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Entrevista a Fernando Hernández Sánchez sobre Guerra o Revolución. El Partido Comunista de España en la guerra civil (y III)

«El PCE se negó hasta prácticamente los últimos días a contemplar la posibilidad de la derrota»

Fuentes: Rebelión

Doctor en Historia contemporánea por la UNED, miembro de la Asociación de Historiadores del Presente y colaborador del Centro de Investigaciones Históricas de la Democracia Española, Fernando Hernández Sánchez es profesor asociado de la Universidad Autónoma de Madrid y de Enseñanza Secundaria. Preside actualmente la Asociación «Entresiglos 20-21: Historia, Memoria y Didáctica» dedicada a la […]

Doctor en Historia contemporánea por la UNED, miembro de la Asociación de Historiadores del Presente y colaborador del Centro de Investigaciones Históricas de la Democracia Española, Fernando Hernández Sánchez es profesor asociado de la Universidad Autónoma de Madrid y de Enseñanza Secundaria. Preside actualmente la Asociación «Entresiglos 20-21: Historia, Memoria y Didáctica» dedicada a la investigación sobre la enseñanza escolar de la historia reciente.

Las investigaciones de FHS se centran en la historia del movimiento comunista en España. Autor de numerosos artículos sobre el tema en revistas como Historia 16, La aventura de la Historia, Historia del Presente, Cuadernos Republicanos o Ebre 38, es autor de Comunistas sin partido. Jesús Hernández, ministro en la Guerra Civil, disidente en el exilio (2007) y coautor, junto a Ángel Viñas, de El desplome de la República (Crítica, 2009).

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Hemos hablado ya de Nin. Otro de los hechos más dolorosos de la guerra se produjo al lado de donde estoy ahora, en Plaza Catalunya, muy cerca de donde jóvenes y no tan jóvenes están vindicando una democracia real y hablando de dignidad, derechos sociales y enfrentándose a lo que llaman, con poderosas y documentadas razones, «dictadura de los mercados». ¿Fue inevitable el Mayo de 1937? ¿Fue el PSUC el máximo responsable de ese enfrentamiento entre fuerzas de izquierda?

Probablemente, fue inevitable, pues se inscribe en el tramo final de un dilatado período de confrontación entre dos proyectos antagónicos (y no necesariamente encarnados por solamente dos fuerzas, los anarquistas y los comunistas): el revolucionario social y el que apostaba por la reconstrucción del estado republicano. En Cataluña ese conflicto estaba muy encarnizado. La situación de doble poder, donde una administración inicialmente muy débil se encontraba en proceso de franca revigorización, y unas milicias indecisas que habían desaprovechado el momento para tomar del poder no podía prolongarse por más tiempo. Como ocurrió en otras ocasiones, fueron muchos más -republicanos, socialistas moderados…- los que se beneficiaron de la situación o la aplaudieron entre bambalinas, aunque luego fuera más fácil culpar a los comunistas de los hechos.

Se ha dicho también que, sin buscarlo, el PCE se convirtió en un partido republicano, en el mayor defensor de una República Democrática que no era una república socialista, y que ésta no debería haber sido la gran finalidad de un partido revolucionario.

Es cierto que el PCE se convirtió en el mejor partido republicano que nunca había existido en España, porque aunó los contenidos programáticos de ese ideario popular de izquierdas al que antes me he referido con las más modernas técnicas de agitación y la propaganda más efectiva y vanguardista. Respecto a si eso era revolucionario o no, la lectura de los testimonios y las fuentes primarias señalan que, para sus protagonistas, en el contexto en que actuaron y de la forma como impulsaron los objetivos del PCE durante la guerra, no cabía duda de que las transformaciones profundas que estaban operándose en la sociedad española difícilmente podrían ser calificadas de otra forma que como revolucionarias.

El PCE jugó un papel decisivo en la estrategia militar del Ejército republicano. ¿Qué opinión le merece esa estrategia? ¿Hubo algunos errores destacables como se ha apuntado?

Creo que la estrategia era adecuada, y que se jugó con las bazas que se tenían, habida cuenta del desequilibrio inicial de fuerzas, de lo heterogéneo de los intereses que animaban a las fuerzas concurrentes en el esfuerzo de guerra republicano -en este caso no hubo Decreto de Unificación-, y de lo desigual de los suministros proporcionados a ambas partes contendientes. Ahora bien, se pecó de un voluntarismo obtuso, de la incapacidad para reconocer los errores y de la impotencia para instrumentar operaciones que explotaran el éxito inicial, además de que se ganaron muchas animadversiones debido una política sectaria de proselitismo y promoción.

¿Desigualdad de los suministros? ¿Puede darnos algunos datos significativos?

Solo por citar algunos: Franco entabló contacto directo con Hitler y Mussolini desde los primeros momentos de la sublevación, de tal modo que muy pocos días después llegaban a Marruecos aviones Saboya y Heinkel, como los que permitieron realizar el puente aéreo sobre el Estrecho para llevar a las tropas coloniales a la Península; la URSS tardaría casi cuatro meses en adoptar una actitud de apoyo a la República. Esta se tuvo que suministrar inicialmente en el mercado negro internacional de armas, con consecuencias como la compra a precio de oro de material obsoleto o averiado y el resultado de contar con casi dos docenas de calibres de munición de fusil diferentes. Los alemanes suministraron 230 millones de proyectiles homologados para 230.000 fusiles, y medio millón de bombas de aviación (hasta mayo de 1937) frente a las poco más de 85.000 rusas. En ese momento, los rusos habían provisto a la República de 409 aviones; Hitler y Mussolini, por su parte, habían suministrado a Franco 563. Y la desproporción no hizo sino aumentar. Sin contar que, por ejemplo, toda la maquinaria de guerra facciosa se movió gracias a los suministros de combustible a crédito por la compañía norteamericana Texaco, mientras la República tenía que conseguir producto tan esencial en el (alterado) mercado internacional.

¿Fue el PCE un partido estalinista? ¿Siguió al pie de la letra los dictados de Moscú? Para hacer más difícil su respuesta: Ramon Mercader, el asesino de Trotsky, ¿no fue un militante del PSUC dispuesto a todo o a casi todo?

No cabe duda de que lo fue, de que aspiró a cumplir con su misión de Sección Española de la Internacional Comunista, es decir, de destacamento en España del ejército mundial del proletariado, y que a ello intentaron coadyuvar con sus funciones de tutela los diversos enviados de la Kominterm (Codovilla, Stepanov, Togliatti). Ahora bien, hay que tener en cuenta asimismo que la guerra propició situaciones sumamente dinámicas para las que urgía tomar medidas a escala local que apenas se podían consultar con la central de Moscú, y que ello -en tiempos en que no existía internet ni telecomunicaciones instantáneas; en que la encriptación de los mensajes había sido decodificada por los servicios británicos y en que para viajar en persona a Moscú había que atravesar el corazón de Europa cada vez más controlado por los nazis- dio lugar a la toma de decisiones que, en ocasiones, entraron en contradicción con los dictados del Kremlin: Tal ocurrió con la entrada en el gobierno de Largo Caballero en septiembre de 1936, con la caída de este en mayo de 1937, con la fracasada directriz de impulsar elecciones en la zona republicana en el otoño de 1937, con la orden de Stalin de salir del gobierno Negrín en abril de 1938, o con las sugerencias para el abandono ordenado de las hostilidades en marzo de 19939. Que existieran tales contradicciones no es óbice para que militantes como Mercader se sintieran como soldados de un ejército internacional, y que, al ejecutar un asesinato largamente planeado, cumplían una misión trascendental para los intereses superiores de la URSS.

¿Qué opinión tiene usted de las relaciones del PSUC y del PCE durante la guerra? ¿El PCE entendió bien la llamada «cuestión nacional» durante el período republicano?

No fueron precisamente estupendas. En primer lugar, el PSUC se formó sin el acuerdo de la dirección nacional del PCE, que manifestó sus reservas a la Komintern ya en agosto de 1936. Después, fueron numerosos los desencuentros: desde las fricciones en el proceso de integración de los comunistas del resto del país en el PSUC con el corte de la zona republicana, hasta las críticas respectivas al papel de ambas organizaciones en la defensa de Cataluña. El último gran enfrentamiento tuvo lugar, terminada la guerra, con la oposición de la dirección del PCE al reconocimiento del PSUC por la Komintern como sección catalana de la IC, algo que no tenía precedentes en la organización. Tampoco fue la única sección con la que tuvo problemas la dirección central. En plena guerra, tras la caída del Norte, se produjo la expulsión de Astigarrabía, el secretario del PC de Euskadi y miembro del gobierno Aguirre, acusado de «nacionalismo pequeño-burgués». Aunque el derecho de autodeterminación figurara entre los principios del leninismo, no parece, a la luz de la praxis, que la dirección central del PCE estuviera muy dispuesta a llevarlo hasta sus últimas consecuencias.

¿Preparó el PCE adecuadamente el final de la guerra? ¿No priorizó en exceso la salvaguarda de sus dirigentes y cuadros, abandonando a parte de su militancia y simpatizantes?

Mi opinión es que el PCE no diseñó, en ningún aspecto, una estrategia de salida, ni siquiera para sus máximos responsables, que podrían haber sido cazados como conejos en la trampa de Elda tras el golpe de Casado, como les pasó a otros dirigentes en Madrid o en Levante. El PCE se negó hasta prácticamente los últimos días a contemplar la posibilidad de la derrota. Según confesión posterior de algunos de sus máximos dirigentes, como el secretario de organización, Pedro Checa, hacerlo hubiera parecido una concesión al derrotismo. Lo cierto es que ello impidió dejar asentada una organización clandestina, con su aparato de propaganda y sus correspondientes responsables, a medida que se cedía territorio al enemigo, algo poco comprensible en un partido que se reclamaba leninista, lo que pasó una trágica factura en cada uno de los reiterados intentos posteriores de reconstrucción del partido.

¿Algún ejemplo de esa factura trágica?

Todas y cada una de las tentativas de una reconstitución del partido en el interior se saldaron con detenciones y fusilamientos hasta la década de los 50. Ocurrió con Quiñones -desautorizado, además, por la dirección oficial del PCE-; lo mismo con los sucesivos intentos de cuadros llegados de América del Sur o Norte de África; otro tanto con los núcleos guerrilleros, tanto los evolucionados a partir de «huidos» como los desembarcados tras la experiencia de la resistencia antinazi en los años 40. Hasta los primeros balbuceos de recomposición de un movimiento obrero en los años 50, apenas hubo organización efectiva del PCE en el interior más allá de los muros de las cárceles.

A riesgo de repetirme, insisto sobre un punto anterior. ¿Por qué fueron tan complicadas las relaciones del PCE-PSUC y el POUM?

En primer lugar, estaban las divergencias ideológicas, de tanto poder destructivo en fuerzas del mismo tronco originario, aunque quizás esas diferencias fuesen, en la práctica, más formales que fundamentales. Se podría bosquejar un esquema en el que el POUM se alineaba con la antigua izquierda bolchevique y consideraba que aún se encontraba abierto el ciclo revolucionario iniciado en octubre de 1917, mientras que el PCE se situaba junto a las tesis estalinistas y de la Komintern, que habían reconfigurado las prioridades y las estrategias de alianzas tras el ascenso del nazismo al poder y el VII Congreso de la IC en 1935. Existen documentos sobre las discrepancias ya a finales de los años 20, acerca del debate sobre la NEP en la URSS y sobre las bases de la disidencia de Trotski. Sin embargo, mi opinión es que, más allá de los dicterios propios entre fuerzas escindidas, la confrontación no hubiera llegado a adquirir tintes dramáticos sin la inserción en el contexto de la guerra del vector exterior inoculado por la política soviética y la exportación de la lógica aniquiladora de los procesos de Moscú. Solo faltó que el POUM se colocase en el centro del objetivo tras los hechos de mayo para que la percepción del «enemigo interior» operase como una profecía autocumplida, desencadenando toda la furia aniquiladora de que fue capaz la maquinaria propagandística comunista.

Le pregunto lo mismo en torno a las relaciones entre el PCE y la CNT.

Si situamos la relación en el largo plazo, ya desde los orígenes se partía de una situación de desconfianza de la CNT respecto al comunismo. Hay que recordar que hubo un intento de los comunistas de penetrar en la CNT en los años 20 para atraerla a su campo, con algunos éxitos (caso de la labor de Nin en Lérida) y escisiones (la CNT sevillana de Díaz), y no pocos enfrentamientos. El PCE y la CNT, en cualquier caso, fueron durante tiempo fuerzas concurrentes por el espacio connotado como revolucionario dentro del movimiento obrero, frente al reformismo del conglomerado PSOE-UGT. Durante la guerra, el «tacto de codos» (como definía Togliatti a la práctica de defender el espacio propio al mismo tiempo que se intentaba ampliarlo) fue continuo. Con la CNT las relaciones fueron ambivalentes, oscilantes y con variaciones territoriales: se puede decir que hubo momentos de aproximación (con la CNT «gubernamental»), de coincidencia (con la dirección sindical encabezada por Mariano Vázquez, Marianet), pero casi siempre de confrontación violenta con la FAI y en aquellos territorios en que esta era influyente (Cataluña, Madrid).

Déjeme hacerle un contrafáctico, el único al que me atrevo. Si no se hubiera producido la traición de Casado, ¿qué hubiera podido pasar en la guerra civil española?

En cualquier caso, la guerra estaba inevitablemente perdida. Ahora bien, sin la sedición del Consejo Nacional de Defensa es probable que se hubiera podido llevar a cabo el repliegue escalonado hacia los puertos de Levante y, con ello, proceder a la evacuación exitosa de miles de cuadros políticos y militares experimentados. Piénsese el papel que podrían haber jugado en una futura resistencia, tanto contra el hitlerismo -como lo hicieron en Francia- como en el interior. Añádase que no se habrían agudizado hasta extremos insoportables las fisuras entre las organizaciones del Frente Popular, que Negrín podría haber encabezado un gobierno en el exilio sobre una base unitaria, capaz de ofrecerse como interlocutor válido a los aliados. Todo ello en lugar del espectáculo de una guerra civil dentro de la guerra civil en Madrid, del deprimente cuadro de unas masas inermes entregadas en el puerto de Alicante a la venganza franquista, de la amargura de un exilio atomizado y dividido, de una oposición incapacitada para la articulación de estructuras unitarias casi hasta los años 70. Evidentemente, Casado y sus aliados prestaron un servicio impagable a la perpetuación de la dictadura.

En su opinión, ¿Casado obró por convicción o fue un agente del franquismo?

Está demostrado que mantenía contactos con Burgos a través de la quinta columna incrustada en su propio entorno. Ahora bien, mi opinión es que creyó en la posibilidad de salvar su responsabilidad y la de quienes le siguieran, cotizando a su favor el ahorro de sufrimiento que supondría acelerar el fin de la guerra eliminando a quienes más tenazmente mantenían la resistencia: Negrín y los comunistas. Como si a Franco le importase el ahorro de sufrimiento de la población civil… Pensó que era posible un «abrazo de Vergara» y cometió una traición que no obtuvo su recompensa. Juró por su honor que se sacrificaría para que otros se salvaran y cuidó de ponerse a buen recaudo en un barco facilitado por los británicos mientras miles de republicanos abandonados a su suerte en el puerto de Alicante -merced a su traición- aguardaban sin esperanza una evacuación que no llegó y unas represalias implacables que no tardaron en caer sobre ellos.

Déjeme finalizar con una cuestión metodológico-personal: nueve Archivos consultados si no he contado mal; la prensa de la época; más de diez páginas de densa bibliografía; más de 800 notas, unas 70 páginas en total. ¿No descansa? ¿Cuánto tiempo le ha llevado la investigación y la escritura de Guerra o revolución?

El libro es el resultado de cinco años de investigación. Es el periodo que tardé en recopilar la documentación para abordar un tema que comenzó, curiosamente, por el final de la guerra, cuando trabajé junto con el profesor Ángel Viñas en la redacción de El desplome de la República (Crítica, 2009). Fue entonces cuando me di cuenta de que la explicación del papel jugado por el PCE durante el conflicto no podía limitarse a su fase final, y de que faltaba un estudio basado en fuentes primarias sobre ese periodo fundamental. No aspiro, por supuesto, a haber dicho la última palabra; por el contrario, desearía que fuese el inicio de una actualización necesaria sobre la base de la documentación coetánea. Por mi parte, ahora pretendo profundizar en el estudio de la generación de comunistas comprendida entre 1931 y 1956. Estoy trabajando actualmente en las memorias del que fue ministro de Agricultura, Vicente Uribe (1902-1961), representante de esa generación que surgió a la vida política con la llegada de la República y en la estela de los ecos del Octubre soviético, y salió de ella con el impacto de la desestalinización.

Gracias por su tiempo y por sus respuestas. ¿Quiere añadir algo más?

Gracias a usted, por sus interesantes preguntas, y a los lectores, por su atención.

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PS1: Un atento lector, que es mucho más que un riguroso lector, el amigo, compañero y maestro Manuel Martínez Llaneza [MMLL], me ha hecho llegar unas líneas fechadas a principios de 2012 que entiendo que son de interés público.

MMLL también tiene una excelente opinión de Fernando Hernández Sánchez [FHS] «al que he escuchado en el Caum y en la fiesta del PCE y cuyo trabajo, primero con Viñas y luego más allá, estimo mucho». Sin embargo, prosigue, siempre hay un ‘pero’, «me ha llamado la atención una afirmación que me gustaría matizaras con él, si está dispuesto a admitir la objeción y si, como parece, la entrevista va a continuar».

El nudo crítico apuntado. Señala FHS que «aunque, como ha afirmado el profesor Viñas en su monumental trilogía sobre la República en guerra, esta estaba materialmente perdida para el gobierno legítimo prácticamente desde el otoño de 1936 …», si bien, admite MMLL, «luego matiza que su ventaja es conocer el resultado del partido».

La objeción-pregunta de Manuel Martínez Llaneza puede resumirse así:

1. Más allá de no estar de acuerdo en la conclusión, «la afirmación, tal como se formula, no es admisible desde el punto de vista del análisis científico, salvo que por ‘materialmente’ se entienda algo que se me escapa (como ‘casi’ o ‘probablemente’)». Precisamente, recuerda MMLL usando una metáfora deportiva, «el resultado de un partido sólo se conoce después de acabado porque existe la posibilidad de diversos resultados, aunque algunos sean más probables que otros».

2. En otoño de 1936, el partido estaba aún en juego. Se puede valorar, señala MMLL, «de una u otra forma la situación (los escritos de Azaña muestran grandes diferencias de valoración con la de otros políticos importantes del momento), pero no conozco ninguna ley histórica que, aplicada con los datos disponibles en esas fechas, concluyera la inexorabilidad de la derrota. Máxime cuando conocemos los esfuerzos por cambiar el marco en el que se luchaba -Pacto de No Intervención, armamento adquirido y no entregado, evolución de la situación internacional, organización del ejército republicano, esfuerzo industrial de guerra, etc».

3. Item más, remarca MMLL, «si científicamente pudiera afirmarse lo señalado -y entiendo que estamos hablando de cuestiones históricas, no de opiniones o preferencias-, sería tanto como decir que todos los que lucharon por la defensa eran, en el mejor de los casos, ignorantes de la situación, lo que no creo que sea el caso y trasladaría la discusión a puntos muy al gusto de los revisionistas históricos».

4. Metodológicamente, nos recuerda el científico republicano concernido, la predicción científica puede ser o no verdadera, pero, desde el punto de vista del método, su corrección o incorrección aunque se demuestre después en la práctica, «está en los datos y en el tratamiento en el momento en que se realiza, no en los que aparecen después como el resultado del partido (matización que entiendo como un principio de rectificación de la tesis que me gustaría ver desarrollado)».

MMLL sostiene que no se trata de un asunto trivial. Coincidimos: tampoco lo es en mi opinión. La afirmación, prosigue, tiene consecuencias importantes «para el juicio que nos merezca la actuación de las diversas personalidades y fuerzas políticas y sociales que defendieron la República -con el reflejo que eso tiene en nuestra lucha de hoy…»

No he sido capaz de abusar de la generosidad y del tiempo de Fernando Hernández Sánchez con una nueva pregunta pero tanto yo como probablemente muchos lectores interesados estaríamos encantados si el gran historiador del PCE y la guerra civil se hace eco de la demanda y nos ilustra con una nueva documentada reflexión.

Gracias anticipadas.

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PS2: En neta consistencia con muchas de las afirmaciones y tesis de Fernando Hernández Sánchez, vale la pena recordar el artículo «Dar gato por liebre» de Ángel Viñas, catedrático emérito de la UCM que está a punto de publicar una versión revisada y ampliada de La conspiración del general Franco, sobre la figura de Segismundo Casado, autor con que el entrevistado ha colaborado en varios de sus estudios imprescindibles, El desplome de la República (Crítica, Barcelona, 2009), por ejemplo.

El artículo está fechado el 10 de diciembre de 2011. Mi fuente ha sido: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4625

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En estos días tan tumultuosos políticamente el Ministerio de Defensa publica un libro cuya carencia se hacía sentir agudamente. Bajo la dirección y coordinación del catedrático Javier García Fernández aparece un grueso tomo titulado 25 militares de la República. Son biografías, escritas por otros tantos historiadores de primera fila, de una selección de generales o almirantes y jefes que permanecieron leales al Gobierno republicano en o después de la sublevación militar de 1936. Entre ellos figuran Aranguren, Asensio Torrado, Batet, Buiza, Casado, Cordón, Escobar, Gámir, Hernández Saravia, Hidalgo de Cisneros, Mangada, Martínez Cabrera, Menéndez, Miaja, Núñez de Prado, Pozas y Rojo. La lectura será imprescindible tras tantos años de desfiguración y desvirtuación de su papel en la Guerra Civil, acrecentadas en algunos casos por el malhadado Diccionario biográfico español que en la nueva legislatura probablemente no tardará en distribuirse.

No se recupera el honor de todos los biografiados. Para uno al menos, y que el Diccionario ha tratado de salvar por todos los medios, la evidencia primaria documental de época lo hunde en las simas del embuste y de la traición. A muchos españoles de las generaciones más jóvenes su nombre no les dirá nada. Se trata de Segismundo Casado, el hombre que el 5 de marzo de 1939 se levantó en armas contra una República a punto de colapsarse, que creó un sedicente Consejo Nacional de Defensa, que aglutinó en torno suyo a un pequeño arco de figuras de segundo o tercer nivel (salvo Miaja, el anciano socialista Julián Besteiro y el ex subsecretario de Gobernación y destacado miembro del PSOE Wenceslao Carrillo).

La sublevación casadista ha dado origen a discusiones sin cuento. También abrió inmensas heridas en las filas del exilio. Profundizó hasta límites infranqueables las divisiones entre socialistas, comunistas, anarquistas y republicanos. Estuvo basada en una patraña de Casado y en una estrategia política de Franco.

La patraña consistió en acusar a Negrín de hacer el caldo gordo a los soviéticos y sus sicarios españoles y de prolongar la guerra sirviendo exclusivamente el interés de Stalin. De aquí la subpatraña que la sublevación se llevó a cabo para impedir que Negrín y los comunistas se hicieran con el control de los mandos de lo que quedaba de Ejército Popular.

La estrategia de Franco consistió en engañar a Casado haciéndole ver que una rendición inmediata no provocaría represalias entre los mandos militares que no hubieran cometido delitos de sangre. Lo que había detrás es fácil de identificar: Franco deseaba evitar cualquier evacuación de dirigentes políticos, militares y sindicales. Para ello necesitaba que alguien hundiera, desde dentro, las pequeñas posibilidades de resistencia. Así podría liquidar fácilmente la flor y nata republicana.

Casado se tragó el anzuelo. Engatusó a sus compañeros haciéndoles ver que no tendrían que temer demasiado de la victoria franquista y buscó aliados para su golpe en unidades próximas a Madrid. Las encontró en el Cuerpo de Ejército de Cipriano Mera, probado líder anarquista y políticamente analfabeto. Aprovechó el sordo rencor contra los comunistas y manipuló a la Agrupación Socialista Madrileña.

Franco terminó la guerra en beauté, gracias a una operación político-estratégica que le permitió copar a una inmensa cantidad de dirigentes republicanos. También a la masa combatiente. Todos formaban parte de aquella anti-España cuya eliminación física, política y psíquica había constituido el alfa y el omega de la rebelión de 1936. Casado se escapó a Inglaterra tras una serie de proclamas preconizando la resistencia numantina si no se recibían condiciones satisfactorias de paz. No las obtuvo.

En Londres, Casado escribió unas autojustificativas y falaces memorias, nunca traducidas al español. El manuscrito lo entregó el 21 de julio. Era profundamente anticomunista, pero no ponía en solfa a las democracias occidentales que tan poco habían hecho por la República. Hay que sospechar que alguna mano foránea le ayudó en su concepción. Como tras el final de la II Guerra Mundial y en el comienzo de la guerra fría los servicios secretos británicos le hicieron algunas ofertas, es posible que en 1939 ya estuvieran a favor de una labor de intoxicación.

Se conserva el borrador de una carta a Franco que Casado agregó a una misiva fechada el 9 de marzo de 1940 y dirigida al duque de Alba, a la sazón embajador en Londres. No se sabe si este la remitió a su destinatario, pero en ella Casado dejó constancia de la decepción que le había producido el comportamiento de Franco. El motivo de la carta fue el fusilamiento del general Escobar por quien Casado debió de tener un gran respeto. Acusó al Caudillo / Generalísimo / Jefe del Estado de haber faltado a la palabra dada. Una terminología dura entre militares.

Casado trapicheó como pudo, con trabajitos en la BBC, uno de los lugares en que los servicios especiales británicos solían aparcar a personajes y personajillos que pudieran ser útiles. Cuando terminó la II Guerra Mundial, emigró a América Latina. Allí pasó más de 15 años, en parte tratando de volver a España. Cuando lo hizo, en septiembre de 1961, nadie le molestó, pero dos años más tarde se le ocurrió solicitar el reconocimiento de sus derechos pasivos y la máquina judicial militar se puso en movimiento. Se le trató con guante blanco hasta cierto punto, pero no obtuvo lo que quería.

Enfermo, encerrado en su piso madrileño durante años y años, fue apañándose con sus ahorros hasta que amenazaron con agotarse. Entonces entró en contacto con el Ministerio de (Des)Información. Se prometió un gran éxito económico de una nueva versión de sus memorias. El problema es que no se acordaba de los hechos de 1939. Tampoco podía ir a hemerotecas. No sabemos si desde el Ministerio, entonces regentado por Manuel Fraga Iribarne, alguien le echó una mano. Sí sabemos que le ayudó uno de los subordinados de Cipriano Mera, también anarquista, un tal Liberino González.

En consecuencia, la nueva versión acentuó hasta extremos delirantes la presunta conspiración comunista, la vesania de Negrín y la larga mano de Stalin sobre la República. Todo muy en consonancia con el furibundo anticomunismo anarquista y franquista y, en particular, las necesidades de la guerra fría. Ya se habían expresado en términos similares renegados comunistas tan caracterizados como Jesús Hernández, Enrique Castro Delgado y Valentín González, El Campesino. También los inevitables poumistas, a la cabeza de los cuales se situó Julián Gorkín.

Casado no quedó muy contento con el resultado, una indicación tal vez de que la nueva versión no era únicamente de su propia pluma, pero no tenía escapatoria. Enfermo y sin dinero, se sometió. Cuando se almuerza con el diablo conviene manejar una larga cuchara. Casado no la tuvo. Jugó con los hechos, engañó a historiadores, «confirmó» los mitos esenciales de los vencedores, encubrió la gran operación político-estratégica de Franco, fue corresponsable de la hecatombe final republicana y, como buen traidor, hizo todo lo posible por desfigurar sus huellas en la historia. Un historiador anglo-norteamericano, Burnett Bolloten, le creyó y sentó escuela. Sus colegas pro y neofranquistas se frotaron de gusto las manos durante años.

Al final, si se encuentra la evidencia primaria relevante de época, los hechos del pasado quedan iluminados bajo nueva luz. La pregunta es: ¿por qué ha habido durante tanto tiempo un segmento de la literatura que ha hecho caso a la versión de Casado, que siempre fue en sí inverosímil? La respuesta se encuentra, a nuestro entender, en la conjunción entre las necesidades ontológicas del franquismo, su dependencia de una mitología ad hoc y la ideología de la guerra fría.

Notas:

[*] Versiones parciales de esta entrevista han aparecido en El Viejo Topo y en Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, nº 115, invierno de 2011, pp. 189-202.

La primera y segunda parte de esta entrevista puede verse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=141567 y en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=142115

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.