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Israel

El giro al centro y el callejón sin salida de la cuestión palestina

Fuentes: Aish

Los movimientos políticos se multiplican estos días en Israel, así como las apuestas de los analistas y los medios de comunicación. Tras las elecciones del pasado 22 de enero , en las que venció la coalición de Benjamin Netanyahu (si bien el primer ministro salió debilitado), los líderes de los principales partidos juegan sus cartas […]

Los movimientos políticos se multiplican estos días en Israel, así como las apuestas de los analistas y los medios de comunicación. Tras las elecciones del pasado 22 de enero , en las que venció la coalición de Benjamin Netanyahu (si bien el primer ministro salió debilitado), los líderes de los principales partidos juegan sus cartas para conformar un Gobierno que abordará aspectos claves para el futuro del país y de la región; entre ellos, el conflicto palestino, las relaciones con las incipientes democracias árabes -como Egipto- o la respuesta israelí a la amenaza iraní. Aunque la campaña electoral se ha centrado en las dificultades económicas y otros problemas internos, la política exterior tendrá peso en la legislatura que comienza. Asimismo, el aterrizaje en Tel Aviv del centrista Yair Lapid o el ultraderechista Naftali Bennett conducirá al futuro Gobierno, que estará liderado presumiblemente por Netanyahu, a escenarios muy distintos.

Yair Lapid es, sin duda, el nombre de estas elecciones, la sorpresa; el hombre al que le ha dedicado artículos toda la prensa israelí y parte de la internacional. Con 49 años y ninguna experiencia en política ha conseguido que su partido, Yesh Atid -en hebreo, ‘Hay Futuro’-, sea la segunda fuerza más votada, justo por detrás de la coalición del actual primer ministro Netanyahu con Yisrael Beitenu. El triunfo de Lapid ha desconcertado a la mayoría de los analistas pero tiene su razón de ser: ha sido presentador durante años del informativo del Canal 2, es más conocido para los israelíes que cualquier otro miembro de la Knesset, alguien cercano que se ha erigido como líder de centro y ha llenado un hueco en un país en el que predomina la lógica de bloques derecha-ultraortodoxos y centroizquierda (además de los nunca relevantes partidos árabes). Lapid ha escrito durante casi una década en el periódico conservador Yedioth Aharonoth y ha sabido sintonizar con los israelíes a través de su defensa de las clases medias. «Yesh Atid emergió como la voz de la clase media israelí y es algo que no había pasado antes (…) Había sed de un líder así», explica el analista Mark Mellman al Jerusalem Post.

Una de las claves de la victoria ha sido su defensa de la integración de los estudiantes de la Torá en el Ejército, que hasta este verano estaban exentos del servicio militar que obliga a hombres y mujeres a instruirse durante tres y dos años, respectivamente; estos estudiantes aún no han sido reclutados pese a que la ley Tal que los mantenía al margen expiró hace seis meses. Su mirada más puesta en los asuntos internos que en cuestiones exteriores y de seguridad también ha contribuido a su triunfo. El conflicto con los palestinos ha sido una cuestión menor en estas elecciones y Lapid ha intentado soslayarlo, para lo que se ha atenido a la defensa -casi unánime en Israel- de un Jerusalén unido como capital del Estado judío y a denunciar la falta de un interlocutor fiable del lado palestino.

Por otro lado, la victoria -aunque con amargo sabor a derrota- del primer ministro Netanyahu ha sido otro de los titulares que han dejado estas elecciones. La gestión del rey Bibi, como ya es conocido gracias a la revista Time, recibió un varapalo y la coalición que encabeza (formada por su partido, el Likud, y Yisrael Beiteinu, del ultraderechista y exministro de Exteriores Avidor Liebermann) perdió once escaños. En cualquier caso, Simon Peres lo llamará a formar Gobierno y la incógnita es si lo hará con Yair Lapid y si contará con el otro triunfador de estas elecciones: Naftali Bennett, el líder del partido de extrema derecha Habayit Hayehudi, ‘La Casa Judía’. Esta también es una nueva cara que se ha colado en primera fila política y consiguió convertir a su partido en la cuarta fuerza más votada, con 12 escaños. Bennett es un millonario ultraderechista y excomandante de una unidad de élite del Ejército que pretende anexionar gran parte de Cisjordania y afirma con total seguridad que «no va a haber un Estado palestino dentro de la pequeña tierra de Israel» . Bennett no quiere soluciones consensuadas con los palestinos, sino impuestas: «Haré todo lo posible para asegurarme de que nunca consigan un Estado. No más ilusiones«.

Cabe la posibilidad de que Netanyahu integre a ambos -Lapid y Bennet- en el Gobierno, que estaría encabezado por un triunvirato con discrepancias internas, si bien esto permitiría dejar fuera a los partidos ultraortodoxos. Un Gobierno en el que el Likud tenga que lidiar con Yesh Atid será más moderado que el que gobernó los últimos casi cuatro años. Lapid contrarrestará la visión extremista de muchos miembros de la coalición de Netanyahu acerca de cómo abordar la cuestión palestina y la gestión de la economía (Lapid aboga por trabajar para que los israelíes recuperen su nivel adquisitivo, frente a la política de recortes por la que se inclina Netanyahu). Bennett, por el contrario, empujará a Bibi aún más a la derecha, lo que repercutirá en que el país intensifique su política de mano dura frente a los palestinos o, en el mejor de los casos, lo mantendrá en el inmovilismo y su consiguiente aislamiento internacional.

La legislatura se presenta complicada para el que, tras el fundador del Estado judío -David Ben Gurion-, más años ha estado al frente del Ejecutivo en la corta historia de Israel. Lo previsible es que Netanyahu cuente con Lapid, pues antes de las elecciones ya afirmó que le gustaría formar Gobierno con él. Para muchos analistas, como el periodista de Haaretz, Chemi Shalev, será una coalición débil desde su constitución, ya que las diferencias en torno al conflicto con los palestinos son insalvables. Podrán entenderse en políticas domésticas (como recortes en el sueldo de los funcionarios o disminución de las ayudas sanitarias para ajustar el déficit en el 3 %) y en lo referente a la amenaza iraní, pero no está tan claro si lo harán en la cuestión palestina. Lapid defiende una solución de dos Estados y trabajará por frenar la construcción de asentamientos y por reactivar el proceso de paz. Gracias a esto, muchos ciudadanos consideran que la llegada de Lapid supondrá una bocanada de aire fresco y moderación muy necesitada en Tel Aviv y, aunque aún no es oficial, según Haaretz, que cita «fuentes cercanas a Netanyahu», el primer ministro está considerando la posibilidad de dejar fuera de la coalición a Habayit Hayehudi y acceder a las presiones de los partidos de centro para reanudar las conversaciones con los palestinos. Con 50 asientos (31, Likud, y 19, Yesh Atid) sus dos formaciones solo necesitan incorporar grupos pequeños, como Kadima de Saul Mofaz (la formación que fundó Ariel Sharon y que ha caído en picado: ha pasado de ser la fuerza más votada en 2009 a entrar en la Knesset por los pelos), que consiguió 2 escaños, o el partido de Tzipi Livni, Hatnuá, con 6 asientos.

Los laboristas (que consiguieron 15 escaños y se sitúan como tercera fuerza de la Knesset) ya han asumido que Yesh Atid no va a evitar un Gobierno liderado por Netanyahu y han declarado que no van a formar parte de un Ejecutivo del Likud, con el que no solo difieren en la visión socioeconómica sino también en la mayoría de cuestiones de seguridad. Su líder, Shelly Yacimovich, ha pedido a Netanyahu que reanude las conversaciones de paz con los palestinos. Del mismo modo, el partido de la izquierda sionista, Meretz (6 escaños), también ha dejado claro que no formará Gobierno con Netanyahu. Puede que incluso algunos partidos hasta ahora considerados aliados naturales» del Likud, como los ultraortodoxos Shas o la Unión Judía por la Torá, se queden fuera del Ejecutivo debido a la influencia de Lapid. Sin embargo, los únicos partidos que con seguridad no participarán en el nuevo Gobierno son los árabes, que se han mantenido con 11 asientos, pero que nunca han formado parte de una coalición de Gobierno, a pesar de que el apoyo que reciben es mayor que el de muchas otras formaciones. Sus líderes tenían el día 23 de enero una sensación mezcla de triunfo y frustración. Piden mayor participación a su electorado, que este año, a pesar de todo, ha sido del 56%, la más alta desde el año 2000. Para estos ciudadanos (el 20 % de la población israelí), acostumbrados a no tener los mismos derechos que los nacionales, no es muy útil dar votos a unos representantes siempre excluidos de la toma de decisiones.

Netanyahu tiene que romper su aislamiento regional e internacional y Lapid es un excelente instrumento para ello. Gracias a su probable entrada en el Gobierno, Israel moderará sus posiciones frente a los palestinos y posiblemente lavará su imagen internacional, además de suavizar la delicada relación con Estados Unidos, desde donde ya han llegado dos exigencias inequívocas para retomar el proceso de paz. En su segundo mandato, Obama se ocupará del conflicto palestinoisraelí y ante la imposibilidad de su reelección ya no tiene las manos atadas por grupos de presión como el todopoderoso AIPAC. El futuro Secretario de Estado, John Kerry, ya ha manifestado que preven una nueva iniciativa de paz a través de «un camino diferente al tomado en el último par de años». No hay duda de que son necesarios nuevos caminos, la cuestión es cuáles. El problema está en si Netanyahu hará las concesiones necesarias para llegar a un punto de encuentro con sus vecinos. El líder de la ANP, Mahmud Abbas, ha expresado su disposición a retomar esas negociaciones, pero el acuerdo no parece posible si los israelíes no aceptan las fronteras de 1967 reconocidas por Naciones Unidas y la partición de Jerusalén; posibilidad que parece tan lejana como la renuncia de los palestinos a una tierra reconocida por la legalidad internacional como suya y por la que llevan luchando más de medio siglo. La solución de dos Estados no ha hecho más que disiparse con los años, entre otras cosas, debido a la política israelí, amparada por Estados Unidos, de construcción de asentamientos en donde viven ya más de 500 000 israelíes y que invaden poco a poco el territorio palestino. Ya no solo se trata de la falta de voluntad israelí para crear un Estado palestino sino también de la imposibilidad de evacuar a los colonos, lo que convierte la situación en algo irreversible. No se puede repetir el fracaso de Oslo y la posibilidad de un solo Estado será rechazada por el sionismo.

Se supone que Lapid constituirá un freno a las continuas violaciones del derecho internacional y de los derechos de los palestinos pero no está claro si logrará, según avance de la legislatura, desplazar a Netanyahu hacia posiciones más transigentes con los palestinos con ánimo de alcanzar un acuerdo o si será Netanyahu el que arrastre al líder centrista a la inflexibilidad y al dictado de unas condiciones imposibles de asumir para el pueblo vecino. Veremos el papel que desempeña la nueva administración estadounidense en este asunto y, sobre todo, cuál es el cometido del nuevo hombre de la política israelí.

Fuente original: http://www.aish.es/index.php/es/component/content/article/367-articulos/4085-israel-29012013-el-giro-al-centro-y-el-callejon-sin-salida-de-la-cuestion-palestina