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Un nuevo film examina la agresión continua y sangrienta de EE.UU. en Afganistán y otros países de la región

El mensaje de las víctimas invisibles de EE.UU.

Fuentes: The Guardian

Traducido por Silvia Arana para Rebelión

Ayer [30 de marzo de 2013] tuve el privilegio de ver una proyección especial de Dirty Wars (Guerras sucias) un film dirigido por Richard Rowley basado en el trabajo investigativo del periodista Jeremy Scahill sobre la guerra global encubierta del gobierno del presidente Obama. El film se enfoca, específicamente, en las interminables listas de personas a ser asesinadas por EE.UU. Escribiré en mayor detalle cuando se acerque la fecha de exhibición al público en general, y de la publicación del libro homónimo. Por ahora, me limitaré a decir que el film es el más importante que he visto en años: apasionante y con un fuerte impacto emocional, revela información nueva y de gran importancia, incluso para aquellos de nosotros que hemos seguido muy de cerca estos temas. El film recibió premios en Sundance y excelentes reseñas de medios tan inesperados como Variety y Hollywood Reporter. Quisiera señalar un pequeño aspecto que hace que este film sea crucial.

El aspecto más propagandístico de la «Guerra contra el Terror» de EE.UU. ha sido, y sigue siendo, el tratar de que las víctimas no tengan voz, que sean invisibles. No suelen ser mencionadas en los periódicos; de igual manera ni las víctimas ni sus familiares pueden ser ni vistos ni oídos en la televisión. Los Ministerios de Justicia de Bush y Obama han colaborado con los jueces federales para asegurarse de que, incluso aquellos que todos admiten que son víctimas inocentes, no tengan acceso a los tribunales de EE.UU. y por lo tanto, carezcan de medios para que sus casos sean conocidos y sus derechos reivindicados. Las teorías de secreto a raja tabla y los crecientes ataques contra los denunciantes de conciencia marginalizan a esas víctimas aún más.

Es la táctica más avanzada para convertir a las víctimas en el Otro: ocultar su condición humana, posibilitar su deshumanización al relegarlas a la no existencia. Como sostuvo Ashleigh Banfield en su discurso de 2003 denunciando el trabajo de la prensa estadounidense en la guerra de Irak (meses antes de que se la nombrara en un cargo subalterno previo a ser despedida de MSNBC): los reportes de los medios corporativos de EE.UU. excluyen sistemáticamente tanto los puntos de vista del «otro lado» como a las víctimas de la violencia estadounidense. Los medios de los países predominantemente musulmanes reportan sobre estos sufrimientos pero los medios estadounidenses no lo hacen, lo que constituye una de las principales razones para la disparidad de puntos de vista entre las dos poblaciones. Ellos saben qué hace EE.UU. en esa parte del mundo donde ellos viven, pero los estadounidenses permanecen ignorantes de esa realidad.

La importancia de Dirty Wars (Guerras sucias) es que transmite de una manera visceral los efectos del militarismo de EE.UU. en estas víctimas invisibles: permitiéndoles que ellas hablen por sí mismas. Scahill y su equipo viajaron a sitios a los que los demás periodistas de EE.UU. o no pueden o no quieren ir: a provincias remotas de Afganistán, Yemen y Somalia para darle una voz a las víctimas de la agresión estadounidense. Escuchamos lo que dicen afganos cuyos familiares (incluyendo dos mujeres embarazadas) fueron masacrados por Fuerzas Especiales de EE.UU. en 2010 en la provincia de Paktia, a pesar de formar parte de la policía afgana. Frente a ese hecho la OTAN mintió descaradamente diciendo que las mujeres ya habían fallecido víctimas de «muerte por honor» en el momento en que ellos llegaron al sitio (mentiras repetidas, sin ningún cuestionamiento, por supuesto, por la prensa de EE.UU.).

Scahill entrevista a los traumatizados sobrevivientes de un ataque con misiles y explosivos de EE.UU. en el Sur de Yemen, que acabó con la vida de 35 mujeres y niños, pocas semanas después de que Obama recibiera el Premio Nobel de la Paz. Podemos notar una profunda ira en Yemen por el hecho de que el periodista yemení Abdulelah Haider Shaye, quien denunció la responsabilidad de EE.UU. en aquel ataque, no solo fue arrestado por el régimen local, títere de EE.UU., sino como lo reporta Scahill, fue encarcelado y continúa en prisión hasta hoy por pedido expreso del presidente Obama. Escuchamos el testimonio del abuelo del adolescente estadounidense de 16 años, Adulrahman al-Awlaki (que también es el padre del clérigo estadounidense Anwar al-Awlaki) -antes y después de que un drone de EE.UU. asesinara a su hijo y luego (dos semanas después) a su nieto adolescente, que todo el mundo reconoce que no tenía nada que ver con el terrorismo. Escuchamos a caudillos militares somalíes -financiados y bajo las órdenes de EE.UU.- alardear sobre ejecuciones sumarias.

Estos eventos y grupos diversos transmiten un mensaje claro y singular. Y es digno de ser analizado a la luz de las noticias de esta mañana de que dos niños afganos más han sido asesinados por un ataque aéreo de OTAN.

El mensaje es que EE.UU. es visualizado como la mayor amenaza mundial y que la agresión y violencia ejercidas por EE.UU. son el factor clave para que la gente apoye a Al Qaeda y tenga sentimientos anti-estadounidenses. El hijo del comandante de policía afgano asesinado (que es el marido de una de las mujeres embarazadas asesinadas y el hermano de la otra) dice que los aldeanos se refieren a las Fuerzas Especiales de EE.UU. como a «talibanes estadounidenses», y que el solo contuvo el deseo de colocarse un cinturón con explosivos para atacar a los soldados de EE.UU. por los ruegos de sus afligidos hermanos. Un influyente clérigo del Sur de Yemen explica que nunca había oído de simpatizantes de Al Qaeda en su país hasta el ataque con misiles de 2009, y los subsiguientes asesinatos con drones, incluyendo el que terminó con la vida de Adulrahman -punto de vista respaldado por una diversidad de información recogida en el área. El brutal caudillo militar somalí explica que los estadounidenses son los «amos de la guerra», que le enseñaron todo lo que él sabe y que son el motor del conflicto actual. La transformación experimentada por Anwar Awlaki, que pasó de ser un clérigo estadounidense moderado y a favor de la paz, a convertirse en un crítico airado de EE.UU. comenzó con la invasión de Irak y se fue intensificando rápidamente con los ataques con drones y las listas de personas a ser asesinadas, recopiladas por el gobierno de Obama. Mientras que los oficiales militares estadounidenses entrevistados por Scahill manifiestan una indiferencia socio-patológica hacia sus víctimas, se yuxtaponen los sermones cada vez más llenos de ira de Awlaki con las justificaciones, usando el mismo tono, de la guerra sin fin de Obama.

Desde hace mucho tiempo, la evidencia ha demostrado de manera contundente que el factor más importante de lo que EE.UU. llama terrorismo, son las mismas políticas de agresión realizadas en nombre de la lucha contra el terrorismo. La mayor parte de aquellos capturados en años recientes por intentar atacar a EE.UU. han mencionado enfáticamente que su motivación ha sido el militarismo estadounidense y los asesinatos con drones en su región del mundo. Hay evidencia contundente de que la causa de la radicalización de una enorme cantidad de musulmanes, previamente moderados y pacíficos, es la ira creciente al presenciar un torrente continuo de víctimas inocentes, incluyendo niños, en manos de EE.UU. y el compromiso estadounidense ilimitado con la violencia.

La única manera de que esta verdad, clara como el agua, siga siendo negada es tratando de que los estadounidenses desconozcan a las víctimas de la agresión estadounidense. Debido a esa negación y ocultamiento de las víctimas, después del 11 de septiembre, muchos estadounidenses se preguntaban, ingenua y sorprendidamente, como si estuvieran en una burbuja: «¿Por qué nos odian?». No conectaban lo ocurrido con las décadas de interferencia, agresión y violencia continua de EE.UU. en algunas partes del mundo. Y eso es también la causa de que muchos estadounidenses reaccionen ante la muerte de musulmanes inocentes con la excusa de que «tenemos que hacer algo para detener a los terroristas» o «esto es mejor que una invasión» -sin darse cuenta de que están afirmando lo que Chris Hayes adecuadamente describe como una elección falsa, y peor aún, no se dan cuenta de que las mismas políticas que ellos aplauden no detienen a los terroristas sino que causan el efecto contrario: contribuyen a la existencia de los terroristas y a su multiplicación.

Reconozco que no es difícil inducir a una población a desviar la vista de las víctimas de la violencia que esa misma población respalda: a todos nos gusta creer que somos gente buena y pacífica, y en particular nos gusta otorgarle esas cualidades a los líderes que elegimos, aplaudimos y admiramos. Más aún, existe el factor llamado «brecha de empatía» por el escritor nigeriano-estadounidense Teju Cole, que consiste en la incapacidad para imaginar cómo reaccionarían otras personas a situaciones que a nosotros mismos nos causarían (como nos han causado) bronca y violencia. Es por ello que el gobierno de EE.UU. no necesita esforzarse mucho para silenciar a sus víctimas: existe en la población un fuerte deseo de no querer ver a las víctimas.

Sin embargo, si los estadounidenses van a apoyar e incluso tolerar un militarismo sin límites, como lo han venido haciendo, entonces deben, al menos, ser confrontados con sus víctimas -si no lo fueran por razones morales, entonces por razones pragmáticas, para entender los efectos de esas políticas. Basándose en la situación de que «no se piensa en lo que no se ve» el gobierno y los medios de EE.UU. han sido increíblemente exitosos en hacer que las víctimas sean silenciadas e invisibles. Dirty Wars es un tónico eficaz contra esa propaganda. Al menos, alguien que vea o escuche a las víctimas de los ataques de EE.UU., jamás volverá a preguntarse por qué hay tanta gente en el mundo que cree que hay justificativo e incluso necesidad para usar medios violentos contra EE.UU.

Información sobre proyecciones especiales

Londres: habrá una exhibición especial de Dirty Wars (Guerras sucias) en el Frontline Club el 12 de abril; después de la proyección habrá un foro que contará con la participación de Scahill (vía Skype) y del productor Anthony Arnove. La ACLU de Boston, Massachusetts será la sede de una proyección especial el 27 de abril.

Fuente: http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2013/mar/31/dirty-wars-terrorism-victims