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Sobre el presidente de EEUU

El iluminado

Fuentes: Los Angeles Times

Nunca en la historia de Estados Unidos se había visto que el Presidente convirtiera la tribuna presidencial en un púlpito como George W. Bush lo ha hecho. La separación entre el Estado y la Iglesia no implica el rompimiento con las raíces religiosas de la cultura de occidente, sino la disolución del monopolio sobre «la […]

Nunca en la historia de Estados Unidos se había visto que el Presidente convirtiera la tribuna presidencial en un púlpito como George W. Bush lo ha hecho. La separación entre el Estado y la Iglesia no implica el rompimiento con las raíces religiosas de la cultura de occidente, sino la disolución del monopolio sobre «la verdad» de cualquier grupo o individuo

Lo que la Suprema Corte estadounidense debió responder esta semana era si invocar a Dios en el voto de lealtad que los niños recitan todas las mañanas en las escuelas públicas es inconstitucional. Evadiendo el tema de fondo, la Corte se valió de una cuestión de procedimiento para no decidir el caso y pospuso el debate sobre la separación entre la Iglesia y el Estado, vigente hoy dada la extrema religiosidad del Presidente George W. Bush.

Nunca en la historia de Estados Unidos se había visto que el Presidente convirtiera la tribuna presidencial en un púlpito como Bush lo ha hecho. En plena campaña presidencial, en 1960, John F. Kennedy respondió a quienes cuestionaban si su catolicismo le permitiría mantener la separación entre la Iglesia y el Estado diciendo: «Yo no hablo por mi Iglesia en asuntos públicos y la Iglesia no habla por mí.» Thomas Jefferson, James Madison, Ulysses S. Grant y Abraham Lincoln son algunos de los Presidentes que en su momento, reafirmaron la utilidad del mandato constitucional.

Bush no está en este grupo. Por el contrario, varias veces ha promovido políticas auspiciadas por grupos religiosos conservadores. Un ejemplo, para favorecer a los opositores al aborto, el Presidente ordenó limitar la investigación y experimentación científica con células embrionarias; Valiéndose de órdenes ejecutivas, Bush cambió algunas reglas federales que impedían que grupos religiosos compitieran con organizaciones seculares por fondos federales para establecer programas sociales a sabiendas de que algunas de estas organizaciones religiosas utilizan estos programas en su labor de proselitismo.

Lo más alarmante de todo, sin embargo, es la manera como Bush ha encarado la lucha contra el terrorismo sustentándola en su peculiar y extrema visión cristiana del mundo. Bush no es un hombre aficionado a la literatura. Sus discursos, sin embargo, denuncian sus lecturas diarias de la Biblia y de devocionarios. Por ejemplo, cuando llama malhechores a los terroristas, Bush cita un proverbio en el que se dice que la justicia aterra a los malhechores; En una parte de su entrevista con Bob Woodward, el Presidente le (nos) informa que Dios es su confidente. «La interpretación que hace el Presidente de las parábolas de Jesús,»dicen sus apologistas» influencia directamente su visión moral de la política exterior del país. Su fe clarifica moralmente la corrección de sus decisiones y refuerza su convicción de que Estados Unidos tiene la obligación de asistir a quienes están en problemas».

La separación entre el Estado y la Iglesia no implica el rompimiento con las raíces religiosas de la cultura de occidente sino la disolución del monopolio sobre «la verdad» de cualquier grupo o individuo. El gran avance de los filósofos de la ilustración fue que obligaron a los cristianos a justificar, con argumentos racionales y sin acudir a la autoridad, sus afirmaciones de ser poseedores de «la verdad».

Bush no es un hombre ilustrado. Es un iluminado y por ello se cree dueño de «la verdad». Si tan sólo la Suprema Corte de Justicia hubiera tenido el valor de definir de una vez por todas que la religión, la Iglesia, la fe, la oración no son funciones del Estado sino prácticas individuales en espacios apropiados, quizá se habría empezado a despejar un poco la niebla ideológica en la que Bush ha sumergido a este país.


Sergio Muñoz Bata es miembro del consejo editorial de Los Angeles Times.

Correo electrónico: [email protected]