antony Lowenstein, autor del libro El Laboratorio Palestino, explicaba cómo la venta de armamento y de herramientas para el ciberespionaje se ha convertido en una especie de póliza de seguros para Israel ante posibles acciones de represalias. “Casi un cuarto de las exportaciones [de armas] de Israel fueron a las dictaduras árabes, como Emiratos Árabes o Arabia Saudí. Ningún Estado árabe ha cortado relaciones con Israel y no lo harán”, explicaba Loewenstein.
Ante este panorama, desde hace décadas, el único mínimo común denominador entre los Estados árabes en la cuestión palestina ha sido la mera firma de declaraciones conjuntas de apoyo a la “solución de los dos Estados” para resolver el conflicto con Israel.
A finales de julio, en el marco de una cumbre apadrinada por Naciones Unidas para impulsar dicha solución, el “consenso árabe” se amplió de forma inesperada con la firma de todos los países de la Liga Árabe de una declaración que instaba a Hamás a desarmarse y a entregar el control de Gaza a la Autoridad Nacional Palestina. Así pues, la única acción audaz, por inédita, durante casi dos años de genocidio en Gaza habrá sido para presionar a Hamás y no a Israel. Un tristísimo bagaje para la solidaridad panárabe.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/genocidio/genocidio-gaza-divide-dirigentes-calle-arabe