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En 2002 sólo el 20% de los jóvenes acudió a las urnas y ahora confían en que lo haga el 33%

El partido de los que no votan siempre será el más grande

Fuentes: El Mundo

En Estados Unidos, votar ya no es lo que era. En los viejos tiempos, aquéllos tan añorados por los amantes de la democracia, admiradores de Alexis de Tocqueville y de Thomas Jefferson, la participación era masiva. En las legislativas de 1888, por ejemplo, votó más del 90% de la población en 10 estados. En las […]

En Estados Unidos, votar ya no es lo que era. En los viejos tiempos, aquéllos tan añorados por los amantes de la democracia, admiradores de Alexis de Tocqueville y de Thomas Jefferson, la participación era masiva. En las legislativas de 1888, por ejemplo, votó más del 90% de la población en 10 estados. En las de 1898, el 97% de los habitantes de Indiana votaron.

Pero en esta ocasión nadie esperaba que el voto en ese territorio, ni en el conjunto del país, superase, en el mejor de los casos, el 45% del censo, a pesar de que en algunos estados concretos -como Montana y Virginia- no se descartaba que pudiera llegar al 50%. En otras palabras: gane quien gane las elecciones, el partido de los que no votan es el más grande de EEUU.

Esa apatía tal vez se deba a la pérdida del tono festivo de las elecciones. En el siglo XIX, cualquier varón de raza blanca podía votar. No se exigía ningún documento. Uno podía «decidir su voto sobre la marcha, coger una papeleta en la sede del partido de turno y meterla en la urna en el colegio electoral, donde sus compañeros de voto tal vez le invitarían a una cerveza», como ha escrito Cynthia Crossen en The Wall Street Journal.

Algunos voluntarios se ponían a la puerta de los colegios y realizaban «pruebas de alfabetización» a los negros e hispanos que fueran lo bastante irresponsables como para pretender votar, con preguntas entre las que estaban «cómo de alto debe ser alguien para que se pueda decir que es alto» o «cuántas burbujas suelta una pastilla de jabón sumergida en un barril de agua». Evidentemente, la incapacidad para contestar a esas cuestiones revelaba la incapacidad del ciudadano para votar.

Hoy ya no se hacen esas preguntas. Pero los estadounidenses no votan. Y eso es particularmente claro entre, por ejemplo, los jóvenes. En las legislativas de 2002, sólo votó el 20% de ese grupo de población. En éstas «esperamos que el porcentaje suba al menos hasta el 33%», según ha explicado a EL MUNDO Hans Riemer, director político de Rock the Vote, una organización de izquierdas nacida en 1990 para incentivar el voto joven.

Riemer cree que los problemas de voto de los jóvenes son los mismo que los del conjunto de la población, y que se derivan de las dificultades para registrarse en los colegios electorales, sobre todo entre un colectivo que frecuentemente está estudiando en universidades situadas en localidades en las que no tienen su residencia. «Las fechas para registrarse han pasado para millones de jóvenes sin que éstos se dieran cuenta», explica.

Prácticas caciquiles

Esos problemas afectan a grupos que suelen escorarse hacia los demócratas, como los jóvenes y los trabajadores no cualificados, que tienen que desplazarse para trabajar -y EEUU es un país de distancias inmensas- y, por tanto, no votan en los distritos en los que viven. Lo mismo pasa con las minorías. Por ejemplo, el rechazo a George W. Bush entre los negros es de un espectacular 89%, frente al 61% en el conjunto de la población. Pero, según un sondeo de la agencia de noticias Associated Press, una cuarta parte de los afroamericanos cree que su voto «no marcará ninguna diferencia» en estos comicios.

A veces, la desconfianza obedece a las prácticas caciquiles que aún se ponen en práctica en determinados territorios. En Dakota del Sur, por ejemplo, donde ayer se celebraron varios referendos, la clave para ganar fue una carrera de autobuses. «En las reservas indias, la gente vota al primero que llegue en un autobús, los meta a todos en él, y los lleve al colegio electoral», ha explicado a este periódico un miembro de un grupo que está realizando campaña en uno de esos referendos. Ésa es, sin duda, la mejor forma de lograr que vote todo el mundo. Aunque, al igual que sucedía hace un siglo, no sea la más democrática.