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Dos años después de una revolución popular

El mapa político de Egipto: Despejando la niebla

Fuentes: CounterPunch.org

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Si en algo están de acuerdo todos los partidos del espectro político de Egipto es en que el país está experimentando en estos momentos la mayor agitación política desde el derrocamiento de Hosni Mubarak, enfrentándose a agitaciones masivas sin un final a la vista. La unidad y determinación mostradas por millones de egipcios hace dos años cuando derrocaron con decisión al autoritario y corrupto régimen de Mubarak han desaparecido hace tiempo. A lo largo de estos tumultuosos dos años han surgido dos fallas importantes entre la clase política del país: la primera, derivada de la revolución, es decir, grupos revolucionarios frente a grupos contrarrevolucionarios; la segunda, en función de motivos ideológicos, es decir, partidos islámicos frente a partidos laicos.

Todos se muestran de acuerdo en que fueron grupos de jóvenes sin ideología quienes espontáneamente lanzaron la revolución, quienes pagaron el precio más alto e hicieron los mayores sacrificios durante los primeros días de la revolución. Esos grupos reclaman la autoría de la revolución y mantienen que ésta ha sido secuestrada por grupos mejor organizados y establecidos, como los Hermanos Musulmanes (HM) y los salafíes.

Sin embargo, los HM afirman que aunque no se unieron públicamente a las protestas iniciales del 25 de enero de 2011, unieron fuerzas de inmediato tres días después y protegieron la revolución a la vez que el grupo movilizaba a su inmensa membresía y simpatizantes por todo el país, especialmente durante la Batalla del Camello del 1 de febrero, obligando finalmente al régimen a rendirse diez días después.

Los grupos salafíes, más conservadores, si bien reconociendo que fueron muy lentos a la hora de incorporarse a las filas de la revolución, sostienen que abrazaron sus objetivos y el proceso democrático que se desencadenó y que de esa forma representan legítimamente los intereses y aspiraciones de un segmento importante de la sociedad egipcia.

Por otra parte, los grupos liberales y laicos -aunque también la Iglesia Copta-, que sienten un respetable recelo ante los grupos religiosos y se muestran inflexibles respecto a limitar el papel del Islam en la vida política, se han sentido muy frustrados al ver las decisivas victorias electorales de los más populares grupos islámicos. Desde la caída de Mubarak, los egipcios han estado acudiendo a las urnas para votar en elecciones, que han sido en gran medida libres y justas, en ocho ocasiones diferentes. Y en cada una de ellas los votantes favorecieron decisivamente a los grupos islámicos.

En marzo de 2011, el electorado votó en un 77% a favor de un proceso político guiado por los islamistas, que pedían elecciones antes de redactar una nueva constitución. Además, entre noviembre de 2011 y enero de 2012, los votantes egipcios acudieron de nuevo a las urnas en cuatro ocasiones para elegir a los miembros de las cámaras alta y baja del parlamento. De nuevo, los partidos islamistas obtuvieron el 73% de los disputados escaños. En junio de 2012, los egipcios fueron otra vez a las urnas para elegir presidente en dos fases, proclamando finalmente, en una carrera muy disputada aunque por un estrecho margen, al candidato de los HM, Muhammad Mursi. En diciembre de 2012, el electorado egipcio acudió a las urnas por octava vez, aprobándose, por una mayoría de un 64%, una nueva constitución apoyada principalmente por los grupos islamistas, con fuerte oposición por parte de los partidos laicos, liberales y de izquierdas, así como de los grupos de jóvenes revolucionarios.

Cuando a finales de enero de 2012 se aproximaba el segundo aniversario de la notable y pacífica revolución egipcia, se formaron nuevas alianzas y coaliciones mientras se extendía la mutua desconfianza entre quienes apoyan y se oponen a Mursi, a la agenda de los islamistas o a la nueva constitución. En consecuencia, se esbozaron nuevas líneas de batalla en anticipación de las próximas elecciones parlamentarias, fijadas para esta primavera.

Con más de cien partidos registrados o declarados por todo el país, ¿cuál es el mapa político de Egipto dos años después de la revolución?

1) Los partidos islamistas: Hay al menos una docena de partidos que proclaman ser de naturaleza islamista. Pertenecen a tres bloques distintos. El primer bloque está constituido por los HM y su afiliado político, el Partido por la Libertad y la Justicia (PLJ). La Hermandad, con una historia de 85 años, se constituyó como el grupo social y político más organizado del país. Además, el PLJ cimentó su posición como partido de la mayoría cuando su ex líder, Mursi, resultó elegido como presidente el pasado junio y cuando consiguió el 47% de los escaños en la cámara baja del parlamento antes de que el Tribunal Constitucional Supremo (TCS) disolviera el parlamento el pasado junio; también consiguió el 60% de los escaños en la cámara alta del parlamento. Aunque cientos de sus miembros abandonaron el grupo en rechazo de sus tácticas manipuladoras o actitudes despreciativas, el grupo conserva aún una base fuerte y disciplinada de entre 700.000-800.000 miembros y varios millones de simpatizantes.

El segundo bloque ideológico dentro de los partidos islamistas son los grupos salafíes, más conservadores, dirigidos por el Partido Al-Nur, que quedó en segundo lugar en las elecciones parlamentarias del pasado año, con el 25% de los votos. Pero, más recientemente, el partido se ha escindido en dos debido a las diferencias respecto a tácticas, prioridades, adhesiones presidenciales y enfrentamientos entre personalidades. Esto ha tenido como consecuencia que se formara un nuevo partido salafí, Al-Watan al-Hurr, o el partido de la Nación Libre, dirigido por el antiguo líder del partido Al-Nur, Imad Abdul Ghafur. Aunque el apoyo mayor al partido Al-Nur se extiende por los alrededores de Alejandría y la zona del Delta, el mayor apoyo salafí al recién fundado partido Watan está en El Cairo y en el Alto Egipto. Otro baluarte salafí se halla en la provincia de Giza, donde su líder, Hisham Abul Nasr, todavía no ha tomado una decisión acerca de a quién prestar su apoyo. Otros partidos más pequeños afiliados a la escuela salafí de pensamiento tienen aún que decidir a qué bloque se unen, mientras que en la ciudad de Al-Mansura hay un grupo salafí que ha formado su propio partido bajo el nombre de Al-Sha’ab o Partido del Pueblo. Mientras tanto, el ex candidato presidencial y popular predicador salafí Hazem Salah Abu Ismail, estableció recientemente su propio partido de orientación salafí denominado Partido de la Umma (Nación). Posteriormente, Abu Ismail y Abdul Ghafur anunciaron que formarían coalición en las próximas elecciones parlamentarias. En resumen, el movimiento salafí egipcio, políticamente naciente, se ha escindido y sus partidarios se temen que el voto en bloque, que les valió un segundo puesto en las anteriores elecciones, podría fragmentarse y desaprovecharse.

El tercer bloque ideológico dentro de la corriente islámica está compuesto de partidos moderados y más independientes. Muchos de estos partidos están dirigidos por antiguos líderes de los HM que se sintieron desencantados con el actual liderazgo del grupo. En este bloque se incluyen el Partido Al-Wasat (Centro) y el Partido Al-Hadara (Civilización), dirigidos por los antiguos líderes de los HM, Abolela Madi e Ibrahim al-Za’afarani, respectivamente. Hay también otros partidos políticos más pequeños como el Partido para la Construcción y el Desarrollo, el Partido Asala (Autenticidad) y el Partido Islah (Reforma). Aunque se considera que esos partidos están a la derecha de Al-Wasat, el Partido para un Egipto Fuerte, dirigido por el ex dirigente de los HM y candidato presidencial Abdelmoneim Abul Futuh, se sitúa a la izquierda del centro y hace hincapié en las cuestiones relativas a la justicia social y al gasto interior liberal. En la actualidad, la mayoría de esos partidos moderados islamistas están negociando entre ellos para formar un bloque electoral que pueda competir en las próximas elecciones parlamentarias.

Aunque el PLJ ha descartado formar coalición con el resto de partidos islamistas, la mayor parte de los expertos creen que podría llegar a una alianza táctica con Al-Watan para proteger su flanco derecho. Una alianza táctica significa que las partes se abstienen de presentar un candidato en un distrito en particular; en cambio, piden a sus partidarios que voten por otro candidato de un bloque amigo para no dividir los votos islamistas y derrotar a los candidatos laicos anti-HM o antiislamistas.

2) Los partidos laicos: Hay varias docenas de partidos liberales, nacionalistas, nasseristas e izquierdistas que se encuadran en esta categoría. Algunos de ellos son antiguos e importantes, como el Partido Al-Wafd, que se fundó hace más de noventa años, mientras que otros se formaron justo el año pasado. El último noviembre, trece de esos partidos formaron el Frente de Salvación Nacional (FSN) después de que Mursi emitiera su nefasta declaración constitucional. Los miembros más importantes del FSN son los ex candidatos presidenciales Mohammed Elbaradei (Partido de la Constitución), Amr Musa (Partido del Congreso), Hamdein Sabahi (Corriente Popular), Ayman Nour (Ghad al-Thawrah o Partido de la Mañana de la Revolución) y Elsayyed El-Badawi (Partido Al-Wafd). La mayoría de los grupos de afiliación cristiana-copta, como el Partido Libre de Egipto, pertenecen también a esta alianza. Combinados, estos grupos apenas consiguieron el 20% del voto en las elecciones parlamentarias del pasado año, con Al-Wafd obteniendo casi la mitad de los escaños no islamistas.

Lo que ha unido principalmente a estos grupos diversos ha sido su odio y desdén hacia los HM, con los que afirman sentirse indignados a causa, en parte, de su actitud arrogante hacia sus antiguos socios políticos prerrevolucionarios convertidos en rivales. Y más importante, el fracaso de los partidos laicos a la hora de ganar democráticamente en las urnas se añadió a su frustración y les hizo endurecer su postura tomando las calles y las ondas, cuestionando la legitimidad del presidente y de su gobierno a la vez que ponían en práctica una serie de tácticas para socavar el proceso político, los principios democráticos y la estabilidad económica en el país.

3) Los grupos de jóvenes revolucionarios: Cada partido político en Egipto reconoce siempre el indispensable papel que estos grupos jugaron al iniciar y mantener la revolución no sólo en los primeros días de las protestas contra Mubarak sino también posteriormente durante los dieciséis meses de gobierno militar. Los legítimos grupos de jóvenes, como el Movimiento de Jóvenes del 6 de Abril y la Corriente Egipcia han estado siempre a la vanguardia recordándole a la clase política egipcia los objetivos de la revolución, es decir: una vida decente, libertad, justicia social y dignidad humana. Debido a su inexperiencia y a la falta de recursos, la energía y sacrificios de estos grupos no se ha traducido en ganancias electorales. Durante los últimos dos años, todas las partes buscaron el apoyo político de estos grupos. En las elecciones presidenciales, Mursi se reunió con dirigentes jóvenes como Ahmad Maher (Movimiento del 6 de Abril), Wael Ghoneim (Todos Somos Khaled Said), Taqadum Al-Khatib (Sociedad Nacional por el Cambio) e Islam Lofti (Corriente Egipcia), proclamando su apoyo a los objetivos de la revolución, a la necesidad de purgar el gobierno de los antiguos leales del régimen y llevar ante la justicia a los que asesinaron a los mártires de los primeros días de la revolución. Hoy en día, la mayoría de estos grupos se quejan de que Mursi ha olvidado las promesas que les hizo o se ha mostrado muy lento a la hora de cumplirlas. Muchos están indignados por la declaración constitucional de noviembre y por la rapidez con la que se aprobó el referéndum de la nueva constitución. Aunque se negaron a unirse al FSN debido a que incluía a muchas personalidades afiliadas al antiguo régimen, han sido parte importante de la oposición formada contra Mursi y el gobierno de los HM.

4) Otros grupos de jóvenes: Como a lo largo de la era Mubarak la vida política estuvo meticulosamente orquestada y manipulada, muchos grupos de jóvenes dedicaron sus energías a grupos que apoyaban a equipos populares de fútbol. En Egipto, esos equipos de apoyo se llaman los Ultras. Se cifran en millones los Ultras de al-Ahly, en El Cairo, el equipo más popular de Egipto. Durante el gobierno militar, en enero de 2012, 72 de sus seguidores fueron masacrados en Port Said, una ciudad situada junto al Canal de Suez, después de un partido de fútbol. Posteriormente, los Ultras acusaron a las fuerzas de seguridad de consentir la masacre cuando no de cometerla realmente y han organizado muchas protestas a lo largo del año para exigir justicia. A pesar de ser algo atípico en Egipto, varios grupos de jóvenes recientemente fundados han estado haciendo llamamientos a favor del caos y la violencia contra del gobierno. A uno de esos grupos, cuyos miembros visten de negro y llevan máscaras siguiendo el modelo de un personaje de la película «V for Vendetta«, se les denomina «Bloque Negro». Durante las últimas semanas, este misterioso grupo ha organizado varios actos violentos y saqueos mientras afirmaban que estaban comprometidos con la revolución. Otro grupo que pedía resistencia frente al gobierno extendiendo el caos y el temor e incendiando propiedades públicas se llaman a sí mismos los Anarquistas, afirmando estar siguiendo el estilo de grupos occidentales similares. Hasta ahora no está claro quién dirige o financia esos grupos, aunque los partidos laicos han defendido o disculpado en gran medida su conducta, o culpado al gobierno por instigar la violencia que produjo la contrarreacción de esos grupos autoproclamados como vigilantes.

5) Los grupos de fulul (o elementos del antiguo régimen): Tras la revolución y durante casi un año, no aparecían por ninguna parte los individuos, empresarios y grupos afiliados al antiguo régimen. De hecho, muchos de sus dirigentes empresariales o políticos estaban arrestados y juzgados por corrupción o habían huido del país. Pero cuando la rivalidad entre los islamistas y los grupos laicos se intensificó, estos grupos, y muchas de las organizaciones afiliadas presentes en los medios que controlan, fueron activándose cada vez más y haciéndose visibles, especialmente desde la última primavera, cuando el ex primer ministro de Mubarak, el general Ahmad Shafiq (con el apoyo tácito de los dirigentes militares al frente del país en aquel momento) se convirtió en candidato presidencial. Como la crisis surgida tras la declaración de Mursi y la nueva constitución se profundizó a finales de 2012, muchos de los elementos fulul se unieron abiertamente al FSN y a la oposición y llenaron las ondas atacando con saña a Mursi, los HM y los islamistas en general. Al escuchar la retórica de muchas de las cadenas privadas egipcias que proliferaron en los medios, los antiguos leales al régimen, en menos de dos años, se habían repentinamente convertido en partidarios de la revolución mientras los HM y sus aliados representaban ahora la contrarrevolución. Lo que estos grupos aportan a la ecuación política son bolsillos profundos y recursos masivos, conexiones con el aparato de seguridad, la burocracia estatal y un profundo conocimiento de los puntos débiles del poder estatal.

6) El Estado profundo, el aparato de seguridad, el poder judicial y la burocracia estatal: El concepto de estado profundo apareció poco después del éxito de la revolución al derrocar a Mubarak y sus altos secuaces. Este estado profundo, desarrollado en décadas de dictadura y gobierno militar, se ha atrincherado y se entrecruza con los intereses económicos y políticos de muchos oligarcas y de las corruptas clases empresariales y políticas. Era un secreto a voces que este estado profundo y su burocracia masiva se movilizaron a favor de Shafiq durante las elecciones presidenciales, que perdió por un mero 2%. Incluso siete meses después de convertirse en presidente y asumir el poder, Mursi apenas controla las palancas del poder en el país. Aunque pudo maniobrar y forzar la retirada de la alta cúpula militar, está claro que sólo tiene un control nominal sobre el ejército, las fuerzas de seguridad o los servicios de inteligencia del estado. Lamentablemente, la mayoría de los cargos de esas instituciones vitales son funcionarios del antiguo régimen aunque se proclamen leales al presidente. El liderazgo de los HM se queja amargamente de que, incluso dos años después de la revolución, esas instituciones siguen conservando aún una gran autonomía y no es fácil que ciudadanos normales o grupos afiliados a ellos se incorporen o penetren en las mismas. En muchas ocasiones, a lo largo de los últimos dos meses, cuando se incendiaban o saqueaban las sedes y edificios de los HM, los dirigentes del grupo manifestaron su protesta porque las fuerzas de seguridad y la policía no hicieron nada para detener la violencia.

En cada revolución o levantamiento contra regímenes dictatoriales y corruptos, el pueblo reconoce la necesidad de elegir nuevas estructuras políticas. Pero el poder judicial no es tampoco inmune a décadas de corrupción y represión. En realidad, una dictadura no podría haber funcionado eficazmente sin la participación o aquiescencia activa de la rama judicial. ¿Por qué habría de ser Egipto la excepción? Desde la caída de Mubarak, el poder judicial egipcio ha mostrado este dilema. Aunque en algunos casos los jueces demostraron coraje e independencia, en demasiadas ocasiones algunos jueces, especialmente dentro del Tribunal Constitucional Supremo, sólo han mostrado su parcialidad a favor del anterior régimen y sus partidarios, o sus prejuicios contra el nuevo régimen. A los pocos meses de haber sido elegida, el TCS disolvió la cámara baja del parlamento y a punto estuvo de disolver la Asamblea Constituyente Constitucional y la cámara alta del parlamento antes de que Mursi emitiera su declaración constitucional y marginara al TCS.

En resumen, parte del problema político en Egipto está conformado por el hecho de que muchas de las instituciones estatales están plagadas de leales al antiguo régimen o de opositores a la revolución que detentan el poder estatal y de esa forma impiden o frustran la consecución de los objetivos de la revolución. A diferencia de Irán, por ejemplo, la revolución egipcia apenas ha purgado a los funcionarios del estado, de ahí que sea tan difícil lograr un verdadero cambio.

6) Poderes regionales e internacionales: Indudablemente, el éxito de la Primavera Árabe significó el colapso de un viejo orden político y el establecimiento de uno nuevo. Una vez completamente instituido, el nuevo orden prometía libertad, igualdad, justicia social y la adopción de los principios democráticos. Pero la extensión de esas ideas en la región hubiera ciertamente amenazado otros órdenes establecidos, especialmente los de las ricas monarquías árabes, como Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Bahrein. Durante más de un año, el príncipe heredero Muhammad Bin Zayed, de los EAU, y el jefe de la inteligencia saudí, el príncipe Bandar Bin Sultan, han estado muy ocupados tratando de minar la revolución egipcia. Fuentes fidedignas dentro del gobierno egipcio afirman que el dinero saudí y emiratí ha estado fluyendo al país y corrompiendo su sistema político.

Comprensiblemente, Israel se ha mostrado también muy nervioso respecto al cambio en el orden político en Egipto y en todo el mundo árabe. Después de todo, un ex ministro israelí de defensa describió a Mubarak como «el tesoro estratégico de Israel». A su vez, Israel ha estado presionando a EEUU y a Europa para que mantengan la presión económica y política sobre los nuevos gobernantes de Egipto. A corto plazo, lo que los dirigentes israelíes quieren es calmar sus fronteras y centrarse en poner fin al programa nuclear iraní mientras consolidan su control sobre Cisjordania mediante una inmensa expansión de asentamientos. Por otra parte, EEUU tiene un cálculo más complejo que incluye un Israel seguro y potente, estabilidad regional, control efectivo y acceso al petróleo a precios razonables, proporcionar protección a sus aliados regionales, especialmente en el Golfo, y limitar o contener a potencias regionales como Irán o a los grupos yihadíes como al-Qaida y sus afiliados. EEUU y sus aliados europeos continúan manteniendo las presiones sobre Egipto hasta que demuestre que está decidido a ayudar a EEUU a conseguir estos objetivos estratégicos.

Segundo aniversario de la revolución: ¿Celebración o luto?

El enfrentamiento entre los islamistas y los grupos laicos alcanzó su cenit cuando Mursi emitió su declaración constitucional a últimos de noviembre. Afirmó que su intención era impedir que el TSC disolviera la Asamblea Constituyente y darle un nuevo plazo para alcanzar el consenso. Pero los partidos laicos se apropiaron de inmediato de ese acto insensato y empezaron una campaña pública para socavar su gobierno y el dominio de los HM y sus aliados islamistas. Estuvieron movilizando a la calle y a los medios durante semanas, primero exigieron que Mursi anulara sus decisiones, después le pidieron que cancelara el referéndum constitucional y, finalmente, desafiaron su legitimidad y pidieron elecciones presidenciales de inmediato. Ante cada llamamiento presidencial al diálogo nacional, la oposición laica aumentaba sus demandas y endurecía sus posiciones para justificar el boicot al diálogo nacional y debilitar aún más al presidente. A través de este inquietante período, los dirigentes del FSN utilizaron de forma consistente un lenguaje hiperbólico que acusaba a Mursi de estar siendo, en sus seis meses de presidencia, un dictador peor que Mubarak durante sus tres décadas de gobierno. No es demasiado disparatado concluir que el objetivo real de las elites laicas no parece ser el cumplimiento de los objetivos de la revolución, como afirman, sino la caída de Mursi y el fin del dominio político de la Hermandad.

Pero esas exageradas afirmaciones en contra de Mursi pueden fácilmente refutarse mediante dos ejemplos. Primero, cuando se disolvió la cámara baja del parlamento, el presidente mantuvo de facto todos los poderes legislativos además de sus poderes ejecutivos. Aunque Mursi intentó renunciar a esos poderes legislativos en varias ocasiones, los tribunales se lo impidieron así como la firme oposición de sus rivales laicos. Cuando trató, a través de su declaración constitucional, de proteger la cámara alta de su posible disolución por parte de los tribunales, la oposición condenó su acción y le tildó de dictador. Una vez que el referéndum constitucional se aprobó por una mayoría de dos tercios, pasando de esta forma todos los poderes legislativos a la cámara alta hasta las próximas elecciones parlamentarias, la oposición se opuso de nuevo alegando el dominio de los islamistas sobre la cámara alta. En resumen, si Mursi retiene todos los poderes legislativos que heredó del consejo militar se le tacha de dictador. Y si transfiere esos poderes a las cámaras alta o baja del parlamento, formadas en elecciones libres y justas, la oposición le sigue llamando dictador. Algo parecido al perro del hortelano que ni come ni deja comer…

Un segundo ejemplo revelador se refiere al cumplimiento de una de las principales exigencias de la revolución, a saber: llevar ante la justicia a los autores de los crímenes contra los mártires de la revolución y devolver las decenas de miles de millones robados por los funcionarios y elementos corruptos del antiguo régimen. Con la excepción de Mubarak, el fiscal del estado, en más de veinte meses, no ha inculpado a un solo funcionario ni ha conseguido que se devuelva un solo céntimo del dinero robado. Como muchos jueces insinuaron, estaba palmariamente claro que los fiscales habían retirado u ocultado muchas de las pruebas incriminatorias. Por eso, cuando el pasado noviembre Mursi forzó la retirada del fiscal del estado de Mubarak y nombró en su lugar a un juez independiente bien conocido por su honestidad e integridad, no sólo consiguió que todos los elementos corruptos protestaran ante su medida sino que también la oposición laica la rechazó vehementemente y exigió el retorno del corrupto fiscal anterior.

Esos incidentes violentos disculpados por la oposición se produjeron el 25 de enero, en el segundo aniversario de la revolución y durante los siguientes días. Los líderes del FSN pidieron la dimisión o el derrocamiento de Mursi de la misma forma que fue derrocado Mubarak. Aunque el gobierno acogió bien todas las manifestaciones pacíficas, las protestas se volvieron rápidamente violentas mientras algunos manifestantes trataban de asaltar el palacio presidencial y el ministerio del interior, acabando los actos con la muerte de varias víctimas. Al día siguiente, un tribunal en Port Said condenó a los 21 individuos acusados de matar a los 72 seguidores de fútbol un año antes y les sentenció a muerte. Las protestas estallaron poco después, no sólo en Port Said sino también en Suez e Ismailiya, las tres ciudades situadas a lo largo del Canal de Suez. El 27 de enero, 54 personas habían perdido la vida en la violencia resultante, incluidos algunos agentes de policía, obligando a Mursi a declarar leyes de emergencia y un toque de queda de treinta días en las tres ciudades para restaurar la calma y poner fin a la violencia. La oposición condenó con prontitud sus acciones y pidió a los vecinos de esas ciudades que desafiaran las órdenes de toque de queda y continuaran con las protestas.

Mientras tanto, Mursi hizo un llamamiento a los partidos y dirigentes de la oposición más importantes, incluyendo Elbaradei, Musa, Sabahi y Elbadawi, a un diálogo nacional en una reunión a celebrar el 28 de enero, pero la oposición laica lo rechazó y la confrontación se agudizó al exigirle a Mursi que anulara sus órdenes de toque de queda, asumiera toda la responsabilidad por la violencia, suspendiera la constitución, disolviera a los HM y convocara elecciones presidenciales anticipadas, es decir, exigiendo prácticamente su total rendición. Al día siguiente, todos los dirigentes de los principales partidos islamistas, así como el liberal Ayman Nour se reunieron con Mursi durante cinco horas, de lo que resultó el establecimiento de cinco comités para tratar de resolver en profundidad los problemas económicos y políticos más importantes a que se enfrenta el país.

Pero una de las razones por la que los dirigentes del FSN han endurecido sus posiciones es la injerencia exterior, especialmente de Arabia Saudí y los EAU. Los segundos están patrocinando al General Shafiq y piden abiertamente el fin del gobierno de los HM. Según una fuente bien informada en Arabia Saudí, el plan del Príncipe Bandar es derrocar a Mursi extendiendo el caos y la violencia a través de la oposición. Pero si este esquema fracasa, su Plan B es presionar a favor de una alianza táctica entre el FSN y al Partido salafí Al-Nur, que recibe gran parte de su apoyo financiero de clérigos y fundaciones privadas de Arabia Saudí. Poco después, la prueba de todo lo anterior quedó patentemente a la vista cuando el dirigente del Partido Nur se reunió abiertamente durante varias horas con los principales líderes del FSN, condenaron al gobierno de Mursi, pidieron un gobierno de unidad nacional e insinuaron una futura alianza tras las inminentes elecciones.

Mientras tanto, el egipcio medio se siente asqueado y confundido ante el teatro político exhibido en las calles, que ha creado básicamente un gran pavor económico en todos los segmentos, además de la quiebra de la seguridad, el colapso de las infraestructuras, el hundimiento de la libra egipcia, el aumento del desempleo y el descenso del turismo. Además, el apocamiento y debilidad del gobierno de Mursi, así como el mediocre desempeño de los HM permitieron esas maniobras sin escrúpulos de la oposición. La gente se queja de que dieron su apoyo por anticipado al denominado «Proyecto de Renacimiento» de los HM, que resultó ser mera retórica. Los expertos en economía se quejan de que la respuesta del gobierno a los problemas económicos endémicos de Egipto no se diferencia de las políticas capitalistas y orientadas hacia el mercado de Mubarak, ignorando la mayoría de las cuestiones de justicia social y problemas estructurales económicos. La gente se queja también de que el presidente no ha sido claro con su pueblo ni transparente acerca de los profundos problemas a que se enfrenta Egipto. Y se preguntan, ¿por qué si el país se está enfrentando a una conspiración exterior, el presidente no lo denuncia? Pero personas bien informadas cercanas a los asesores de Mursi dicen discretamente que Arabia Saudí y los EAU han advertido y amenazado al presidente con la deportación de cientos de miles de expatriados egipcios en caso de que muestre algún tipo de hostilidad hacia las naciones que los acogen. Por otra parte, Mursi está respondiendo construyendo lentamente relaciones más estrechas con Irán y Turquía en respuesta a las políticas hostiles de los países del Golfo. Aunque la CIA está prestando apoyo táctico a los planes de Bandar en Egipto, la política estadounidense no ha adoptado una posición definitiva secundando a alguna de las partes de la disputa interna, pero está cubriéndose las espaldas a ambos lados manteniendo abierta la línea de comunicación tanto con el gobierno como con la oposición.

La clase política en Egipto está actualmente tan polarizada que es difícil ver la luz al final del túnel. Pero el pueblo egipcio se merece cosechar los frutos de su extraordinaria revolución. Tiene que haber un diálogo nacional real entre todas las partes importantes, con independencia de ideología o afiliación política. Las únicas condiciones que cabrían imponer deberían ser: NO a la intervención del ejército, NO a la participación de los fulul y NO a la injerencia exterior. Además, las elecciones parlamentarias deben celebrarse en esta primavera, según el calendario fijado, y todas las partes deben comprometerse a respetar sus resultados democráticos. Debe permitirse también al presidente que cumpla su mandato y la oposición debe comportarse como una oposición leal, poniendo los intereses nacionales por delante de los intereses de partido o personales. A cambio, el presidente tiene que poder considerarse como un símbolo de la unidad nacional y alguien que cumple sus promesas. Y él debe también hablar abierta y francamente con su pueblo, explicándole los obstáculos a que se enfrenta el país.

En resumen, para restaurar la gloria de la revolución, es esencial que el partido de la mayoría se muestre magnánimo y que la oposición sea leal para poder alcanzar la seguridad, estabilidad, democracia y progreso a que todos los egipcios aspiraban cuando se levantaron y gritaron al unísono por una vida decente, libertad, justicia social y dignidad humana.

Esam Al-Amin es un escritor y periodista independiente experto en temas de Oriente Medio y de política exterior estadounidense que colabora en diversas páginas de Internet. Puede contactarse con él en [email protected]. Acaba de publicar el libro The Arab Awakening Unveiled: Understanding Transformations and Revolutions in the Middle East.

Fuente original: http://www.counterpunch.org/2013/02/08/egypts-political-map-clearing-the-fog/