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Ataque israelí a la Flotilla de la Libertad

El lamento de Hillary

Fuentes: Rebelión

No sorprende a nadie, a esta altura de la historia, el nuevo crimen cometido por el gobierno israelí. Hace rato que los valores fundantes del pueblo judío fueron arrojados por la borda por sus gobernantes, que presiden sobre un estado que, hacia adentro y para la población judía, funciona como una democracia muy imperfecta y […]

No sorprende a nadie, a esta altura de la historia, el nuevo crimen cometido por el gobierno israelí. Hace rato que los valores fundantes del pueblo judío fueron arrojados por la borda por sus gobernantes, que presiden sobre un estado que, hacia adentro y para la población judía, funciona como una democracia muy imperfecta y limitada (a años luz de la idílica imagen que difunden los grandes medios y la Casa Blanca) y hacia fuera como un régimen fascista, cuya política hacia los palestinos y, en general, el mundo árabe, se basa en el terror y la fuerza bruta.

Lo interesante del caso es, una vez más, la reacción del Departamento de Estado. En un comunicado oficial emitido el 31 de Mayo y dado a conocer por Philip J. Crowley, Secretario Adjunto de la Oficina de Asuntos Públicos, se dice que los Estados Unidos «lamentan profundamente» la pérdida de vidas humanas y los daños producidos a quienes se vieron «involucrados en el incidente» producido en los barcos que se dirigían hacia Gaza. La declaración habla de un «incidente», eufemismo para referirse a un brutal ataque realizado en aguas internacionales por un comando israelí sobre una flotilla desarmada e indefensa; lo más grave, está fraseado de tal manera que se evita toda condena o repudio del hecho. Solo se lamenta, pero no se condena. No sólo en esa declaración: tampoco la Casa Blanca se apartó de esa línea: un comunicado oficial se limitó a decir que el presidente Obama «lamentó las muertes» -hasta ahora 9, pero hay numerosos heridos graves- ocurridas durante el «incidente». La declaración del Departamento de Estado aviesamente plantea que la asistencia humanitaria a Gaza está siendo entorpecida por la interferencia de Hamas, y su utilización de la violencia como método político, todo lo cual induce a pensar que los comandos israelíes se limitaron a reaccionar, quizás de modo desproporcionado, a las provocaciones de Hamas, o las ONGs humanitarias, o cualquier otro actor involucrado en el «incidente». Por supuesto, la declaración termina asegurando al público que «se está trabajando para determinar los hechos, y que se espera que el gobierno israelí realizará una investigación completa y creíble sobre lo ocurrido.» (http://www.state.gov/r/pa/prs/ps/2010/05/142386.htm)

En pocas palabras, Estados Unidos continúa avalando la conducta de su matón en Medio Oriente, tergiversando toda la información, ocultando el hecho de que en Gaza hay casi dos millones de personas que viven en una especie de campo de concentración a cielo abierto, que las autoridades de la democracia israelí impiden la libre movilidad de las personas y el ingreso de alimentos, medicamentos e insumos esenciales para la vida. Que lo que está ocurriendo en Gaza es un lento genocidio, implacable, metódico, cruel: aparte del encierro, emblematizado además por la construcción de un muro de la infamia que recorre toda Palestina, la población es sometida a periódicos bombardeos y toda clase de vejámenes. Y que la flotilla atacada tenía por objeto llevar un cierto alivio a las víctimas de tanto odio. Uno podría preguntarse: ¿quién gobierna Israel? Respuesta: un grupo de fundamentalistas, de la misma progenie de quien, previa bendición de un rabino, asesinó a Itzjak Rabin por considerarlo demasiado blando con los palestinos. O los que impidieron la entrada de Noam Chomsky a Israel hace apenas un par de semanas. O los que secuestraron al científico israelí Mordejai Vanunu porque confirmó que Israel poseía armas nucleares, para luego ser juzgado en secreto y sentenciado a 18 años de cárcel. Esa es la clase de gente que hoy gobierna Israel. Así, mientras Estados Unidos se obsesiona con el fundamentalismo islámico y percibe en Ahmadinejad -que no tiene armas atómicas- un peligro para la paz mundial, tolera con un hipócrita y leve gesto de disgusto los crímenes de su aliado que sí dispone, gracias a Estados Unidos, de un poderoso arsenal nuclear y que, en su fanatismo, ha dado muestras de estar dispuesto a utilizarlo. Amparado por Washington, Israel no se detiene ante nada ni nadie, hace caso omiso de la legalidad internacional, las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, la opinión pública mundial e, inclusive, las voces críticas que se levantan dentro del propio Israel. El peligro se encuentra en Tel Aviv y no en Teherán, pero los numerosos lobbies judíos que tienen comprados, o alquilados, a los miembros del Congreso de Estados Unidos y a altísimos funcionarios del gobierno impiden siquiera abrir una discusión sobre estos temas. Por eso Israel sigue los pasos de su protector y aplica en aguas del Mediterráneo y contra una flotilla indefensa la táctica del «bombardeo humanitario» que Washington empleara sobre Serbia y Kosovo y, más recientemente, sobre Irak, Ecuador (de la mano de su estado cliente sudamericano: Colombia) y Afganistán. Y los grandes medios de comunicación, campeones de la «libertad de prensa» se limitan a formular unos comentarios anodinos ante una situación que clama al cielo. ¡Imagínense lo que estos medios y el gobierno norteamericano habrían dicho y hecho si el ejército bolivariano hubiese atacado una flotilla humanitaria en el Caribe! Las denuncias habrían sido atronadoras y apabullantes, y la campaña mundial de prensa con feroces críticas a Chávez exigiendo su inmediata destitución llegaría a los cuatro rincones del globo. Ahora, en cambio, reina la circunspección, apostando al olvido que, ciertamente, facilitará el mundial de fútbol.

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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.