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El mayor de los colonos

Fuentes: Comité de Solidaridad con la Causa Arabe

Entre las numerosas necrológicas publicadas por diversas fuentes tras la muerte de Teddy Kollek, hubo una llamativa por omisión: la del Consejo Yesha de Asentamientos Judíos. Resulta un tanto difícil comprender esta ingratitud de los colonos hacia la persona que llevó aproximadamente 200.000 judíos a los Territorios Ocupados, quizás más que ninguna otra persona. La […]

Entre las numerosas necrológicas publicadas por diversas fuentes tras la muerte de Teddy Kollek, hubo una llamativa por omisión: la del Consejo Yesha de Asentamientos Judíos. Resulta un tanto difícil comprender esta ingratitud de los colonos hacia la persona que llevó aproximadamente 200.000 judíos a los Territorios Ocupados, quizás más que ninguna otra persona. La empresa de los asentamientos tiene contraída una gran deuda histórica con Kollek. Ni el rabino Moshe Levinger ni Hanan Porat ni Aharon Domb ni Ze´ev «Zambish» Hever son responsables de asentar tantos israelíes más allá de la «Línea Verde» como Kollek, ese ilustrado liberal vienés.

El hecho de que la mayoría de los elogios fúnebres del antiguo alcalde de Jerusalén pasaran por alto este detalle y que la «Yesha» no se apegara a este megacolono no es ninguna coincidencia. La sociedad israelí ha adoptado varios y extraños códigos para blanquear la iniciativa de los asentamientos. Asentarse en territorio ocupado de Jerusalén nunca ha sido considerado «hitnahalut» (término utilizado para los asentamientos judíos en los Territorios Ocupados). Y los colosales barrios de la capital erigidos durante la alcaldía de Teddy y que se extienden sobre amplio suelo palestino nunca se han considerado asunto controvertido.

Que casi nadie en el mundo reconozca esta empeño ni las nuevas fronteras que traza no cambia nada: a nuestros ojos, pero sólo a nuestros ojos, no todos los asentamientos son iguales y cada asentamiento dispone de código moral propio. Pero éste es un juego al que jugamos únicamente nosotros. Todas las viviendas construidas más allá de la Línea Verde, en Yitzhar o Itamar, dentro de Cisjordania, en Nov, que forma parte del Golán, o en la French Hill de Jerusalén, se levantan sobre tierra ocupada y toda construcción en tierra ocupada es una violación del Derecho Internacional. La Ocupación es la Ocupación. No todo resulta legal, aunque esté anclado en la ley Israelí, como sucede en el caso de los Altos del Golán y Jerusalén. Los israelíes se inventan patentes para sí mismos, pero esta sofísticada limpieza semántica no pasa el examen. El barrio de Ramot es un asentamiento. No hay diferencia entre el «barrio» de Pisgat Ze’ev y el «asentamiento» de Givat Ze’ev. Esta distinción artificial no se acaba en la región de Jerusalén. En Cisjordania, también se hacen distinciones entre asentamientos y «puestos de avanzada ilegales», otro virtuoso pero infundado ejercicio semántico con respecto a un empeño que es por completo ilegal. Tampoco hay asentamientos («hitnahaluyot») en el Valle del Jordán ocupado, sino antes bien «yishuvim», un término genérico para asentamientos que no guardan relación con las fronteras de 1967. A los habitantes de estos asentamientos del Valle del Jordán no se les achaca ninguna mácula ética. ¿Por qué? Porque así lo determinaron en la época los gobiernos laboristas, cuando establecieron «moshavim» y «kibbutzim» en el Valle del Jordán, no «asentamientos.»

¿Supone esto alguna diferencia desde el punto de vista del Derecho internacional? Desde luego que no. ¿No se construyeron los «moshavim» del Valle del Jordán en la tierra de pobladores que fueron desposeídos? ¿No han aplastado a los habitantes de los alrededores?.

Con respecto a los Altos del Golán, subimos otro escalón en el juego de palabras al que jugamos con nosotros mismos. No hay allí «hitnahaluyot» en absoluto. ¿Por qué? Porque así lo hemos decidido? Hay ciudades, «kibbutzim» y «moshavim», igual que en el Valle de Jezreel. Pero ningún juego lingüístico ni legislación de la Knesset [Parlamento de Israel] puede alterar el hecho de que los Altos del Golán es territorio sirio ocupado y todos sus habitantes son colonos a los que el Derecho internacional considera fuera de la Ley.

Este fenómeno culminó en Jerusalén, que celebrará este año los 40 de su «unificación». Este acto de unificación fue un acto de ocupación y el que lo presidiera una figura encantadora y carismática como Kollek no hace variar nada. Kollek demolió un barrio de la Ciudad Vieja y construyó sobre tierra palestina nuevos vecindarios sólo para judíos -apartheid, en el peor de los casos-, lo que también debería recordarse en el balance de sus considerables logros.

El Jerusalén que Teddy Kollek dejó tras de sí es una ciudad dividida y herida, a pesar y a causa de su enorme desarrollo, repleto de explosivos que nos estallarán en la cara. En realidad, nunca fue unificado. Como cualquier ciudad colonialista, hay un obscuro patio trasero para los nativos. A día de hoy, la mayoría de los israelíes siguen sin poner el pie en barrios palestinos y los palestinos evitan los barrios judíos. La ciudad sigue estando dividida, pese a las altisonantes palabras sobre su unificación para toda la eternidad. Respecto a la igualdad, no hay, por supuesto, nada que decir. Basta con viajar al campo de Shuafat o incluso a Sheikh Jarrah para advertir una bochornosa disparidad entre los servicios de la parte este y oeste de la ciudad.

Abandono social, pilas de basura, falta de campos de juego o centros comunitarios, ni aceras ni alumbrado público. Gaza en Jerusalén, todo sobre la base de una abominable discriminación étnica. Y esto no empezó con Ehud Olmert ni con Uri Lupolianski. Esto comenzó con el astuto Kollek. Una ciudad cuyo dominio sobre la parte palestina se lleva a cabo por la fuerza de las armas, con puestos de control por sorpresa y cientos de agresivos policías de fronteras patrullando las calles como rutina, y cuyos residentes están sometidos a prohibiciones que violan sus libertades fundamentales, no es una ciudad «unificada». Y Teddy es responsable de ello.

La historia de la Ocupación, cuya duración duplica ya el período de tiempo que vivió el Estado de Israel sin ella, está llena de «hombres de paz» de la «izquierda» que son responsables de esta injusticia. ¿Qué habría sido de la labor de los asentamientos sin Yigal Allon y Moshe Dayan, Golda Meir y Yisrael Galili y, por supuesto, Simon Peres? Kollek ha de añadirse hoy tardíamente a éstos. Llevó a Jerusalén el ancho mundo, pero sólo a su parte judía. Amaba intensamente su ciudad y la construyó y expandió de modo impresionante, pero sobre las oprimidas espaldas de la mitad de sus moradores. Mooshe Amirav escribía en su artículo del jueves («División, donde falló la unificación») que Kollek le confió en sus años de declive: «Fracasamos al unificar la ciudad. Dile a Ehud Barak que respaldo que se divida». Más vale tarde que nunca, pero ¿por qué no oímos una palabra de esto entre tan elevados elogios?

Traducción: Pablo Carbajosa